Hace 30 años moría en Bs As, a los 71 años, Astor Piazzolla, el más grande revolucionario del tango, reconocido entre los mejores músicos del siglo XX. Resistido y combatido en su época hoy es homenajeado en Argentina y en todo el mundo. Con la muerte de Piazzolla queda una nueva revolución pendiente que ya están fogoneando las decenas de excelentes grupos y conjuntos de Tango moderno de este país y en el extranjero. Rendimos aquí un emotivo homenaje.
Hay artistas que duran un día y son buenos
Hay otros que duran un año y son mejores
Pero hay algunos que duran toda la vida…
y aún más
¡Esos son los imprescindibles!
Parafraseando a Bertold Bretch, el caso de Astor Piazzolla es el de los músicos imprescindibles, y no solo porque fue un magnífico compositor de tango que introdujo jazz y música clásica en este, ni porque hay sido un excelente intérprete que dominaba el bandoneón como pocos. Piazzolla es imprescindible porque fue el creador, el inventor, el fundador del tango moderno o neotango. El único que se atrevió a cambiar el tango aun a riesgo de ser excomulgado de ese santuario de arrabal en el que ardieron las velas de Gardel y Troilo. Porque sin esa “invención” no habría esperanzas de que el tango deje de ser esa materia indeleble que tiñe de gris y de suburbio antiguo los paisajes y los escenarios de las tanguerías, representando eternamente el Buenos Aires colonial, el de los orilleros, el de los sempiternos cuchilleros borgeanos. Y nos salvó de que nos quedemos tildados para siempre en la rueda del “Último organito” llorando el verso inconsolable de Carriego.
Y hay que recordar que quien compusiera e hiciera brillar maravillosas obras como Adiós Nonino, Milonga del Angel, Verano porteño, Fuga y Misterio, Libertango, Oblivion y 300 temas más; quien pusiera en el firmamento de los cinco continentes el sello de su bandoneón mágico, nació musicalmente quizás como una pequeña larva poética y estética en las calles de Broadway, a la vera del Cotton Club escuchando a Cab Calloway pero también bendecido en la película El día que me quieras por el Gardel santificado tras su muerte en Medellín.
El largo recorrido de Astor, desde su ingreso a la orquesta de Aníbal “Pichuco” Troilo en 1940 hasta el fin de su carrera el 4 de agosto de 1990 tras el ACV que lo dejara sumergido en una larga agonía de 23 meses, trajo como consecuencia dos revoluciones fundamentales para que el tango siga vivo: la revolución nacional en 1960 con Adiós Nonino -fin del periodo clásico del maestro-, y la revolución internacional en 1974 con Libertango (grabada en Roma) y Reunión Cumbre (grabada en Roma con Gerry Mulligan). Todas las innovaciones y los giros interminables de su arte condujeron el tango a la modernidad cuya bandera levantaron en el siglo XXI -desde el 2000 hasta hoy- bandas como Gotan Project, Bajofondo, Tanghetto, La Fernández Fierro, Astillero, Ciudad Baigón, etc., y decenas más que hoy recorren los escenarios porteños.
Piazzolla logró estas transformaciones revolucionarias uniendo en una combinación sin fisuras el tango, el jazz y la música clásica en una dialéctica tan increíble que esta fusión hizo de su música un género que es y no es tango al mismo tiempo. Porque el tango piazzolliano es tan expansivo que desborda permanentemente los límites tangueros. Su pasión musical y su capacidad de trabajo a toda prueba, sumado a su gran talento hicieron posible que esta fusión funcionara, aunque le llevó al menos 30 años lograrlo. Y también su intuición de un hecho fundamental que los tangueros de las décadas del 40 y 50 no advertían: que el tango ya había cambiado, solo que el tradicionalismo de esa época obturaba su plena circulación; había cambiado con Gardel y el tango-canción, con Arolas y su genialidad musical casi espontánea, con la técnica depurada basada en la música sinfónica de Julio y Francisco de Caro y el sexteto en el que militaban nada menos que Pedro Maffia y Pedro Laurenz que fueron además profusos renovadores, con el sexteto de Elvino Vardaro, violinista como pocos que introdujo un tango instrumental de otra especie al resto de los años 30 y quien tres décadas y media después formará parte del Quinteto Nuevo Tango de Piazzolla. Este sexteto contaba entre sus miembros nada menos que a Osvaldo Pugliese, quien luego en 1937 formaría su célebre orquesta típica.
Hoy, a 30 años de su muerte, Buenos Aires tiene una deuda. La Buenos Aires metrópoli, que amamos y odiamos al mismo tiempo. La de los rascacielos, subtes, colectivos y trenes, motos y semáforos, teatros y cines, bares, clubes, estadios monumentales y bomboneras, la del río color de león visto desde lo alto de un embraer de Aerolíneas Argentinas. Esa Buenos Aires le debe a Piazzolla, igual que a Pichuco y a Pugliese su identidad, su marca, su sello musical y cultural actual. Buenos Aires le debe a este músico nacido en Mar del Plata en 1921, criado en Nueva York y musicalmente formado en París, aunque pulido en Roma, su moderno ritmo espiritual. Al fondo del complejo de monoblocks pobres y cada vez más desvencijados del sur porteño, en la calle Caminito o en el Puente Alsina resuenan todavía ecos de los patios de malvones, del farolito, las calles de empedrado y el buzón carmín donde lloraba el tano su rubio amor lejano. Pero quien escuche Violentango escuchará el ritmo frenético de la ciudad moderna y quien escuche Buenos Aires hora cero escuchará la ciudad dormida en la madrugada despertar lentamente a su infierno cotidiano. Nadie encarnó como lo hizo el bandoneonista marplatense este sonido con tanta fidelidad y lo transformó mediante una depurada técnica y una magistral composición en un nuevo lenguaje musical. Anahí Carfi, una gran música y compositora argentina radicada en Italia, decía hacia 1990 que Piazzolla tenía justamente ese lenguaje musical singular. Un lenguaje de tango, pero para construir un nuevo relato; el relato de otra ciudad: la Buenos Aires contemporánea.
Hoy recordamos al maestro 30 años después como quien evoca a un mesías musical para redimirnos del pecado original del candombe y la milonga, la habanera y la zarzuela que parieron al prototango y nos hizo creer en la Resurrección del ángel y también del tango que en 1955 agonizaba y en 1960 parecía muerto. Sin duda otros profetas tangueros brillantes han seguido también este camino: Pugliese, Salgán, Baffa, Berlingieri, Federico, Libertella y Stazo, Plaza y Juárez, Francini y Pontier. Hay tantos profetas en esta tierra tanguera que es inaudito seguir escuchando el tango for export de El Choclo y La cumparsita cuando existe Fugata, Tangata del Alba o Meditango.
En fin… 30 años no es nada. Hoy Piazzolla es suceso en Europa. Es materia obligada de los mejores conservatorios musicales del mundo y es emblema de la revolución musical del siglo XX a la que se adscribieron tantos músicos geniales.
30 años no es nada y que febril la mirada. Ayer fue una mirada, hoy es el futuro.