El 18 de noviembre se cumplen 100 años desde que mediante un decreto del Comisariado del Pueblo para la Salud y la Justicia se legalizó por primera vez en el mundo la interrupción voluntaria del embarazo. No casualmente, la concretó el primer Estado obrero de la historia de la humanidad: la Rusia revolucionaria que dirigían Lenin y Trotsky.
Resulta insoslayable retomar lo mejor de la historia para dar la pelea en cuestiones que se encuentran tan vigentes como la legalización del aborto. En especial, en momentos en que en Argentina y en todo el mundo hay una pulseada sobre este derecho entre los sectores políticos y religiosos fundamentalistas y antiderechos que buscan impedirlo o recortarlo allí donde ya está legalizado.
En su texto, aquel decreto de 1920 señalaba: “Permitir que este tipo de operaciones se practique libremente y sin ningún cargo en los hospitales soviéticos, donde las condiciones necesarias para minimizar el daño de la operación estén aseguradas”[1]. Es decir, por primera vez en el mundo, por acción del gobierno revolucionario el aborto se tornó legal, seguro y gratuito sin restricción alguna, realizado por profesionales con idoneidad, ya que en ese momento el procedimiento resultaba bastante más riesgoso de lo que es hoy.
Es importante destacar que el propio decreto sentaba posición en el debate relativo a “aborto sí o aborto no” y en su preámbulo establecía “la legislación de todos los países combate este mal mediante el castigo a las mujeres que deciden abortar y a los médicos que llevan a cabo la operación. Sin haber obtenido resultados favorables, este método de combatir el aborto condujo estas operaciones a la clandestinidad y convirtió a la mujer en una víctima de mercenarios, a menudo ignorantes, que hacen de las operaciones secretas su profesión”. Esto evidencia que ya en la década del ‘20 el argumento principal era que el aborto se realiza desde siempre, pero que la verdadera cara de la prohibición no impide su práctica y se circunscribe a dos opciones: legal o clandestino. La sociedad soviética sabía bien esto, y nosotres también. Inclusive, durante el primer capítulo de la Revolución Rusa en febrero de 1917, ya se había conquistado el derecho al voto para las mujeres.
Lejos de quedarse en una expresión de deseos, a partir de la Revolución de Octubre de 1917 la igualdad de género fue avanzando mediante numerosas medidas concretas del gobierno bolchevique que encabezaban Lenin y Trotsky. Esa conducción socialista revolucionaria la integraba también Alejandra Kollontai, impulsora de la Secretaría de la Mujer (Jenotdel), la igualdad de las mujeres y el derecho al aborto.
“En el escaso lapso de cuatro años que va de octubre de 1917 a octubre de 1921(…) se legisló la igualdad salarial en favor de la mujer, el derecho a votar y ser elegida para cargos públicos, el matrimonio civil y el divorcio por mutuo acuerdo o decisión de una de las partes, la separación de la Iglesia Ortodoxa Rusa y el Estado, la igualdad de las hijas/os intra o extramatrimoniales, la obligación paterna de sustentar a las hijas/os hasta los 18 años, la igualdad de derechos sobre las hijas/os, la abolición de los privilegios de propiedad en favor del hombre, las normas contra el maltrato en el Código Familiar, la atención gratuita de salud pre y post parto, el receso laboral para lactancia, las licencias laborales pagas por embarazo y maternidad, el derecho al aborto en el hospital público, la despenalización de la prostitución y de la homosexualidad”[2].
Desde ya, todas las garantías establecidas por el gobierno soviético no bastaban para determinar la igualdad real. La Revolución Rusa dio batalla jurídica pero también política y cultural para transformar la antigua institución familiar patriarcal que oprimía a las mujeres, que al capitalismo le es indispensable para garantizar sus ganancias vía la reproducción de la fuerza de trabajo a cargo de las mujeres en forma gratuita. Es decir, cuidar al marido que trabaja hoy y a les hijes que lo harán mañana. Por eso el gobierno revolucionario buscó aliviar la pesada carga de las tareas domésticas femeninas no remuneradas y abrió por toda Rusia centenares de cafeterías y comedores populares gratuitos, guarderías y lavanderías comunitarias. Pero al no extenderse la revolución socialista a nivel internacional y frente al proceso de estancamiento en Rusia, con la burocratización y traición del stalinismo, se frenó la posibilidad de conquistar más derechos. Finalmente, se cumplió la ley de que todo aquello que no avanza retrocede.
La consolidación de Stalin en el poder modificó la situación y la propia legislación respecto del aborto. Stalin estaba en contra de legalizarlo desde el inicio y en junio de 1936 lo prohíbe mediante su nuevo Código Familiar, promoviendo la vuelta al tradicional modelo patriarcal. Desde entonces solo se permitió el aborto en casos en los que existía un peligro para la vida de la persona gestante o cuando se detectara una enfermedad congénita. Recién en 1955, dos años después de la muerte de Stalin, el aborto se volvió a legalizar durante el primer trimestre de embarazo.
Desde su exilio, Trotsky fue uno de los más duros críticos de la prohibición establecida y expuso que a través de ese cercenamiento de derechos Stalin había tumbado todos los logros de la Revolución de Octubre. En su libro La revolución traicionada lo expone claramente: “Uno de los miembros de la Corte Suprema soviética, Soltz, especializado en problemas del matrimonio, justifica la próxima prohibición del aborto diciendo que, como la sociedad socialista carece de desocupación, etc., etc., la mujer no puede tener el derecho de rechazar ‘las alegrías de la maternidad’. Filosofía de cura que dispone, además, del puño del gendarme”[3].
Al cumplirse hoy un siglo del decreto soviético que estableció el aborto legal es preciso retomar las enseñanzas de la Revolución Rusa para mostrar que aquel debate ya se encuentra más que saldado. Lo que resta es voluntad política para concretarlo.
En nuestro país el presidente, frente a la presión de la ola verde y el movimiento de mujeres y disidencias, finalmente presentó su proyecto de interrupción voluntaria del embarazo. Pero viene con recortes, como la objeción de conciencia y la penalización a quien lo practique después de las 14 semanas.
Vamos seguir alerta para dar la pelea y exigir que el Congreso trate y apruebe nuestro proyecto, que es el de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto. Esperamos que ambas Cámaras estén a la altura de la marea verde. Mientras tanto y hasta que sea ley, estaremos en donde se conquistan y se defienden los derechos: en las calles, movilizades y organizades.
Catalina Coles
[1] https://www.marxists.org/espanol/tematica/urss/gobierno/decretos/1920/nov-18-decretosaludmujer.pdf
[2] El feminismo en debate: ¿reforma o revolución?, Cap. 11, Ediciones socialistas La Montaña, Buenos Aires, 2019.
[3] https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1936/rt/07.htm