lunes, 23 diciembre 2024 - 05:08

A casi 38 años de la vuelta al régimen democrático. ¿Democracia para ricos o dar vuelta todo?

La recuperación democrática fue una gran conquista ante la dictadura. Pero estas décadas frustraron las expectativas de lograr bienestar, democracia real, soberanía y otras promesas. ¿Es posible un cambio radical en el régimen político y el sistema?

El 10 de diciembre de 1983 Raúl Alfonsín asumía la presidencia. Venía de ganar con la UCR las elecciones al peronismo por primera vez. Se dejaba atrás la más sangrienta de las dictaduras de nuestra historia. Fue la llamada recuperación de la democracia. Por primera vez también se inició un continuo ciclo democrático-burgués de casi cuatro décadas sin golpes.

En 38 años pasaron once presidentes, con dos reelecciones (Menem y CFK), varias crisis revolucionarias y dos salidas anticipadas del poder. Una entre saqueos, huelgas, movilización popular y crisis por arriba, que tumbó a Alfonsín. Y otra, con la semi-insurrección del Argentinazo de diciembre de 2001, que eyectó a De la Rúa y su Alianza con la centroizquierda. Allí cayeron cinco presidentes en dos semanas.

Once gobiernos capitalistas

Por su condición de clase, estas once presidencias(1) nos trajeron dos hiperinflaciones (1989 Alfonsín y 1990 Menem). El default en 2001, incontables planes de ajuste y entrega, sumisión al FMI y tres monedas: el peso argentino, el austral y el actual peso, con varias mega-devaluaciones. Todo esto fue respondido con altas dosis de movilización y organización social y política, a izquierda del régimen y sus clases poseedoras.

Ante el régimen opresor y de saqueo burgués-imperialista de la dictadura, las libertades democráticas no fueron una concesión, sino una conquista de la resistencia obrera, popular y de la izquierda. Esa lucha contra la dictadura y el juicio a sus Juntas distinguen la democracia argentina de la vuelta al orden constitucional en otros países.

Como todo proceso político-social tuvo contradicciones y actuó el operativo burgués para evitar que la bronca popular anti-milicos cuestionase no sólo el régimen sino todo el sistema capitalista. Al carecer de una dirección obrera y socialista reconocida, que permitiese abrir paso a un sistema distinto, actuó el desvío democrático y el salvataje de las FF.AA. para preservarlas de una debacle como institución clave del Estado burgués.
Caída la dictadura, la UCR y el PJ se postulan para salvar al capitalismo imperialista, alternándose en el gobierno. Habrá igual alzamientos militares como los carapintadas, respondidos por masivas puebladas. Pero Alfonsín las traicionó y pactó con los milicos sus leyes de impunidad para no juzgarlos. O los indultos de Menem que son parte de un capítulo que no logran cerrar, que luego conquistó la nulidad de esas leyes y así reabrió los juicios a los genocidas.

El nuevo régimen mostrará igual la incapacidad de la democracia burguesa y sus instituciones de cumplir incluso las tareas democráticas. Como condenar a todos los genocidas y sus cómplices, impulsar una reforma agraria, separar Iglesia y Estado o convocar a una Asamblea Constituyente libre y soberana para construir una democracia real, del 99% y no del 1% más rico, junto a resolver las demandas sociales, democratizar la justicia, romper con la deuda externa y toda sumisión al FMI y al imperialismo(2).

Una falsa conciencia construida por Alfonsín expresaba esto al decir: “Con la democracia se come, se educa y se cura”. A casi 38 años se verifica que fue una de las tantas promesas incumplidas. La democracia capitalista no sólo no ha curado, ni resuelto el hambre ni educado, sino que no soluciona las necesidades básicas de la clase obrera y el pueblo. La política del tridente Alberto-Larreta-Kicillof ante la pandemia es otra muestra de que no hay “grieta” para hacernos pagar las crisis al pueblo.

Es que aun con matices, roces y diferente discurso que expresan a distintos sectores de las clases dominantes, ninguno de estos gobiernos se planteó construir una verdadera democracia ni, mucho menos, pasar los límites del capitalismo. Al revés: defienden ese sistema encabezando un régimen democrático-burgués, republicano, federal, con su Constitución, su propiedad privada y su falaz división de poderes.

Por fuera de algún relato épico del kirchnerismo y de ciertos roces interburgueses, ninguno pretendió romper lanzas con el imperio ni liberarnos del yugo de la deuda de la injerencia del FMI ni del G20, que Argentina integra. Ni siquiera apelando a la ola y la tradición emancipadora latinoamericana.

Al revés: el primer ministro de Economía de esta falsa democracia, Grinspun, en una de sus reuniones con un capo del FMI le gruñó: “Si querés que me baje los pantalones, me los bajo”. Se dio vuelta y se los bajó… Esa cruda imagen de las relaciones carnales que impone el imperialismo será asumida por todos los gobiernos.

Los de abajo no quieren y los de arriba no pueden

En estas casi cuatro décadas se puede concluir que esas tareas solo podrá materializarlas un gobierno de trabajadores y la izquierda. Es que por más “democrático” o “popular” que se diga, ningún gobierno patronal sale de su lógica de clase. Y eso condiciona toda posibilidad de que resuelvan las tareas democráticas, económicas y sociales pendientes.
Todos los partidos y frentes del sistema son gerentes -con distintos modos o ritmos-, de una clase propietaria subordinada al capital concentrado, que “honra las deudas” y acata el lugar asignado a la Argentina en la división internacional del trabajo: productora de materias primas. Más que democracia, le cabría el término de plutocracia: gobierno de los ricos(3).

Para poner fin a esta falsa democracia, a esta democracia para ricos, luchamos por un cambio radical de todo el régimen político y del sistema. Demoler las instituciones con que gobierna la clase capitalista e impone sus intereses a costa del pueblo trabajador. Ante la corrupción inherente al sistema, proponemos una comisión investigadora independiente. Con amplio poder para investigar a todos los gobiernos, anular fueros y meter presos a los corruptos y embargar sus bienes.

Respecto de su “justicia”, que los jueces y fiscales sean electos por voto popular, con mandatos limitados, revocables y sin privilegios. Disolver estas policías, castigar a los responsables de represión, violencia machista, gatillo fácil y corrupción. Formar un nuevo cuerpo de seguridad comunitaria, democrático, preventivo, bajo control social y con prohibición de reprimir las protestas populares.

El Argentinazo de 2001 dejó maltrecho al bipartidismo PJ-UCR. Se cantaba “que se vayan todos” y “sin peronistas, sin radicales vamos a vivir mejor”. Pese a debilitar el peso de esos partidos que polarizaban el 98% de los votos, la falta de una alternativa política de peso desde la izquierda y el clasismo permitió que el régimen se reciclara. Hoy se recrean en un bipartidismo de coaliciones o frentes como suma de fracciones, ante un descrédito popular que crece. Ganan gracias a un proceso electoral viciado y por la incidencia de empresarios, el imperialismo y los grandes medios.

Hay que dar vuelta todo. Elecciones nacionales por distrito único, sin piso para obtener cargos, según los votos de cada partido. Reparto igualitario de fondos y espacios publicitarios en las campañas. Eliminar el Senado dinosaurio y por una cámara única de diputados con mandatos revocables, que ganen como una docente y obligatoriedad de utilizar la escuela y el hospital públicos. Y un Ejecutivo elegido por y responsable ante el Congreso.

Son propuestas a impulsar en la lucha de fondo por un gobierno de trabajadores y la izquierda. Vamos por otra Argentina, socialista, con democracia real y soberanía plena del pueblo.


(1). Alfonsín (1983-1989), Menem (1989-1999), De la Rúa (1999-2001), luego Ramón Puerta (3 días), Adolfo Rodríguez Saá (7 días) y Eduardo Camaño (2 días), Duhalde (2002-2003) que debió anticipar elecciones tras la represión y asesinatos de Kosteki y Santillán. Luego Néstor Kirchner (2003-2007), Cristina (2007-2015), Macri (2015-2019) y Alberto desde 2019.
(2). La única reforma constitucional que hicieron, en 1994, fue un pacto UCR-PJ para agregar un senador más por provincia y provincializar el petróleo y el gas para avanzar con las privatizaciones.
(3). Según el historiador griego Jenofonte, es la forma de gobierno en la que los ricos ejercen su preponderancia en el gobierno del Estado (https://dle.rae.es/plutocracia).

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