En la nota anterior intentamos mostrar algunas de las claves y la dinámica de este hecho histórico. Esta segunda, la dedicamos a develar algunas de sus lecciones y desenlaces. La perspectiva abierta en el país y la existencia de una crisis de dimensiones similares a la que provocó la rebelión de aquel diciembre obligan a reflexionar asimismo sobre las luces y sombras del proceso, para ordenar nuestras tareas presentes.
Los cambios producidos por la rebelión popular de los días 19 y 20 de diciembre de 2001 mantienen, aunque atenuados, sus efectos más sobresalientes hasta la actualidad. Algunos más visibles y otros más ocultos. Por eso analizarlos no se trata de un simple recordatorio histórico, por el contrario, sacar las lecciones que produjo y analizar los desenlaces de esos episodios nos permitirá prepararnos para los acontecimientos que se vienen en el país.
El hecho es que el estallido del 2001 liquidó, en primer lugar, el modelo de la llamada convertibilidad, que fue una autopista para la sangría de los recursos del país e hizo posible, detrás de la ilusión de un dólar un peso, un ataque directo a la soberanía monetaria, a una parte sustancial de la industria estratégica, ya sea con su desmantelamiento o su desguace y privatización a precio de gallina flaca, y arrancó la suspensión del pago de la deuda externa y los condicionamientos del FMI que, como en la actualidad, era el lastre que hundía a la economía nacional y la vida de la población.
Otro cambio estructural que provocó el 2001 fue el que se produjo en el régimen político. Los dos partidos burgueses fundamentales, que mantuvieron la dominación burguesa y la atadura del país como una semicolonia del imperialismo luego de la derrota de la dictadura e intentaron construir un sistema de alternancia, también sufrieron la furia de la revolución de las cacerolas y de la semiinsurrección popular de aquellos días de hace 20 años. La UCR, con la llamada Alianza, se vio expulsada del gobierno, cayendo del 48,37% de los votos que había sacado De la Rúa en 1999 al 2,3% de los votos de la misma fuerza política en 2003 encabezada por Leopoldo Moreau. Muestra también en su crisis actual la incapacidad de recomponerse como un partido burgués con capacidades para gobernar. El PJ por su parte llegó al gobierno en 2003 con una votación minoritaria y dividido en sectores que aún se mantienen. El kirchnerismo necesitó una década en el poder para volver a las votaciones históricas del viejo PJ. Pero la recuperación del gobierno en 2019 con Cristina y Alberto, solo se pudo realizar por medio de una alianza inestable, que abarca desde el completamente disminuido Partido Comunista, hasta la más rancia derecha conservadora de los caudillos del interior como Manzur, ratificando que el peronismo no pudo superar totalmente el costo de haber intentado salvar al maldito país burgués de los fuegos del Argentinazo.
Luces y sombras del proceso revolucionario
Pero los cambios producidos no fueron solamente superestructurales. El proceso de ascenso revolucionario y la crisis económica y política desembocaron en una semiinsurrección que, con epicentro en Buenos Aires, impactó con más o menos intensidad en las principales ciudades del país, alimentando el proceso que le había dado origen. Las masas tomaron las calles y no la abandonaron por meses. Instalando de hecho un poder que ocupaba empresas, edificios y predios. Distribuía apoyo y solidaridad en las luchas y daba pasos de auto organización democrática en Asambleas Barriales y en encuentros nacionales de esas asambleas. Pero, por la traición de la burocracia sindical, los trabajadores debieron participar diluidos en la marea popular que ocupaba las calles. En estos espacios la izquierda desarrollaba un debate profundo contra las maniobras y los intentos de desmovilización y encauzamiento institucional, que los reformistas y la centroizquierda política y sindical, luego de superar el espanto inicial que les provocó la semiinsurrección, llevaba a los debates.
Hubo en junio de 2002 un intento de derrotar al naciente movimiento piquetero con una feroz represión policial que culminó con los asesinatos de Santillán y Kosteki, mártires que hay que sumar a los 34 producidos en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. Pero la respuesta popular, impulsada fundamentalmente por estas nuevas organizaciones sociales y la izquierda, no solo frenó en seco a la ofensiva reaccionaria, sino que acortó el mandato presidencial de Duhalde y lo obligo a hacer el llamado a elecciones generales adelantadas, que buscaba postergar hasta cumplir el mandato de De la Rúa el presidente eyectado por la revolución. Seis meses después del estallido de diciembre el proceso revolucionario continuaba mostrando la energía y vitalidad de la alianza social entre sectores medios urbanos con los desocupados y empobrecidos de los suburbios que resistía tanto la represión como las maniobras, de la mano del piquete y la cacerola.
Pero la movilización de esta alianza social y su energía, es decir el propio proceso revolucionario tenían debilidades que le quitaban la contundencia necesaria para aspirar a profundizar el anticapitalismo que se desarrollaba en las calles y permitir a ese movimiento de masas asumir la conducción de sus propios destinos y poner los pilares de una nueva sociedad.
Según nuestro punto de vista las principales carencias del proceso fueron dos. Primero, los trabajadores no participaron de manera independiente en el proceso y con sus propias organizaciones. Esto ocurre fundamentalmente debido a la traición de la burocracia peronista y a una escasa maduración de la vanguardia clasista para que pudiera romper la hegemonía burocrática. Y, segundo, por la ausencia de una izquierda revolucionaria con peso de masas, que pudiera convertir la influencia creciente en la vanguardia del proceso que estaba alcanzando esa izquierda, en conducción orgánica del pueblo trabajador y empobrecido sublevado.
Prepararnos para lo que viene
Cómo señalábamos al principio, la perspectiva que tiene el país, al menos en sus condiciones objetivas, tienen similitudes marcadas con la situación que desembocó en el Argentinazo. Esa es la utilidad que tiene el estudio y debate de los acontecimientos de diciembre de 2001. Tanto de sus luces como de sus sombras.
Aunque solo sea a manera de ejemplo, es importante señalar que los números de la economía y las condiciones políticas hoy son parecidos al 2001, por ejemplo: La deuda externa asfixiante y el compromiso que el gobierno del Frente de Todos está dispuesto a acordar con el FMI, profundizaran la miseria que ya está en niveles extremos, y la pobreza y el ajuste que ese compromiso representa. Tanto como la crisis política que se percibe en las alturas, ambas cuestiones señalan la posibilidad de giros y cambios brucos que pueden desembocar en nuevas confrontaciones. La situación internacional sirve como espejo para ver la facilidad y rapidez con la que estos cambios se producen.
La historia nunca se repite calcada como ya ha ocurrido, por el contrario, retoma su hilo allí donde lo han dejado los episodios anteriores. De ahí la importancia que interpretemos bien sus lecciones para superar las debilidades del pasado. En ese sentido es que la tarea que depende de nosotros es la de hacer todos los esfuerzos posibles por construir una izquierda revolucionaria que, llegado el momento decisivo, logre un peso de masas. Ese es el desafío.