A 21 años de Cromañón. La memoria que incomoda y la impunidad que persiste

Ni la bengala ni el rock and roll: a los pibes los mató la corrupción

Este 30 de diciembre se cumplen 21 años de la Masacre de República de Cromañón, una de las tragedias sociales más profundas de la Argentina reciente. Lejos de tratarse de un accidente o una fatalidad, el incendio que provocó la muerte de 194 jóvenes sigue siendo el resultado directo de una cadena de responsabilidades empresariales, políticas y estatales que nunca fue completamente saldada.

La narrativa oficial intentó durante años reducir lo ocurrido a una bengala encendida o a supuestos excesos del público del rock. Sin embargo, familiares y sobrevivientes sostienen —y los hechos lo confirman— que Cromañón fue una masacre anunciada: un boliche habilitado irregularmente, con salidas de emergencia clausuradas, materiales inflamables, sobreventa de entradas y controles inexistentes o directamente comprados.

A más de dos décadas, la impunidad sigue siendo un dato estructural. El empresario Omar Chabán murió sin condena firme, el dueño del local Rafael Levy nunca pisó una cárcel, y los funcionarios responsables de garantizar la seguridad pública apenas enfrentaron sanciones políticas o condenas menores. El entonces jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, fue destituido, pero el entramado de corrupción estatal que permitió la tragedia nunca fue desmantelado.

Cromañón no solo marcó a una generación sino que también expuso un modelo de ciudad donde la rentabilidad privada vale más que la vida, y donde la juventud popular es sistemáticamente desprotegida. Las consecuencias se extendieron durante años: persecución a espacios culturales independientes, criminalización del rock barrial y ausencia de políticas públicas reales para garantizar espectáculos seguros.

En este nuevo aniversario, familiares y sobrevivientes vuelven a movilizarse desde Plaza de Mayo hasta el Santuario de Once, reafirmando una consigna que sigue vigente y molesta al poder:“Ni la bengala, ni el rock and roll. A nuestros pibes los mató la corrupción”.

A 21 años, Cromañón es una herida abierta que interpela al Estado, a la justicia y a una sociedad que no puede permitirse el olvido. La memoria no es un ritual vacío, es una herramienta de lucha para que ninguna otra noche termine en muerte por desidia, negocios y complicidad política.

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