Lilia Lemoine. El peligro de que se cultive negacionismo desde el Estado 

Crédito imagen: Daniella Fernández

Banalizar el genocidio no es un error: los dichos de Lilia Lemoine expresan una ofensiva política que busca reescribir la historia para legitimar el ajuste y el autoritarismo.

Negacionismo en el poder

El sábado pasado, durante la emisión del  streaming Ánima Digital, donde participaron Alfredo “Rino” Gammariello y Lilia Lemoine, el primero comentó:  “Con lo único que les va mal es con el agua. Cuando van a las marchas los bañan; si los tiran de los aviones, no saben nadar y, si se tiran por algún lado por el sur, también se ahogan. Mientras la respuesta entre risas de la dirigente libertaria fue “Los kukas no son waterproof (a prueba de agua)”.

Estas declaraciones generaron un fuerte repudio de organismos de derechos humanos, familiares de víctimas y sectores políticos y sociales, que la acusaron de banalizar y relativizar los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar. Las críticas no se limitan a una frase aislada: expresan la preocupación por el avance de un discurso negacionista que hoy tiene representación institucional.

Este tipo de discursos no son ingenuos ni casuales, sino parte de una ofensiva ideológica que busca cuestionar los consensos básicos construidos en torno al Nunca Más, la memoria, la verdad y la justicia.

Banalizar el terrorismo de Estado no es opinión: es una política

Las expresiones de Lemoine fueron interpretadas como un intento de minimizar el carácter sistemático del terrorismo de Estado, equiparando responsabilidades o reduciendo la magnitud de los crímenes cometidos por la dictadura. Esto constituye una forma de negacionismo, que pretende despolitizar el genocidio y vaciar de contenido la lucha histórica por los derechos humanos.

No se trata de un debate historiográfico, sino de una operación política: relativizar las desapariciones, las torturas, los centros clandestinos y el plan económico impuesto a sangre y fuego es funcional a un proyecto que hoy vuelve a aplicar un ajuste brutal contra el pueblo trabajador.

Un discurso alineado con el proyecto de ajuste

Las declaraciones de Lemoine no ocurren en el vacío. Se inscriben en un contexto donde el gobierno de Milei impulsa recortes en políticas de memoria, desfinanciamiento de sitios históricos, ataques a los organismos de derechos humanos y reivindicaciones encubiertas del “orden” dictatorial. La banalización del pasado reciente aparece así como el complemento ideológico de un programa económico que descarga la crisis sobre salarios, jubilaciones y derechos sociales.

No hay ajuste sin disciplinamiento, y que el cuestionamiento a la memoria histórica busca debilitar las resistencias sociales y sindicales frente al avance de las reformas regresivas.

La respuesta: memoria, organización y lucha

Ante esta avanzada, organismos y espacios de derechos humanos reafirmaron que los crímenes de la dictadura no son opinables y que su banalización constituye una amenaza directa a la democracia. También reclamaron que el arco político y las instituciones del Estado tomen una posición clara frente a expresiones negacionistas provenientes de funcionarios y dirigentes con responsabilidades públicas.

Lejos de ser una polémica menor, el repudio a Lilia Lemoine pone en evidencia una disputa de fondo: qué pasado se recuerda y para qué proyecto de país. Para el movimiento de derechos humanos y amplios sectores populares, la respuesta sigue siendo clara: sin memoria, verdad y justicia no hay democracia posible. Por eso mismo, Lemoine debería ser desafectada de su cargo público y se debería investigar en profundidad y de forma independiente los lazos del gobierno libertario con los genocidas que visitó en el penal de Ezeiza y a quienes les prometió la domiciliaria el año pasado.

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