Otra maniobra del gobierno libertario. Para 2026, Milei ha decidido inaugurar una nueva estrategia para maquillar la realidad económica: desmantelar una de las herramientas de medición pública para ocultar el deterioro de las cuentas externas.
En una jugada administrativa que deja a la vista de todos, la incomodidad del oficialismo con sus propios números, la Secretaría de Turismo, conducida por el siempre oficialista Daniel Scioli, resolvió dejar de financiar los operativos de campo que realiza el Indec para medir la actividad turística internacional.
A partir del primero de enero, se interrumpirá un convenio de colaboración que llevaba más de dos décadas de vigencia ininterrumpida, desmantelando así una herramienta clave para conocer el flujo real de divisas en este sector. La excusa del ahorro es irrisoria, ya que el monto en cuestión —unos 570 millones de pesos anuales— es insignificante para las arcas del Estado, lo que deja al descubierto la verdadera intención de la medida: provocar un apagón informativo justo cuando la balanza turística se encamina a un déficit histórico.
Esta especie de reasignación de partida es fundamental para la vida del discurso sostenido por el Ejecutivo. Con un tipo de cambio planchado que ha generado un atraso cambiario, Argentina se ha vuelto cara en dólares para los extranjeros y barata para los que se van al exterior. Las estadísticas que Scioli busca apagar mostraban, mes a mes, cómo la salida de dólares por turismo emisivo se aceleraba, convirtiéndose en una sangría de reservas que contradice el cuento de la acumulación y la estabilidad de la que tanto habla Luis Caputo.
Al eliminar la Encuesta de Turismo Internacional (ETI) y afectar la Encuesta de Ocupación Hotelera (EOH), el gobierno intenta esconder bajo la alfombra los datos que confirman que su política cambiaria está financiando, una vez más, la fuga de capitales a través de los viajes al exterior, mientras el turismo receptivo se desploma a niveles preocupantes.
El atraso cambiario y la negación de la realidad
La maniobra de Scioli llega en un momento de extrema sensibilidad para el equipo económico. Hace apenas unos días, el gobierno oficializó un cambio en el esquema de las bandas de flotación del dólar, atando su evolución a la inflación futura en un intento desesperado por anclar las expectativas.
En este escenario, que el Indec siguiera publicando informes que evidencian un déficit en la cuenta de servicios turísticos resultaba funcionalmente molesto para la Casa Rosada. Los datos objetivos del organismo estadístico, elaborados bajo estándares internacionales, desmentían la idea de un boom de turismo receptivo de calidad que Scioli intenta vender sin sustento. Al cortar el financiamiento, se intenta reemplazar las estadísticas públicas por mediciones privadas o acuerdos provinciales parciales que pueden ser dibujados a medida de las necesidades políticas del momento, ocultando que el déficit anual por turismo podría superar los 10.000 millones de dólares.
Sin embargo, es fundamental no perder de vista una cuestión central en esto. Porque, si bien el turismo representa hoy una vía de escape considerable de divisas, incentivada por la propia política del gobierno, no es la causa madre de la falta de dólares en la Argentina. La verdadera sangría que desfinancia al país y empobrece a los trabajadores no está en una parte de la clase media que logra viajar, sino en la estructura de una economía primarizada que no genera valor agregado y, fundamentalmente, en el sometimiento al pago de una deuda externa fraudulenta e impagable.
El gobierno de Milei se obsesiona con esconder los dólares que se van por Ezeiza en manos de turistas para no discutir los miles de millones que se fugan por el pago de intereses al Fondo Monetario Internacional y a los acreedores privados. Este apagón estadístico es, en última instancia, una bomba de humo para ocultar que el modelo de la libertad financiera es una máquina de despilfarrar recursos nacionales, ya sea financiando turismo emisivo o pagando la fiesta de la especulación financiera, mientras se ajusta brutalmente el consumo y la vida de las mayorías populares.

