Cultura. La noche que La Ferni nos invitó a Mirarse los ojos

Tres pequeños taconazos de sus zapatos brillantes abren un lúdico portal. Tal cual hiciera Dorothy —protagonista del Mago de Oz, cuento infantil devenido película y símbolo de resistencia queer—. Uno, dos, tres. Los zapatos no son de un rojo rubí: son plateados. El lugar no es la prometida Ciudad Esmeralda, sino el Club Atlético Fernández Fierro (CAFF), en la ciudad de Buenos Aires. Delante nuestro no está la pequeña niña de Kansas City y su perro Totó, sino Ferni de Gyldenfeldt. 

Foto: Daniella Fernández

La Ferni, cantora y docente. La Ferni, una de las figuras actuales más significativas de la canción popular argentina, nos ha invitado una noche de diciembre a escuchar su primer disco de estudio, Mirarse a los ojos. Primogénito nacido del trabajo autogestivo y que pronto, muy pronto, verá la luz en plataformas digitales.

Estallará; mi boca estallará en dulce de esmeraldas, en pájaros y espinas, y un paso se abrirá y yo me iré como el humo al aire que no podrá volver.

Debajo de una luz tenue entona las notas de Volver a Volver, de Gabo Ferro. Afuera, afuera solo el mundo —otro mundo—; dentro del CAFF, La Ferni nos invita a nosotros, a su público, a experimentar la colectividad, la utopía, por un par de horas.

Nos invita a mirarnos a los ojos y lo hace a través de un folklore incómodo y hermoso, matizado por una voz entre mezzosoprano y contralto que, al llegar a tus oídos, te atraviesa el corazón e induce un llanto incontrolable. Lo sé, porque me sucede siempre en sus presentaciones. No quise llorar, pero no me quedó otra opción.

Los orígenes de una cantora disidente

La música, para La Ferni, siempre estuvo ahí. En su casa nunca faltaron los discos, los libros ni la filosofía. «Mucho mundo intelectual», me dice, sentada en un café del barrio de Villa Urquiza. «Mi papá es melómano. Toca el piano, escribe, pinta. Toda la vida artista, pero docente de filosofía».

Incluso después de la separación de sus padres, en ambos hogares primaba la miscelánea musical: ópera, música clásica, tango, folklore. No es de extrañar, entonces, que tanto ella como su hermana Luchi terminaran inscribiéndose en conservatorios durante la adolescencia. En el sistema público, La Ferni estudió profesorado en música, tecnicatura en guitarra clásica y canto lírico. Quería cantar ópera o eso creyó hasta que comenzó a recorrer Argentina. Una Argentina distinta y no porteño céntrica.

Argentina tiene una extensión de norte a sur de aproximadamente 3.694 kilómetros. Es tan vasta como diversa en términos culturales. Y fue en esa otra Argentina donde La Ferni, durante sus viajes escolares, encontró sentido a las canciones folklóricas que escuchaba en su infancia, en casa de sus padres. Especialmente en el norte del país.

«Desde el principio empezó a afectarme mucho. Me conmovió todo un repertorio folklórico cargado de sentido social. Yo viajaba y veía la realidad de las ciudades, cómo vive la gente en el norte, su idiosincrasia, su forma de ser. Y, de repente, en las letras, eso estaba reflejado. Estaba ahí, plasmado». Así, la conexión entre lo lírico y lo folklórico se dio de forma natural. Y La Ferni se convirtió en cantora.

Inspirada en el cancionero popular de los ’70 —cuando muchos artistas socialmente comprometidos comenzaron a entender la canción como una herramienta de lucha—, Ferni decidió ir hacia eso, convencida de que ahí podía aportar.

«La vida, en ciertos momentos, me fue mostrando que no era la ópera; era el folclore», me cuenta.

«Creo que, en parte, asumir quién soy está claramente vinculado con esa fusión que propongo entre lo lírico y lo folk. No es algo que me salga adrede, sino que responde a aceptar de dónde vengo. Es abrazar esta carne multifacética que fui y soy. Haber incorporado en su momento toda esa técnica al canto popular me generó algo… que hoy incluso es un poco marca registrada». 

Foto: Daniella Fernández

Desafiar el tradicionalismo y al gigante Cosquín

¿Por qué adentrarse en un género tan estereotípicamente binario cuando su sola existencia desafía estos dogmas? 

Ella responde: «¿Por qué no hacerlo?», y me remite a los sucesos del Festival de Cosquín 2021.

El Festival Nacional de Folklore de Cosquín es el evento de música folklórica más importante y tradicional de Argentina. Se celebra cada año en la ciudad homónima, en el Valle de Punilla, Córdoba.

Ferni se presentó en la primera ronda del festival, en Capital Federal, con El grito santiagueño de Raúl Carnota y La Celedonio Batista de Teresa Parodi. Se convirtió en noticia nacional. Sin embargo, para permanecer en el certamen, los organizadores le indicaron que debía continuar en la categoría de “voz masculina”. La Ferni no aceptó. No en un país con una Ley de Identidad de Género (Ley 26.743), vigente desde 2012 y pionera en el mundo por no exigir diagnósticos médicos ni judicialización para el reconocimiento de la identidad. Con el apoyo del INADI —Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, recientemente desfinanciado por el gobierno de ultraderecha de Javier Milei—, la cantante denunció al festival por discriminación.

—¿Te dio miedo? —le pregunto.

—Me sentí vulnerable. Y sí, un poco de miedo. Fue mucha exposición. Estaba yo sola, con mi alma, frente a un titán como Cosquín. Pero lo hice porque quería cantar. Solo eso. No entendía por qué tenía que ocultar las uñas pintadas de rojo. Por qué tenía que atarme el pelo. Quizás nunca antes en la historia del festival alguien con barba y maquillada se había parado a cantar, pero eso no significa que esas personas no existieron. Hemos existido desde siempre.

A raíz de la demanda, Cosquín modificó sus estatutos. Se eliminó la obligación de inscribirse en una categoría según el sexo registral y quedó incorporada la categoría de “solista vocal”. Era la primera vez que pasaba.

La Ferni no ganó el certamen. «Hecha la ley, hecha la trampa», dice, pero hizo historia.

En la primera semifinal, en la plaza La Molina, cantó una copla de Lorena Carpanchay, artista trans de los Valles Calchaquíes:

Ya vienen las maricas cantando la tonada / Ya vienen las mariposas derribando las miradas

«Fuimos construyendo sin tener ningún referente. En algunos universos, ahora, esas referentes somos nosotras mismas. Creo que lo que nos impulsa es el deseo, una convicción profunda. No es otra cosa que deseo», recuerda. 

Foto: Daniella Fernández

El otro país 

Regresamos al CAFF, noche primaveral. 

Cabello ondulado, semi morocha, cuya imperfección parece perfecta; uñas rojo vivo. Sobre el tablado del Fernández Fierro, La Ferni parece un ser etéreo, irreal. Lo pienso por la forma en que habla y por cómo se mueve sobre el escenario. A nosotros, su público, nos habla de un año intenso entre Cosquín, Europa, el teatro y los escenarios de la Marcha del Orgullo y del 38° Encuentro Plurinacional.

Es una noche de romance entre lo político y lo estético. Una noche donde, junto a músicos como Nahuel Quipildor, Nicolás Rey y otros invitados, nos presenta las ocho canciones que formarán parte de su primer álbum de estudio. Ocho temas que mezclan obras propias e interpretaciones de piezas de Susy Shock, Ioshua, María Laura Alemán, Teresa Parodi, el mismísimo Gabo Ferro y muchas más.

La segunda parte fue una fiesta con chacareras y abrazos. Amor: no solo el romántico, también el amor a la lucha y a los compañeros. El amor desde una perspectiva diversa y disidente. El amor a la vida. Como la vida de Samuel Tobares, de 34 años, arrebatada a finales de noviembre por la policía de Córdoba, después de bajarse del colectivo. Lo mataron a golpes. Lo dejaron morir en la calle.

La Ferni le rinde homenaje a Samuel y pide por una lucha revolucionaria, feminista e interseccional.

La cantora entiende que, bajo el gobierno de Javier Milei —enemigo de los derechos humanos— subirse al escenario es determinante. Ser cantora queer es un acto de profunda valentía. Una decisión de coraje que también busca replicarse en quienes la escuchan.

«Hoy en día es un acto de responsabilidad, de compromiso», explica. «No tengo dudas de que mi batalla política, intelectual y cultural es desde el escenario. No soy ninguna tonta. Yo quiero dar la batalla donde sé que puedo ganarla».

«Puedo cantarte Desde El Puente Carretero, de Peteco Carabajal, cuando estamos de fiesta. Pero después te voy a cantar la milonga Los Hermanos, de Atahualpa Yupanqui. La empecé a cantar mucho hace dos años [tras la asunción de Milei]».

Yo tengo tantos hermanos/ Que no los puedo contar/ Y una hermana muy hermosa/ Que se llama ¡Libertad!

Con ello, la artista trans no binarie también cuestiona la mismísima esencia del folklore: sus pilares machistas, patriarcales y eurocéntricos. Cuando se sube al escenario hace replantearse al público qué significa ser “argentino”. Derriba el concepto de cultura para reconstruir otro.

«Cada vez más nos encontramos personas que hacemos folklore que somos gays, lesbianas, travestis, trans, no binaries. Y nos vamos encontrando. Hacemos cosas juntes. Generamos vínculos abiertos, redes de actividades entre todes».

Antes de cerrar la noche, La Ferni nos promete haber visto otro país, que ve en nosotros otro país: «Los veo en ustedes, luchadores del Garrahan, a trabajadores de la educación pública, a vos, Vilma Ripoll».

He visto al otro país/ En nuestros hijos, mi amor/ En la tremenda ilusión/ De creérmelo, de creérmelo/ Me duele, debo decir/ En la cantora que soy/ En la maestra de ayer/ Una y otra vez, una y otra vez.

La Ferni renunció a la masividad y a la contención del ego artístico para convertirse en lo que es hoy: una cantora del pueblo, incómoda para muchos —incluido el propio gobierno—, pero cuya voz atraviesa como una espada el pecho de quienes la atestiguamos. Nos recuerda que existe un mundo complejo y multidimensional donde los derechos humanos son la base de todo. Por eso me alegra escribir sobre ella y esperar que aquellos alejados de la Argentina por geografía o idiosincrasia se acerquen a la canción popular y al folklore —aunque sea por primera vez— a través de la voz lírica e iracunda de La Ferni.

Tres taconazos mágicos más y se apagan las luces. Volvimos a Kansas City, listos para enfrentarnos a un mundo que, aunque siga siendo hostil, ahora reconocemos distinto.

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