El horror irrumpió en Florencio Varela el 24 de septiembre de 2025, cuando Brenda del Castillo (20 años), Morena Verdi (20) y Lara Gutiérrez (15) fueron engañadas, torturadas en vivo, asesinadas, descuartizadas y enterradas en el patio de una vivienda abandonada, tras días de búsqueda desesperada por parte de sus familias. Según informes policiales confirmados por el ministro de Seguridad bonaerense, Javier Alonso, las jóvenes fueron atraídas con una falsa propuesta de “fiesta sexual” por 300 dólares cada una, subidas a una Chevrolet Tracker blanca y sometidas a una saña extrema que incluyó transmisión en vivo a través de una cuenta de Instagram. Hay cuatro detenidos, entre ellos, un presunto jefe narco apodado “Pequeño J”, señalado como quien ordenó el crimen en un contexto de ajuste de cuentas por narcomenudeo. Familiares y testigos, como la madre de Morena, han denunciado la inacción inicial de autoridades locales y provinciales, mientras hubo marchas en Plaza Flores y otras ciudades clamando por “Justicia por Brenda, Morena y Lara” bajo el grito de Ni Una Menos, poniendo también en foco la responsabilidad del gobierno de la Ciudad en la que habitan y trafican los narcos implicados en el crimen. El caso, investigado por la Justicia como homicidio agravado con perspectiva de género, revela no solo extrema crueldad, sino un patrón sistémico que no puede reducirse a un crimen común.
Llamémoslo por su nombre: esto es un triple femicidio. El concepto, acuñado por Marcela Lagarde y plasmado en la ley argentina 26.485, define el femicidio como el asesinato de mujeres por razones de género, en contextos de desigualdad estructural. Aquí, Brenda, Morena y Lara fueron seleccionadas por su condición de mujeres jóvenes, pobres y expuestas a la explotación sexual, torturadas con una saña que incluyó violencia sexual y exhibidas en redes como trofeos de una crueldad patriarcal. Javier Milei, quien niega la existencia del femicidio tildándolo de “invento feminista”, invisibiliza esta realidad para justificar el desmantelamiento de políticas de género, como el cierre del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad en 2024. Su negacionismo no solo borra la especificidad de estas violencias: legitima la impunidad al reducir el caso a un “ajuste narco”, ignorando cómo el patriarcado se entrelaza con el crimen organizado para aniquilar cuerpos feminizados, en pos de castigar, disciplinar e imponer lógicas de poder.
En redes, la revictimización no tardó en llegar. Voces anónimas cuestionan que no fue femicidio, sino un crimen narco, alegando que las jóvenes “eran prostitutas” o “estaban metidas en las drogas”, como si eso excusara su destino. ¡Basta! La prostitución no es delito ni justificación para el asesinato; es el síntoma de una sociedad que empuja a las pibas pobres a economías de supervivencia a través de su cuerpo y su sexualidad. Por supuesto el debate sobre prostitución y capitalismo es mas profundo, y es necesario generar las garantías y derechos en instancias transicionales en el marco de este sistema.
Este femicidio porque opera además en la intersección de género y clase: las mujeres suelen ser los eslabones más frágiles del narcotráfico, usadas como mulas, señuelos o deudoras, expuestas a violencias que los varones no enfrentan igual. Rita Segato, con su “pedagogía de la crueldad”, lo explica con claridad: estos asesinatos no son solo eliminaciones, sino mensajes disciplinadores que, a través del terror, refuerzan la sumisión en territorios donde el narco sustituye al Estado. La tortura en vivo no es azar: es un espectáculo que perpetúa la cultura de la violación y la pedofilia, donde los cuerpos de niñas y jóvenes son mercancías desechables en la periferia invisible.

¿”Malas víctimas”? Una cuestión de clase
El término revela cómo el patriarcado clasifica a las “buenas” si son de clase media, blancas, “puras”; las “malas” son las pobres, morenas, con vidas precarias. Brenda, Morena y Lara eran pibas de barrio, invisibles para un Estado que las abandonó. La diferencia no es moral, es de clase: las pobres enfrentan mayores riesgos porque la feminización de la pobreza las expulsa a la marginalidad. ¿Por qué una niña de 15 y dos jóvenes de 20 estaban en la prostitución? Por la desprotección estructural: sin ESI efectiva, sin políticas contra la trata, sin redes de contención caen en circuitos de explotación. En el narcomenudeo, las mujeres ocupan los roles más vulnerables: vendedoras callejeras, parejas de dealers, pagando deudas con sus cuerpos. Mientras, de los asesinos sabemos poco: sus nombres emergen tarde, sus redes se protegen. Poner el ojo en la vida de las víctimas —“¿qué hacían ahí?”— es revictimización pura, desviando la mirada de los perpetradores y el sistema que los ampara.
La condición de género no actúa en aislamiento: el femicidio se materializa aquí a través del crimen organizado, que explota la vulnerabilidad femenina en economías ilegales donde las mujeres, por su posición subordinada en el patriarcado, terminan como carne de cañón. Esta explotación sexual no es casual, sino que se nutre de una cultura de la violación que normaliza el control masculino sobre los cuerpos, extendiéndose a una pedofilia social que cosifica a niñas como Lara a verlas como objetos disponibles en circuitos de poder desigual.
Todo esto se profundiza con la feminización de la pobreza, un proceso capitalista que carga sobre las mujeres la precariedad laboral, los cuidados no remunerados y la exclusión económica, empujándolas a la periferia donde el narco florece como respuesta perversa al abandono estatal. El capitalismo patriarcal, en su lógica extractiva, no solo tolera sino que genera estas desigualdades: la deuda con el FMI, renegociada por Milei en 2024 priorizando pagos externos sobre inversión interna, fuerza ajustes que recortan presupuestos sociales, cierran refugios para víctimas de violencia y desmantelan políticas públicas como el Plan Nacional contra la Violencia por Motivos de Género. Así, el cierre de estos programas no es neutral: agrava la desprotección de las pibas pobres, dejando vacíos que el crimen organizado llena con sus redes de control territorial, donde la violencia de género se convierte en herramienta de dominación. En última instancia, estos enlaces —del femicidio al capitalismo global— revelan un sistema interconectado que reproduce opresión: sin desarmar la deuda externa y el ajuste neoliberal, no hay forma de romper el ciclo que condena a las invisibilizadas a la muerte.

La respuesta feminista en un nuevo contexto
La reacción no se hizo esperar: el movimiento feminista volvió a convocarse masivamente, copando Plaza Flores y plazas de La Matanza con miles de voces al grito de “Justicia por Brenda, Morena y Lara”, venciendo la represión policial que intentó amedrentarlas con detenciones y gases. Esta respuesta colectiva, impulsada organizaciones de base, el colectivo NI Una Menos, Partidos de Izquierda y agrupaciones, marca un punto de inflexión en la bronca generalizada contra el gobierno de Milei, que va en aumento y pegó un salto cualitativo en los últimos meses con los recortes sociales, el conflicto del Garrahan, la lucha de las universidades de lxs jubiladxs y de los colectivos de defensa de los derechos de las personas con discapacidad. La indignación no es aislada: se enmarca en la dinámica de la lucha de clases, hoy más exacerbada que el año pasado, donde el feminismo popular se posiciona como una vanguardia contra un Estado que abandona a las más pobres mientras protege intereses capitalistas. Es la clase trabajadora, las pibas de barrio, las que pagan el ajuste con sus vidas, y esta movilización es el eco de una resistencia que no se deja disciplinar.
Este triple femicidio no es un caso aislado; es el síntoma de un sistema que nos quiere sumisas en la sombra. Exigimos justicia con perspectiva de género, pero también transformaciones estructurales: aumento de presupuesto para niñez y mujeres, desmantelamiento de redes narco-patriarcales y un socialismo feminista que redistribuya poder y recursos. Porque mientras el FMI aprieta y el Estado se retrae, las pibas invisibles de los territorios olvidados pagan con sangre. Este sábado, nos vemos en la marcha de #NiUnaMenos desde el Congreso a Plaza de Mayo a las 16 h: ¡vivas, libres y visibles nos queremos!