El revuelo en las redes no se hizo esperar: la entrevista de Pedro Rosemblat a Gustavo Cordera en Gelatina, justo en plena promoción de su gira “Caravana 2025”, dolió como un golpe inesperado, donde no esperábamos tener que reabrir debates sobre lo básico de la lucha contra la violencia machista.
Cordera, el exlíder de Bersuit Vergarabat, vuelve a los escenarios con el respaldo de Sony Music y un historial de shows ininterrumpidos desde 2018. Pero el repudio de 2016 insiste: aquellas declaraciones en un auditorio de estudiantes de periodismo, donde banalizó la violación y el abuso a menores, no fueron un lapsus olvidado. “Es una aberración de la ley que, si una pendeja de 16 años con la concha caliente quiere coger con vos, vos no te las puedas coger. Hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo porque son histéricas y sienten culpa por no poder tener sexo libremente“. Palabras que no solo valieron una imputación por incitación a la violencia colectiva, sino un repudio social masivo. En 2019, la Justicia le concedió la probation, y desde entonces, ha editado cinco discos y dado entrevistas sin pausa. ¿Cancelado? Para nada. Se equivoca Rosemblat sobre esto: El público decide si va o no a sus shows; nadie le prohibió tocar ni grabar. El repudio vino porque dijo una barbaridad, y ¿acaso esperaban que nos quedemos calladas ante una apología del delito que normaliza la violencia sexual? ¿Quiénes serían las canceladas en ese caso? Y mas allá de ese supuesto, darle el peso que la entrevista le da a la cultura de la cancelación, y seguir diluyendo la gravedad de sus dichos y haciendo bandera de la cultura de la violación, solo fortalece al patriarcado y a la violencia machista.
En la charla con Rosemblat, Cordera no asumió el peso de lo dicho. Se refirió a sí mismo en tercera persona, como si “ese personaje” que la gente “le operó” fuera una máscara incómoda, no él. Habló de su malestar, de cómo “se mandó una cagada“, pero minimiza: una “cagada” es ponerle sal al mate, no justificar la violación como necesidad histérica de las mujeres. Esa despersonalización externaliza la responsabilidad, la convierte en ficción ajena, y evade el núcleo: hacerse cargo del daño concreto causado. Pedir perdón no es lamentar el propio bochorno ni usar eufemismos vacíos como “lamento si ofendí“; es reconocer el error como hecho irrefutable, con reflexión genuina que impulse un cambio, no sólo para llenar estadios. Cordera victimizó su silencio posterior como una “persecución organizada, la más eficiente en la historia de la humanidad“. Grandilocuente y ofensivo: si miramos la historia, abundan las maquinarias reales que silenciaron a las mujeres durante siglos, negándonos voz, voto y derechos básicos. Lo suyo no fue cacería; fue exponer en un momento de desnaturalización de las violencias, donde su discurso ya no pasaba inadvertido. El “silencio” no lo armó ninguna conspiración: fue eco de sus propias palabras.
Y aquí entra el rol de los medios, ese micrófono que ellos sostienen y que, en manos progresistas, debería interpelar, no condescender. Rosemblat, ufano de su línea política aliada al feminismo, defendió la entrevista como derecho democrático: “No estoy a la derecha del Código Penal“. Claro, nadie le quita el derecho a hablar con quien quiera, pero no es lo mismo dar un micrófono que hablar en un juicio. Lo primero es opcional, y es una decisión política. Y si se presenta como crítico y popular, ¿por qué no repreguntar ante la falta de remordimiento de Cordera, su ego desbordante o esa victimización? No hubo interpelación de que lo dicho en 2016 fue peligroso en sí mismo, y no un “momento histórico” desacoplado. Pero las disculpas posteriores de Rosemblat incomodaron más: se justificó por no ser mujer, porque “no le pasa en el cuerpo“, y confesó su fanatismo por la banda. Error ¿torpe?: no se trata solo de lo que nos atraviesa a las mujeres en la piel, sino de lo que se juega en la cabeza de muchos varones que idolatran a su ídolo mientras este justifica la violación y apología del delito. Cualquier hombre debería sentirse interpelado; repudiarlo no requiere vivirlo en carne propia, sino solidaridad básica contra la opresión. Pero además Rosemblat, no es cualquier hombre, periodista y con militancia en espacios de comunicación, desde un programa que es visto por cientos de jóvenes. Un lugar de responsabilidad concreta.
Admitió que la productora de Cordera arreglaba entrevistas para promocionar la gira, y que el revuelo generaría views, aunque algunas suscriptoras feministas se den de baja. ¿Honestidad o cálculo? En un canal como Gelatina, con compañeras feministas ignoradas en la decisión, duele que el “progresismo” robe letra a los enemigos: esa aceptación sin cuestionamiento del machismo, que hoy es ideología de Estado bajo la ultraderecha.
Lo que demuestra, una vez más, que las feministas no “nos pasamos tres pueblos”, como dijo en 2023 un sector del peronismo para justificar el fracaso del gobierno de Alberto y el triunfo electoral de Milei: Al revés, nos quedamos cortas. Lamentablemente el sector peronista que responsabiliza al feminismo de la llegada de Milei, no solo no hace autocritica de los gobiernos anteriores, o desconoce las reacciones históricas a las olas feministas, pero fundamentalmente muestra la falsedad de estos “aliados” que nunca dejaron de ser machistas ni de reproducir los esquemas del patriarcado. Solo que siguieron la ola, como oportunistas que son.
Pero además, este episodio colma un vaso que ya se venía llenando: La “apertura democrática” de Gelatina a voces contrarias — siempre más espacio a la derecha que a la izquierda— naturaliza lo misógino, como hicieron los medios con Milei pre-2023 o streamers “rebeldes” invitando represores y trumpistas, minimizando su rol y su peligrosidad. Hoy, con el antifeminismo oficial, ignorar voces feministas en entrevistas o listas electorales es correr la agenda a la derecha para no quedar “fuera de competencia“.
En ese sentido, la sensibilidad de época no es capricho: De hecho, la lucha feminista es histórica, y por ello existen leyes argentinas que protegen contra la violencia sexual desde 1921. Que, aunque con enunciados insuficientes, han evolucionando en un proceso histórico de reconocimiento de derechos al calor de las luchas de los movimientos de mujeres. Cordera podrá llenar estadios, pero el tiempo no perdona lo inaceptable. Aunque hayas sido fan de la banda —y su obra ya destilaba violencias disfrazadas de chiste—, no podemos volver atrás. No se trata de incomodidad feminista, sino de la conciencia que muchos varones comunicadores aún no asumen: su rol en perpetuar o frenar la violencia.
En última instancia, este episodio debería servir para interpelar directamente a los varones —comunicadores, aliados o simples testigos—: ¿cuánto han avanzado en desarmar su rol histórico en el ejercicio de la violencia, desde el micrófono hasta el espacio cotidiano? Pocas veces, hemos vimos a los varones realizar estas reflexiones en primera persona. Porque más allá de los gestos simbólicos, se observa una conciencia superficial, que evade la crítica profunda, permitiendo que el machismo se cuele en lo “democrático” o lo “progresista“.
En ese sentido, queda aprender que el cambio no viene de declaraciones vacías, ni entrevistas complacientes, sino de asumir errores colectivos y luchar por materializar los derechos de las mujeres —no como concesiones efímeras, sino como conquistas irrenunciables. Por ello, en este espacio insistimos que urge una mirada socialista que transforme las estructuras de poder: redistribuyendo recursos para políticas de cuidado reales, desmontando el capitalismo patriarcal que monetiza la opresión y construyendo alianzas donde el feminismo no sea accesorio. Solo desde ahí, con varones que se posicionen no como salvadores, sino como cómplices activos en la lucha, podremos avanzar más allá de las palabras vacías hacia un horizonte donde la violencia no sea ni normalizada ni excusada.