Para los que trabajamos en consumos problemáticos, su muerte significa haber perdido a uno de nuestros referentes más lúcidos y comprometidos. Alberto Calabrese ha dejado un legado invaluable en el campo del estudio de las adicciones, los consumos problemáticos y la salud mental. Intelectual riguroso, docente apasionado y militante incansable de la causa de los sectores más vulnerables, su vida fue un ejemplo de coherencia, sensibilidad social y lucha por una política pública que pusiera en el centro a las personas.
Calabrese cursó sus estudios de grado en Sociología en la Universidad de Buenos Aires durante la década del sesenta, una etapa fermental para el pensamiento crítico. Formado en el cruce entre la teoría social clásica, el marxismo humanista y las nuevas corrientes de análisis estructural y cultural, su carrera fue desde el inicio un esfuerzo por vincular el saber académico con las necesidades concretas de las personas.
Durante los años de la dictadura cívico-militar, Calabrese debió limitar su actividad académica formal, pero se mantuvo activo en espacios de reflexión y asistencia vinculados al trabajo social, la salud comunitaria y el acompañamiento de jóvenes en situación de vulnerabilidad. Allí comenzó a perfilar su enfoque integral sobre las adicciones: un enfoque que no reducía el problema al individuo, sino que lo entendía como una expresión del sufrimiento social, de la exclusión y de los fracasos del modelo de sociedad dominante.
Ya en democracia, retomó su tarea universitaria con un vigor renovado. Fue profesor en la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad Nacional de Tucumán y en diversas instituciones públicas y privadas del país. Se desempeñó como director de la Carrera de Especialización en Drogadependencias en la UNT y presidió durante años la Sociedad Argentina para el Estudio de las Adicciones (SAEA), de la que fue luego nombrado presidente honorario. Desde 2011 fue parte del cuerpo docente en nuestros posgrados en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba. Su compromiso se expresó en el prólogo de nuestro libro editado en 2017. Siempre impulsó un abordaje multidisciplinario, basado en la articulación entre saberes académicos, experiencias concretas y prácticas comunitarias.
Uno de sus mayores aportes fue la sistematización de una mirada crítica sobre el fenómeno de las adicciones. Para Calabrese, el consumo problemático no podía analizarse al margen de las condiciones sociales de existencia. Desde esa perspectiva, enfrentaba lo que él llamaba “la ideología de la prohibición”. Las adicciones, afirmaba, no eran enfermedades individuales, sino modos de respuesta —muchas veces desesperados— frente al sufrimiento, la fragmentación del lazo social, la precarización de la vida y la falta de horizontes vitales. En sus palabras: “La droga no entra por la boca ni por la vena; entra por la herida social”.
Esta perspectiva, tan lejana al paradigma biomédico moralista dominante, lo llevó a enfrentarse con frecuencia a los enfoques punitivistas que todavía hoy persisten en muchas instituciones. Calabrese no concebía el trabajo sobre las adicciones sin una dimensión ética, política y afectiva. Rechazaba la patologización de la pobreza y denunciaba el cinismo de un sistema que empuja a amplios sectores al consumo mientras castiga a los más vulnerables con encierro, estigmatización o abandono.
Su compromiso con las políticas públicas se expresó también en su participación activa en la formulación de planes y programas a nivel nacional y provincial. Fue asesor de organismos estatales, formador de equipos técnicos y referente en debates sobre la Ley Nacional de Salud Mental. Desde estos espacios, siempre sostuvo la necesidad de avanzar hacia una política de cuidado, de respeto a los derechos humanos y de construcción de dispositivos comunitarios de acompañamiento.
Entre sus numerosos escritos destacan los trabajos en los que articula la sociología con la psicología social, la pedagogía crítica y la salud colectiva. Sus textos, aunque profundamente conceptuales, estaban atravesados por una intención pedagógica, por la voluntad de formar y transformar. Calabrese creía en la palabra como herramienta de intervención, pero sobre todo en la escucha como condición para toda práctica emancipadora.
Quienes compartimos con él el aula o el trabajo de campo lo recordamos como un maestro generoso, un pensador humilde, un militante de la vida. Nunca rehuyó los conflictos ni las tensiones del campo profesional, pero siempre sostuvo sus posiciones con respeto, claridad y apertura al diálogo. Para él, la praxis era una categoría central: toda teoría debía anclarse en la experiencia, en la historia vivida, en el cuerpo dolido del otro.
En sus últimos años, continuó acompañando a colectivos, redes y organizaciones sociales que trabajan sobre consumos problemáticos desde una perspectiva de reducción de daños, inclusión y restitución de derechos. Participó en jornadas, congresos, mesas de trabajo, espacios de formación popular.
El fallecimiento de Alberto Calabrese deja un vacío inmenso en el campo de la sociología crítica de la salud y de las políticas de cuidado. Pero su pensamiento, su ética y su ejemplo seguirán vivos en cada profesional, en cada trabajador de la salud mental que lucha por una atención digna y humanizada; en cada estudiante que se pregunta por el sentido profundo de su rol como profesional.
En un contexto donde los discursos de odio, exclusión y disciplinamiento social parecen ganar terreno, su figura adquiere aún más valor. Se va un tipo que nos enseñó a ser críticos sin perder la ternura. Porque Calabrese no solo pensó las adicciones, sino que nos ayudó a pensar una sociedad menos adicta al castigo, al mercado, al éxito individual. Su legado nos llama a construir colectivamente otras formas de habitar el mundo, donde la ternura, el cuidado y la justicia social sean más que palabras.
Como diría Galeano: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Alberto Calabrese fue uno de esos imprescindibles que dedicó su vida a esas cosas pequeñas —escuchar, acompañar, formar, escribir, resistir— con una coherencia y una entrega que lo convierten en faro para las nuevas generaciones.
Hasta siempre, Alberto.
Gracias por dejarme llamarte maestro.
Gracias por haber abierto caminos, por haber sostenido utopías, por haber confiado en que otra mirada —y otro mundo— eran posibles.
Tu ausencia se siente.
Tu huella queda.
“Hay que trabajar con la gente, no para la gente. Hay que construir dispositivos que acompañen, no que impongan. El saber no es de uno: es de todos los que caminan con otros.”
Alberto Calabrese (fragmento de una clase abierta, 2013)