Al momento de escribir esta nota se estima que más de 96,7 millones de personas han visto la serie Adolescencia en Netflix. El punto de partida de la narrativa dramática de esta ficción es que Jaime –a sus 13 años- es acusado de asesinar a su compañera Katie. Este hecho impactante, conmovedor y brutal se convierte en el punto de partida para adentrarse en los vínculos, códigos, representaciones y comunicación de las nuevas generaciones.
Con una gran solvencia cinematográfica, esta producción británica explora en la radicalización masculina en redes sociales y en cómo la llamada Manosfera capta y formatea a los jóvenes, siendo a la vez -y esto es muy importante- un reflejo del mundo adulto que les rodea y a la vez desconoce.
La llamada Manosfera es el conjunto de comunidades de Internet antifeministas que dan consejos sobre “cómo ser hombres” y que no ha dejado de crecer en los últimos años (procedente del inglés man –hombre– y sphere -esfera). Es una red de sitios web, blogs y foros en línea que promueven la masculinidad enfatizada, la hostilidad hacia las mujeres o misoginia, y una fuerte oposición al feminismo
Con una narrativa caracterizada por la intensidad que da el recurso del plano secuencia, la serie retrata el clima que hace posible que estos discursos machistas y ultraderechistas que reciben online, calen y deja una idea clave sobre la mesa: en general, los adultos desconocen los códigos de comunicación en redes sociales de al menos una parte de lo/as jóvenes.
En una secuencia muy lograda, el hijo de uno de los policías que investiga el asesinato casi piadosamente le explica a su padre algunas de las teorías y afirmaciones que circulan por la Manosfera. Así, el espectador asiste en tiempo real a una ilustrativa explicación de la filosofía de la píldora roja o red pill, basada en la película Matrix, que hace referencia a un supuesto despertar de los varones frente a la amenaza del feminismo.
En la misma secuencia se nos informa de la regla 80/20, según la cual el 80% de las mujeres solo se siente atraída por el 20% de los hombres, por lo que todos deberán “competir” por ser parte de este último grupo, una idea que suele conducir a culpar a las mujeres de la frustración sexual o relacional masculina.
Los mensajes en la Manosfera también dibujan un supuesto ideal de cómo deberían ser las mujeres que apuntala los mandatos de género, fundamentalmente respecto a su vida sexual. La premisa es que, si una mujer ha tenido “muchas” parejas sexuales, no es deseable. En los hombres, es al contrario.
Lo que esta ficción denota es que hay una brecha enorme de los espacios educativos y familiares con la juventud. La amplia mayoría de los adultos conoció la Manosfera y los representantes de la denominada cultura “Incel”, por la serie.
Los jóvenes Incels y la ultraderecha
La realidad es que algunos jóvenes han encontrado en la llamada Manosfera un discurso que les atrae. El auge en los últimos años de comunidades de hombres en Internet asociadas políticamente a la extrema derecha propaga mensajes sobre cómo ser hombres y cómo “ganar” con las mujeres. Se mueven en diferentes plataformas como YouTube y TikTok y en diversos formatos (directos, vídeos, podcast) y son más heterogéneos de lo que muchos creen.
El núcleo duro de apoyo a la ultraderecha está en los denominados Incels (célibes involuntarios): varones jóvenes, blancos y heterosexuales que culpan a las mujeres de todos sus males y ven en el avance del feminismo un capricho de las mujeres que “los priva” de relacionarse sexualmente con ellas. Internet es su elemento y la violencia misógina y racista su código de comunicación predilecto.
Las discusiones que se producen en los foros Incels se caracterizan por el resentimiento, la misantropía, la misoginia y la apología de la violencia contra las mujeres. Una característica de estos grupos es el goce explícito de la crueldad, exhibido explícitamente en sus intervenciones en las redes. En uno de los capítulos de Adolescencia se nombra a Andrew Tate como uno de los referentes de la Manosfera, un hombre que ha sido acusado de tráfico de personas y agresión sexual.
Uno de los rasgos principales de la Manosfera es su posición marcadamente antifeminista. Sus mensajes suelen presentar a los hombres como perjudicados por el avance de los derechos de las mujeres, a las que dibujan como supuestas “privilegiadas” mientras que ellos, sin embargo, se perciben como víctimas. El negacionismo de la violencia machista o la criminalización de las personas migrantes vertebran este tipo de espacios con discursos que replican los que enarbolan los grupos y partidos de extrema derecha.
El nuevo populismo de derecha dura se nutre directamente de la herida del privilegio destronado que las heterosexualidades masculinas garantizaban a aquellos que de otra forma no eran nada, ni nadie. Se construye un relato de un pasado mítico en el cual las familias eran felices, estables y heterosexuales, cuando las mujeres y las disidencias sexuales estaban en su lugar, cuando los barrios eran ordenados, seguros y homogéneos.
Para los discursos de la derecha las normas patriarcales familiares no son una atracción secundaria, sino como algo profundamente incrustado dentro de lo que el neoliberalismo entiende por bienestar. Esto produce que se articule la moral tradicional con el neoliberalismo.
Para los gobiernos como Milei los derechos de las mujeres y las disidencias son tomados como ataques contra la libertad y la moral. En mismo sentido, se denosta a toda política social que desafíe la reproducción social de las jerarquías de género, raza y sexo, o que modestamente equilibre la polarización de clases. El ataque contra lo comunitario y la justicia social en nombre de la libertad del mercado y del tradicionalismo moral es así una emanación directa de la lógica ultracapitalista.
La división sexual y social del trabajo están construidas dentro de aquello: el trabajo doméstico sexualizado no está remunerado, y su versión pobremente pagada en el mercado laboral (cuidado infantil, limpieza, cuidado de enfermos, cocina).
La moral y el discurso demonizante y criminalizador respecto a las mujeres y sus derechos sexuales y reproductivos sirve para rechazar los cuestionamientos a las desigualdades, por ejemplo, la libertad reproductiva de las mujeres. La moral tradicional también conecta la preservación de un supuesto pasado grandioso de principios de siglo XX.
El pensamiento autoritario se caracteriza por rasgos como disposición a la obediencia esmerada a los superiores, respeto y adulación de todos los que detentan fuerza y poder, disposición a la arrogancia y al desprecio de los inferiores jerárquicos y, en general, de todos los que están privados de fuerza o de poder. También aparecen rasgos como la aguda sensibilidad por el poder, la rigidez y el conformismo. La personalidad autoritaria tiende a pensar en términos de poder, a reaccionar con gran intensidad ante todos los aspectos de la realidad que afectan las relaciones de dominio: es intolerante frente a la ambigüedad, se refugia en un orden estructurado de manera elemental e inflexible, hace uso marcado de estereotipos en su forma de pensar y de comportarse; es particularmente sensible al influjo de fuerzas externas y tiende a aceptar todos los valores convencionales del grupo social al que pertenece.
Capitalizar el malestar. Desencanto político y subjetividad
La conceptualización teórica de pensamiento autoritario con mayor consenso en la actualidad acerca del autoritarismo de alas derechas (RWA, por sus siglas en inglés) refiere al autoritarismo como una dimensión de la personalidad, compuesta por tres conglomerados actitudinales: sumisión autoritaria, agresión autoritaria y el convencionalismo.
Este conglomerado actitudinal nos permite pensar las subjetividades que son correlatos de este ideario de intolerancia y violencia. Subjetividades moldeadas en la convergencia del descontento social y el desencanto político.
Estas dos variables –descontento y desencanto- aunque independientes forman parte de la matriz retroalimentada y complementaria en la cual se moldean las condiciones para la polarización actual.
El ascenso y protagonismo de las formaciones políticas autoritarias hace pie en la bronca movilizada por los abandonados económicamente, desilusionados y resentidos. El sufrimiento y el rencor de la clase media empobrecida son el combustible sobre el cual las reversiones de un neoliberalismo agresivo y violento ve un campo fértil a sus proclamas anti derechos, enemigas de cualquier planteo de equidad social.
Esta versión de la retórica ultraderechista busca capitalizar los malestares masculinos y juega con la autoestima de los jóvenes varones, a los que les engancha que se les da un objetivo claro y sin dudas al que culpar. Pero es claro que no es solo el antifeminismo lo que les radicaliza a los jóvenes, sino también la precariedad económica. Son mensajes que exaltan el individualismo y muchas veces construyen promesas falsas de progreso económico mediante cursos, etc.
En este sentido, el cocreador de Adolescencia, Jack Thorne, ha explicado que él mismo cuando era joven podría haberse visto atraído por estas ideas. “Dan sentido al aislamiento, a esa sensación interior de no soy atractivo, no puedo participar en conversaciones o ser la persona que quiero ser y voy a estar solo para siempre”, ha asegurado. La serie perfila parte de ese universo interior de Jamie y pone el foco en el entorno que le rodea.
En la genealogía de las condiciones que han creado el escenario donde los jóvenes varones adhieren a estas ideas, hay que hacer referencia a proyectos y gobiernos presentados electoralmente como alternativas progresistas que fueron cómplices y/o artífices de un proceso por cual el capital financiero transformó el derecho humano de vivienda y las jubilaciones en una fuente de enormes ganancias mediante la especulación. Estas gestiones han llevado adelante programas económicos que, a diferentes ritmos, resultaron en un empobrecimiento creciente y un fortalecimiento de las estructuras políticas y económicas de concentración de la riqueza y la desigualdad.
La crisis del sistema capitalista —que pegó un salto en 2008, profundizando la desigualdad de los ingresos y el desencanto masivo hacia los organismos de representación política tradicionales— se expresa también en un creciente descreimiento en las instituciones, las que cada vez son más cuestionadas. De esta manera, surge un sujeto político que se caracteriza, entre otras cuestiones, por estar políticamente desencantado y ofuscado, culturalmente despreciado y económicamente frustrado.
Combinar patriotismo y militarismo, cristianismo, familia, retórica racista y un capitalismo desenfrenado fue la exitosa receta de los conservadores neoliberales hasta que la crisis del capital financiero en 2008 devastó los ingresos, las jubilaciones y la propiedad de los hogares de la clase obrera blanca en los países centrales.
Pero en la post crisis del 2008 y sobre el campo de las desilusiones sembradas por las alternativas autodenominadas progresistas, cobró sentido agitar contra los migrantes indocumentados, difundir los mitos de las leyes antidiscriminación y de equidad de género, militar contra el lenguaje inclusivo, difamar a la educación sexual integral y el acceso a la salud reproductiva, promover acciones punitivas avalando y exaltando la violencia institucional y demonizar a los planes sociales, responsabilizándolos por la pobreza creciente.
De esta manera, sobre la base del desencanto, se alimentó el descontento mediante un sistemático alegato compuesto por comentarios de derecha en la televisión, la radio y las redes sociales, fortaleciendo el discurso mediante la sobre exposición, en los medios hegemónicos, de personajes que combinan una arenga virulenta con una retórica intelectualmente indigente pero efectista.
En el núcleo de este esquema-pensamiento proliferan los discursos de odio como actos de comunicación con el objetivo de promover y alimentar creencias dogmáticas y de hostilidad, con referencias o connotaciones discriminatorias contra una persona o un colectivo, por lo general, históricamente discriminado, marginado y/o perseguido.
Es posible pensar este advenimiento del accionar envalentonado del pensamiento autoritario en términos de reacción. Respuesta rabiosa que tiene su anclaje en la herida del sujeto blanco masculino heterosexual ante su descentramiento como sujeto universal. Según esto, la sensación de amenaza ante el peligro de la pérdida de sus privilegios sobreviene en furia conservadora e impulso antidemocrático.
Contraofensiva puede ser el significante que dé cuenta de la dinámica de esta reacción de violencia autoritaria, que pretende reintroducir un orden capitalista, frente a la posibilidad de la desestabilización por el desborde por abajo. En un sentido, está la violencia desplegada tan descaradamente es el reflejo la crisis descomunal que atraviesa al patriarcado y al capitalismo en sí.
El embate de este impulso neoconservador y autoritario apuesta así al discurso violento, discriminatorio y desafiante como un antídoto dirigido a desmovilizar la protesta social que evidentemente presenta un ascenso a nivel mundial. El ataque contra todo lo social y comunitario, entendido como el espacio donde crecen y materializan las demandas de justicia social, es otro de los puntos que explican la característica de la crisis de los poderosos.
Para los esquemas de pensamiento autoritario, la confluencia de las luchas feministas y LGTBI, ambientales, de pueblos originarios, de las y los trabajadores y sectores populares en general son en conjunto una grave amenaza subversiva, ante la cual las expresiones de la derecha reaccionan desplegando una contraofensiva que abarca de manera simultánea a diferentes niveles como la teoría económica ultraliberal, la moral occidental, la narrativa histórica y la retórica misógina.