Con más 96 millones de contagiados y dos millones de muertos es claro que la pandemia está lejos de estar controlada. América es el continente con mayor número de enfermos y víctimas fatales. Argentina se acerca a los dos millones de casos y más de 46 mil muertos. Mientras los testeos siguen siendo insuficientes para precisar si vamos a una segunda ola o seguimos amesetados ni cuándo vendrá el pico, la vacunación que ya empezó y otras medidas debieran intensificarse para contener los rebrotes.
En el mundo ya se superaron los 96 millones de contagiados y los dos millones de muertos. América es el continente más afectado, dado que incluye a dos de los tres primeros países con mayor número de casos: Estados Unidos y Brasil. En Europa, Gran Bretaña es el país con mayor mortalidad y los especialistas sanitarios debaten si van todos a una tercera ola, como se estaría confirmando en España, y qué rol epidemiológico jugaría la aparición de nuevas cepas. África, el segundo continente más poblado del mundo, es una bomba de tiempo. Por diversas razones que se debaten con poca claridad todavía no estalló, pero un solo país, Sudáfrica, ya superó los 37 mil muertos y encendió las luces de alarma en la OMS.
Y si bien la letalidad, o sea la cantidad de muertos en relación a las personas contagiadas detectadas, ha bajado en el mundo y en nuestro país, esto no se debe a que se haya encontrado un medicamento que pueda curar la enfermedad, sino que es producto de múltiples factores, como la mayor experiencia de los equipos de salud para tratar los casos moderados a severos y la menor tasa de contagios entre pacientes mayores de 60 años y con factores de riesgo con respecto a la primera ola.
Pero todos estos factores son relativos y hasta podríamos decir inestables, ya que una nueva saturación de los servicios de salud -como se teme en Europa por una tercera oleada o en África- podría volver a aumentar la letalidad. También el relajamiento de las medidas de distanciamiento y cuidados básicos podría volver a contagiar a los adultos mayores y pacientes en riesgo, tal como está pasando en Irlanda, país donde la tercera ola parece incontrolable producto del relajamiento total de las medidas de control con apertura indiscriminada de aeropuertos, bares y otras actividades no esenciales.
El necesario rol de las vacunas
Ante este panorama, las vacunas y la vacunación masiva de toda la población mundial aparecen como la única vía para poder contener el avance de la pandemia. Hasta que esto no se haya logrado los avances en la contención de la pandemia siempre serán precarios y el mundo cabalgará entre segundas, terceras y quién sabe cuántas olas más, mientras la aparición de nuevas cepas de coronavirus traerá nuevos interrogantes en cuanto a contagiosidad e inclusive sobre la eficacia de las vacunas actuales, lo que hasta ahora no parece haber sucedido.
Por eso todos los esfuerzos económicos deben ponerse en lograr una producción masiva de vacunas, la mayor parte de las cuales ha demostrado efectividad, y en lograr la vacunación efectiva de la inmensa mayoría de la población. Esto no es lo que está sucediendo, por varios motivos. Entre ellos están los intereses económicos de las corporaciones farmacéuticas, la capacidad de compra de vacunas según se trate de países pobres o ricos y la propia producción que aún no alcanza los niveles necesarios. El ejemplo de Israel, que después de la segunda ola se dispuso a vacunar masivamente logrando bajar casi a cero el número de nuevos casos, es ilustrativo y debe ser considerado. Pero Israel está vacunando a una tasa del 20% de su población, con cerca de 82 mil dosis diarias. Detrás le sigue EE.UU. con un 2%, al igual que Gran Bretaña. El resto de los países, o sea la inmensa mayoría, está muy lejos de esos niveles.
La situación en Argentina
El caso argentino, como ya hemos alertado otras veces, es muy complejo. En primer lugar, porque los efectos sanitarios beneficiosos de la primera fase de cuarentena estricta y bastante precoz se fueron perdiendo en la medida en que el doble discurso presidencial anunciaba la continuidad del aislamiento pero les cedía a las presiones de los capitalistas que exigían la apertura económica: se facilitó la circulación viral y el aumento de casos se hizo crítico en los meses de invierno y primavera.
Luego, sin haber bajado los casos de manera contundente y significativa como había pasado en Europa, sino estando en niveles de una meseta alta, se permitió una mayor apertura y circulación interprovincial para de nuevo preservar las ganancias de los empresarios privados ligados a la gastronomía y el turismo en general. Esto trajo aparejado que en diciembre, sobre todo en CABA y Buenos Aires, los casos aumentaran significativamente, abriendo la posibilidad de una segunda ola (atípica si se quiere, ya que nunca se logró yugular la primera). Se reunieron gobernantes y ministros y hablaron de endurecer las medidas de aislamiento sin demasiada convicción y mucho menos eficacia. Hoy la situación de contagios sigue siendo preocupante aun en medio del verano, porque los casos por semana superan los 10.000 y el gobierno se conforma con decir que «no hay nuevos picos».
Pero todo esto es muy relativo, ya que Argentina sigue siendo uno de los países que menos testea y es sabido por todos que al testear menos, una de las consecuencias lógicas e inmediatas es que se registran menos casos. También parece estar pasando lo mismo que aconteció en Europa: al liberar la circulación los primeros afectados son los más jóvenes, mientras que los mayores de 60 años observan mayores cuidados de aislamiento y su tasa de contagio bajó significativamente, siendo entre la mitad y el 20% de la de los jóvenes.
Esto ocurre sobre todo porque la apertura de actividades dispuesta por el gobierno, al permitir los viajes interprovinciales y aumentar la circulación en el transporte público -trenes, ómnibus, subtes- a pedido de las patronales, a los primeros que afecta es a los más jóvenes, quienes ya es sabido tienen mayor tasa de enfermedad leve o asintomática. Si a esto le sumamos el ya mencionado deficitario sistema de testeo, es lógico entender las dudas de los sanitaristas e infectólogos que se preguntan si realmente estamos «amesetados» o estamos yendo a un segundo pico de fecha incierta por carencia de datos.
¿Se puede lograr la inmunización colectiva?
En este marco complejo se ubica la vacunación en la Argentina. El gobierno nacional viene anunciando desde fines del año pasado lo exitoso de la compra de vacunas a Rusia, también a Pfizer y el convenio con la Oxford. Sin dudas tiene más de relato y oportunismo político que de efectividad. Ya que en el ranking de países que hoy más vacunan el nuestro se ubica en el Nº18, con apenas el 0,24% de gente vacunada; es decir, 100 veces menos que Israel y 10 veces menos que Gran Bretaña y otros países de Europa. Esto se debe a múltiples causas, la mayoría responsabilidad del gobierno, por el pésimo manejo que hizo de la información sobre la vacuna rusa Sputnik V, permitiendo el aprovechamiento político de la derecha, que arrojó dudas sobre la misma para llevar agua hacia su molino. Pero también porque se compró poca vacuna y llega a cuentagotas. Países como Chile y Canadá, por nombrar dos, ya tienen comprada y asegurada la provisión de millones de dosis para vacunar varias veces a su población. No es el caso de Argentina, en donde la única que disponemos efectivamente es la Sputnik V, mientras las vacunas de Pfizer y la de Oxford siguen en promesas.
La única oportunidad que tenemos para controlar la pandemia en nuestro país y el mundo es vacunar masivamente a más del 70% de la población para así lograr una verdadera inmunidad de rebaño que garantice bajar drásticamente la circulación viral, y luego seguir vacunando durante años. Esto se debe hacer con las vacunas Sputnik, la de Pfizer, Oxford o las de origen chino, todas. Lo importante es que el gobierno garantice los recursos económicos y la logística de vacunación para lograrlo. Junto a esto se necesita otra serie de medidas urgentes, como testeos masivos, con aislamiento selectivo y focalizado en base a los mismos, y evitar el transporte y circulación de no esenciales hasta tanto la vacunación surja efectos comprobados. Por cierto, junto a las medidas sanitarias hace falta disponer un abanico de medidas económico-sociales de emergencia porque la crisis capitalista también se cobra vidas y salud.