El anuncio del traspaso de Naomi Girma al Chelsea FC por una cifra récord de 1,12 millones de dólares pone nuevamente al fútbol femenino en el centro de la escena. Este pase, el más caro de la historia, no solo es un hito para la disciplina, sino que también expone las contradicciones y desigualdades que persisten en el mundo del deporte, enmarcadas en las lógicas del capitalismo a nivel mundial.
Mientras Girma, defensora estrella del San Diego Wave FC y figura de la Selección de Estados Unidos, da un salto en su carrera profesional y en su salario, millones de jugadoras en todo el mundo siguen luchando por condiciones mínimas. Este fichaje deja en claro que el fútbol femenino está avanzando, pero también evidencia las profundas desigualdades económicas y estructurales que atraviesan la disciplina: un puñado de estrellas logra reconocimiento y contratos millonarios, mientras la base se sostiene en la precarización y el olvido.
Un hito con dos caras, un avance a cuentagotas.
Es innegable que el fichaje de Girma representa un paso simbólico en la valorización del fútbol femenino. En un deporte históricamente relegado, un pase de siete cifras refleja que las jugadoras pueden tener un lugar en el mercado global, y que su talento tiene un valor monetario comparable al de otros deportes profesionalizados.
Sin embargo, este hito tiene otra cara. Mientras las élites del fútbol femenino comienzan a insertarse en un mercado internacional con sueldos altos y cifras récord, la mayoría de las jugadoras se encuentran lejos de estas realidades. En gran parte del mundo, el fútbol femenino sigue operando bajo lógicas profundamente desiguales: clubes que no invierten, federaciones que priorizan el fútbol masculino y una infraestructura que carece de recursos básicos.
El caso de Girma muestra las desigualdades que el capitalismo también reproduce en el deporte. Si bien es alentador que algunas futbolistas accedan a mejores contratos, estas cifras no son una solución para el desarrollo colectivo de la disciplina. Por el contrario, podrían acentuar la brecha entre las pocas jugadoras privilegiadas y el resto, perpetuando la falta de oportunidades para la mayoría.
En términos de ingresos y presupuesto, el fútbol femenino opera con márgenes minúsculos en comparación con su contraparte masculina. Los derechos televisivos, los contratos de patrocinio y las audiencias en vivo son sustancialmente menores. Incluso en potencias futbolísticas como Inglaterra, Estados Unidos o España, donde las ligas femeninas han experimentado un crecimiento sostenido, los salarios y las condiciones laborales están lejos de equipararse a los estándares masculinos.
Además, la inversión sigue siendo desproporcionada. Mientras los clubes de la Premier League gastan millones en fichajes cada temporada, el traspaso de Girma apenas representa el costo de un jugador promedio en el fútbol masculino. Este hecho pone de manifiesto las barreras que aún enfrenta el desarrollo del fútbol femenino como disciplina.
Las desigualdades del fútbol femenino en Argentina
El panorama en Argentina es un claro ejemplo de cómo estas desigualdades impactan a nivel local. Aunque el fútbol femenino es profesional desde 2019, el camino hacia la igualdad está lleno de obstáculos. En los últimos meses, las noticias en torno al deporte han estado marcadas por retrocesos en lugar de avances.
El caso más reciente es la decisión de UAI Urquiza, uno de los clubes más exitosos de la disciplina, de descender voluntariamente a la Primera B por problemas económicos. Esta decisión, justificada como una medida para “optimizar recursos”, expone la falta de apoyo estructural para los equipos, incluso aquellos con una historia de logros. Mientras clubes y jugadoras luchan por sostener la actividad, el desarrollo de la disciplina sigue dependiendo de esfuerzos individuales o de iniciativas puntuales que no garantizan un crecimiento a largo plazo.
Además, la inversión en infraestructura, salarios y difusión sigue siendo mínima. La AFA y los clubes, lejos de equiparar las condiciones del fútbol femenino con las del masculino, continúa postergando políticas concretas para impulsar la disciplina. Sin un compromiso real por parte de las instituciones, el fútbol femenino en Argentina queda relegado a la precariedad.
¿Qué necesitamos para avanzar?
El traspaso de Naomi Girma debe ser un punto de reflexión: ¿cómo logramos que estos avances individuales se traduzcan en un desarrollo colectivo para el fútbol femenino?
La respuesta no está en depender exclusivamente de los incentivos privados, sino en construir un sistema que garantice la igualdad desde la base. Esto implica:
Aportes estatales: Es fundamental que el Estado garantice la inversión en infraestructura, salarios y recursos para el desarrollo del fútbol femenino.
Compromiso de las federaciones: La AFA junto a los clubes deben equiparar las condiciones entre el fútbol masculino y femenino; asegurando que las jugadoras tengan acceso a los mismos derechos y oportunidades. Invertir en todo el proceso formativo de las jugadoras desde la temprana edad, difundir mucho más el fútbol femenino, alentar que se vaya a la cancha, facilitar con precios accesibles, permitir que los equipos de jugadoras puedan utilizar los estadios de cada club.
Defensa de los clubes: Los clubes deben ser fortalecidos para sostener y profesionalizar sus planteles femeninos, asegurando contratos dignos y condiciones laborales justas.
Celebrar el pase de Girma como un hito es legítimo, pero no podemos perder de vista que el verdadero desafío es construir un fútbol femenino que sea accesible y equitativo para todas las jugadoras, no solo para unas pocas privilegiadas. La solución no llegará de la mano del mercado, sino de políticas públicas y colectivas que apuesten por la igualdad en el deporte.