jueves, 19 diciembre 2024 - 01:00

Panorama político. Entre el palacio y la calle

La coyuntura argentina atraviesa días de definiciones. El plan de guerra reaccionario del gobierno de Milei está a prueba. Expresa la estrategia talibán de resetear la matriz de la economía capitalista y las reglas del sistema político en un sentido antiobrero y autoritario. Un horizonte de estabilización que requiere un cambio global en las relaciones de fuerza sociales. Lo trascendente de las próximas semanas va a ser la política al margen del ajedrez del cabildeo parlamentario: todo se define en el ring de boxeo de las calles. El paro nacional como punto de quiebre hacia un nuevo momento del país.

El de Milei posiblemente sea el 4° o 5° intento histórico de una reestructuración capitalista a fondo del país. Con Onganía, arrancaron los intentos en la década del 60. Los «azos» (de Córdoba, Rosario y Tucumán) de finales de esa década enterraron el proyecto de ese general con ínfulas prusianas. Después, fue la dictadura genocida que avanzó una parte importante con el mecanismo neocolonial de la deuda eterna y un industricidio de proporciones. Pero el desenlace del experimento tuvo un altísimo costo para la burguesía: las fuerzas armadas tuvieron que huir del gobierno corridas por la movilización popular. Así, los golpes militares como recurso de «desempate» de equilibrios inestables en la lucha de clases quedaron inhabilitados. Después el menemismo, terapia de shock hiperinflacionaria mediante, desmanteló casi todo el patrimonio estatal y reforzó el estrangulamiento del FMI. Esa aventura cortoplacista de capitalismo de timba terminó en el 2001 con una rebelión social que hundió al bipartidismo tradicional. Macri fue el 4° intento, también fracasado. Aunque contó con el sindicalismo burocrático y el peronismo como dadores voluntarios de gobernabilidad, tampoco pudo. Si terminó su mandato fue porque operó la ambulancia del PJ que contuvo el estado de malestar y logró desviarlo por el canal de las elecciones. La originalidad de Milei consiste en que se propone hacer sin golpe militar (porque no puede), sin hegemonía en el control de la botonera parlamentaria (porque no la tiene), sin sostén sindical, ni fuerza orgánica callejera, lo que todos los otros intentos capitalistas fracasaron contando con esos recursos de los que carece la banda talibán libertaria. De movida, ya podemos arriesgar un primer pronóstico: ni el DNU ni la Ley Ómnibus pasan el filtro de la rosca parlamentaria tal como fueron presentados. Y todavía falta la prueba de fuego del paro nacional del 24 de enero y la movilización multitudinaria (seguramente) de ese día.

El palacio que mira la calle

La narrativa del poder tratando de construir un sentido común mayoritario, instrumental a sus intereses de clase, es una maniobra que tiene la misma edad que Maquiavelo. Lo que quiero decir, en definitiva, es que Milei y su entorno bravuconean que se juegan a todo o nada, pero en la vida real del cabildeo parlamentario, el DNU está en el freezer de la Justicia, y la Ley Ómnibus (LO) puede pasar al recinto y aprobarse si se reescribe en muchos de sus términos. Si el gobierno nacional se cree su propio relato fake o no, ya es materia de otro análisis. Lo concreto es que el oficialismo tomó la decisión de barajar y dar de nuevo con el objetivo de mínima de lograr la aprobación del corazón «fiscal» de la LO, a saber, el ajuste estructural en el gasto del Estado como centro: con despidos, desmantelamiento de ministerios, programas sociales, derechos de largo aliento y privatizaciones. ¿El propósito? Por un lado, liberar recursos para pagar deuda externa y por otro, habilitar nichos de negocios capitalistas privados. Pero el nuevo gobierno no expresa al conjunto de los capitalistas, sino a su fracción más poderosa, monopólica y parasitaria: el complejo agro-minero exportador, las corporaciones y los bancos. De allí, que aparecieron los roces con la casta que necesita de aliada imprescindible: detrás de las llamadas «economías regionales» que reaccionaron ante la imposición o suba de retenciones hay capitalistas locales y provinciales, expresados en el Congreso por senadores y diputados, incluso de los bloques colaboracionistas de La Libertad Avanza. En el despacho del presidente de la Cámara de Diputados, la mesa «política» del oficialismo con el PRO, la UCR y el variopinto bloque que encabeza Pichetto se discuten intereses inter-capitalistas. No de la clase trabajadora, los sectores medios y el pueblo pobre. Por lo tanto, más allá del vértigo del espectáculo mediático concentrado en ese toma y daca de rumores y secretismo, los intereses sociales de la mayoría que vive de su salario se definen en el ring de boxeo de la lucha de clases. Lo saben gobierno y colaboradores. Por eso, trabajan contra-reloj para intentar sesionar en diputados, como mínimo, antes del paro del 24. Saben que la calle asediando el palacio puede depararles sorpresas.

Hacia un punto de quiebre

Massa lo calificó de «apresurado». Cristina sintonizó diciendo que había que «esperar». Después del discurso de asunción de Milei, ya con coordenadas muy claras de hacia dónde se proponía apuntar, la CGT planteó «cuidar la gobernabilidad y dialogar». Después, ya anunciado el DNU se filtró una declaración de Pablo Moyano, el ala «dura» de la central obrera, en la que anticipaba que «en enero y febrero» los trabajadores estaban de vacaciones. ¿Y entonces? ¿Cómo se explica la convocatoria a un paro con movilización?

Evidentemente se combinaron varios factores:

  • Lógicamente, la ofensiva sostenida por el gobierrno, sin margen de negociación para la burocracia sindical, los acorraló.
  • Pero más todavía, pesaron los factores de la calle: la acción multisectorial convocada por la izquierda el 20 de diciembre, que desafió el Protocolo de Bullrich y llegó a Plaza de Mayo. La determinación de esa acción política, abrió una ventana de confianza en otros sectores sociales que se expresaron un potente cacerolazo durante la noche de ese mismo día e inauguraron el proceso de las asambleas barriales, que se contabilizan por más de cien ya a estas alturas en CABA, Conurbano y el interior de la provincia de Buenos Aires.
  • Un elemento más: para ganar tiempo y descomprimir, la CGT eligió el camino de la judicialización como respuesta al ataque del gobierno nacional. Para eso convocó el 27 de diciembre una concentración más bien formal y limitada a los llamados «cuerpos orgánicos» (comisiones directivas y delegados). Pero una parte de las bases obreras desobedeció y sin paro, se movilizó a Tribunales y agitó la consigna de «paro general» reiteradas veces.

La CGT, su conducción burocrática, tomó la decisión que menos quería: paro con movilización el 24 de enero. Claro que sí, con el objetivo doble de «presionar» para negociar «retoques» a la LO y descomprimir un estado de ánimo recalentado en la base del movimiento obrero golpeado por la inflación, la caída de ingresos y la amenaza de más penurias.

Hasta tirarlos: el DNU, la Ley Ómnibus y el protocolo

Al 24 se llega con un clima de alta tensión en proceso de ascenso. El malhumor social se extiende. Los sectores que votaron a Milei no por convicción ideológica, sino por decepción y enojo con el gobierno peronista anterior, están procesando una dura experiencia en carne propia: el ajuste les está llegando violentamente y vienen nuevos capítulos en febrero-marzo: tarifazos, coletazos en precios del aumento de las naftas, y el salto en la canasta de escolaridad. El gobierno, que mantiene un apoyo social importante, entró en dinámica de sangría gradual de adhesiones. Es cierto que no hay acciones de protesta de desborde generalizado en el movimiento obrero. El paro va a concentrar esa energía contenida. Pero hay, aunque todavía localizadas e incipientes, luchas en desarrollo y otras en curso:

  • El reclamo del colectivo cultural, encabezado por Unidxs por la Cultura, de alcance nacional y con una vitalidad potente, que no controla ninguna burocracia.
  • El proceso de las asambleas barriales, todavía embrionaria, pero en desarrollo sobre todo en el AMBA y el interior de la provincia de Buenos Aires.
  • La lucha contra los despidos en el Estado, que tiene la traba de la conducción de UPCN que directamente paraliza cualquier protesta y de la propia ATE que fragmenta, divide personal de planta de contratado y siembra escepticismo con acciones testimoniales. Sin embargo, hay un activo ahí y el desafío es robustecer un polo con la convergencia de las agrupaciones, delegados/as y activistas combativos del sector, en la Multicolor, empezando por CABA.

Y claramente, la batalla que se viene: la lucha salarial contra el ajuste inflacionario brutal.

Esa paleta de protestas, más allá de sus desigualdades, como así también los masivos contingentes del movimiento obrero que intervengan en el paro y movilización del 24, si es contundente y multitudinario, va a tonificar a todos esos sectores y presionar sobre las conducciones sindicales para darle continuidad al plan de lucha. La tarea prioritaria de la izquierda, el sindicalismo combativo, las asambleas barriales, el colectivo de resistencia cultural y los movimientos sociales es cohesionar la unidad multisectorial e independiente, que intervendrá en el paro del 24 con columna propia; pero que tiene como desafío encarar la próxima etapa de la lucha en curso más ofensivamente que nunca. Hay fuerza social para ganar.

El día después de mañana: que la resistencia en las calles tenga expresión política

En paralelo a la tarea de organizar desde abajo en cada sindicato, proceso de lucha o sector donde nos toque activar la participación en la coyuntura de la medida de fuerza convocada, hay que concentrar energía también en una necesidad dialécticamente conectada. Evidentemente, Milei expresó a derecha y con todas las distorsiones del caso, una aguda crisis de representación política de los partidos tradicionales, y especialmente del peronismo como referencia de la clase obrera y los sectores populares. Por eso no se pueden soslayar todas las «tesis» indiscutiblemente fracasadas que se fueron probando en los últimos años:

  • La idea de administrar el capitalismo con sentido progresista y social, para redistribuir. Se demostró que, al cambiar el viento de la economía mundial, una matriz extranjerizada y dependiente como la de la economía argentina no tiene margen para hacer ninguna concesión salvo que se toquen los intereses capitalistas de pooles, corporaciones, bancos y cortar con el saqueo del FMI. Y eso no se logra en ninguna mesa de negociación ni con coexistencias pacíficas con el gran capital: es poniendo en tensión y movimiento la fuerza orgánica de la clase obrera y el pueblo para respaldar cambios de reglas sistémicas.
  • También fracasó la tesis de administrar el ajuste como gestores «de centro» o «moderados» del capital, ganándose su confiabilidad. Arrancó en el segundo gobierno de CFK, era el intento frente a Macri con Scioli y fue el naufragio de Alberto-Cristina y Massa. La resultante fue una transferencia continua de riqueza hacia los núcleos del gran empresariado y la degradación del nivel de vida de amplísimas capas sociales. Desmoralización, escepticismo y enojo despolitizado que capitalizó el delirio libertario.

Una más: en la última elección, el espacio encabezado por Juan Grabois desplegó un discurso crítico de Alberto y su gestión, de Massa y su perfil, del FMI, de los sectores concentrados de la economía, pero con la concepción de dar la pelea por adentro del peronismo para regenerarlo, reconvertirlo y encauzarlo hacia una salida que, ahora sí, priorice a los «de abajo» en los marcos de un capitalismo con rostro humano (por enésima vez). Esa tesis, que no es ni nueva ni original, prepara las condiciones de una nueva frustración.

Los capitalistas, con Milei, actúan en función de una conclusión que asimilaron: para normalizar el capitalismo en un sentido favorable a ampliar los márgenes de rentabilidad empresarial, no hay medias tintas posibles. Hay que reestructurar la economía, suprimiendo derechos laborales y sociales, para abaratar costo patronal y ampliar los márgenes de ganancia. Y además imponer orden autoritario para liquidar la protesta, para lo cual se requiere alterar las relaciones de fuerza derrotando la resistencia obrera-popular.

Llegó el momento de que en el campo de las y los que resistimos el plan de guerra capitalista encabezado por Milei saquemos a favor de nuestros propios intereses de clase la misma conclusión que la minoría que gobierna: no van más las medias tintas. Hace falta un cambio estructural para reorganizar sobre nuevas bases la economía, las relaciones sociales y el sistema político. Con sentido anticapitalista y sí, socialista con una democracia verdaderamente desde abajo.

Esa es nuestra moraleja política como aporte al período (intenso y apasionante) del día después de mañana, pasado el paro del próximo 24 de enero. No perdamos un segundo más.

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