Desde ya, la urgencia es detener el genocidio sionista en Gaza y más allá. Pero una de las grandes preguntas que ronda en millones de cabezas en todo el mundo es cómo resolver el conflicto de manera justa y definitiva. La fuerza bruta de los hechos desecha la variante servil de “un Israel con derechos para los palestinos”, como planteaban algunos sectores de la OLP que dirige la Autoridad Palestina. Pero como eso no va, ¿pueden convivir dos Estados, como insisten la ONU, muchos gobiernos y corrientes políticas? ¿O es posible lograr una Palestina libre y democrática, a secas? ¿O sólo será realmente libre si es socialista? ¿Y en qué contexto de Medio Oriente? Abordamos aquí esos debates estratégicos, que son de interés en general y más aún para las y los revolucionarios.
Hasta antes del actual conflicto, dirigentes y funcionarios de Al Fatah, el partido que lidera la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y a su vez la Autoridad Nacional Palestina -que gobierna en Cisjordania-, ya habían retrocedido hasta de la tramposa postura de la ONU de “dos Estados”. No sólo renunciaron al derecho humano de autodeterminación de su propio pueblo, sino que aceptan al Estado sionista y su expansión sobre la totalidad del cada vez más menguado territorio palestino.
Mahmoud Abbas es el presidente de la OLP y de Cisjordania desde las elecciones de 2005, que fueron las últimas ya que desde entonces las postergó por temor a perder. Acusado de corrupción, su policía colabora con las fuerzas israelíes para perseguir al activismo palestino y frenar la lucha popular. De hecho, la única súplica de Al Fatah a Israel es no ser ciudadanos de segunda…
Es la orientación, ahora indefendible en forma abierta dado el genocidio sionista, de una burocracia política adaptada a la dominación del Estado opresor. Es igual o peor que los gobiernos burgueses árabes que reconocen y pactan con Israel en contra de los palestinos y las masas del mundo árabe. Esta capitulación de la conducción de Abbas y Fatah es claramente funcional al ultraderechista presidente israelí Netanyahu, que en una sesión de la ONU el mes pasado mostró su mapa del “nuevo Medio Oriente”… ¡con Israel expandido y ni un solo centímetro cuadrado palestino!
El expan-sionismo y el verso de los “dos Estados”
Terminada la Segunda Guerra Mundial cambió la hegemonía imperialista: EE.UU. desplazó a Gran Bretaña. Para evitar que los judíos víctimas del horror nazi giraran a la izquierda y, sobre todo, para implantar un enclave colonial aliado en el estratégico Medio Oriente, EE.UU. alentó al movimiento político sionista a ocupar Palestina, entonces protectorado británico. Así, en 1947 las Naciones Unidas, con apoyo de todas las potencias incluida la URSS stalinista, propusieron partir Palestina en dos Estados y con Jerusalén bajo tutela internacional1. Pero…
Cuando se fundó en 1948, el Estado de Israel arrasó cientos de aldeas palestinas, asesinó a miles, expulsó a cientos de miles y robó sus tierras, incluso un 20% más allá de la partición. Además de este genocidio, la Nakba para los árabes, nunca aceptó el retorno de los refugiados palestinos.
En 1967, tras la guerra de los Seis Días contra varios países árabes, Israel ocupó Gaza y Cisjordania, el Sinaí egipcio, el Golán sirio y toda la Jerusalén “neutral”. Por ejemplo, el político sionista Meron Benvenisti declaró: “Conquistamos, ¿y qué? ¿Por qué debiéramos sentimos culpables por haber ganado?” Por estos hechos, la Corte Internacional de La Haya, la Asamblea General de la ONU y su Consejo de Seguridad consideran a Israel una potencia ocupante.
Desde entonces Cisjordania sigue bajo ocupación militar. Israel la fue rodeando por una barrera de muros, vallas y alambradas e instalando 175 puestos de control y colonos sionistas en más de 250 asentamientos que fragmentan todo el territorio y violentan a diario a la población palestina. La barrera fue condenada por la Corte de La Haya. Según los tratados internacionales, los asentamientos en territorios ocupados son crímenes de guerra. Y en 2017 hasta la propia Corte Suprema israelí anuló la ley que pretendía legalizarlos.
En 1973, tras la guerra de Yom Kipur, Israel devolvió el Sinaí a Egipto. A cambio, éste fue el primer país árabe en reconocer al Estado sionista, todo mediado por EE.UU. en los acuerdos de Camp David en 1978.
En 1978 Israel invade el sur del Líbano, en donde viven muchos refugiados del éxodo palestino. Lo repitió en 1982 y en 2000, luego devolvió una parte de las zonas ocupadas, reteniendo algunas todavía hoy2.
En 1980 Israel anexó a su territorio Jerusalén Este y en 1981 casi todo el Golán, violando las resoluciones Nº 478 y 497 de la ONU que exigen su nulidad. En Jerusalén Este, Israel instaló hasta hoy 230.000 colonos y en el Golán 20.000. Si en 1999 había en total 130.000 colonos judíos en territorio palestino ocupado, hoy son más de 700.000.
En 2018 Israel empeoró una de sus llamadas leyes básicas, con función constitucional: se autodefinió Estado nacional del pueblo judío, impuso el hebreo como único idioma oficial -antes lo era también el árabe-, reconoció derecho a la autodeterminación sólo a los judíos, le otorgó interés nacional a los asentamientos sionistas en zonas palestinas, y designó capital a Jerusalén entera, violando el status de la ONU de que sea compartida con Palestina. Como ejemplo de esa discriminación en todo tiempo y lugar, si un niño palestino le tira una piedra a un colono o un policía judío lo juzga un tribunal militar, pero si un niño judío agrede de igual modo a un palestino lo juzga un tribunal civil.
En suma, por ser un Estado teocrático, llámese la tierra prometida para el pueblo elegido o la patria de los judíos; por fundarse en base al robo y expulsión de la población originaria: por aplicar desde hace 75 años una política de apartheid o limpieza étnica, o sea supremacismo sionista y racismo antipalestino; y por ejercer un colonialismo y expansionismo sin límites como lo constata la mera evolución del mapa, por su propia naturaleza Israel no va a parar, si no es derrotado, hasta no culminar su genocidio y borrar a Palestina de la faz de la tierra. La política de “dos Estados” es una mentira y un fracaso estrepitoso que ya lleva 75 años.
Si a esto le sumamos su rol de gendarme regional pronorteamericano, es evidente que no hay ni habrá convivencia pacífica posible entre dos vecinos si uno es el opresor y el otro el oprimido. Y decimos vecinos porque a esta altura ya resulta infantil hablar de “dos Estados”: Israel tiene un poderío militar de los mayores del mundo y en cambio Palestina está partida en dos, año tras año más reducida, empobrecida y ahora encima con esa cárcel a cielo abierto llamada Gaza bloqueada, bombardeada y masacrada sin piedad.
La gran traición de la OLP y sus consecuencias
Nacida en 1964, la Organización para la Liberacion de Palestina agrupó a varios movimientos políticos nacionalistas y de izquierda, el principal Al Fatah, y contaba con una milicia. Su bandera era la lucha por la destrucción del Estado de Israel, el retorno de los refugiados y la creación de una Palestina laica y democrática desde el río Jordán al mar Mediterráneo. Así ganó peso como la dirección reconocida y hegemónica del movimiento palestino. Por casi una década mantuvo esa consigna progresiva, que nuestra corriente ha respaldado.
Pero a partir de 1973, cuando Egipto, sostén político y material de la OLP, reconoció a Israel, esa conducción que lideraba Yasser Arafat se fue adaptando a rebajar su programa, aceptar a Israel y proponer como salida “dos Estados”. Por eso no es casual que en 1974 la Liga Árabe reconoció a la OLP como la “única representante legítima del pueblo palestino” y la ONU la integró como miembro observador.
Este giro cualitativo en la línea de la OLP hacia el Estado sionista fue acompañado de un mayor control y freno burocrático hacia las luchas del pueblo palestino, lo que le causó un creciente desgaste. A fines de 1987 estalló la primera Intifada (alzamiento, en árabe). Ante los asesinatos de palestinos a manos de patrullas sionistas, cientos de jóvenes en Gaza y luego en Cisjordania salieron a tirarles piedras, que eran respondidas por balas. Esa rebelión juvenil espontánea se fue masificando, desbordó al aparato de Fatah y, con vaivenes, duró más de cinco años e impactó al mundo. En ese proceso de lucha, que a la vez radicalizó sus métodos, en paralelo al declive político de la OLP se fue fortaleciendo Hamas: una organización yihadista armada que mantiene como estrategia poner fin al Estado de Israel, la bandera fundacional que había abandonado definitivamente la conducción de Arafat.
La continuidad de la Intifada empujó a la OLP e Israel a negociar una “salida de paz”. Eso sí: siempre bajo la tutela del imperialismo norteamericano, tal como lo había hecho Egipto en Camp David 15 años atrás. Así, en setiembre de 1993, Bill Clinton, Arafat y el primer ministro israelí Isaac Rabin pactaron los acuerdos de Oslo. En esencia, la OLP reconocía al Estado sionista y éste aceptaba cierta transición hacia un “gobierno autónomo provisional” palestino en Gaza y Cisjordania. Satisfecho todo el imperialismo, Arafat, Rabin y el ex primer ministro israelí Shimon Peres recibieron el Nobel de la Paz… Esa traición histórica de la OLP con la causa palestina, más la posterior violación israelí de los precarios acuerdos de Oslo, no frenaron la lucha palestina y le dieron más aliento a Hamas.
Ese grupo yihadista surgió a inicios de los ’80 en Gaza, primero como una rama palestina de los Hermanos Musulmanes de Egipto. Lo que ahora el sionismo, sus cómplices políticos y chupamedias mediáticos ocultan es que Israel mismo financió durante más de una una década a Hamas a fin de utilizarlo contra la OLP. Todos esos cínicos califican a Hamas de terrorista pero omiten el terrorismo de Estado de Israel, que alimentó ayer a su enemigo de hoy, al igual que EE.UU. bancó con dinero y armas a los talibanes para contrarrestar la injerencia rusa en Afganistán. El general israelí Yitzhak Segev, exgobernador de Gaza, así lo reconoció en un reportaje de The New York Times en 1981: “El gobierno de Israel me daba un presupuesto y yo se lo hacía llegar a las mezquitas”, en las que Hamas organizaba a sus militantes e incluso combatientes. Y Avner Cohen, responsable israelí de asuntos religiosos en Gaza, en una entrevista con The Wall Street Journal admitía: “Hamas, a mi pesar, es una creación de Israel. Fue un error enorme y estúpido”3.
En 2006 Hamas cosechó la bronca popular con la OLP y los acuerdos de Oslo, ganó las elecciones legislativas con el 44% de los votos, rompió su cogobierno con Abbas y formó un gobierno propio en Gaza. Enseguida Israel bloqueó Gaza. Hubo una segunda Intifada en 2000 por provocaciones sionistas en la mezquita sagrada de Al Aqsa y una terecera en 2017 cuando Trump reconoció a Jerusalén como capital israelí, adonde tiempo después trasladó su embajada. En todos esos años siguó la ofensiva israelí, en especial contra Gaza, con varios operativos militares, enfrentamientos y cientos de muertes palestinas por año, y también continuó la resistencia palestina contra el ocupante.
Qué proyecto para Palestina
Mientras la OLP sostuvo la lucha contra el Estado de Israel y por una Palestina laica y democrática fue correcto respaldar esa pelea y ese objetivo desde el socialismo revolucionario, entendiéndolos en un sentido transicional hacia un Estado obrero y socialista. También lo fue sostenerla cierto tiempo luego de que la OLP renunció a ella, ya que estaba muy arraigada en grandes sectores de las masas palestinas. Pero con el correr de los años ese panorama ha variado sustancialmente y nuestra política y programa no pueden ser un dogma inamovible sino reflejar esos cambios.
La OLP terminó capitulando, acepta a Israel y retrocede de “dos Estados” a “Israel con derechos para los palestinos”, así ahora lo calle por la coyuntura. Y Hamas mantiene su lucha contra Israel, pero nos separan diferencias irreconciliables de proyecto político. Su objetivo es poner en pie un Estado palestino también teocrático, islámico en este caso, en donde rija la sharia, lo que consideramos profundamente reaccionario. Es más: un sector de la dirección de Hamas inclusive aceptaría las fronteras previas a la guerra de 1967, con la contradicción irresoluble de coexistir con Israel. A la vez, Hamas mantiene un control autoritario sobre la población gazatí y ha reprimido huelgas por salario y protestas contra la corrupción y el clientelismo. Para construir entonces una alternativa de dirección revolucionaria, tarea que por supuesto no es sencilla, habrá disputa política con esos proyectos.
En este contexto local y regional distinto, la lucha consecuente por la liberación nacional palestina incluye de arranque el nexo con las luchas de las masas árabes de la región y tareas antiimperialistas, anticapitalistas y socialistas. No hay etapas separadas entre la liberación nacional contra el opresor y la liberación social, de clase, contra los explotadores. Por caso, un gobierno revolucionario tendrá que desmantelar el Estado sionista de Israel y todo su aparato represivo; recuperar y expropiar predios para garantizar vivienda a toda persona residente o refugiada que retorne; recuperar y expropiar tierras para asegurar que todo campesino pueda cultivar y producir; nacionalizar bajo control social toda empresa y banco imperialista o sionista; planificar en forma democrática toda la economía al servicio y bajo el control del pueblo trabajador. Además, no hay libertad, democracia ni autoorganización obrera y popular bajo el fundamentalismo represivo de los Estados y regímenes teocráticos como lo son Qatar o Irán, cuyos gobiernos manipulan la cuestión palestina según sus intereses circunstanciales de poder mientras a diario reprimen y oprimen a sus propios pueblos.
Una Palestina que recupere todo el territorio previo a 1948, que sea laica, no racista y democrática no se va a lograr en los marcos del capitalismo, sino en ruptura con él y como parte de una revolución socialista local y regional. Allí sí podrá haber auténtica igualdad de derechos y convivencia en paz para el conjunto de sus habitantes, tengan el origen o la creencia religiosa que sea. Esta salida de fondo busca incluir también a todo trabajador, trabajadora y joven israelí no sionista, como los hay entre quienes se movilizan por miles contra Netanyahu, ayer contra su reforma judicial y ahora contra su agresión genocida a Gaza.
A su vez, la cuestión del derecho al retorno de los refugiados a Palestina, hoy repartidos en campamentos en Líbano, Siria y Jordania, ya marca la necesidad esencial de coordinar y unir en un solo torrente las luchas de las masas palestinas y árabes de esos y otros países vecinos. Este proceso implica el enfrentamiento a los gobiernos capitalistas árabes, en general aliados de Israel, EE.UU. u otras potencias imperialistas. Palestina sólo podrá avanzar hacia un cambio emancipador y revolucionario como parte del impulso a la revolución socialista en todo el Medio Oriente, con la estrategia de construir allí una federación libre de repúblicas socialistas. Como lo confirmó la ola de contagio durante la primera y segunda Primavera Árabe, los vasos comunicantes son muchos. Lo que hace falta es una dirección revolucionaria para que esas rebeliones populares no se estanquen y retrocedan, sino que avancen hacia la verdadera y definitiva Primavera Árabe: una Palestina y un Medio Oriente socialistas.
1. Aunque los judíos eran un 25% de la población y tenían el
7% de las tierras, se les asignó media Palestina.
2. En 2006 Israel se enfrentó con Hezbollah, grupo yihadista armado que ganó influencia en los campamentos palestinos.
3. https://diariored.canalred.tv/internacional/hamas-de-aliado-de-israel-a-grupo-terrorista/