Una leyenda de los pueblos comechingones habitantes de los valles de Córdoba cuenta que un elegido con forma de ave traerá la paz y logrará la hermandad entre los pueblos. En ese entonces, la sangre nativa teñía los ríos que se deslizaban entre las sierras y el “hombre blanco” creía ponerle fin a una cultura milenaria.
Sin embargo, varios siglos después, el espíritu tribal brotó como manantial y convirtió al ave en rock. Porque si hablamos de paz y unión entre pueblos, el festival que se vivió este fin de semana fue una bandera. Un estandarte que reunió todos los colores. Sin prejuicios, con respeto a la diversidad, se mostró que el arte une. Y más allá de reconocer que el Cosquín Rock es un evento que ya tiene más de 20 años y se expandió de una manera descomunal no solo en Argentina, sino en otros países de Sudamérica, toda esa vibra y sinergia cósmica tuvo como principal garante al público.
Algunos vinieron del frío del sur, otras del calor del norte. Otros cruzaron fronteras. Flamearon banderas de Argentina, Perú, Uruguay y de los barrios más lejanos. Camisetas de fútbol de equipos de todas partes. Remeras con insignias de bandas clásicas y nuevas. Todo ese universo confluyó en el Aeroclub de Santa María de Punilla sin ningún tipo de problema. Y siempre con música de fondo.
Los seis escenarios que se desparramaron por el predio de 10 hectáreas fueron recorridos por más de 100 mil personas que no solo disfrutaron de las más de 60 presentaciones musicales, sino también de las propuestas lúdicas y gastronómicas que había en el festival. Toda una manifestación ecléctica en medio del paisaje serrano.
Tan diverso como cuantioso, ya que al mismo tiempo, uno debía decidir entre ir a ver a La Vela Puerca, Babasónicos, Lisandro Aristimuño, o ver un poco de cada uno. Lo mismo sucedió con Divididos, Trueno y Catupecu Machu. Y aunque algún artista al que “le gusta estar al lado del camino” se quejaba cuando el viento le arrimaba el sonido de otros escenarios al suyo, no se puede negar que el abanico de protagonistas fue amplio y le dio frescura al espectáculo. Tan es así, que el cierre del domingo fue para el Dj neerlandés Tiësto en el mismo escenario donde habían tocado antes Vesica Piscis de México y Monsieur Periné de Colombia. Una clara demostración de la apertura no solo musical sino cultural del festival.
Otro de los puntos a destacar fue la activa participación de las agrupaciones musicales lideradas por mujeres que actuaron en los diferentes espacios. Desde Feli Colina y Saramalacara en el escenario “Boomerang” hasta Joanna Maddox en La Casita del Blues y la Dj Charlotte de Witte encargada de cerrar el “Montaña” el sábado pasada la medianoche. Las chicas demostraron su multiplicidad en los shows y también que son merecedoras de lugares preponderantes en las grillas de los próximos años.
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También el espacio que se le brindó a los exponentes de la música joven urbana como Trueno, Dillom, Catriel y Paco Amoroso o Sofía Gabanna logró acercar al predio a numerosas familias que gozaron de un intercambio generacional artístico y musical muy difícil de conseguir en otro contexto.
Después algunas bandas ya históricas del Cosquín Rock, como Las Pelotas que cerró el espacio “Norte”; Juanse que contó con una gran variedad de invitados entre ellos León Gieco; y Ciro que sorprendió al público tocando algunas canciones con una orquesta sinfónica de acompañante, le dieron mística a los días.
Por todo esto podemos decir que el Cosquín Rock este año demostró varias cosas. Una de ellas y tal vez la más importante es que 100 mil personas pueden juntarse en un mismo lugar sin ocasionar ningún inconveniente más allá de los gustos personales que tenga cada una. Otra es que para llegar a ese punto de confluencia es necesario un espíritu de respeto y cuidado colectivo. Y por último, que conocer al otro, ya sea por su gusto musical o pensamiento, siempre une. Tal vez, aquel ave con la que soñaban los comechingones se haya colgado una guitarra eléctrica. Que sea rock.
Jorge Sebastián Comadina