¿Qué significa que desde el arte de las letras nos hayan endilgado a los argentinos el sello identitario del gaucho? Qué se intenta mostrar y qué ocultar? ¿Quiénes iniciaron este canon cultural que fue tomado por la política, el periodismo, el cine, y por el mundo para definirnos?
Proveniente del verbo en latín tradere que refiere a transmitir, entregar. De padres a hijos. Heredad. Todas voces con raigambre patriarcal, se diría. También los revolucionarios tenemos nuestra tradición. La de nuestra historia de clase en lucha permanente contra el sistema. Éste hace todos los esfuerzos necesarios para que a lo Matrix olvidemos nuestro origen, pero siempre existen organizaciones a lo Sion que las mantienen vivas en acto, estudio, reflexión y construcción práctica y teórica. Hombres y mujeres, si bien es cierto que en estos años insistimos en hurgar un poco más acerca de nuestras antecesoras revolucionarias. Nada escapa al gobierno del padre, hasta que alguna fuerza se le contraponga, por así decirlo.
Pero el humilde abordaje refiere aquí a ese arquetipo argento del que es difícil escapar. Somos los vagos, vivillos, cancheros, lo atamo con alambre y sale, los chamulleros, chantas. Somos en definitiva los hijos de Fierro, su estirpe y su proyección.
¿Es tan así? ¿No hay algún vacío intencional a lo largo de tantos dimes y diretes en el pabellón nacional?
El 10 de noviembre se conmemora el nacimiento del escritor José Hernández, más conocido como el padre de nuestro poema nacional, el Martín Fierro. Y para darle un contenido institucional este día pasó a ser el día de la Tradición. Todas y todos recordamos los bailes obligados en la escuela. La argentinidad debe mantenerse a fuerza de zapateo y zarandeo. Y así se va construyendo cierta subjetividad entre azarosa, pendenciera, libertina, pícara, sobre todo pícara. Los habitantes marginales de las pampas lo han tenido todo, sin necesidad de esfuerzos, echando mano al ganado que se reproducía sin otro insumo que los pastizales propios de las zonas, el armado con dos o tres elementos de un ranchito, una china para el amor, una pavita de hierro, y los cimarrones. Mate y caballo.
Y qué habrá ocurrido con la clase terrateniente cuando cercó los campos con su ganado salvaje y libre adentro, cuando masacrando al indio extendió las fronteras. Cuando la tierra era el capital más anhelado. Y el patrón de estancias, verdadero lumpen que miraba cómo la naturaleza le hacía el laburo casi sola, a excepción de la explotación del peón y su familia, claro. Ese al que le pagaba con mercaderías de la pulpería entre los que figuraba el alcohol como principal producto. Al Fierro el trago lo hizo asesino. Pobre contra pobre en un episodio que suele reiterarse en la historia. Por un insulto machista, además.
Y cómo fue que esta obra, ciertamente nuclear aunque no la única para nuestras letras, terminó siendo a la vez columna vertebradora de la cultura y el “sentir popular”
Pensar en el debate que el propio Borges inició en los prólogos al MF. Hernández lo escribió para mostrar que el Ministerio de Guerra hacía del gaucho un desertor y un traidor, bien escrito y mal leído. Lugones exaltó al desdichado y propuso el arquetipo. Ahora padecemos las consecuencias, dice Jorge Luis y le contrapone el Facundo, dice que por qué no fue la obra sarmientina la elegida. Sabemos que excelencia de pluma aparte, a Borges no le vamos a pedir un análisis revolucionario de la sociedad, sin embargo él mismo se sintió interpelado por el texto de Hernández. De hecho le dio una vuelta de tuerca a la historia del gaucho.
Pero sigamos con la heredad cultural con la que el poema se instala en las instituciones escolares, por ejemplo. ¿Quién es Fierro? ¿Hernández fue gaucho para saber que experiencias habían tenido en las pampas? Y las voces, ¿qué significan peje, naides, truje así escritas en la obra?
Recordar que en el terreno político como en el cultural, lo binario siempre ganó las apuestas, el corazón y el entendimiento de las masas. Las elites aprovecharon esto, porque diluye la contradicción fundamental: la de las clases sociales. Entonces, si el autor del poema épico adhería al programa federal, en realidad debemos leer que estaba ligado a ciertos grupos de productores contra la hegemonía de los importadores que más bien se enchamigaban con las potencias de las que sacaban un buen rédito, sobre todo por manejar el puerto de Buenos Aires.
El movimiento romántico en la América del SXIX hizo tendencia a la temática nacionalista, a la reacción a los totalitarismos, como era considerado aquí el rosismo, a la exaltación de un individuo heroico pero del terruño, nada de andar importando épicas de afuera. De todas maneras éste movimiento nació en Europa y de allí se extendió por los rincones del mundo. Y es que resaltar lo nacional, lo individual, las ansias de libertad, eran una necesidad ya de las modernas democracias de la época.
En particular Hernández aquí alineado a los productores del litoral, combate incluso al lado de Urquiza, llegó a ejercer cargos públicos y en su afán reivindicativo del campo y sus “tradiciones” toma la figura del gaucho, ya inexistente a la hora de la creación de su obra, y le da voz, haciéndole decir unas cuantas verdades. Y lo innovador de alguna manera había sido la incorporación en la literatura de los giros idiomáticos del habitante del campo. Es cierto que mucho ya se ha dicho al respecto del texto y su ángulo performático. Todos los herederos del sentir nacionalista y popular, el peronismo fundamentalmente, lo adoptan junto a la figura de Rosas, a Jauretche.
Hace un poco más de diez años, la Bersuit grabó un disco al que tituló “La argentinidad al palo”, y en su canción principal versa “Yo, argentino”, como quien sabe de Pilatos y otras lavativas. En realidad, si recorremos las luchas que el movimiento obrero argentino le dio a sus distintos explotadores veremos que ha sido, y sigue siendo uno de los pueblos más luchadores de la América castellana. El problema no es su garra y valía, sus agallas o anhelos de cambio. El problema es cómo ha sido engañado en eso de la conciliación de clases, en confiarle la dirección a justamente los representantes de quienes lo explotan con trampas y discursos enroscados.
Decíamos unas líneas más arriba que el propio Borges se vio interpelado por la obra. No solamente en el estudio del protagonista, sino en la completud que le dio. Borges se atrevió a matar a Fierro por venganza. Que ojo por ojo, diente por diente dice la sentencia popular. Otro tanto hace con esa némesis que se traiciona a sí mismo o viceversa que es Cruz. De esta triada el ilustre Jorge Luis crea dos relatos imperdibles: El Fin y Biografía de Tadeo Isidoro Cruz. También el recientemente desaparecido Pino Solanas llevó a la pantalla grande una de sus obras fundacionales: Los hijos de Fierro, una versión del poema asimilando el período de 1955 aa 1973 de la Argentina donde el Fierro era Perón y sus hijos los obreros. La hubo en formato revista, una Martín Fierro de debates cultural y político.
A las chicas y disidencias nos estaba faltando algo en todo este despliegue. Todos muy orilleros, cuchilleros, todo con mucho olor a bosta y a sudor de tetosterona. Más que por suerte, diríamos que gracias a la cuarta ola feminista, también tenemos ahora, nuestra versión del poema épico. En realidad se trata del desarrollo de la vida de una olvidada por todos, claro.
La china del gaucho. Resulta ser que la escritora Gabriela Cabezón Cámara le dio una vida de aventuras, pensamiento, reflexiones, y develamiento de secretos a la que en en todo este recorrido había estado invisibilizada. En una genial obra, la autora le da voz a esta adolescente devenida en bisexual, amante de los perfumes y la ropa y el inglés, entre otras cosas.
Las aventuras de la China Iron se las trae. Es el ángulo que le estaba faltando a esta “tradición”. Entre la China y su amiga la inglesa Elizabet y el maternal gaucho Rosario, la historia más que sacralizar rompe con todas las “bendituras” del conservadurismo, por más pintao de popular que quieran hacerlo aparecer.
Hasta el propio Hernández aparece… pero eso es territorio de lector que no vamos a spoilear.
Diana Thom