El miércoles último se ratificó en un Confederal la convocatoria al Congreso de la CGT para el 11 de noviembre. Presidido por Daer y Acuña – únicos secretarios generales desde que se borró Schmidt- dieron el presente la mayoría de las alas en las que se encuentra fragmentada la burocracia sindical. El encuentro fue el corolario de febriles reuniones sucedidas en la semana al calor de la crisis política post electoral. Un cónclave al calor de la crisis del Frente de Todos que, lejos de reclamar un cambio de rumbo, fue en defensa de sus privilegios y para apuntalar al gobierno ante la conflictividad que se viene.
Se logró armar un rompecabezas bastante completo entre quienes hoy son parte del aparato de la desvencijada central y los que posan como disidentes. Además de los Gordos e Independientes (Daer, Acuña, Cavalieri, Lingieri, Andrés Rodríguez y un lugarteniente de Gerardo Martínez, ausente con aviso por Covid) participaron los sectores agrupados en el Frente Sindical (Moyano y Pignanelli del SMATA), la Corriente Federal liderada por Palazzo (y Walter Correa, ambos K y candidatos a diputados en la lista del FdT) y los que conduce Sergio Sassia (Unión Ferroviaria). Al fracasado convite de unidad realizado hace dos años, cuando asumía Alberto Fernández, había concurrido también la CTA de Yasky. Esta vez no estuvo. Parece que o la torta no alcanza para todos, o la crisis es demasiado intensa como para costurar viejas heridas de peleas interburocráticas.
Defender privilegios y sostener al gobierno
La fragmentación de la burocracia viene desde hace tiempo. ¿Esta nueva fumata prosperará? Podría unirlos tanto el amor (a los privilegios) como el espanto (al creciente reclamo de lxs trabajadorxs). Sin embargo, hasta hace poco han primado las disputas. Ahora, en plena crisis, todos los que se sentaron en la mesa en el confederal corrieron, más allá de sus matices, a socorrer a Fernández: la gobernabilidad estaba primero. Las demandas que colocó la clase obrera en las urnas y las calles siguen ausentes. En la propia reunión salvo el debate sobre eliminar las indemnizaciones en curso con sectores de la derecha y las patronales, no mencionaron ni la precarización, ni la destrucción de puestos de trabajo ni los derechos consagrados en los convenios. Por supuesto que el salario tampoco estuvo en la agenda. Se dan por satisfechos con lo que firmaron en sus gremios y las migajas del Consejo del Salario. La gacetilla post confederal dijo «buscan atomizar el modelo sindical, fragmentar la negociación colectiva y desfinanciar a la Seguridad Social». Más de lo mismo: les interesa blindar el modelo sindical, mantener el unicato en la interlocución de las negociaciones colectivas y la plata de las obras sociales. Es decir, los privilegios también están primero.
¿Burocracia con perspectiva de género?
Lo que sí fue noticia, fue el anuncio de una probable reforma estatuaria que incluya el cupo femenino. Con una sola mujer (Noé Ruiz, para justificar una secretaría de género) en los 35 cargos de la cúpula cegetista y después de 18 años desde que se sancionó una ley instando a implementar el cupo en los sindicatos, el anuncio sabe a pirotecnia más que a realidad. Parece más una mano de pintura a la descascarada fachada de esta burocracia patriarcal y machirula, que un cambio de fondo. Los derechos de las mujeres obreras, la desigualdad en convenios, en condiciones laborales, salarios… Bien, gracias. Tampoco estuvo en agenda.
Tal como se había acordado en reuniones durante la semana, sus distintas alas participaron del plenario y acordaron «estrechar filas» en medio de la crisis del peronismo que, como analizamos antes, ha golpeado también a sus cúpulas sindicales. Además, criticaron los proyectos de la derecha que cuestionan derechos laborales, aunque no dijeron una palabra sobre el ajuste y la precarización actual.
Con el actual modelo verticalista, estatista y de pensamiento único, todo cupo es decorativo.
Desalojar a la burocracia. Por una nueva dirección democrática
La necesidad de volver a ensayar una concertación entre gobierno, patrones y dirigentes sindicales, vuelve a colocar como condición necesaria la unidad de la burocracia de diverso pelaje. Es la única garantía para tratar de frenar el estallido de la caldera social que se incuba. El régimen necesita reglas de juego para contener el «gasto social» en función de los acuerdos con el Fondo y de poner en pie un dique a los reclamos salariales. El clima de «paz social» es necesario para que el FMI audite sin dramas y los patrones hagan sus negocios. La UIA, los banqueros y las corporaciones acumularon fortunas y necesitan seguridad jurídica y social. Unir el rompecabezas de la burocracia, las distintas fracciones en pugna de la CGT es una tarea que intentaron varios gobiernos, Macri incluido, y que no lograron por la división y desprestigio de la burocracia. Hoy, están subidos todos al barco del FdT (incluidas las CTA), integrados orgánicamente en muchos casos al gobierno. Pero no logran plasmar una pata sindical sólida para cimentar el acuerdo de conciliación de clases que se necesita como profilaxis del estallido social que se incuba al calor de la catástrofe socioeconómica en curso.
Durante toda la pandemia, ninguna de las dirigencias de las centrales, ni de los principales sindicatos, con sus mandatos prorrogados por el gobierno y su modelo de privilegios protegido, convocó ni una sola medida de fuerza. Pese a que sepultaron toda posibilidad de un paro nacional, y condenaron a la división a las luchas que se sucedieron, centenares de conflictos salieron por fuera de ese chaleco. Con autoconvoca-torias o con direcciones combativas a la cabeza, se sucedieron las luchas. En la primera línea el equipo de salud, los choferes y los trabajadores de decenas de empresas que fueron suspendidos o despedidos. También los jóvenes condenados a la precarización extrema, por las tercerizadas que niegan los derechos más elementales. Al calor de estas peleas vino madurando un proceso de recambio sindical que, más allá de sus desigualdades, cruza la mayoría de los gremios. El numeroso activismo rebelde que le gana terreno a la vieja dirigencia es la única garantía para avanzar en la lucha y lograr poner en pie una nueva dirección. Hay que fortalecer las autoconvocatorias, seguir recuperando cuerpos de delegados, internas y sindicatos, como sucedió hace días con los docentes de Neuquén.
Para esta tarea prioritaria, es menester avanzar a la vez en la coordinación de los espacios ganados a la burocracia. Porque la CGT hace tiempo que tiene fecha de vencimiento y la CTA ha fracasado. Hay que poner en pie una nueva central democrática, que esté al servicio de desarrollar los conflictos, articularlos y organizar medidas nacionales para derrotar el mayor ajuste que se viene. En ese camino, un eslabón importante es fortalecer, ampliar y consolidar un método de funcionamiento democrático en el espacio de coordinación nacional que hoy existe y del que somos parte desde ANCLA: el Plenario del Sindicalismo Combativo. Se vienen luchas y elecciones sindicales que significarán nuevas oportunidades para ganarle más espacio a la burocracia.
Tanto la disputa en los gremios, como las tareas de coordinación solo van a avanzar si se basan en una nueva cultura que revolucione la vida sindical desde abajo, un nuevo modelo sindical. en donde la base decida todo. Con unidad basada en la integración de todas las corrientes de opinión. Que destierre los privilegios y limite los mandatos para evitar la burocratización. Con perspectiva real de género e integración proporcional de las mujeres y disidencias. Un sindicalismo con verdadera autonomía del Estado, los gobiernos y las coaliciones políticas patronales, que apoye la construcción de una alternativa de izquierda anticapitalista para que gobernemos lxs trabajadorxs. El espacio político abierto donde despuntó el Frente de Izquierda Unidad como tercera fuerza y la pelea que venimos dando desde el MST para fortalecerlo y que se transforme en opción de gobierno, también son un factor clave para impulsar la nueva dirección clasista que se necesita en el movimiento obrero.