Este 26 de abril se cumplen 35 años del accidente nuclear de la central atómica de Chernóbil, uno de los más graves de la historia y también el de consecuencias más duraderas. El debate sobre los riesgos de la energía atómica y las matrices energéticas.
Desde el descubrimiento de la energía atómica la humanidad soñó con miles de usos para mejorar la calidad de vida de las personas, y esta nueva matriz energética se imaginó como una nueva revolución industrial que permitiría crear desde autos con energía infinita, hasta viajes interplanetarios impulsados con motores atómicos que funcionarían infinitamente. Sin embargo, la realidad es que la primera utilización que se le encontró la de masacrar a cientos de miles de personas con las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Durante la guerra fría, se engrosaron los arsenales militares de las potencias con armas con capacidad nuclear y se experimentó con cientos de bombas que contaminaron y destruyeron distintas zonas del planeta a perpetuidad, como muestra de poderío militar.
Finalmente, se le encontró un uso “pacifico” aplicándolo a la generación de energía. El principio de una central nuclear, haciendo un esquema simplificado al extremo, es similar al de la máquina de vapor, solo que en lugar de utilizar una caldera para calentar agua, se utiliza material radiactivo. Este se fisiona liberando calor, el cual calienta un sistema cerrado de agua generando vapor que empuja unas turbinas que al girar producen energía eléctrica. Esa misma agua se condensa y se enfría para volver a repetir el mismo circuito. Los problemas de mayor consideración en este tipo de energías son, por un lado el mantener refrigerado el núcleo (donde están los materiales radiactivos) para garantizar una temperatura y una reacción estable y por otro asegurar los circuitos cerrados para mantener los elementos radioactivos dentro de la central nuclear. Finalmente, el más complejo de todos es disponer de forma segura de los residuos radiactivos que se producen cuando lo materiales reactivos ya no son utilizables.
La noche del fin del mundo
La central de Chernóbil fue inaugurada en 1977 como una gran obra de ingeniería que abastecería de energía eléctrica a Kiev, la capital de la Republica Socialista de Ucrania y se sumaría a las otras centrales nucleares que la Unión Soviética había instalado para garantizar un flujo constante de energía para las grandes ciudades que cada vez requerían de mayor alimentación. Unos años antes, se había fundado la ciudad de Pripiat, hogar de los constructores y trabajadores de la central nuclear.
En la mañana del 25 de Abril de 1986, estaba previsto una prueba de seguridad, en la que se trataría de comprobar el funcionamiento del reactor en un caso de pérdida súbita de energía, por diversas razones. La misma se pospuso hasta la noche del mismo día, con otro turno de trabajadores que no estaban del todo familiarizados con el mecanismo del simulacro. Al mismo tiempo, la prueba se había interrumpido varias veces por etapas a lo largo del día, y con cada uno de esas interrupciones el núcleo había empezado a recalentarse cada vez más. Sin embargo, como lo valores daban lecturas normales, nadie le prestó demasiada atención. Durante las últimas horas del 25 y la madrugada del 26 de abril, comenzó la tragedia. Por diversos errores humanos, el calor del núcleo alcanzó temperaturas críticas y en un intento de detener la fisión se inició el sistema de enfriamiento de emergencia (que constaba de barras de grafito que absorbían el calor y la radiación), el cual por un error de diseño generó una reacción en cadena, provocando que el núcleo llegara a temperaturas de hasta 2500º C que vaporizaron todo el sistema, generando una explosión que voló la tapa del reactor y dejó expuesto a la atmosfera el núcleo radiactivo, arrojando el material fisionado a los alrededores, produciendo varios incendios.
Inmediatamente acudieron los bomberos de Pripiat, quienes estaban entrenados para responder a accidentes pero se encontraron con una situación que no se había planteado en ningún simulacro. Tardaron varias horas en darse cuenta que lo realmente trágico era la exposición a la radiación, la cual no había sido correctamente determinada al momento del accidente, y que a la larga seria responsable de la muerte en los siguientes 3 meses de 184 de los 600 trabajadores que asistieron a apagar las llamas de la central. Fueron los primeros de las casi 100.000 personas que se calculan que murieron por enfermedades derivadas de la exposición a la radiación en los siguientes 5 años Para la tarde del 26 de Abril, se conocía que la radiación total que se había liberado a la atmósfera era de alrededor de 30.000 R/h (Rotngens por hora), cuando la dosis mortal para un ser humano es de 100 R/h
Unas 36 horas después se evacuaron las ciudades de Pripiat y los pequeños poblados en un radio de 30 Kms a la planta nuclear. Durante las semanas siguientes se arrojaron diversos materiales sobre el núcleo de la central, aun expuesto, y se iniciaron las obras para construir lo que se conoció como “el sarcófago”, una estructura gigantesca para intentar aislar el núcleo.
En los altos mandos del gobierno soviético se manejó el más severo hermetismo sobre el accidente. El sector más ortodoxo de la burocracia quería evitar mostrar el accidente como una muestra de debilidad, mientras que Gorbachov -quien había recientemente comenzado con las políticas de la Glasnost y la Perestroika, que iban dirigidas a liquidar el Estado llevando el país a una economía de mercado – también quería mantener el accidente en secreto por miedo a “ahuyentar” las inversiones extranjeras. La burocracia soviética demostraba su incapacidad para administrar los recursos, sobre todo por no incluir en la misma a los trabajadores que habían puesto reparos en realizar la prueba y no fueron escuchados. Quienes dieron la alarma fueron los suecos, cuando encontraron niveles demasiado altos de radiación en la central de Forsmark – a un poco más de 1000 km de Chernobil – y luego de constatar que no había fugas en la central propia conjeturaron que por la dirección del viento debería provenir de la central accidentada. En el lapso de pocas semanas casi todos los países de Europa y EEUU encontraron niveles inusuales de radiación en sus propios territorios, demostrando así el alcance la catástrofe.
¿Limpia y segura?
El accidente de Chernóbil, abrió un debate sobre el uso de la energía nuclear. Históricamente se había convencido a la población que las centrales de fisión eran seguras para el ambiente, y que al ser relativamente económicas, eran el camino para terminar para siempre con la escases de energía. Pero el accidente de Chernóbil echó por tierra esa supuesta seguridad y generó una ola de indignación en todo el mundo sobre la posibilidad de accidentes como este replicado en sus ciudades. Durante las décadas del 70 y el 80 había proliferado la construcción de centrales en todo el mundo y cada vez era más común utilizar energía de este tipo. Las organizaciones ambientalistas comenzaron una campaña en contra de la energía nuclear que, sumada al miedo remanente de una tercera guerra mundial con armas nucleares, logró que la mayoría de los países detuvieran cualquier plan de construcción de nuevas centrales, o incluso comenzaran a cerrar las más antiguas por miedo a la posibilidad de accidentes. Curiosamente EEUU es quien más ofreció argumentos para exculpar el accionar soviético y reivindicar el uso de la energía atómica. Por un lado porque en 1979 ya había tenido un accidente similar, aunque en menor escala, en la central de “Three Mile Island”, donde se vertieron gases radioactivos en la atmosfera, pero además porque tenía un ambicioso plan de construcción de nuevas plantas nucleares que representaba una fuente de ingresos fenomenal para las contratistas que estaban detrás, un lobby de mucho peso en Washington. Actualmente es el país con más centrales nucleares activas del mundo con 109.
Accidentes como el de Chernóbil o el de la central de Fukushima -en Japón- en 2011, demostraron que la energía nuclear tiene riesgos muchos más graves que los beneficios que dice traer. No solo por los accidentes, sino también por la disposición de los desechos que generan una contaminación que perdura por generaciones. La posibilidad de energía limpia y segura no está dada por las matrices nucleares o de hidrocarburos, sino por otras realmente limpias y con una disposición eterna como la eólica, solar o la geotérmica. El problema para el capitalismo está en que estas matrices no dependen de ninguna materia prima que se pueda magnificar en un valor económico y obtener el nivel de ganancias con ellas. El desafío es romper con estas lógicas de mercado al servicio de la ganancia capitalista y tomar la energía como bien social, profundizando realmente el desarrollo de energías limpias y seguras que cumplan con las verdaderas necesidades de la humanidad: limpia, segura y sustentable.
German Gómez