En el ambiente de los corredores populares -los runners son otra cosa- hay muchos que están en contra de la toma de analgésicos para las lesiones. Los analgésicos, como su nombre lo indica, eliminan la emisión de dolor desde el músculo lesionado, pero no curan ni recuperan el tejido dañado. En la jerga le dicen que hacen un “glaseado”; es decir, untan con químicos anestésicos toda la superficie, como una gruesa capa de azúcar glaseado cubre a un alfajor de mala calidad. Al poco tiempo la lesión vuelve, y vuelve peor.
De la misma manera, un contexto social y político que elije enfocar sus luchas en reconocimientos, declamaciones de identidad y afirmaciones lingüísticas, lo que en el fondo reclama es solo un remedio que no altera las lesiones de injustica, las contracturas del hambre, los tirones de la discriminación.
Algo de esto ocurrió en el anuncio por nuevas restricciones del presidente Alberto Fernández. La frase viralizada “he hablado con maestras de chicos con capacidades diferentes y lo difícil que se les hace trabajar porque ellos no entienden la dimensión del problema sanitario que enfrentan” fue atacada con memes, repudios espectacularizados, y ánimos de cancelación. No faltaron al castigo mediático muchos que hacían tiempo, o nunca, reflexionaron sobre el poder de nominar y fabricar estereotipos discapacitantes. Un tipo de ira eufórica y verborrágica que es fácil de calmar usando sus propias reglas: la imagen espectacularizada de una acción superficial, la simplificación y el recorte.
Inmediatamente el presidente tuvo una reunión con Fernando Galarraga, persona ciega que está al frente de la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS). Llamaron “capacitación” a esa charla, hablaron sobre el modelo social y los derechos de las personas con discapacidad, prometieron transversalizar la temática y se sacaron varias fotos.
La iniciativa es interesante, pero solo es equivalente a la ofensa seleccionada, el tema de los dichos, de cómo hablar bien. La continuidad de políticas públicas que olvidan a sectores despreciados, que ahora van a llamar correctamente, no fueron revertidas. Desde la tarjeta alimentar, la ausencia de prioridad de vacunación, derechos laborales, educación inclusiva y toda una reformulación política desde la ética de la interdependencia quedó como fatigosa tarea pendiente.
Está bien. Hay equilibrio entre lo apuntado en el reclamo y la respuesta. La respuesta logró silenciar y aliviar la dolorosa molestia de las redes. Necesitamos programar otro tipo de coherencia y equilibrio. Necesitamos detectar cuál es el eje de injusticia que está verdaderamente actuando. Necesitamos saber bien qué transformaciones esperamos.
Necesitamos aprovechar estos desequilibrios para generar desplazamientos bolcheviques y no la vuelta al equilibrio anterior.
La revolución de los cuerpos que desde la discapacidad se agita no espera un reconocimiento de esa identidad, que todos saben nombrar “persona con discapacidad”, busca otra cosa. Busca transformar la estructura política, económica y social de tal manera que también nos transforme nuestra propia identidad.
Estas “capacitaciones” en el marco de políticas poco o nada agresivas con el capitalismo son como el glaseado de un alfajor media astilla. La mejor respuesta a estas viralizaciones por términos y palabritas no son más palabras, sino un socialismo en la economía juntamente con profundas deconstrucciones en la cultura. Algo más que fotos y paracetamol.
Marcelo Gil