Netflix estrenó El dilema de las redes sociales, de Jeff Orlowski, al que describe como:
“un híbrido entre documental y drama que ahonda en el negocio de las redes sociales, el poder que ejercen y la adicción que generan en nosotros: su carnada perfecta.”[1].
Durante 1 hora y 34 minutos se combinan drama ficcional con testimonios de ex integrantes de equipos de trabajo de Google, Youtube, Facebook, Instagram, Twitter y Pinterest que participaron del diseño de las innovaciones tecnológicas aplicadas a las redes sociales y hoy denuncian el aspecto ético de las mismas.
En esta película documental se alerta sobre la adicción que estas herramientas generan, la manipulación que se realiza a través de ellas y las consecuencias que -sostienen- traen: polarización política y social, ansiedad y depresión adolescente, propagación de fake news, degradación de las democracias y el peligro de llevar a la ruina la economía. ¿Qué hay de cierto en todo esto? Indaguemos.
El algoritmo del que tanto se habla
“Si no pagas el producto, entonces tú eres el producto” se afirma para explicar que el negocio de las redes sociales consiste en captar la atención de los usuarios. Esto es así porque mientras más tiempo y más cantidad de usuarios logren tener en sus plataformas, mayores son las ganancias que obtienen a través de los anuncios publicitarios.
Las grandes empresas tecnológicas han tenido mucho éxito para lograr este objetivo, tanto que, según un informe de Hootsuite publicado en abril de 2020[2], 3.8 mil millones de personas usan redes sociales, es decir, el 50 % de la población mundial.
Para captar la atención, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han alcanzado niveles de desarrollo muy sofisticados e innovadores, muchos de ellos basados en estudios del comportamiento y la psicología humana.
Los algoritmos de cada plataforma -y no uno en singular- tienen un rol central en estos avances. Aunque no se conoce en detalle cada uno de ellos, y en ese sentido hay discursos que los suelen comparar con la fórmula secreta de la Coca Cola para abonar a una representación misteriosa y omnipotente de los mismos, son en realidad conjuntos de cálculos, automatizados, que se utilizan, entre otras cosas, para decidir qué contenidos mostrar.
Mientras más se utilizan las redes sociales, más datos recopilan sobre los usuarios. En base a esa información, ofrecen contenidos relevantes de acuerdo a los intereses, gustos y comportamientos de cada uno.
El monopolio de las grandes empresas tecnológicas es, a la vez, el monopolio de los datos sobre los usuarios. Un ejemplo concreto es el de las campañas de remarketing, a través de las cuales, si googleamos un producto o mencionamos nuestro interés por adquirirlo en alguna de las redes sociales, luego nos aparecen anuncios del mismo en todas las plataformas que utilizamos.
A la vez, este mecanismo por el cual se muestran contenidos relevantes al propio interés, vincula usuarios en el entorno digital que comparten preferencias similares. De esta manera, se van creando lo que algunos denominan burbujas de filtro, diferentes comunidades entre las que circulan discursos que refuerzan las opiniones compartidas y donde no llega información que no responda a esas creencias. Los sesgos cognitivos propios de la psicología humana colaboran con el fortalecimiento de estas burbujas, donde cada usuario se siente más cómodo al consumir contenidos que refuerzan sus opiniones y no las ponen en cuestión.
No son un monstruo, son creaciones humanas en un mundo capitalista
Se construye un relato común en los testimonios, se presentan como ex empleados que participaron del diseño de algo nuevo y poderoso, que no pudieron ni pueden frenar ahora que notan los riesgos que trae para la humanidad. Dicen que los algoritmos se hacen cada vez más inteligentes y que la inteligencia artificial pone en jaque a la humanidad.
En esta línea de sentido, vinculan de manera directa el aumento de la tasa de suicidios en la adolescencia con el uso de redes sociales, en una operación bastante cuestionable ya que no tiene en cuenta ningún otro factor contextual.
Hacen hincapié en la capacidad de las tecnologías de difundir fake news y manipular a las personas para que las crean y reproduzcan, pero no mencionan la desconfianza generalizada que hay en las instituciones -entre ellas los grandes medios de comunicación-, que lleva a las personas a confiar más en los mensajes que les llegan por redes sociales de parte de otras personas de su círculo. Ni el marco social, político, histórico y cultural en el que se reproducen y que mucho tiene que ver con que puedan hacerlo de la manera en que lo hacen.
Las tecnologías son creaciones humanas que se desarrollan en un mundo que se orienta por la lógica de un sistema en particular. Este documental parece reforzar la idea de que es más fácil pensar que la humanidad está perdiendo una batalla existencial contra la tecnología, que pensar que la humanidad está al borde del colapso por el sistema que la domina: el capitalismo.
Si cambiamos el enfoque, podríamos pensar que la ansiedad y la depresión entre los más jóvenes quizá responde a la falta de oportunidades y de perspectiva de futuro; y la difusión de fake news se vincula a la necesidad de encontrar respuestas ante una realidad que es, por momentos, devastadora. Nos convencieron durante mucho tiempo de que el capitalismo es el único sistema posible, pero no da respuesta a las necesidades más esenciales de la mayor parte de la población: aumentan la pobreza, la corrupción, la desigualdad, la falta de acceso a la salud, a la educación, a una vivienda digna, alimentos o agua potable.
La polarización, la desconfianza, los cambios bruscos en la economía, pueden ser consecuencia de que la verdad que está siendo cuestionada es la del capitalismo como única salida. En medio de esta crisis hay una pelea abierta entre las distintas alternativas. Algunas asustan. Pero si algo aprendimos de la historia de los medios de comunicación y sus impactos en la sociedad, es que nunca hay que perder de vista el contraste con la realidad.
¿Cómo mejoramos el mundo?
Esta es una de las preguntas que se hacen hacia el final de la película y que responden afirmando que debemos aceptar que las empresas se centren en ganar dinero pero estableciendo regulaciones, leyes de privacidad y hasta restricciones individuales. Se habla de humanizar a las tecnologías.
Sin embargo, esta visión nuevamente se abstrae del hecho de que las herramientas tecnológicas no están aisladas, son propiedad de grandes monopolios -que están entre los más poderosos del mundo- que se rigen por la lógica de la ganancia privada y no por dar respuesta a derechos colectivos.
Creer que es posible humanizar a grandes monopolios capitalistas es creer, al fin y al cabo, que se puede hacer lo mismo con el capitalismo. Son muchos los discursos que desde hace algunos años circulan en este sentido, buscando darle un rostro humano, sustentable, amigable con el ambiente o con responsabilidad social. Pero las consecuencias cada vez más evidentes de orientar todo al servicio de las ganancias de unos pocos, son inherentes al sistema y no un efecto secundario. Las nuevas tecnologías se desarrollan en este marco de un sistema con estas características, que las limita y las utiliza para sus propios fines.
En internet y el mundo digital, desde sus comienzos, existen espacios de resistencia, en los que distintas personas tejen redes desde las que construyen con una lógica diferente, colaborativa, que demuestra que se pueden poner todos estos avances al servicio de algo más que las ganancias capitalistas, y que eso tiene un potencial ilimitado para la humanidad.
El dilema real no está en una batalla de la humanidad contra las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. No se trata de un escenario distópico producto de la omnipotencia y el dominio de la inteligencia artificial frente al que no podemos hacer nada. El dilema está en el contexto en el que se desarrollan, que es un mundo dominado por el sistema capitalista en decadencia que muestra lo peor de sí para defenderse, que lleva al límite todos los recursos que explota y que está siendo cada vez más fuertemente cuestionado. Sin liberar a la humanidad es imposible liberar todo el potencial de sus creaciones y orientarlas hacia una lógica diferente. Es una pelea abierta en un mundo convulsionado, en crisis y cambio constante.
Guadalupe Limbrici
[1] https://www.netflix.com/ar/title/81254224
[2] https://blog.hootsuite.com/es/125-estadisticas-de-redes-sociales/#generales