72° aniversario del asalto al cuartel Moncada. El principio del fin

En la Cuba previa a la revolución, el descontento con la dictadura de Batista encontró una expresión en la acción frustrada comandada por Fidel Castro junto a la juventud del Partido Ortodoxo el 26 de julio de 1953. La hazaña no terminó con la tiranía, pero inició una senda para el camino hacia la revolución, abriendo debates y nuevas perspectivas.

Durante el siglo XX, Centroamérica fue uno de los principales blancos del intervencionismo norteamericano. Los monocultivos de café, banana y de azúcar sustentaban un modelo económico agroexportador con grandes ganancias para terratenientes, empresarios y paupérrimas condiciones de vida y trabajo para los sectores mayoritarios de la población. En toda la subregión se constituyó prácticamente una economía de enclave imperialista.

Cuba particularmente fue la última colonia española en lograr la independencia, proceso mediado por los intereses yanquis que, a través de la Enmienda Platt de 1901, se reservaron el derecho a intervenir en Cuba, perpetuando la dominación sobre el país caribeño bajo un modelo neocolonial. La estructura del comercio exterior con fuerte injerencia de EE.UU. mantuvo la matriz agraria, impidiendo todo desarrollo industrial o de alternativas favorables para la independencia económica cubana.

Las guerras mundiales permitieron la industrialización por sustitución de importaciones en una serie de países periféricos, en Cuba significó la posibilidad de dar sus primeros pasos en ese camino. Sin embargo, siempre se trató de una industrialización relativa, ya que la base de la economía nunca dejó de ser el sector primario exportador.

En 1934, tras la crisis del ’29, se impulsó la ley proteccionista Costigan-Jones y el Tratado de Reciprocidad Comercial para establecer un sistema de cuotas de exportación y restringir el ingreso del azúcar cubano al mercado estadounidense. De este modo, se profundizó la dependencia de Cuba, ya que desde EE.UU. se determinaba cuánta azúcar ingresaba o cuánta no, se mantenía el modelo de explotación de monocultivo sin ofrecer alternativas de diversificación y se perpetuó el control económico estadounidense sobre la isla. Un claro ejemplo de la situación de desigualdad es el tratamiento preferencial que se ofrecía para 35 productos cubanos, por debajo de 400 productos estadounidenses.

Las cuotas azucareras y el sistema de preferencias arancelarias fueron los pilares sobre los que sostuvo el modelo neocolonial en Cuba hasta 1959, las repercusiones sociales que provocó fueron el caldo de cultivo para la radicalización de los trabajadores, campesinos y la juventud.

Batista: una figura consolidada con mano dura

En las décadas del ’30 y ’40, la escena política de América Latina estuvo dominada por los gobiernos populistas de corte nacionalista. La propia dinámica de la Segunda Guerra Mundial permitió la proliferación de las burguesías nacionales, a partir de la industrialización por sustitución de importaciones, que tomaban más protagonismo en la economía local. Gobiernos como el de Gentulio Vargas, Perón o Cárdenas se posicionaron como una pretendida síntesis entre las múltiples clases en ascenso. Todos ellos consiguieron el respaldo popular de las masas gracias a la concesión de derechos, sin llegar a representar genuinamente los intereses de la clase trabajadora. Desde una posición de “mediadores” entre las clases, lograron cierta autonomía del capital extranjero, pero hacia la década del ’50 su poder terminó por deteriorarse, resultando en la imposición definitiva de los monopolios norteamericanos por encima de los proyectos nacionalistas burgueses.

Con similitudes y diferencias a los casos de los demás países de la región, Fulgencio Batista emergió como figura central en la política cubana a partir de la Revuelta de los Sargentos en 1933. Como consecuencia de la Gran Depresión, el gobierno de ese momento, liderado por Gerardo Machado desde 1925, buscó reprimir el descontento y desmovilizar a los sectores estudiantiles, obreros y del ejército que comenzaban a cuestionar su política de lineamiento incondicional con el imperialismo. Poco a poco, el deterioro del apoyo a su presidencia terminó por dejarlo aislado para finalmente caer el 12 de agosto de 1933, presionado por una huelga iniciada por los trabajadores del transporte que luego derivó en huelga general. Se inició un proceso de movilización semiinsurreccional que puso en crisis al conjunto de las instituciones.  

Como sucesor de Machado, tras un breve paso de Alberto Herrera y Franchi por la presidencia, asumió Carlos Manuel de Céspedes y Quesada. Con Céspedes en el poder, las movilizaciones y la organización de la oposición persistieron. Tomó fuerza el reclamo por una nueva constitución que reemplace a la de 1901, donde estaba plasmada la Enmienda Platt.

En septiembre de 1933 se realizó el golpe al presidente Céspedes y se constituye en el gobierno cubano una Junta llamada Pentarquía, integrada por oficiales del ejército y referentes estudiantiles, que luego sería disuelta por presión de EE.UU. para dejar en la presidencia a Ramón Grau San Martín.

Batista, que había sido uno de los organizadores del golpe, fue ascendido a coronel jefe del ejército y desde allí jugó sus cartas para influir en las decisiones del gobierno. Consolidó su figura tras la derrota a la huelga general de 1935, donde el reclamo principal era “gobierno constitucional sin Batista”. Al mando de las tropas del ejército, ocupó fábricas, asesinó trabajadores y en ese mismo contexto se cerró la universidad, los sindicatos fueron ilegalizados y se suspendieron las garantías institucionales.

Hacia 1939 Batista impulsó la Coalición Socialista Democrática (CSD), respaldada e integrada por el Partido Comunista (PC) a cambio de su legalización, para participar en las elecciones de la Asamblea Constituyente. Del proceso resultó la constitución de Cuba de 1940, donde oportunistamente se incorporaron elementos como la educación pública, el salario mínimo, voto universal y reformas en el régimen de propiedad agraria, a modo de maniobra para ganar aceptación entre los sectores populares. El mismo año, Batista llegó a la presidencia mediante elecciones, incorporando en su gabinete a dos ministros del Partido Socialista Popular (nombre que tomó el PC en Cuba). La coalición política encabezada por Batista reflejaba el seguidismo del estalinismo a los nacionalismos burgueses (incluso los más reaccionarios), enmarcado en la política de los frentes populares, lo que permitió el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y la URSS 1943, durante la presidencia de Batista.

La búsqueda de consenso con los sectores populares y la superestructura política cubana persistió con el impulso de un programa de medidas progresivas como la diversificación económica, regulación de la industria del tabaco y del azúcar, beneficios sociales para los trabajadores y extensión de la enseñanza en las zonas rurales, para lo que el ejército cumplió un rol central. En el mismo sentido, Batista dispuso el reparto de tierras del Estado para familias y el aumento de los salarios de los trabajadores. Todo ello posible gracias al aumento en el flujo de divisas obtenidas por el comercio de azúcar y miel con EE.UU., que compró casi la totalidad de la producción entre 1941 y 1945.

Con las presidencias posteriores a Batista, estructuralmente se desarrolló una modernización de las relaciones de dependencia tradicionales, por la cual el imperialismo yanqui realizó una serie de inversiones industriales en los países dependientes. Con la instalación de algunas industrias en 1946 fueron creciendo las tensiones al interior de la burguesía cubana entre los sectores primario exportadores y aquellos vinculados a la sustitución de importaciones.

Los dos gobiernos del Partido Revolucionario Cubano Auténtico (1944-1948 y 1948-1952) se caracterizaron por la ineficiencia, la corrupción y la violenta persecución política y sindical. Mientras tanto, Batista seguía detentando el poder militar.

Finalmente, en 1952 Batista comanda el golpe de estado conocido como el “madrugazo”. Habiendo recuperado el poder político, suspendió la constitución de 1940, igualó su salario al del presidente de EE.UU., suspendió el derecho a huelga y reestableció la pena de muerte. El giro reaccionario fue motivado por la nueva coyuntura económica internacional que ya no arrojaba los mismos beneficios para Cuba, en consecuencia, la menor disposición de recursos para otorgar concesiones derivó en un cambio más autoritario del régimen.

Tomar las armas

Ni el autoritarismo de Batista, ni la inconsistencia del autenticismo logró dar respuestas a un sector de la juventud cubana crítica al conjunto de la clase política y empresarial. En 1947, el referente político Eduardo Chibás fundó el Partido del Pueblo Cubano (ortodoxo), después de frustrarse su intento por conformar un ala al interior del Partido Auténtico.

El planteo de Chibás pretendía una ruptura con la estructura política tradicional, recriminando la corrupción de los gobiernos anteriores, tomando como eje la justicia social y apelando a la independencia económica. La consigna que se levantó fue “Rescatar el programa y la doctrina de la Revolución Cubana”. Sin embargo, la actividad de Chibás finaliza trágicamente con su suicidio en 1951, un año antes de las elecciones a las que el Partido Ortodoxo llevará a Roberto Agramonte como candidato presidencial.

El intento electoral del Partido Ortodoxo quedó frustrado por el golpe de Batista de 1952. Fidel Castro, en ese momento joven integrante de la organización, insistió en su reclamo democrático con la presentación de una denuncia contra el dictador por violar la constitución. Sin éxito en su intento, quedó en claro que el único camino para lograr cambiar efectivamente el curso de la historia era apostando por una vía no institucional.

La elección de Castro fue por la lucha armada, en la que incursionó el 26 de julio de 1953, junto con la compañía de 160 jóvenes miembros del partido fundado por Chibás. Se planificó el asalto en simultaneo de dos cuarteles, el Moncada (en la ciudad de Santiago) y Carlos Manuel de Céspedes (en la ciudad de Bayamo), con el objetivo de conseguir armas y llamar a la movilización popular para derrocar a Batista. El operativo fue repelido por el ejército, las bajas superaron la mitad de los atacantes, el resto fue apresado y posteriormente condenado.

El caso de Fidel Castro es el más conocido, porque previo a ser condenado y huir al exilio, presenta su alegato “La historia me absolverá” donde se manifiestan sus concepciones reformistas, la confianza en la democracia liberal y una concepción pequeñoburguesa del pueblo donde a la clase obrera no se le asigna un rol particularmente estratégico para la toma del poder. Sin embargo, más adelante la propia dinámica de la revolución lo llevaría a comprender que la única manera de avanzar con sus objetivos era virando hacia un programa socialista.

¿Fetiche o táctica revolucionaria?

El Movimiento 26 de Julio (M-26-7), nombre que tomó el espacio liderado por Fidel, al cual luego se integraría el “Che” Guevara, después del asalto levantó de manera permanente la utilización de las armas como vía predilecta para el triunfo de la revolución. Revisando la historia de Cuba, existieron amplias experiencias de movilización protagonizada por los sectores oprimidos por el modelo económico neocolonial. La frustración constante en la que desembocaron todos los intentos fue motivo de la traición constante de las organizaciones tradicionales y la ausencia de una dirección revolucionaria dispuesta a llevar adelante las tareas socialistas con el protagonismo de la clase obrera.

Aunque la guerrilla finalmente logró terminar con décadas de dominación imperialista a partir de la revolución, permanecieron vicios del sistema político heredado como la dependencia del monocultivo azucarero y la falta de democratización en la toma de decisiones, lo que favoreció a la corrupción. Nuevamente, la influencia del PC allanó el camino para nuevas traiciones, logrando que una camada de honestos jóvenes revolucionarios devenga en una burocracia ordenada por sus propios privilegios y despegada de las necesidades del pueblo, replicando la experiencia de la URSS estalinista.

Del mismo modo, la falta de extensión del proceso por afuera de las fronteras cubanas fue consecuencia, por una parte, de la negación del castrismo a acompañar la pelea por el socialismo del resto de los pueblos latinos. Por otra parte, la acertada insistencia del Che en promover el internacionalismo combatiendo en el Congo y luego Bolivia (a pesar de la polémica con la perspectiva de “socialismo en un solo país” sostenida por la dirección de la guerrilla), encontró sus límites al extrapolar mecánica del método de la lucha armada rural a todas partes, sin atender a los contextos políticos y sociales particulares de cada lugar.

Visto en perspectiva, está claro que todo lo que el M-26-7 pudo avanzar lo hizo debido a la presión por debajo de las movilizaciones, rompiendo con toda expectativa en el sistema capitalista-liberal y la posterior incorporación de una perspectiva socialista de gobierno. Al no encausar el proceso en una dinámica de revolución permanente, finalmente terminó por estancarse y retroceder hacia una coyuntura de debilitamiento frente al poderío imperialista yanqui y de empobrecimiento de la población. Sin embargo, al igual que sucedió aquel 26 de julio de 1953, la experiencia histórica nos enseña que las conclusiones obtenidas de las frustraciones iniciales son determinantes para finalmente obtener el triunfo y de una vez por todas vencer al enemigo.

Por Manuel Velasco

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