lunes, 4 noviembre 2024 - 15:14

176 años del Manifiesto Comunista. Un muerto que no para de nacer

El 21 de febrero de 1848 se publicaba en Londres el Manifiesto Comunista. En una Europa que atravesaba una profunda crisis económica, hundiendo en la miseria a millones de trabajadores y campesinos, la clase obrera daba sus primeros pasos en organización y conciencia, abrazando las ideas revolucionarias. Las clases dominantes temblaban ante el “fantasma del comunismo”. El Manifiesto le pone voz y cuerpo al fantasma, dotando a la clase obrera de un programa para enfrentar al capitalismo y luchar por el socialismo. Desde entonces ha sido uno de los textos más traducidos y editados en la historia. Y aunque más de una vez se lo haya dado por muerto o anticuado, sigue siendo una herramienta fundamental para quienes enfrentamos el capitalismo y luchamos por transformar la realidad.

La pandemia de COVID-19 puso al desnudo la decadencia del capitalismo. La crisis sanitaria, junto a la brutal crisis económica que atravesamos, sumada a la terrible crisis ambiental muestra que estamos ante un sistema que no tiene nada bueno que ofrecer a la humanidad más que miseria y destrucción.

Cuando el capitalismo estaba aún en su infancia, Marx y Engels captaron sus características centrales y su dinámica. De ahí que 174 años después este texto mantenga plena vigencia. Es cierto que muchas cosas han cambiado desde entonces; pero tan cierto como eso es que en grandes pasajes, el Manifiesto parece una obra contemporánea hablándonos del mundo actual. Pensemos por ejemplo que en 1848, cuando aún no existía la palabra globalización y el capitalismo solo estaba consolidado en algunos países europeos, ya nos describían su tendencia a expandirse por el mundo:

“La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta a otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones […] La burguesía al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita […] Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba a sí mismo y donde no entraba nada fuera; ahora, la red del comercio es universal y en ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones”.

A su vez, nos señalan que esta expansión capitalista viene acompañada de crisis periódicas que hunden a las masas en la miseria. Crisis como la actual no son excepciones sino una característica propia del funcionamiento capitalista. A diferencia de sociedades anteriores, en que las crisis se ocasionaban porque la humanidad aún no producía lo suficiente para satisfacer las necesidades básicas, las crisis actuales se deben a las características propias del capitalismo: la propiedad privada de los medios de producción, la anarquía en la producción y la ganancia capitalista como objetivo. Pero estas crisis, que muestran los límites del capitalismo abren a su vez la posibilidad de superarlo.

Dar vuelta todo

Marx y Engels reconocen en el Manifiesto que el capitalismo significó un avance para la humanidad porque generó un aumento de la riqueza social, lo que hace posible avanzar a un mundo más justo. Sin embargo, la estructura social y el funcionamiento capitalista son una traba para que eso se concrete: la propiedad privada de los medios de producción, la inexistencia de una planificación económica y la producción puesta al servicio de las ganancias capitalistas impiden que la sociedad continúe avanzando.

Como decía Trotsky hace 80 años, los avances científicos y tecnológicos característicos del capitalismo, en vez de significar un avance para la humanidad actúan directamente en sentido contrario.

Hoy se producen en el mundo alimentos suficientes para alimentar dos veces la población mundial pero se mueren millones de hambre cada año, porque las diez multinacionales que controlan la industria alimentaria mundial privilegian sus ganancias.

Los avances de la medicina en la época de ascenso de la burguesía fueron monumentales, pero hoy son cada vez más frenados por la industria farmacéutica. La pandemia de Coronavirus puso en evidencia cómo la propiedad privada, en este caso de la salud, pone en riesgo la vida de la humanidad: investigaciones de años suspendidas por ajustes o falta de rentabilidad, una carrera por las vacunas que en vez de cooperación y trabajo en común se basa en la competencia, pensando en las futuras ganancias y no en las vidas humanas.

Lo mismo se evidencia en la destrucción del medio ambiente. Es posible generar hoy toda la energía que necesitamos con medios no contaminantes. Pero esos medios no son rentables y la industria petrolera es un bastión de la economía capitalista que la burguesía no puede abandonar. Todo lo contrario, en la medida que van agotando las reservas accesibles de petróleo desarrolla métodos de extracción más destructivos como el fracking.

En síntesis, el capitalismo es cada vez más incompatible con la vida humana, nos hunde en una creciente miseria en medio del acaparamiento por unos pocos de la riqueza más abundante de toda la historia, y esto no se puede cambiar si no es atacando los intereses de esas multinacionales, es decir, el corazón del capitalismo.

La lucha es política

Cada día vemos como los pueblos enfrentan la barbarie capitalista. El mundo está recorrido por luchas obreras, ambientales, democráticas, de género, estudiantiles. Cada una de ellas enfrenta las consecuencias a las que no lleva el capitalismo. Pero como nos alertaba el Manifiesto, “toda lucha de clases es una lucha política”.

Mientras exista el capitalismo todo lo que conseguimos con nuestra lucha por un lado, la burguesía lo recupera por otro. Si logramos un aumento de salarios, la burguesía, a través de la inflación recupera lo que perdió y nosotros perdemos lo que ganamos. La lucha de clases es política porque el objetivo de lxs trabajadorxs es avanzar de las peleas reivindicativas a la disputa por el poder. Y eso solamente es posible con la “organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político“.

Un programa para la acción revolucionaria

Marx y Engels escribieron el Manifiesto por encargo de la Liga de los Comunistas, una de las primeras organizaciones políticas de la clase trabajadora, en la que jugaron un rol dirigente. Su esfuerzo estuvo puesto en dotar a la clase obrera de un programa sobre bases científicas.

Hoy al marxismo se lo estudia muchas veces en las universidades como una teoría social, divorciada de su carácter comprometido y revolucionario. A Marx y Engels se los presenta como teóricos académicos, y no como los militantes políticos que fueron.

Pero el Manifiesto es un programa para la acción de una organización política de la clase trabajadora. Es un llamado a las armas que mantiene plena vigencia para quienes hoy perciben la ruina a la que nos conduce el capitalismo y buscan luchar por un rumbo distinto para la humanidad.

Martín Poliak

*Artículo publicado originalmente en www.mst.org.ar, a 173 años de la publicación del Manifiesto Comunista.

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