El 21 de febrero de 1848 se publicaba por primera vez el Manifiesto comunista. Este texto, redactado por dos jóvenes revolucionarios de 29 y 27 años sigue provocando los desvelos y enojos de aquellos adoradores de la barbarie de todas las épocas. Fascistas y demócratas, libertarios y progresistas lo eligen para polemizar o caricaturizar, sin embargo y más allá de los anaqueles y las bibliotecas, el Manifiesto comunista revive en cada plaza, en cada movilización solidaria, en cada inquietud rebelde. Hoy, más que nunca, una herramienta que debemos usar al servicio de transformarlo todo.
Por Martín Miranda
En octubre de 2019 en Santiago de Chile, luego de años de experiencia neoliberal, en la meca del capitalismo salvaje latinoamericana, una manada de estudiantes salta los torniquetes y comienza una revolución. No son 30 pesos, son 30 años y la lucha de clases, aquella que Marx y Engels denominaron el “motor de la historia” se hace presente con todos sus caballos de fuerza barriendo con la triste estabilidad de la democracia capitalista, tan defendida por reformistas y derechistas en tiempos de bondad económica.
Se rompen las barreras de la matrix y aquello que estos dos jóvenes se animaron a escribir con un capitalismo aún en ascenso cobra vida con la furia de un huracán. Por un instante histórico, se derriban las estatuas de los conquistadores, burgueses y proletarios se ven las caras vestidos de verde carabinero y trajes contra una colorida primera línea morena, jóven y proletaria. La literatura centenaria cobra vida y los políticos en sus palacios tiemblan y le declaran la guerra a ese pueblo, amparados en la mentira del Estado y el gobierno de “todos” que no “no es más que la junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa” (1).
Eso tiene el Manifiesto comunista en sus páginas, en sus caracteres digitales, en sus letras entintadas: la fuerza de la historia incontenible. Esa capacidad de explotar en cualquier parte del globo y ser referencia, incluso cuándo esas revoluciones no triunfan, podemos encontrar en sus páginas lecciones.
Ni biblia, ni simple libro, herramienta obrera y socialista
Miles de programas y consignas, millones de movilizaciones, decenas de revoluciones inconclusas han sacudido la tensa calma capitalista desde el Manifiesto hasta aquí, por qué entonces estas líneas tan perseguidas alcanzaron la relevancia que aún sostienen. ¿Qué es lo que hace que nadie se atreva a empuñarlas en todo su desarrollo e incluso sectores de la propia izquierda revolucionaria solo la mencione en los días de fiesta? Porque la cuelgan en carteles pero no la practican los burócratas de La Habana mientras arden con ella los jóvenes marxistas cubanos. Porque se aprende mejor en las calles que en las bibliotecas.
Es que el Manifiesto es un verdadero libro/ciencia, capaz de reinventarse, de ser herramienta de razonamiento y programa. Una advertencia de la barbarie capitalista cuándo esta aún ni se anunciaba, una explicación de la imposibilidad del reformismo en su época de auge, una definición clara y consecuente que no puede olvidar nadie que pretenda cambiar el mundo de base: no hay negociaciones posibles con el capital, ni maniobras, es una guerra sin cuartel por transformarlo todo y en ese escenario solo hay dos trincheras, la del futuro socialista junto a la clase obrera o la de la barbarie y el final de los tiempos junto a las minorías privilegiadas. En esa guerra, el Manifiesto además nos enseña que por más que se vistan de demócratas, los burgueses y sus empleados a sueldo defienden sus intereses antes que cualquier otro valor humano o social.
Por esto la democracia capitalista le da paso al autoritarismo, por esto la competencia económica trae consigo al monopolio, por eso no hay elección que defina para el lado de los trabajadores y las masas oprimidas la realidad. Hay que hacer de la clase un ejército y de ese ejército una tormenta que barra las viejas estructuras y sea, al mismo tiempo, capaz de barrerse a sí mismo. ¿Cómo lograrlo? Quizás sin repetir y sin soplar, sin ignorar las lecciones de la historia, utilizando el método materialista dialéctico desarrollado de forma magistral en el Manifiesto.
¿La conclusión? Más tarde o más temprano, no hay salida para la humanidad en los márgenes del capitalismo, es revolución socialista o barbarie.
Estudio y barro, experiencia y reflexión
No se puede entender en profundidad el Manifiesto comunista sin enfrentar la represión policial a una manifestación, sin el hambre, sin la bomba “democrática” de un estado artificial cayendo sobre la casa de nuestros hijos. Tampoco se pueden entender esas bombas por el prisma de la religión o la “geopolítica”. Quienes pretenden transformar la realidad desde sus propias bases encontrarán en el Manifiesto mucho más que un par de líneas rebeldes con las cuales presumir saberes, encontrarán el valor para enfrentar lo que parece imposible, la reflexión que les ayude a mantenerse firmes ante los derroches de violencia estatal y privada, ante la impune omnipresencia de las redes sociales, y podrán, en un evento cercano a la magia, entender cómo las y los trabajadores del mundo somos hermanos y frente a nosotros un puñado de parásitos amenazan con destruirlo todo.
Ese ejercicio, retroalimentado de lectura y acción, es lo que propone el manifiesto: “Trabajadores del mundo ¡Uníos!” y a partir de esa unidad seremos invencibles, no es sencillo claro, está lleno de trampas el camino, pero quién lea tranquilo sentado al borde de la historia y crea que puede entender tan sencillas palabras está condenado a la intrascendencia. El Manifiesto comunista es un llamado a la revolución, un bidón de combustible en el establo de la historia, esa chispa que unida a las manos obreras enciende la pradera.
Soplemos entonces, que se conozca y no muera, que cada quién la interprete y la comparta, que se vuelva “viral”, que inunde las redes y las calles, los barrios y las fábricas. Que ya tiene 176 años ardiendo y quizás los próximos sean los definitivos para nuestra victoria o el final de todo lo que conocemos, que no necesariamente son cosas diferentes. Que lamenten los reformistas el surgimiento de un mundo nuevo, nosotros luchemos por transformarlo todo, que resistiendo hemos llegado hasta aquí.
(1) Manifiesto Comunista, ediciones La Montaña. Pag, 13