martes, 3 diciembre 2024 - 14:24

100 años de la muerte de Lenin. ¿Cómo conoció a Trotsky?

El aniversario número 100 de la muerte de Lenin, además de ser una fecha para recuperar sus principales aportes y utilizarlos de forma cotidiana en la militancia revolucionaria, abre una ventana para conocer minucias cotidianas de esta vida rebelde. En este artículo, queremos repasar los primeros contactos que tuvo con León Trotsky, revolucionario ruso con el que formó la dupla que supo dirigir la revolución triunfante de octubre de 1917.

Los inicios del siglo XX, tiempo convulso en la Rusia zarista, fueron el terreno fértil de una camada de dirigentes revolucionarios que, entre sus experiencias, figuró sortear en muchas oportunidades diferentes exilios por la dureza del régimen autoritario que existía por aquel entonces. Sin embargo, estos obstáculos de la vida fueron también los que permitieron que se dé el encuentro entre dos de las personalidades más destacadas del marxismo revolucionario.

1902 fue el año en que Lev Davídovich Bronstein emigró de Rusia hacia occidente con un pasaporte a nombre de Trotsky, forma en la que con el tiempo pasaría a ser reconocido de por vida. Viviendo una experiencia similar, tal vez un poco “menos angustiante” a la que se relata en La fuga de Siberia en un trineo de renos, el creador de la teoría de la revolución, con apenas 23 años, emprendió camino a una nueva aventura militante.

Con paso previo por Samara, una ciudad ubicada al suroeste de Rusia, Trotsky aprovechó para integrarse al equipo de redacción de Iskra (La chispa) de la mano de Krischisjanovsky, un ingeniero que había cosechado una amistad con Lenin desde 1884. Desde allí, comenzó a tener los primeros contactos políticos con el principal dirigente del partido Bolchevique, quien en ese entonces tenía todas sus fuerzas puestas en polemizar con los “economicistas”.

Ya en octubre del mismo año, pasando antes por Zúrich y París, Trotsky se dirigió a Londres con un destino específico, nada más ni nada menos que el domicilio donde residía Lenin. Como lo relata en su autobiografía Mi Vida: “Alquilé un cab, más por gestos que con palabras, y con ayuda de una dirección escrita en un papel, conseguí que me dejase en mi punto de destino. El punto de destino era el cuarto de Lenin. En Zúrich me habían dado instrucciones de cómo tenía que llamar a la puerta tres veces con el picaporte. Salió a abrirme Nadeida Konstantinovna, a la que probablemente había arrancado al sueño mi llamada. Era muy temprano y cualquiera que tuviese la menor idea de lo que era el trato social, hubiera esperado tranquilamente en la estación una o dos horas, para no presentarse a golpear en una casa desconocida al amanecer. Pero yo no acababa de convencerme de que ya no era el fugitivo siberiano. Con los mismos modos bárbaros me había presentado en Zúrich en casa de Axelrod a turbar su descanso a altas horas de la noche. Lenin estaba todavía en la cama, y en su cara, aunque me recibiera con afecto, se reflejaba cierto asombro”.

De aquel contacto es de donde también nace el relato de la caminata en donde el constructor de la revolución rusa le comentaba a Trotsky sobre las grandes maravillas que iban encontrando en el camino de Londres. “He aquí su famoso Westminster”, le dijo Lenin a Trotsky, con la intención, como explicitó el último, de resaltar las conquistas de las clases gobernantes. Como relata Trotsky, en aquel paseo el líder bolchevique buscó indicarle: “La sombra invisible de la clase dominante se proyectaba sobre todos los aspectos de la civilización humana”.

Tras una charla que a partir de la cultura se transformó en un examen sobre el programa que defendían los iskristas, Lenin examinó al joven revolucionario en el que veía un gran talento para la estrategia política que ambos defendían. En esas semanas viviendo a unas cuadras de distancia, Trosky relata que contradictoriamente a su comportamiento y el de Martóv, Lenin: “hacía vida de familia, muy recogida y ordenada, y el reunirse con él, fuera de las sesiones oficiales, era un pequeño acontecimiento. No compartía, ni mucho menos, las costumbres y los gustos de la bohemia (…) sabía que el tiempo, a pesar de su relatividad, es el más absoluto de los valores. Se pasaba días enteros en la biblioteca del British Museum, investigando, y allí solía escribir también sus artículos para los periódicos”. Una descripción que, sumado a otro relato, nos referimos al de Lunacharsky en su trabajo Semblanzas de Revolucionarios¸ coincide al afirmar que Lenin era un hombre de: “una voluntad extremadamente firme, extremadamente pujante, capaz de concentrarse en el objetivo más inmediato y que nunca se desviaba del radio trazado por su poderoso intelecto, el cual asignaba a cada problema aislado su lugar como eslabón de una inmensa cadena política de amplitud mundial”.

Ese tiempo juntos, también dio para otras anécdotas que Trotsky relata en Mi Vida. Supo reflejar cómo ante cada hecho cotidiano de la vida de un sector de la sociedad inglesa, presentaba de forma desigual la convivencia de diversas ideologías. El relato de la visita dominical junto a Lenin y su compañera Nadeida Kostantinovna Krúpskaya a una iglesia, donde se celebraba un mitin socialdemócrata, lo grafica de excelente manera. El autor comenta: “Subió a la tribuna un cajista que había estado en Australia, y habló de la revolución social. A seguida, se levantaron todos y empezaron a cantar: “¡Oh, Dios todopoderoso, ¡haz que no haya reyes ni haya ricos!” Yo no daba crédito a mis oídos ni a mis ojos. Cuando salimos de la iglesia, recuerdo que dijo Lenin: En el proletariado inglés andan dispersos una serie de elementos socialistas y revolucionarios, pero tan mezclados con ideas y prejuicios conservadores y religiosos, que éstos no los dejan manifestarse ni cobrar generalidad”.

Estos relatos, que en este caso no tienen alegato político o propaganda, más allá de algunos comentarios reflejados en los recuerdos de Trotsky, fueron los primeros eventos que comenzaron a forjar lo que, más adelante, dentro de una organización revolucionaria, fue una relación de camaradería en concreto. Aquella donde la coincidencia teórica y práctica hicieron actuar en conjunto a quienes dejaron aportes cualitativos para la práctica revolucionaria de los trabajadores.

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