“…instantáneamente surgió, como un ángel guardián, cortándome el paso con un revoloteo de ropajes negros en lugar de alas blancas, un caballero disgustado, plateado, amable, que en voz queda sintió comunicarme, haciéndome señal de retroceder, que no se admitían las señoras en la biblioteca más que acompañadas de un felow* o provistas de una carta de presentación…”
- Académico, perteneciente a la corporación universitaria
- Corre 1929 en la Inglaterra victoriana y una joven escritora intenta reflexionar acerca de las mujeres y la ficción, la novela. Un pedido que le hicieran en el “anexo” de la universidad de Cambridge para mujeres, el Newham College. La escritora piensa sobre las autoras, quiere investigar sobre sus obras, necesita acceder a la biblioteca de la universidad para ello, y se encuentra con este casi “tacle”. Se disparará de esta manera uno de los textos pilares de la lucha de género por acceder al universo intelectual, literario: una habitación/ cuarto propio.
En su propia vida experimenta el orden imperante acerca de la educación. Los colegios y universidades estaban reservados para los varones, en todo caso, las chicas iban a institutos donde se les perfeccionaba en las artes domésticas, de cuidado, los buenos modales. A lo sumo alguna lectura que sirviera para mantener charlas con los maridos o en el círculo social. He aquí la otra restricción: si la universidad y los ámbitos intelectuales estaban vedados para las mujeres de clase pudiente, imaginemos qué les esperaba a las de las clases populares.
Para el caso, Virginia, nacida en el seno de una familia acomodada y ensamblada por ambas partes, tendrá un privilegio. Su padre, un biógrafo y ensayista había sistematizado en un volumen el Oxford Dictionnary of National Biograph. Yla estimuló a leer de su propia biblioteca, desafiando no solo a ella sino a sus otros tres hermanos: Adrián, Toby y Vanesa. Debían argumentar por escrito la selección que hacían de los textos. De esta manera, la escritora se fue transformando no solo en una autodidacta, sino en una ferviente defensora de sus ideas y opiniones. A su vez, la madre, una mujer del arte, les incentiva a estudiar piano, pintura y danza.
De pequeños, los hijos de la pareja ensayan trabajos de comunicación, como es el caso de una especie de fanzine familiar al que llamaron Hyde Park Gate News. El mismo incluía adivinanzas, bromas, un correo de lectores imaginario y las actividades de los integrantes de la casa.
El círculo Bloomsbury
El principio del s. XX hizo surgir una atomizada red de rupturistas con lo convencional. El mundo capitalista anunciado como futuro promisorio muestra su cara más descarnada en la antesala de la guerra. Las batallas económicas, políticas y sociales atraviesan la filosofía, la literatura, la pintura, la música y más adelante el incipiente cine. Pero en la Inglaterra estricta y moralista, un grupo de jóvenes se reúne a debatir acerca de las convenciones, el arte, lo político, lo normado.
Luego de la muerte del padre, la familia se trasladó al barrio de Bloomsbury. Una zona característica por su proximidad con los anexos de la Universidad de Londres donde se encuentran bibliotecas, institutos, centros de estudios. Será en este particular lugar donde los hermanos de Virginia, Vanesa y Thoby junto a otros críticos de lo canónico, formarán el colectivo que pasó a llamarse Círculo de Bloomsbury. Lo integraron, entre otros, Edward Morgan Foster, Lytton Strachey y Leonard Woolf, escritores; Roger Fry y Dora Carrington, plásticos al igual que Vanesa; su esposo Clive Bell, crítico de arte; John Maynard Keynes, economista; el pintor Duncan Grant y el periodista Desmond McCarthy.
La peculiaridad del grupo radicaba en su trasgresión a las normas morales y políticas que dominaban la escena inglesa. Defendían las relaciones abiertas, las disidencias sexo afectivas, eran activistas pacifistas contra los estados beligerantes. Este período fue de gran producción para los integrantes del grupo. Los pintores como Vanesa, Duncan y Clive llevaron adelante varias exposiciones en Londres. Virginia escribió La Señora Dalloway, Al Faro y Una habitación propia. Lytton Strachey concretó su obra Victorianos Eminentes, y E. M. Forster escribió varios clásicos como Pasaje a la India y Una habitación con vistas.
La disidente del género literario y sexo afectivo
Desde sus inicios la autora inglesa se propone un plan de escritura que subvirtiese los formatos estándares del canon de época. Sus textos se caracterizan por una experimentación constante, ningún relato es similar al otro. En su primera novela Fin de viaje, escrita en 1907 y publicada finalmente en 1915, hace visible las controversias de las relaciones sexo afectivas, la ignorancia acerca de la sexualidad, las frustraciones y la preocupación por la muerte temprana.
Virginia trazaba sobre cientos de hojas escritos en paralelo, diarios, reflexiones, y cartas que fueron apareciendo con el correr de los años y luego de su muerte. Se destacan novelas como La señora Dalloway, estructurada con el “flujo de la conciencia”, estilo que utilizara James Joyce en su Ulises. Muestra los devaneos de una mujer de clase alta que planea una fiesta. Ese acontecimiento superfluo y vano oculta el verdadero bisturí con que la Woolf retrata a sus personajes, al borde de la locura, la destrucción de la guerra, los vínculos afectivos, el humor, la ironía para socavar la hipocresía de su clase social.
Diversa y trasgresora en Orlando logra un relato ameno, con mucho humor, enmarcado en la Inglaterra de Shakespeare. Un joven aristócrata sufre desavenencias en el amor, realiza viajes, intenta ser poeta, y en uno de los episodios se despierta mujer sin dejar de ser poeta ni enamoradiza/o, continúa su vida luego de trescientos años mostrando los avatares en la historia política y social del reino del norte. Causó mucho impacto al publicarse, sobre todo por la dedicatoria que le hace a su colega y amante, al poeta Vita Salville West.
Diríamos que, junto a Una habitación propia, Orlando y Tres Guineas -un alegato contra la guerra y de corte feminista-, son una especie de manifiestos con formato literario de sus principios.
En Las Olas, en construcción polifónica, alternan los soliloquios de seis personajes que se conocen desde niños y que conservarán su amistad a lo largo de sus vidas. Como un ir y venir del oleaje vuelve al pasado para ahondar en un presente y expresar de manera mística el estado de la soledad.
Pero también hubo lugar para historias como Flush, la biografía que le hiciera al perro de la poeta Elizabeth Barret Browning, en un entramado de vínculos de amor, aventuras y la belleza de la relación que los humanos entablamos con nuestras mascotas.
Antes de tomar la decisión de terminar con su vida, culminó su última novela Entre actos, en una pequeña comunidad los habitantes realizan una obra de teatro a fin de juntar fondos para la instalación de la electricidad. Nuevamente el marco de la guerra, las relaciones personales, la incomunicación ligados a la historia del país, aparecerán en el relato.
Las locas desequilibradas
Virginia Woolf, sufrió abuso en su infancia, según quedó registrado en sus diarios, por parte de su hermanastro. Una historia que se reitera en la mayoría de las mujeres de aquellos y estos siglos. Sumado a esta dolorosa experiencia, tuvo que enfrentar la censura, el oprobio. Ser trasgresora, revolucionaria le costará su salud física y mental. Según las historias clínicas, su depresión, fuertes dolores de cabeza, su anorexia la acompañaron hasta el fin de sus días.
Otras artes utilizaron su figura, como el caso de la obra de teatro Quién le teme a Virginia Woolf estrenada por Edward Albeen en 1962. El título hace un juego de palabras con la canción de la historia de los tres cerditos, “Who’s affraid with the big bad Wolf” muestra la dramática y violenta relación de una pareja. Sin ser parte del guión ni como personaje, la escritora flota en ese oscuro ambiente donde todo el tiempo la cordura parece llegar a su fin. Sin embargo fue la versión de cine la más popular, protagonizada por Liz Taylor y Richard Burton por la que la actriz recibiera un premio por una de sus mejores actuaciones.
En 2002 el director Stepehn Daldry adaptó la novela de Michel Cunningam Las Horas, una historia circular de tres épocas donde las protagonistas se enfrentan a sus destinos mandatados entrando en una conflictiva sobre sus deseos reales. Aparecen la propia Virginia durante su época, una ama de casa y madre de los años 50 desafiando su porvenir, y Clarisa Dalloway en una actualización del personaje de la novela de la Woolf.
El 25 de enero se cumplen 139 años de su natalicio. Su narrativa poética, sus ácidas críticas a la moral hipócrita, la problemática de los vínculos y la sexualidad son temas que se actualizan, se complejizan en un presente que viene dando pelea por los derechos de las mujeres y las minorías disidentes.
Nunca es tarde para acercarnos a los textos de la genial escritora de mirada lánguida y pluma afilada.
Diana Thom