viernes, 26 julio 2024 - 23:38

Violeta Parra, siempre eterna. Su canto habita en nosotrxs

De cantar a lo humano y lo divino, voluntariosa, hiciste tu silencio, sin otra enfermedad que la tristeza”, escribía Pablo Neruda luego de saber la trágica noticia: el 5 de febrero de 1967 ocurría la muerte física de Violeta Parra.

¿Quién no lloró sus canciones? Todos hemos conocido un poquito de aquel Chile y aquella Latinoamérica oculta, ese lado de la vida que pocos exploran o que todos saben, pero nadie dice, excepto ella, que con dolor cantaba y mostraba su país al mundo, iniciando así una nueva corriente musical: “la nueva canción chilena”.

Violeta no era la primera en estudiar el folclor del país andino, pero ella hizo algo que los académicos no. Además de ponerlo en poesías, canciones, cerámicas, bordados y máscaras; ella difundió al mundo su trabajo, sus conocimientos y talento. Con sus hijxs Ángel e Isabel recorrió Europa, escribió canciones, se presentó en teatros, clubes, en la radio y la televisión, grabó sus discos y además presentó sus obras plásticas en el Palacio Louvré de París.

La nueva canción chilena nace con sus primeras canciones, como Casamiento de negros y Qué pena siente el alma, allá por 1955 y pronto se hizo muy popular, Violeta tenía su propio programa de radio. Es sabido que recorrió los pueblos de Chile para recoger las canciones populares, ahí aprendió nuevos ritmos y conoció instrumentos que fue incorporando a su arte. De hecho, Casamiento de negros es un poema racista y prejuicioso de Francisco de Quevedo (1580-1645) que fue criollizado y modificado por los chilenos (le introdujeron un tinte sarcástico) cien años antes de que Violeta le pusiera su voz y le hiciera nuevas modificaciones poéticas, donde “el peligro” y lo pecaminoso es reemplazado por la ternura y lo humano. 

Canciones como Volver a los 17 y Gracias a la vida pasaron a la historia y fueron miles de veces versionadas y homenajeadas por grandes artistas y bandas de todo el planeta. Estas canciones marcaron a toda una generación de músicxs y artistas de Chile y de toda Latinoamérica. Su último disco publicado en vida fue Las últimas composiciones, pero en 1971 aparecía un disco póstumo, que contenía canciones de protesta social del inicio al final; su canción La carta, por ejemplo, denuncia la detención de su hermano -el también músico Roberto Parra, quien fue preso por apoyar una huelga de la población de José María Caro en Santiago, brutalmente reprimida en noviembre de 1962-.

De este último álbum, Arriba quemando el sol, Un río de sangre corre, Miren cómo sonríen y Arauco tiene una pena; son canciones con un fuerte contenido político, donde Violeta musicaliza las huelgas obreras y campesinas de su época. Las huelgas en Latinoamérica no eran nuevas, pero los años sesenta además de estar llenos de rebeliones y grandes huelgas, fueron la antesala de los setenta, período en el cual el socialismo tuvo peso de masas en Chile y millones de obreros en el mundo miraban con entusiasmo a la revolución cubana y al socialismo.

Por eso, no es casualidad que su canción esté llena de ese amargor y dolor obrero, donde ella denuncia que “se tiñó de rojo el pavimento”. La denuncia al saqueo, al robo, al hambre, la represión y la muerte eran las letras que marcarían el camino a Víctor Jara, Mercedes Sosa, Rolando Alarcón y tantos otros.

Señores para cantar, si yo levanto mi grito, no es tan sólo por gritar, perdóneme el auditorio, si ofende mi claridad dice al cerrar Yo canto a la diferencia; pues claro, antes de disculparse, Violeta nos dice, más que a los gritos, con una voz cruda y que apuñala:

De arriba alumbra la luna
Con tan amarga verdad
La vivienda de la Luisa
Que espera maternidad
Sus gritos llegan al cielo
Nadie la habrá de escuchar
En la fiesta nacional

No tiene fuego la Luisa
Ni lámpara, ni pañal
Su niño nació en las manos
De la que cantando está

Pero además del dolor, Violeta le cantó a la esperanza. Ella también supo ponerle su voz y melodía a la lucha de la clase obrera por forjar un mundo distinto. Porque, así como la clase obrera no se quedó -ni se queda- de brazos cruzados y arrodillada ante cada agresión, sino que lucha y da pasos firmes hacia adelante; así mismo hizo la impulsora de la nueva canción chilena, como podemos ver en su versión cantada de Pasea el pueblo sus banderas rojas, un poema de Pablo Neruda: 

Paseaba el pueblo sus banderas rojas
y entre ellos en la piedra que tocaron
estuve, en la jornada fragorosa
y en las altas canciones de la lucha.
Vi cómo paso a paso conquistaban.
Solo su resistencia era camino,
y aislados eran como trozos rotos
de una estrella, sin bocas y sin brillo.

Juntos en la unidad hecha en silencio,
eran el fuego, el canto indestructible,
el lento paso del hombre en la tierra
hecho profundidades y batallas.
Eran la dignidad que combatía

lo que fue pisoteado, y despertaba
como un sistema, el orden de las vidas
que tocaban la puerta y se sentaban
en la sala central con sus banderas,
en la sala central con sus banderas.

Violeta supo encontrar la belleza en lo más crudo de los lugares más recónditos de Chile, supo denunciar y exponer al mundo cómo vivían y vivimos los sectores populares, hizo poesía de nuestras vivencias del pasado y supo inspirar a grandes artistas latinoamericanos, quienes aprendieron de ella y usaron su arte al servicio de transformar la realidad social que vivimos. Por eso somos miles los militantes que la recordamos y cantamos siempre sus canciones, con tristeza, dolor y melancolía; pero nunca rendidos ni de rodillas, más bien enfrentando el porvenir, inspiradxs en canciones como las que ella nos dejó. Porque sus canciones no son propiedad de nadie, son de todxs nosotrxs y seguirán sonando en cada revuelta y lucha de la clase obrera, de lxs estudiantes y las mujeres.

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