Un año sin nuestro compañero Carlos Carcione. Un año sin mi viejo. Un breve repaso por una vida de lucha dedicada al sueño de la revolución social y unos meses de ausencia que confirman lo profundo de su huella. Estas líneas buscan ir más allá del homenaje para ayudarnos a pensar en lo hermoso y potente que es vivir y morir, aunque muchas veces duela, al servicio de la liberación de la humanidad.
Definiendo al personaje
Carlos, Mario, mi viejo, el abuelito, José, amor, tuvo muchas vidas, pero todas vertebradas alrededor de un solo vértice, desde muy jóven, en plena dictadura se hizo parte de las filas del trotskismo para nunca más irse, entendiendo que todos esos mundos, todas esas parcialidades, sólo podían desarrollarse en plenitud si se desbarataba la falsa ilusión capitalista del individualismo, la alienación y el desarrollo personal despegado de la suerte de nuestras hermanas y hermanos. Carlos, mi viejo, se hizo parte de una clase porque así le quedó grabado a fuego al ver apenas unas horas por día a su propio padre, italiano y laburante de múltiples oficios que junto a su compañera levantó la casa familiar con sus propias manos. Se hizo trabajador porque trabajaba, pero sobre todo porque entendió que el trabajo ha sido capturado por el capital y bajo su imperio no puede ser más que terreno de explotación, por lo tanto hay que luchar, rebelarse, entender los mecanismos de esa explotación y hacer todo lo posible por exponerlos. Como herramienta de acción y como método de comprensión de la sociedad: el marxismo. La bronca contra las injusticias y el amor por los placeres de la vida, prohibidos en muchos casos a las mayorías populares, como combustible de una acción inoxidable.
Tercer año de derecho, guitarrista amateur, seductor, profundo, divertido, y tano, cabeza dura siempre para adelante, crítico, leal, atento.
Breve repaso de una gran actividad
Era un gran militante, que con pocos años y en el marco de la dictadura asumió el desafío de impulsar el trabajo político en Tucumán, una región fuertemente golpeada por los milicos, con la apertura democrática se trasladó a Córdoba para ser parte del lanzamiento del mas.
Laburó en algunas fábricas, en mantenimiento y luego, durante varios años, trabajó en la empresa de mantenimiento de la Terminal de ómnibus. Tuvo una crisis mi viejo, Carlos. Su partido, el que fue el partido más grande del trotskismo a nivel mundial, explotó por los aires y tuvo una crisis, que superó, que afrontó como pudo junto a sus compañeros, para salvar lo que podía ser salvado y recomenzar el trabajo de construcción partidaria en el MST.
En el ‘95, esas tareas lo llevaron a mudarse a Buenos Aires donde militó en distintas actividades de responsabilidad, colaborando incluso con algunas tareas internacionales en Uruguay, pero sobre todo en una que lo apasionaba, el períodico partidario, para el que se jugó a armar un equipo de jóvenes (y no tanto). Una nueva crisis lo encontró ya como miembro de la dirección, acompañando a la reconstrucción en distintas regionales como Córdoba. Mi recuerdo de aquellos días del 2003, si se me permite la interrupción, lo trae preocupado pero intenso, rompiendo la monotonía, pensando, desarticulando “maldades” y también, porqué no, un poco confiado.
En el 2007, con 51 años, dejó sus poquitos muebles en el garage de los abuelos, sabiendo que incluso no volvería a ver a su padre y aceptó el desafío de mudarse a Venezuela para colaborar con la construcción de una alternativa revolucionaria en uno de los procesos más profundos y dinámicos del continente. No hay dudas de que esa experiencia lo marcó para siempre, el tano taciturno se encontró con el ron y el griterío de caracas, ciudad que volvió suya, se encontró con Bolívar y Chavez, con un puñado de aguerridos militantes pusieron en pie una corriente crítica que, con aciertos y errores, jugó un importante rol en la vida política.
Mario, el pibe de la dictadura en la zona oeste del conurbano, el cordobés por adopción, se volvió venezolano y caraqueño, dejando una innumerable cantidad de artículos, notas y estudios, congresos, charlas y reuniones, incluso alguna que otra foto sonriendo en la playa.
Creo, como lo dije en su homenaje hace casi un año, que la derrota y el desmoronamiento de ese hermoso proceso fue el primer golpe brutal en su cuerpo y su salud, no solo por la expectativa y el empeño puesto, sino que el deterioro en la alimentación, la atención de salud y el ritmo de la vida cotidiana lo encontraron como siempre, siendo un trabajador.
Volvió a Argentina enfermo, me atrevo a decir también, un poco triste, pero firme en su empeño, a buscar un lugar para colaborar con la construcción, un primer infarto le advirtió que los años de pucho y esfuerzos le empezaban a pasar la cuenta. A esto se le sumó la pandemia, el aislamiento masivo y esos pocos años fueron como una decena. Pero tano, trosko y apasionado de los desafíos se mudó a Rosario, a ser parte de un equipo jovén de dirección, a colaborar con el litoral, a recuperar un poco su vida luego del encierro covidiano. Sin dudas, como se los compartí a Jime, Facu, Gina, Fer y tantos compañeros con los que nos encontramos en su funeral, eso le estiró la vida unos años. Mi viejo, José, era un militante, ninguna de sus particularidades, ni aristas podía ser si eso, en todas era mejor por eso.
Con el cuerpo cada día más jodido, como le gustaba decir, sometido a las dificultades de la cobertura de salud de PAMI, enorme pero muy mejorable en manos de los trabajadores y jubilados, vivió sus últimos años peleando, enojandose, riendo mucho. Un ratito antes de acostarse para no despertar, me escribió como solía hacer, “cómo estás hijo? cómo está la niña?”
La ausencia irremontable y la necesidad de que nada de lo humano nos sea ajeno
Carlos era un tipo marxista, científico, estudioso y estaba enamorado del realismo mágico, sabía que podía decir una verdad dura dibujando las palabras como si fuera una novela, amante de las metáforas y las anécdotas podía pasar de una reflexión filosófica profunda, que desarrollaba apasionadamente usando las manos para darle ímpetu al asunto, rematando la master class con un aireado “así es la vaina”. Mi viejo se reía despacito si estaba preocupado, y se reía con ganas, fuerte, llevándose la mano a la cara y llenando los cachetes de un rojo intenso.
Se enamoraba, se enamoraba bastante, aunque sostenía que su gran amor era mi madre. Tenía contradicciones, dudas, se cuidaba poco, fumaba mucho, disfrutaba de una buena milanesa con huevos fritos o una cerveza en la tasca de parque central, un café con Cacho en Vittorio o un asado bien regado en mi patio, después andaba dos o tres días complejo para dormir. El último primero de año que pasamos juntos, se pasó horas conversando con Jasmine, una jóven compañera australiana que pasó unas cuantas jornadas con nosotros. Se tomaba su tiempo para explicarle no solo lo que le preguntaba, sino también que significaba la metáfora que usaba para ello y por ahí me miraba de costado y se reía, “explicale esa vaina” me decía. Explicaba, se tomaba su tiempo, pensaba y nunca, nunca cerraba una discusión por decreto, a lo sumo se establece el momento de acción, no era un charquero, pero el problema seguía sobre la mesa y se volvía a él las veces que fuera necesario. Enemigo de la formalidad, de las órdenes sin sustento, de los hijos de puta (era un placer escucharlo decir ¡Me cago en dios! cuándo algo lo fastidiaba).
La misma semana que mi papá murió, que murió Carlos Carcione, había partido Edu y unos días después Gustavo, fue una semana de mierda la verdad, sus ausencias son irremontables, pienso y no hay nada que pueda hacer para no extrañarlos. Son un pedazo de nuestro mundo que se va y con ellos la experiencia acumulada de muchas luchas, de muchos caminos andados por nuestra clase, la generación que vivió la dictadura y sobrevivió, que se anotó a pelear en malvinas y llenó la plaza del no, la que vió caer el muro de Berlin y las estatuas de Marx y Lenín y no claudicó a la moda de que el fin de la historia había llegado y si bien los extraño hoy y cada día, si bien la vida se volvió bastante más gris sin mi viejo, estoy feliz de haber aprendido a su lado, de haber aprovechado, en un mundo de terrores, la posibilidad de su abrazo, de su palabra, sabiendo que no fui el único, que somos una familia interminable y mientras quede una herramienta en movimiento tenemos que hacer todo para recuperar el trabajo como creación, la vida como una ilusión irremplazable y el destino en nuestras manos. Entendiendo que la revolución es el más humano de los derechos y el socialismo un sueño por el que aún vale la pena luchar. Hasta siempre Carlos Carcione, hasta siempre papá.