sábado, 12 julio 2025 - 07:41

Trump. La ultraderecha, la transfobia y el fútbol

Durante una visita formal a la Casa Blanca en el marco de su participación en el Mundial de Clubes 2025, el plantel de la Juventus vivió un momento tan insólito como incómodo. La delegación, encabezada por su dueño John Elkann, el técnico Igor Tudor y algunos jugadores —como Timothy Weah, Federico Gatti y Dusan Vlahovic— fue recibida por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en lo que parecía ser una foto institucional. Pero terminó siendo una escena más del show político de ultraderecha del magnate.

El presidente estadounidense convirtió el encuentro en un espacio para explayarse sobre temas completamente ajenos al fútbol: La situación en Medio Oriente, la inmigración y, en particular, el género en el deporte. “Fue un poco raro”, declaró el delantero estadounidense Timothy Weah al New York Times:«Nos dijeron que teníamos que ir y no tuvimos opción. Yo solo quiero jugar al fútbol», explicó sobre lo incómodo del momento.

«¿Una mujer podría jugar en su equipo?» El fútbol como excusa para los discursos de odio

La controversia inicia con una pregunta de Trump dirigida al plantel: «¿Una mujer podría jugar en su equipo?». Tras unos segundos de silencio, uno de los directivos del club respondió con corrección institucional: «Tenemos un equipo femenino muy bueno».

Pero Trump insistió: «¿Deberían jugar con las mujeres, ¿verdad?», refiriéndose a las jugadoras trans y buscando reafirmar su posición. Ante la falta de respuesta de los jugadores, remató: «¿Ven? Son muy diplomáticos». El desconcierto en el ambiente fue evidente.

Sus dichos no son una simple o inocente opinión, tampoco son un exabrupto aislado. No fue la primera vez que Trump utilizó un espacio deportivo para impulsar discursos cargados de transfobia y misoginia, viene construyendo una campaña sostenida de odio: en febrero de este año el mandatario firmó un decreto para prohibir a mujeres trans competir en deportes femeninos en escuelas y universidades. Una medida que forma parte de una ofensiva ideológica, que solo busca restringir derechos e instalar prejuicios. Y ahora utiliza espacios como una reunión diplomática con un club de fútbol para insistir con ese mensaje de odio a las disidencias.

Trump usa el deporte femenino como un escenario para reforzar ideas transfóbicas, biologicistas y profundamente discriminatorias. Su insistencia en separar «hombres de mujeres» no parte de una preocupación por la igualdad, sino de una voluntad de disciplinar identidades y negar derechos.

Además, intenta usar el sentido común deportivo para validar exclusiones, pero lo que ignora (o desprecia) es que las principales desigualdades que sufre el deporte femenino no tienen nada que ver con la “biología”, sino con la falta de inversión, la precarización y la ausencia de políticas de igualdad real.

No se trata de «proteger» el deporte femenino, sino de garantizar que todas las personas —mujeres cis, mujeres trans e identidades no binarias— puedan participar con condiciones dignas sin ser objeto de burlas ni de discursos de odio institucionalizados.

Su argumento se presenta como «defensa del deporte femenino», pero es una trampa: la verdadera amenaza para el fútbol de mujeres no son las atletas trans, sino la precarización, la falta de inversión y la desigualdad estructural. Mientras busca excluir, no destina ni propone medidas que garanticen derechos o condiciones dignas para las jugadoras.

El odio: moneda corriente de la ultraderecha

Mientras se usa al fútbol femenino como excusa para discursos reaccionarios, la realidad en todo el continente es otra: las jugadoras enfrentan desigualdad salarial, infraestructura precaria, entrenamientos en canchas alquiladas, contratos compartidos y premios que no se pagan.

Las declaraciones de Trump son parte de una narrativa política. Al igual que su par argentino, Javier Milei, utiliza los discursos de «libertad» para avanzar sobre los derechos de las mujeres y disidencias. Ambos gobiernos han mostrado una práctica sistemática de desfinanciar políticas de género, invisibilizar violencias estructurales y atacar la educación con perspectiva de género.

En Argentina, el ejemplo más reciente que refleja la realidad del fútbol femenino fue el de las futbolistas de Newell’s, que luego de salir campeonas de la Copa Federal y el Torneo Apertura 2025, emitieron un comunicado exigiendo el pago de sus sueldos y premios atrasados. Ganar no alcanza cuando el reconocimiento deportivo no se traduce en derechos laborales básicos.

¿De eso no hablan Trump ni Milei? No, porque no les interesa el deporte femenino, sino como en el caso de Trump, lo utilizan como una herramienta para instalar discursos de odio, disciplinar identidades y reforzar el statu quo patriarcal.

¿Y usted, señor Trump?

La pregunta de si una mujer podría jugar en un equipo masculino es tan absurda como provocadora, al igua si se hiciera a la inversa.

Así que devolvemos el planteo con una dosis de realidad: ¿Y usted, señor Trump, podría jugar en un equipo femenino? Lo dudamos. No por su género, sino porque probablemente no aguantaría ni un minuto. Ni en lo físico, ni en lo mental.  Porque para bancarse la cancha como lo hacen las jugadoras —de verdad — hay que entrenar en horarios imposibles, dejarlo todo al jugar,  pelear contratos miserables, compartir camisetas, exigir premios no pagados y luchar todos los días para que tu deporte sea tratado con el mismo respeto y condiciones que el de los varones.

El fútbol no necesita más discursos de odio disfrazados de preocupación. Necesita inversión, políticas integrales y, sobre todo, condiciones dignas para el desarrollo de la disciplina y las jugadoras.

El deporte no es un escenario para la burla política. Es una trinchera más de lucha por los derechos.

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