miércoles, 4 diciembre 2024 - 05:38

Roberto Bolaño. El desfachatado

Hay muchos tipos de escritores y escritoras. Entre ellos están los que tienden a seguir las corrientes de moda, los que se ajustan a las tendencias del momento y los que se adaptan al gusto de la mayoría. Sin duda ninguno de estos o estas han hecho ni harán historia en la literatura ni de un país ni de una región ni del mundo. Por otra parte, muchos de ellos son buenos escritores o escritoras aun cuando no trascienden el límite de lo previsible. Es que para lograr un buen producto en narrativa no es necesario demasiado vuelo creativo. Una obra bien escrita no necesariamente es una obra de arte. Por cierto, esa es la diferencia entre “Las 50 sombras de Grey” y “100 años de soledad”. Pero el caso de Roberto Bolaño es distinto. Él ha sido –en la literatura contemporánea– una especie de renegado. Un tipo destinado a romper todas las reglas y las técnicas narrativas aun cuando las maneja con habilidad y conocimiento notable. Las razones de esta singular literatura y su impacto en la cultura de este tiempo es lo que analizamos en esta nota.

Un escritor itinerante

Roberto Bolaño nació en Santiago de Chile en 1953, aunque pasó gran parte de su vida en México, España y otros países. Su infancia estuvo marcada por constantes mudanzas, que reflejan una búsqueda de identidad y pertenencia presente en su obra. A los quince años emigró con su familia a México, donde se integró a la escena cultural mexicana.

Bolaño cofundó el movimiento infrarrealista en 1975, un grupo poético que rechazaba la solemnidad literaria y promovía una escritura radicalmente nueva. A pesar de su pasión inicial por la poesía, fue en la narrativa donde alcanzó fama mundial. Desde finales de los años 80 se estableció en Blanes, España, con su esposa e hijos, donde escribió las obras que lo consagraron. Sus novelas Los detectives salvajes y la póstuma 2666, recibieron el Premio Herralde en 1998 y el Premio Rómulo Gallegos en 1999 y 2003, la última. Su obra ha sido traducida a numerosos idiomas, entre ellos inglés, francés, alemán, italiano, lituano y neerlandés. Fue desde su adolescencia un lector voraz, que leía desde literatura mexicana y thriller policiales hasta obras clásicas de Horacio, Ovidio y Arquíloco. Durante esta época fue un asiduo visitante de la biblioteca pública de la capital mexicana, ciudad en la que se desenvolvió realizando distintos trabajos, tales como el de periodista. ​

En 1973 regresó a Chile con el propósito de apoyar las reformas de Salvador Allende, al mismo tiempo que para experimentar la sensación de libertad extrema manifestada por la Generación Beat. Sin embargo y por exigencia de su madre, regresó a México en 1974. Algunos intelectuales lo criticaron por abandonar Chile en ese momento crucial. Bolaño no era militante político ni sus convicciones ideológicas a favor de Allende eran tan profundas como para resistir la embestida de Pinochet. Detrás de esa crítica se esconde la falta de autocrítica por el fracaso de la “vía pacífica al socialismo” por parte de UP y el PCCh. No obstante, algunos de sus textos reflejan este trágico periodo de la historia del país trasandino.

Un año después, en 1975, con Papasquiaro, Montané y otros amigos fundaron el movimiento infrarrealista que, surgido a partir de reuniones y tertulias bohemias en el Café La Habana de la Avenida Bucareli,​ se opuso radicalmente a los poderes dominantes en la poesía mexicana y al establishment literario de ese país. Ese mismo año, Bolaño publicó su primer libro de poesía, Reinventar el amor. Además de Bolaño, Mario Santiago y Montané, el movimiento infrarrealista contó entre sus cofundadores con poetas como José Vicente Anaya, Rubén Medina, Ramón Méndez Estrada y el peruano José Rosas Ribeyro, entre otros.

En 1977 se instaló en Barcelona y en 1981 emigró a Gerona. En 1985 se casó con Carolina López y se mudó a Blanes, todas estas localidades españolas. Tuvo dos hijos con ella y este fue su último destino.

El autor falleció en 2003 debido a una enfermedad hepática mientras esperaba un trasplante, dejando un legado literario considerado una de las mayores contribuciones a la literatura latinoamericana contemporánea.

Escritor singular

A ciencia cierta querer encasillar a Bolaño en un género es un despropósito porque su obra entra en la categoría de los inclasificables. Suspenso, terror, fantasía y realismo social o policial todos se dan cita en sus textos. También una discreta denuncia política y un tono ideológicamente incierto, aunque claramente opuesto a la ultraderecha y al fascismo. Sus temas son de actualidad y los aborda con una prosa que es pulcra, seductora y una trama compleja pero que a diferencia de las tramas borgianas es relativamente contrastable. En estas temáticas Bolaño despliega su estilo donde las reglas gramaticales y las técnicas narrativas convencionales se las ven en figuritas y sin embargo nunca pierde la compostura.

Muchos de sus personajes son nómadas o marginales, reflejo de su propia vida; Bolaño emplea historias dentro de historias, haciendo alusiones literarias constantes en una especie de metaficción llamativa. La violencia política y el horror humano son elementos clave, especialmente en obras como 2666.

De modo sorprendente sus personajes suelen ser poetas, escritores o críticos, y el mundo literario es un eje temático central ya que no apela a personajes formales o estereotipos para situaciones que son de lo más diversas y de lo más inusuales. Se podría decir que sus narrativas están marcadas por la falta de resolución y una estructura a menudo no lineal.

Podemos ver en sus principales obras un despliegue de cosas o situaciones inauditas y no asombrarnos por ello. Bolaño exploró la forma breve con maestría, logrando cuentos donde lo cotidiano y lo insólito se entrelazan. En Putas asesinas (2001) –una colección de cuentos– mezcla humor negro y horror, con personajes marginados. Destacan cuentos como “El Ojo Silva”, que narra la historia de un fotógrafo enfrentado al terror del genocidio; y “Prefiguración de Lalo Cura”, donde ya el título es un desafío irónico que cuenta la historia de un gánster cuya madre era actriz porno y sale al encuentro de otro personaje al que reivindica al final, pero nos mantiene atentos a que va a hacer el protagonista; un juego mordaz entre cordura y locura. En Llamadas telefónicas (1997) la marca es el tono melancólico y el misterio. Aquí sobresale “Sensini”, un tributo a escritores olvidados. El gaucho insufrible (2003) fue publicado póstumamente, incluye relatos que abordan el desarraigo y el choque entre la modernidad y la tradición. Bolaño es chileno pero este hecho no tiene ninguna importancia. Perfectamente podría ser argentino, mexicano o español. Es más bien un hispanoparlante e hispanoescribiente neutro que honra al idioma despojándose de todo sesgo costumbrista o chauvinista incluyendo el sesgo propiamente español.

Bolaño escribió también novelas cortas como Estrella distante (1996), un spin-off de La literatura nazi en América en la que sigue la historia de Carlos Wieder, un poeta-piloto vinculado a la dictadura chilena. La obra muestra cómo el arte puede ser utilizado para fines perversos. Con Nocturno de Chile (2000) hace una reflexión sombría sobre la culpa y la responsabilidad en la dictadura chilena, narrada por un sacerdote y crítico literario en su lecho de muerte.

La frutilla del postre son sus novelas mayores o más largas, que quizás no son lo más abundante en su carrera, pero suman a una obra de gran variedad. Los detectives salvajes (1998) es considerada una obra semi autobiográfica que narra las aventuras de dos poetas infrarrealistas, Arturo Belano y Ulises Lima, en busca de una misteriosa poeta. Con una estructura fragmentada y múltiples voces narrativas, es un homenaje a la juventud y al fracaso. Pero es 2666 (2004) –su obra póstuma y más ambiciosa– la que se asume como su obra cumbre; compuesta por cinco partes independientes pero interconectadas es un texto paradigmático de Bolaño; aquí explora el mal en sus formas más extremas, con el telón de fondo de los feminicidios en Santa Teresa, una ciudad ficticia inspirada en Ciudad Juárez. La novela es una reflexión monumental sobre la humanidad y el horror.

Bolaño el desfachatado

Bolaño revolucionó la literatura latinoamericana al romper con el realismo mágico que dominaba desde la época del Boom. Su enfoque crudo y experimental inspiró a nuevas generaciones de escritores. Su capacidad para abordar la literatura como un espacio de reflexión sobre el arte, la política y la vida lo convierte en una figura imprescindible del siglo XXI. Pero no es este el mérito esencial sino el de demostrar que quien quiera ser escritor o escritora no debe ir a una universidad ni una academia ya que el arte se hace en las calles, en las fábricas, en las escuelas, los hospitales, en fin… en la vida. Y como esta se construye a mano y sin permiso al decir de Silvio Rodríguez. Bolaño se instala en México y se enfrenta a monstruos colosales: Octavio Paz, Carlos Fuentes y el inefable Juan Rulfo. Y no digamos que los vence, pero sale indemne de la confrontación. Porque lo distintivo con estos genios es que Bolaño no crea héroes, no crea modelos ni en sus personajes ni en su estilo, no reconoce herencia literaria alguna, aunque su intertextualidad es evidente por las influencias recibidas de Borges, Cortázar y Philip K. Dick. A su vez el impacto que tiene como una de las figuras más importantes de la literatura mundial contemporánea produjo fuerte influencia en autores como Mariana Enríquez y Valeria Luiselli. Por esta obra desafiante Bolaño se planta en el escenario literario de habla hispana como un desfachatado. Un hombre que entró a la “fiesta” sin invitación y que viniendo de un Chile culturalmente devastado por el pinochetismo se colocó a la par de los popes hispanos de todos los tiempos.

El Universo Bolañiano

Roberto Bolaño dejó un corpus literario que trasciende épocas y fronteras. Sus cuentos y novelas capturan la fragilidad y la complejidad del ser humano, situándose como un cronista esencial de la violencia y el exilio. Cada texto suyo invita al lector a enfrentar preguntas incómodas sobre la existencia y el poder transformador del arte. A diferencia de Cortázar o de Vargas Llosa u otros escritores del pasado reciente de Latinoamérica, Bolaño no es un escritor para “degustar”. No es una narrativa exquisita. Es en algún sentido poética pero no al estilo borgiano sino más bien al estilo bretoniano. Por su trayectoria migrante, Bolaño es una especie de escritor paria, pero eso no lo disminuye ni mucho menos. Su carácter cosmopolita, su modernidad y sus personajes inauditos pero bajados a tierra lo hacen de una calidad asombrosa. Y por más que rompa las reglas, las conoce y por oposición las reafirma. Bolaño no terminó la secundaria. No fue un erudito. Fue un autodidacta que podría decir igual que Borges: “Yo no me jacto de lo que he escrito, me jacto de lo que he leído”. Y más allá de cuanto haya leído o no este célebre escritor contemporáneo, lo que importa es su “lectura” de la literatura. Su increíble capacidad de transformar un guion sencillo en una obra espléndida. Bolaño no será un sublime académico, pero es un magnífico artesano de la escritura. Y un constructor de un universo propio que bien vale la pena conocer. Atrévanse a leer a Bolaño. Les aseguro que no se van a arrepentir.

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