lunes, 23 diciembre 2024 - 12:25

Ramón Falcón. Ni honor, ni gloria

 “El coche avanzaba plácidamente por la calle Quintana, hasta que al llegar a la esquina con la calle Callao y reducir su velocidad para tomar la vuelta, un joven apátrida, arrojó un elemento explosivo de dinamita dentro del carro donde viajaban el honorable jefe de la policía, Ramón Lorenzo Falcón y su secretario Juan Alberto Lartigau, terminando, ambos dos, con heridas en sus piernas y extremidades que les producirían la muerte unas horas más tarde. Fue detenido el autor del estruendoso atentado”.

Palabras más, palabras menos, así es como describía el diario La Nación del 15 de noviembre de 1909 el ajusticiamiento, según los trabajadores anarquistas, asesinato según la burguesía, de quien fuera uno de los más implacables representantes de la represión a la clase obrera por parte de la burguesía conservadora de principios del siglo XX. Lejos estaba de recibir el título de honorable.

¿Quién era Ramón Falcón?

Ramón Lorenzo Falcón había nacido en la Ciudad de Buenos Aires en 1855, época donde se confundían la Ciudad con la Provincia, ya que no existían como unidades separadas y la cual, al mismo tiempo, Buenos Aires se componía como un Estado Nacional en sí mismo por haber rechazado la Constitución de 1853 y no formar parte de la Confederación Argentina. Con la reunificación y la firme decisión de la burguesía de organizar el país bajo el modelo agroexportador, las instituciones nacionales tomaron una relevancia fundamental, especialmente el poder de represión para garantizar la cohesión nacional. En ese ámbito, Falcón fue uno de los primeros egresados del recién creado colegio militar, en 1873. Con la idea de sostener la unidad y los valores de la patria “a sangre y fuego”, fue uno de los más destacados soldados que participaron en la conquista del desierto, lo que llamó la atención del “padre” de la generación del 80´, Julio Argentino Roca, quien no dudaría en tenerlo bajo su tutela.  
Durante la época de auge del modelo económico, entre 1880 y 1914, la mano de obra llegaba de los países de la vieja Europa en crisis, principalmente Italia y España. Muchos de estos trabajadores venían expectantes de una vida mejor que la que llevaban en sus propios países, pero se chocaron con una oligarquía conservadora políticamente y liberal económicamente, que solo les permitía lo mínimo y necesario para garantizar que sigan produciendo para sostener el modelo económico y de esa manera, sus ganancias sostenidas.

No tardaron mucho en florecer las ideologías obreras que denunciaban la explotación humana y en crecer rápidamente entre las masas de trabajadores, teniendo dos grandes expresiones: por un lado la socialdemocracia, encarnada en Juan B. Justo y el Partido Socialista; por otro, el anarquismo, siendo su máxima expresión la Federación Obrera Regional Argentina (F.O.R.A).

Ambos movimientos rápidamente irrumpirían en la escena política argentina, convirtiéndose en los enemigos públicos de la burguesía oligárquica.

Falcón en acción

En 1906 Falcón, ya en su grado de coronel,  sería designado como jefe de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires  y se haría popular entre los acaudalados oligarcas que veían en su actuación la representación de sus ideales -el orden y el progreso- aplicando la mano de hierro sobre los trabajadores que no acataran su lugar de explotados.

Su primera acción relevante de ataque hacia las masas se daría en 1907, durante la gran huelga de inquilinos. La crisis habitacional que sufrían los miles de inmigrantes, los había conducido a vivir en conventillos hacinados, donde las distintas familias debían compartir baños y cocinas en estados deplorables, y a la postre, los arrendatarios habían subido el valor de los alquileres a costos imposibles de pagar. Esto llevó a que los obreros desconocieran esos valores y salieran a protestar. Falcón, a cargo de la policía, obligó a los bomberos a tirarles chorros de agua de alta presión, con los primitivos camiones hidrantes de la época, a familias enteras con niños que protestaban pacíficamente. Y como si esto no hubiera sido suficiente, con una fuerza de choque policial, allanó conventillo por conventillo, expulsando a la calle a las familias que no habían pagado el alquiler.  Finalmente, debido a la lucha que llevaron los inquilinos y al repudio que se había ganado el accionar de Falcón entre los sectores medios de la sociedad, el gobierno oligárquico debió negociar con los mismos y se establecieron acuerdos de viviendas y regulación de alquileres, que resolvieron la crisis por un tiempo.

Sin embargo, el hecho más notorio y trágico de su accionar se daría a conocer como la semana roja. En ocasión del 1 de Mayo de 1909 -día del trabajador- miles de trabajadores, sobre todo anarquistas, se habían congregado en la plaza Lorea para celebrar su día y conmemorar la lucha que venían llevando contra la oligarquía. En palabras de Osvaldo Bayer, la semana roja comenzó de la siguiente manera:
 “En ese momento llegó un auto al cruce de la avenida de Mayo con Salta, en el que viajaba nada menos que el jefe de la Policía, coronel Falcón. Frente a su presencia, los anarquistas reaccionaron al grito de -‘abajo el coronel Falcón’, ‘mueran los cosacos’, ‘guerra a los burgueses’. A Falcón, directamente le gritaban ‘perro’. Esa fue la señal para que el jefe de policía ordenara el ataque de los uniformados contra la masa obrera. Se desató una lluvia de balas y, con ellas, comenzó uno de los grandes dramas de las luchas obreras. Atacó, además, la caballería de la policía. Caían los obreros, la plaza se quedó vacía y el pavimento sembrado de gorras y charcos de sangre. Fueron recogidos tres cadáveres de militantes obreros” .[i]

Unos días después, el 4 de mayo, cerca de 4.000 obreros según las crónicas, acompañaban los féretros de los caídos en plaza Lorea hacia el cementerio de la Chacarita cuando fueron interceptados nuevamente por Falcón y sus fuerzas policiales.  La policía avanzó para confiscar los féretros y al encontrarse con la resistencia de los trabajadores, abrió fuego nuevamente contra la movilización. No solo era el responsable de la muerte de esos trabajadores, sino también de negarles una pacífica sepultura. Esto unió a toda la clase obrera anarquista, socialista, radical en un solo grito: pedir la renuncia de Ramón Falcón.  Se convocó a una huelga general por tiempo indefinido hasta la caída del responsable policial, a lo que el gobierno de Figueroa Alcorta respondió allanando locales partidarios y sedes sindicales, siempre bajo la acción vigilante de su hijo pródigo. La medida, lejos de disiparse, ganó en intensidad y violencia, lo que obligó, por primera vez, a que el gobierno tuviera que sentarse a negociar con los trabajadores directamente, sin intermediarios. La oligarquía cedió en algunas demandas, pero no en la principal, la renuncia de Falcón; ya que encarnaba el arquetipo de herramienta represiva que necesitaban para sostener su poder y sus privilegios: antiobrero, xenófobo y clasista.

La justicia obrera

Los anarquistas de la época se empezaban a dividir en dos sectores cada vez mas marcados. En uno se referenciaban los más “puristas”, los que creían que la violencia individual, la acción heroica, diría años más tarde Severino Di Giovanni, era un método válido para acabar con la explotación de la burguesía y el Estado.  Por el otro los que ceñían su política a la organización sindical y colectiva.  Al primero pertenecía Simón Radowitzky, un joven ucraniano que, según cuentan sus biógrafos[ii], había sido partícipe junto a su padre de la Revolución Rusa de 1905, y que había llegado a la Argentina unos meses antes, los suficientes para haber vivido toda la semana roja. Fue quien produjo el atentado que acabaría con la vida de quien fuera uno de los más terribles brazos del régimen. La acción de Radowitzky fue festejada por la clase obrera y le dio un gran golpe al régimen conservador. Sin embargo, como toda acción individual que no es construida colectivamente, se convierte en una estrategia equivocada, ya que aleja a las masas de la acción y organización revolucionaria y se despega de la misma, tomando por sorpresa no solo a la burguesía, sino también a la propia clase trabajadora.  Por eso a la larga, con los trabajadores desorganizados para resistir las represalias, trajo más consecuencias negativas que positivas.
Al día siguiente se decretó el estado de sitio por varios meses y comenzó una persecución brutal contra las masas, se cerraron locales partidarios, se apresaron más de 400 dirigentes y se deportaron otros tantos. La oligarquía terrateniente no actuaba por la muerte de Falcón en sí, sino porque el régimen se veía tocado en su línea de flotación, que era la represión. La oligarquía y su régimen, tenían los días contados. Surgía una nueva expresión de la burguesía, que con otra fachada mantuvo la represión como herramienta: el radicalismo.

Radowitzky se salvó de la pena de muerte por ser menor de edad, pero terminó preso en el penal de Ushuaia. Años más tarde, indultado por Hipólito Yrigoyen, fue expulsado del país y terminaría sus días en México, exiliado luego de luchar en la guerra civil española. Falcón, por su parte, fue enterrado en el cementerio de Recoleta con todos los honores de la élite, en agradecimiento por los servicios prestados. Desde entonces, casi todos los 14 de noviembre, su lápida suele amanecer con pintadas y agravios, sin un descanso en paz, tal como el que le negó a aquellos tres obreros asesinados ese 1 de Mayo en plaza Lorea, demostrando que los honores que perduran, más de cien años después, son los de la clase obrera.

Colaboración de: Germán Gómez

[i] https://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-297620-2016-04-23.html

[ii] Los Anarquistas Expropiadores, Simón Radowitzky, y otros ensayos., Osvaldo Bayer

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