A 29 años de su muerte, el 4 de julio de 1992 y en el año del centenario, Piazzolla regresa a nuestros oídos como un canto renovador de un tango que se resiste a desaparecer. Evocamos en este artículo su obra y reflexionamos sobre su gesta transformadora.
4 de julio de 1992: Un día fatídico para el tango
“… (Piazzolla) Estaba solo, aunque estuviera rodeado y recibiera mucho afecto. Porque él no podía concebir la vida sino creando música y tocando el bandoneón. Sacudiendo el fuelle, con energía, a veces hasta con violencia, mostrando en esa pasión musical todo lo que la vida contiene: ternura y afecto, odio, rencor, bronca, reflexión y sosiego, todo en ese potaje de sentimientos y emociones que fue toda su obra musical. Tristeza y alegría, dolor y felicidad, risas y llanto, gritos y susurros. Todo lo humano que podía caber en el 3-3-2, la yumba y los fugatos que su magistral mano izquierda ejecutaba como casi ninguno de su generación. Era el mejor. Fue el mejor… La vida y la historia suelen tejer paradojas y coincidencias sorprendentes. Justo el día de la independencia de EEUU —país en el que Astor Piazzolla vivió la mayor parte de su infancia y adolescencia— la muerte lo encuentra en Buenos Aires, la que fue su ciudad por adopción. Su ACV fue el 4 de agosto de 1990 lo que implica que fueron con exactitud matemática 23 meses; quizás porque dos años, 24 meses, son un número muy redondo y perfecto como el 2×4 del tango clásico primitivo, cosa que él no podía tolerar y también porque 23 meses son un número impar, tan impar como era él, cuya música, aunque es tango no puede clasificarse sino entre las cosas “raras”, o sea impares… La noche de ese 4 de Julio de 1992 sería la noche fatal para el tango moderno. A las 23.15, Astor murió acompañado por Laura Escalada en el sanatorio de la Santísima Trinidad en el barrio de Palermo, luego de haber pasado varias complicaciones respiratorias que eran secuelas de la hemiparálisis derecha que soportaba desde el ACV”. (Astor Piazzolla, La revolución del tango. Orlando Restivo, Bs. As. 2017, págs.341-342.)
Cuando el 4 de julio de 1992, se produjo la muerte de Piazzolla, se abrió un vacío enorme en la evolución del tango que desde 1960 venía avanzando sin pausa en Buenos Aires y en el mundo. Este enorme vacío era directamente proporcional a la magnitud del bandoneonista y compositor. Llevó más de diez años su definitiva superación hasta que bandas de electrotango como Gotán Project (2001), Tanghetto (2003) y Bajofondo (2003) volvieran a colocar al tango moderno o neo-tango en el lugar que había conquistado en Argentina y el mundo. A esto siguió una explosión de bandas y conjuntos de tango moderno o clásico, pero aggiornado con una estética y poesía contemporánea (La Fernández Fierro, Astillero, Ciudad Baigón, etc.) Este no pretende ser un artículo biográfico, sino una reflexión sobre su obra a 29 años de su desaparición y justo en el centenario de su natalicio. Una reflexión que apunta a resaltar no solo su figura y personalidad creativa y magistral sino, y fundamentalmente, a remarcar la epopeya de la creación del tango moderno o neo-tango y a comentar brevemente su significado, su actualidad y sus perspectivas.
El continuador de una épica tanguera nacida en los años 20 del siglo XX
Cuando se habla de Piazzolla se habla en general de un vanguardista, de un reformador profundo o de un revolucionario del tango, que dio vuelta la página de este género musical en momentos en que aún gozaba de buena salud y atravesaba nada menos que su Edad de Oro. Pero Piazzolla no fue el primer transformador del tango. A fines de la década de 1910 surgió el “tango-canción” expresión acuñada para definir a los tangos que tienen música y letra, ya que hasta 1917 eran mayoritariamente instrumentales y salvo aquellas iniciales letras populares y chabacanas como “Bartolo” o “Dame la lata” —entre unas veinte o treinta más de ese estilo, por demás primitivas— no se estilaban las canciones en este género porteño. Fue Carlos Gardel (1890-1935) quien ese año grabó “Mi noche triste” de Samuel Castriota y Pascual Contursi. Esta fue la primera transformación notable del tango.
La segunda gran transformación se inicia en 1920 con los músicos de la “corriente renovadora” entre los cuales se encontraban los célebres Francisco Canaro, Julio y Francisco de Caro, Pedro Laurenz y Pedro Maffia y el magistral Eduardo Arolas. Este último surgió en la Vieja Guardia (su primer tema data de 1909) pero cabalgó ambas épocas la Vieja y la Nueva Guardia. Fue un cambio radical que implicaba reformular el ritmo, la técnica, la estética y la poesía musical del tango. Osvaldo Fresedo y el propio Canaro —que abdicó de la renovación— formaron la corriente “tradicionalista” que no quería hacer cambios estructurales al tango.
Hubo una tercera reforma o renovación entre 1935 y 1942 que produjeron Aníbal Troilo, Osvaldo Pugliese, Elvino Vardaro, y algunos más a quienes hacia fines de los 40 se sumó Horacio Salgán. Todos estos dirigían sus propias orquestas. El propio Salgán, Pugliese y varios músicos más —entre ellos Osmar Maderna, Franchini y Pontier, etc.— en los años 1950 al 55 protagonizaron el fenómeno del “vanguardismo tanguero”. La Yumba de Pugliese, Polvo de estrellas de Maderna y A fuego lento de Salgán son completas innovaciones técnicas y estéticas del tango tradicional. En 1955 se inició una época de decadencia del tango que se revirtió a partir de 1983, aunque nunca volvió a ser masivo como era en 1940. Sin embargo, en estos años hubo maravillas musicales desconocidas aún hoy. Nombres de excelencia musical como Baffa, Berlingieri, Juárez, Libertella, Stazo, Requena, Plaza, Colangello, etc., son partes de esta época del tango, con un estilo tan moderno como audaz. A fines de los 70 y los ochenta se destacó la Orquesta (hoy orquesta-escuela) de Emilio Balcarce, Raúl Garello, Néstor Marconi, Daniel Binelli, Eduardo Rovira y Rodolfo Mederos. Todos innovadores y vanguardistas.
De estas notas podemos inferir que el tango es en realidad una música en continua evolución y que Piazzolla tomó en sus manos la esencia de los renovadores, en sus tres periodos de renovación y con ella produjo una transformación más profunda, radical y audaz que no fue reformista sino revolucionaria.
Las razones de una revolución tanguera
Hubo mucho motivos para que el tango piazzolliano surgiera en Buenos Aires y pueden enumerarse= un músico primitivamente acunado en New York escuchando el mejor jazz, en su mejor momento; las experiencias con la música clásica producidas por sus sucesivos maestros en ese género (Bella Wilda, discípulo de Rachmaninoff, Ginastera discípulo de Juan José Castro, Raul Spivak, profesor de piano) ; su estrecho contacto —aún adolescente— con Gardel en Nueva York y la impronta que este le dejó; la admiración de su padre, Nonino, tanto por Gardel como por Julio de Caro, que mamó en sus años juveniles; el conocimiento desde la radio del reformador de tango y excelso violinista Elvino Vardaro; su “horneado” tanguero en la orquesta de Troilo entre 1940 y 44, entre otros factores. Pero hubo uno que fue decisivo: lo que los biógrafos llaman “el episodio Boulanger”. Cuando Piazzolla llegó a Francia en 1954 tras ganar un certamen musical de música clásica, Nadia Boulanger —la musicopedagoga más célebre de Francia— tras escuchar sus tangos, que tenía ocultos y olvidados, lo estimuló e impulsó a componer su propia música. Y así nació el Nuevo Tango, el Tango Moderno, el Neo-Tango o Música Popular Contemporánea de Buenos Aires (como la llamó irónicamente, él mismo en 1972 para dar título a un disco). Es en 1955 con su disco en París y luego en Argentina con la formación del mítico Octeto Buenos Aires que Piazzolla se lanza decididamente a la aventura de cambiar el tango. Y es en 1960 con Adiós Nonino y el Quinteto cuando este proceso se convierte definitivamente en una revolución dentro del tango.
Hay un antes y un después de esta epopeya que por supuesto no fue gratuita para el músico argentino ya que recibió las críticas y el rechazo de los “tradicionalistas”, tal como lo habían sufrido ya los renovadores en los años 20.
La música de Piazzolla se erige en ese tiempo como un tango contemporáneo que refleja el moderno Buenos Aires en contraposición al tango que reflejaba el Buenos Aires de 1900 (aún el tango de 1940 lo reflejaba activamente) pero no solo en cuanto a letras o giros estéticos sino a una concepción más holística de esta música ciudadana, permeabilizándola a otros ritmos como jazz, música sinfónica, bossa nova, folklore, música melódica, pop y electrónica. Haciendo del ritmo acompasado y regular, un ritmo disonante. Un tono disruptivo nutrió todo su arsenal de tangos revolucionarios desde 1960 a 1990 = Adiós Nonino, Buenos Aires hora cero, Tango para una ciudad I y II, Simple, Éxtasis, Retrato de mí mismo (después Retrato de Milton), Tristezas de un doble A, Oda para un hippie, Las cuatro estaciones porteñas (verano, otoño, invierno y primavera porteñas), Fuga y Misterio, Contramilonga a la funerala, en 3 x 4, Paul y Jeanne, Un día de paz, Contrabajisimo, Concierto para quinteto son solo algunas de las más de 300 composiciones que expresan esta visión moderna y revolucionaria del tango.
El artífice del internacionalismo tanguero
Esta epopeya de Piazzolla no sería tal si hubiera encerrado el tango moderno en las fronteras nacionales. Y justamente el extraordinario éxito del jazz y el rock en el mundo tiene que ver con su exportación (favorecido por el imperialismo yanqui pero basado en la apertura cultural mundial que hubo a mediados del siglo XX en la posguerra). También triunfaron internacionalmente la Bossa Nova, la música pop latina o melódica y las melodías italianas, etc. El internacionalismo nació con su autoexilio a Italia en 1973 y vino de la mano de Libertango primero —un producto de tango 100% europeo— y después Reunión Cumbre (Summit) con el saxofonista de jazz Gerry Mulligan. Pero luego se extendió a decenas de obras como las músicas de películas europeas y argentinas, etc. Nace con el Octeto electrónico en 1975 y su célebre formación ad hoc en el Olympia de París en 1977. Piazzolla le dio al tango dimensión internacional.
Concierto para Tango
La admiración y la pasión de Piazzolla por la música clásica o sinfónica unida a su admiración por el buen tango, lo llevó a intentar una fusión musical compleja que se inició en los años 50 sin éxito y que tuvo sucesivos vaivenes hasta que en 1972 compuso “Concierto de Nacar” y luego en 1982 la “Suite Punta del Este” elevando el tango que nació en el arrabal porteño al nivel de lo mejor de la música mundial. Esta sucesión siguió con Concierto Aconcagua, Concierto en Utrecht, Concierto en Lieja, Woe, Five tango sensations, y finalmente Concierto para bandoneón. Su última actuación en vivo fue en Atenas, Grecia en mayo de 1990 con la orquesta de Manos Hadjidakis en el Ancient Herod Odeón.
Piazzolla le dio al tango dimensión sinfónica.
Las claves de la dialéctica piazzolliana
Fue célebre la frase y su conceptualización paradigmática: Piazzolla no es tango. Esa fue la afirmación del establishment y la sentencia de los tradicionalistas. Esa afirmación se transformó en pregunta para miles. Pero la maravilla no reside en la respuesta, sino en la pregunta misma. Porque la misma pregunta puede ser respondida de las dos maneras. Lo que pretende ser destructor del arte piazzolliano es justamente aquello que lo fortalece: porque Piazzolla fue (es) tango y no es tango al mismo tiempo. Algo insoportable e inconcebible para quien no razona dialécticamente. Pero es simple de explicar: en tanto él transita desde su primigenio contacto a los 11 años con el bandoneón, la escuela de su primer profesor Andrés D’aquila —discípulo de Julio de Caro—, interactúa personal y musicalmente con Gardel en New York, conoce la música de Vardaro, ingresa a la excelsa orquesta de Troilo y forma su propia orquesta típica en 1946 con arreglos, variaciones y técnicas inéditas para el tango de aquella época, entonces Piazzolla ES tango. En tanto el músico transita por las enseñanzas de Bella Wilda, luego Ginastera, Spivak y Boulanger y se conforma en un músico dotado de profundo sinfonismo y a la vez en tanto conoce el jazz en su infancia viendo tocar en el Cotton Club en los años 20 a Cab Calloway, a Duke Ellington, y escucha en la victrola a George Gershwin y posteriormente departe improvisaciones en París en 1955 y en New York en 1958 con personajes magníficos como Martial Solal, Lalo Schiffrin, etc., entonces Piazzolla NO ES tango. Pero es el mismo Piazzolla. Porque logra conectar estos dos músicos en uno y el resultado es una música superior, la forma superior del tango: el tango moderno.
Un eterno regreso
Parece que a veces con la muerte de una persona, un/a escritor/a, un/a músico/a, nace un personaje, pero también una leyenda o un mito. Tal es el caso de Gardel. Pero es difícil descubrir cosas nuevas de este cantante, aunque se valore su magnitud constante con la frase “cada día canta mejor”. Con Piazzolla, sin embargo, la cosa es distinta. Desde hace 29 años más y más personas van descubriendo nuevos aspectos y fenómenos particulares de este brillante creador. Porque a diferencia de Gardel, este no gozó de la inmensa popularidad de aquel. Pero no cesa de crecer la admiración de más y más sectores que nunca se acercaron al tango y lo hacen a través del maestro. Y lo más increíble (y nunca reconocido) es que fue Piazzolla quien exportó el tango a un nivel incluso mayor que el de la vanguardia de la década de 1920. Y hoy los más célebres músicos de diversos orígenes y géneros interpretan sus temas y sobre todo orquestas sinfónicas de todos los continentes. De la mano de Astor, el tango hoy es una de las músicas más escuchadas en Alemania y en los conservatorios de música de esos países se estudia junto con Mozart, Bach y Beethoven a músicos populares que revolucionaron sus músicas de origen como Gershwin, Villa-Lobos, Paco de Lucía, Uña Ramos y entre todos ellos está el bandoneonista argentino.
Por eso en este centenario de su natalicio, recordamos su muerte no con una devoción religiosa sino con una pasión revolucionaria. Solo cambiando, solo transformándose siempre, el tango podrá sobrevivir en este nuevo siglo, superando la enfermedad de tradicionalismo que casi lo lleva a la muerte en 1960.
La música de Piazzolla es un permanente regreso que nos abre siempre las puertas del cambio.