jueves, 26 diciembre 2024 - 07:13

Nuevo libro sobre la crisis del subcontinente indio. La partición: ¿se puede deshacer?

Desde Periodismo de Izquierda queremos recomendar a todas y todos nuestros lectores, esta nueva edición realizada por la Editorial La Montaña. Por primera vez editado en español, presentamos este importante trabajo de Lal Khan, fundador de la corriente “La Lucha” de Pakistán, organización que es parte integrante de la Liga Internacional Socialista (LIS) junto al MST en el FIT-U y a organizaciones de diversos continentes y países del mundo.

Este libro se adentra con toda profundidad en una explicación marxista sobre la historia, el análisis, la política y las perspectivas del sur de Asia. Y quien quiera conseguirlo, puede escribir a la editorial responsable para acordar su entrega: www.lamontaña.com.ar

Por lo pronto, y como un adelanto, socializamos aquí el muy interesante prólogo a esta edición, escrito por Imran Kamyana, dirigente de “La Lucha” de Pakistán y la LIS. Esperamos que la lectura de este prólogo sirva como un aporte que genere mayor interés por comprender esta región del mundo, de la cual se puede saber mucho más accediendo al libro en su totalidad.

Prólogo a “La Partición: ¿se puede deshacer?

Comenzando la tercera década del siglo XXI, el subcontinente del sur de Asia[1] está repleto de inestabilidad socioeconómica y una caída sin precedentes en medio de la crisis generalizada del capitalismo global. Aquí se concentra una cuarta parte de la población mundial y la mitad de la pobreza global. El capitalismo, que evolucionó hacia sociedades modernas y algo prósperas en la mayoría de los países occidentales y algunos orientales, ha sido una pesadilla para la gran mayoría de los dos mil millones de almas del sur de Asia. En palabras de Lenin, ha sido un horror sin fin. Después de la falsa independencia del dominio británico directo en 1947, ninguno de los países independientes del sur de Asia se ha convertido en un Estado capitalista desarrollado. Pakistán, que nació en nombre de la religión, tiene una larga historia de regímenes militares directos o indirectos que continúa hasta el día de hoy. Pero India, que durante décadas ha sido aclamada como la democracia más grande, un Estado secular y un modelo a seguir para las naciones en desarrollo, ahora ha caído en las garras del gobierno hindú fundamentalista y semifascista del BJP. Los linchamientos de las minorías se han hecho cotidianos en ambos países. Bangladesh, que se separó de Pakistán en 1971, se encuentra bajo una semidictadura. Nepal, Bután y otros países más pequeños de la región son prácticamente Estados satélites de la India. Si nos fijamos en las afueras de la región, Afganistán e Irán están consumidos por las teocracias sunitas y chiítas. La sangrienta dictadura militar en Birmania está aplastando todas las voces disidentes. Sri Lanka se encuentra en medio de la peor crisis desde que dejó de pagar sus préstamos recientemente. Estos hechos demuestran una vez más que una superestructura sociopolítica estable y sana no puede construirse sobre cimientos económicos atrasados y en crisis. En consecuencia, el capitalismo ha sido incapaz de cumplir con cualquiera de sus tareas históricas en esta parte del mundo. La religiosidad tiene sus huellas profundas en la política y el Estado en todos los niveles. Los restos económicos y culturales del feudalismo no pudieron ser eliminados. No se pudo llevar a cabo una industrialización profunda y de base amplia por falta de infraestructura material y social firme. Junto a la opresión de clase, existe una implacable opresión nacional desde Baluchistán hasta Cachemira y desde Assam hasta Nagaland. Los diversos movimientos de liberación nacional en la región indican que el capitalismo tardío de la región ha fracasado rotundamente en la construcción de una nación burguesa moderna y unificada y en el desarrollo armónico de todas las nacionalidades. Debido a este atraso histórico del capitalismo, la región es una extraña amalgama de modernidad y atraso, que ha convertido a las sociedades del sur de Asia en un museo de la evolución histórica, donde se conservan los restos técnicos, sociales y culturales de los sistemas socioeconómicos del pasado lejano, que se pueden presenciar junto a las últimas técnicas del capitalismo moderno. El fenómeno puede explicarse mejor con la ley de desarrollo desigual y combinado de León Trotsky. Estas sociedades no pueden analizarse ni se puede elaborar una perspectiva científica para ellas sin tener presente esta concepción.

No hay futuro sin el pasado. Sin analizar los eventos pasados no podemos profundizar en el futuro. El caos actual en el subcontinente del sur de Asia tiene antecedentes históricos que abarcan cientos de años, en los que casi 200 años de subyugación colonial británica directa desempeñaron un papel esencial. El saqueo, la tiranía, la explotación, las masacres, las depredaciones y, en última instancia, la partición religiosa del subcontinente, son las características del dominio colonial británico en la India. Este libro proporciona un análisis marxista de este trasfondo histórico.

Es casi imposible determinar el verdadero costo humano y financiero del dominio británico en el subcontinente. La renombrada economista Utsa Patnaik de la Universidad Jawaharlal Nehru de Nueva Delhi ha estimado en su reciente investigación que los colonialistas británicos robaron casi 45 billones de dólares del subcontinente entre 1765 y 1938. La asombrosa cantidad de 1.800 millones de indios murieron a causa de las hambrunas y las privaciones inducidas por los británicos entre 1757 y 1947, además de las innumerables masacres llevadas a cabo por las autoridades coloniales. Cientos de miles fueron asesinados como castigo por su participación en la guerra de independencia de 1857 (también llamada Primera Guerra de Independencia), la mayoría de los cuales fueron ejecutados a cañonazos. Las historias de las masacres en Jallianwala Bagh son espeluznantes incluso hoy en día. Según estimaciones conservadoras, un millón de personas fueron masacradas durante los pogromos religiosos relacionados con la partición en 1947 y 20 millones se vieron obligados a emigrar (probablemente la mayor migración en la historia de la humanidad). Innumerables mujeres fueron violadas. Las cosas no deben haber sido muy diferentes en otros continentes colonizados de África y América Latina. Detrás de todo el deslumbrante desarrollo del capitalismo occidental se encuentra esta oscura historia de humillación humana, desgracia, depredación y explotación que ha sido astutamente borrada de la historia oficial. Sin embargo, sin develar estos capítulos oscuros de la historia, no se puede evaluar el caos actual en estas sociedades ni presentar una solución científica.

El subcontinente del sur de Asia ha sido el epicentro de una de las civilizaciones más antiguas del mundo. Hace unos cinco mil años, la civilización del valle del Indo en Harappa, Mohenjo-Daro y Rakhigarhi construyó una de las ciudades más avanzadas y planificadas de la época en la que se utilizaron ladrillos cocidos en la construcción de viviendas. También se han encontrado restos de ciudades similares pero incluso más antiguas en Mehrgarh. Su sistema de alcantarillado era mucho mejor que el de la mayoría de las ciudades modernas de la región en la actualidad. Eran sociedades virtualmente sin clases, sin grandes palacios ni instrumentos de opresión. Posteriormente hubo una serie de dinastías despóticas. Sin embargo, debido a numerosos ríos grandes, tierras fértiles virtualmente ilimitadas, condiciones climáticas favorables y recursos naturales colosales, estas regiones tenían una agricultura muy rica y abundancia de riqueza. Como resultado, a pesar de todas las monarquías explotadoras, se desarrolló una sociedad civilizada y altamente culta donde prosperaron la ciencia, la filosofía, la arquitectura y el arte. El número cero, por ejemplo, fue introducido por primera vez por el astrónomo y matemático indio Brahmagupta en 628. La inmensa riqueza de la región siempre atrajo a los invasores extranjeros. Sin embargo, la mayoría de los invasores pertenecían a regiones con un nivel cultural más bajo y, por lo tanto, a pesar de lograr el dominio político, se fusionaron con la rica cultura doméstica y la civilización avanzada de la región. Los invasores mogoles eran básicamente musulmanes de Asia Central que fundaron aquí su imperio en 1526, que alcanzó su mayor extensión en 1690 durante el reinado del emperador mogol Aurangzeb, incorporando una gran parte de los actuales Afganistán, Pakistán, India y Bangladesh, y cubriendo 4 millones de kilómetros cuadrados, habitados por más de 150 millones de personas. En 1700, la participación de la India mogola en el PIB mundial era del 24%, lo que la convertía en una de las regiones más prósperas del mundo. A pesar de toda la tiranía y la explotación, el PIB creció exponencialmente durante la era mogola. Construyeron carreteras, implementaron una moneda única y pusieron a casi toda la región bajo un fuerte gobierno central. Las bellas artes florecieron e incluso hoy en día la arquitectura mogola, de la cual el Taj Mahal es un excelente ejemplo, sigue siendo fascinante. Contrariamente a la percepción común entre los historiadores burgueses, que luego fue tomada prestada por los estalinistas para justificar su teoría de las dos etapas, el sistema socioeconómico durante este período no era el feudalismo. Más bien fue, como lo describió Karl Marx, fue el despotismo asiático o modo de producción asiático, sin propiedad privada de la tierra. El feudalismo fue introducido por primera vez por los gobernantes británicos en 1793 a través de la Ley de Asentamientos Permanentes. Este “feudalismo injertado” enredado en el capitalismo era muy diferente del feudalismo europeo clásico. Fue impuesto por los británicos por sus planes de explotación, en particular para aumentar la producción agrícola para ser expropiada y crear una clase de gobernantes locales sumisos. El carácter básico de esta clase dirigente local permanece sin cambios incluso después de siglos. Trotsky los describió como una “burguesía compradora” cuyo papel histórico ha sido el de comisionistas en el saqueo imperialista. Los británicos, que llegaron aquí por primera vez como comerciantes a principios del siglo XVII, fueron los primeros invasores que poseían una cultura y una técnica superiores, ya que para ese momento el capitalismo había surgido en Europa. Como resultado, no pudieron ser absorbidos por esta región como solía suceder con sus predecesores. Más bien cambiaron todo el curso histórico del desarrollo de estas sociedades. La victoria de la Compañía Británica de las Indias Orientales en la batalla de Plassey en 1757 fue un hito importante en la captura británica de la India. La desintegración del Imperio mogol se aceleró después de eso, y una provincia tras otra fue capturada por la Compañía de las Indias Orientales. La primera gran rebelión contra el “Gobierno de la Compañía” y su saqueo estalló en 1857, provocada por el motín de los soldados de la Compañía (la Compañía de las Indias Orientales era una especie de corporación multinacional con su propio ejército permanente, reclutado en su mayoría de la población local). Este motín se extendió rápidamente por todo el país y se transformó en un movimiento de liberación. Por falta de organización y otras debilidades internas, la rebelión fue ahogada en sangre y aplastada sin piedad. Por lo tanto, los últimos restos del Imperio mogol fueron eliminados. Sin embargo, el Gobierno de la Compañía también fue abolido y la India se fusionó formalmente con el Imperio Británico. En este sentido son muy importantes los artículos de la época de Karl Marx sobre la India en el New York Tribune, en los que planteó que el instrumento de la retribución histórica lo forja el propio delincuente, y la introducción de los ferrocarriles por parte de los británicos uniría a la India y sentaría  las bases para una futura rebelión en todo el país.

Después de la derrota de la guerra de independencia de 1857, el imperialismo británico, por un lado, nutrió una burguesía local, una política burguesa y un Estado colonial. Por otro lado, promovió deliberadamente los conflictos religiosos y el odio como baluarte de su dominio colonial. En el censo de 1871, agregaron conscientemente una columna religiosa para dividir a la población en dos grupos distintos: hindúes y musulmanes. La fundación del Congreso Nacional Indio en 1885 y de la Liga Musulmana Panindia en 1906 fue parte de este proyecto imperialista. Gandhi, Nehru, Jinnah, Patel, etc. fueron los representantes políticos de esta “burguesía injertada”. Así, paralelamente a la resistencia y política revolucionaria de los obreros y campesinos, se nutrió y astutamente se impuso a las masas una política burguesa cipaya y “civilizada”. El movimiento de liberación del subcontinente siempre estuvo dividido por líneas de clase. Por un lado, estaban las tendencias revolucionarias que aspiraban a llevar el movimiento de liberación nacional a la liberación de clase, culminando en la abolición de todo el sistema imperialista. El Ejército Republicano Socialista de Indostán (HSRA) de Bhagat Singh fue una de esas tendencias (entre muchas). Por otro lado, la Liga Musulmana y el [Partido del] Congreso buscaban un compromiso en cada coyuntura crucial para asegurar la continuidad del sistema imperialista incluso después de la partida de los británicos. En este libro se expone brillantemente el papel hipócrita de semejante burguesía injertada, calificada de “burguesía domesticada”. Es una tragedia que haya confusión con respecto a títeres imperialistas como Gandhi, no sólo entre los círculos liberales sino también entre los marxistas, ya que generalmente se lo considera algo progresista. Del mismo modo, muy pocas personas son conscientes de que la responsabilidad de la partición del subcontinente sobre una base religiosa descansa más sobre los hombros del aparentemente progresista y secular Jawaharlal Nehru que sobre Jinnah. En este libro se discuten muchos de estos hechos, de los cuales los revolucionarios de todo el mundo deben tomar conciencia.

Trotsky había dicho lo siguiente sobre la burguesía india en julio de 1939, en su Carta abierta a los trabajadores de la India: “La burguesía india es incapaz de dirigir una lucha revolucionaria. Está estrechamente ligada al imperialismo británico y depende de éste. Tiembla por sus propiedades. Teme a las masas. Busca compromisos con el imperialismo británico, no importa cuál sea el precio, y adormece a las masas indias con esperanzas de reformas otorgadas desde arriba. El líder y profeta de esta burguesía es Gandhi.¡Líder impostor y falso profeta!”

La Revolución Rusa de 1917 tuvo un impacto tremendo en la conciencia del pueblo de la India, particularmente en los segmentos avanzados de la clase obrera y la intelectualidad. El Partido Comunista en el subcontinente indio fue fundado bajo la égida de la Comintern en 1925. A pesar de todas sus debilidades ideológicas y políticas y las represiones del Raj británico, el partido penetró enormemente e influyó mucho en la lucha de liberación y en el movimiento obrero. Sin embargo, la degeneración del Partido Comunista de la India estuvo ligada a la degeneración estalinista de la propia Unión Soviética. El partido osciló del ultraizquierdismo a la reconciliación con la burguesía nacional. A pesar de esto, los movimientos obreros y campesinos de las décadas de 1920 y 1930 estuvieron muy influenciados por las intervenciones del partido y los ideales comunistas. Sin embargo, con la consolidación de la burocracia estalinista en el gobierno soviético, como todos los partidos comunistas del mundo, el PCI también se transformó en un mero instrumento de la política exterior de la Unión Soviética. Esta degeneración alcanzó su punto máximo cuando, después de la invasión de la Unión Soviética por parte de la Alemania de Hitler, Moscú ordenó al Partido Comunista que apoyara a Gran Bretaña en la guerra. El partido estaba movilizando un movimiento contra la guerra un día antes de estas órdenes. Al respecto, en el libro se narra una interesante anécdota, en la cual el dirigente del partido se encontraba en medio de un encendido discurso antibelicista cuando recibió las instrucciones de Moscú, y tuvo que cambiar de posición de inmediato. Este giro y la reconciliación con el Raj británico dañaron severamente la reputación del partido a los ojos de las masas, tanto que nunca se recuperó de este daño y no levantó un programa revolucionario para el movimiento de liberación.

Al final de la guerra en 1946, el estallido de un movimiento revolucionario cambió todo el escenario en la región. El 18 de febrero de 1946, los marineros de la Royal Indian Navy se amotinaron. El comité de huelga estaba encabezado por un marinero musulmán y un sij. Esta fue una decisión consciente para disipar la división religiosa promovida y adoctrinada por los imperialistas británicos y la burguesía nacional compradora. En un abrir y cerrar de ojos, este motín se extendió por varias ramas del ejército británico de la India. Las banderas británicas izadas en los barcos de la Royal Indian Navy anclados en la costa de Bombay fueron destrozadas y se izaron banderas rojas junto con banderas de los partidos que participan en la lucha por la liberación. El comité central de huelga publicó un volante que terminaba con estas consignas: “Viva la unidad de los trabajadores, soldados, estudiantes y campesinos. ¡Larga vida a la revolución!” El 21 de febrero, las tropas leales a los británicos abrieron fuego contra los marineros cuando salían de sus cuarteles en el Fuerte de Bombay. Esta provocación transformó el movimiento pacífico en una rebelión abierta. Los enfrentamientos armados continuaron durante todo el día entre los marineros y las fuerzas leales a los británicos. Los trabajadores industriales que se solidarizaron con los marineros fueron tratados con violencia por la Fuerza de élite británica. Los días 22 y 23 de febrero fueron asesinados 250 marineros y trabajadores. Los relatos de testigos presenciales describieron que parecía que todo el subcontinente se había levantado con fervor revolucionario contra el sometimiento imperialista. Los marineros amotinados llamaron a una huelga general los días 20 y 21 de febrero, que obtuvo una respuesta increíble. Más de 300.000 trabajadores de fábricas textiles, ferrocarriles y otras industrias dejaron de trabajar y salieron a las calles en todas partes del país. Se levantaron barricadas. Los trabajadores y la juventud libraron feroces batallas callejeras con la policía y el ejército. Los marineros amotinados en Karachi capturaron el HMIS Hindustan y el HMIS Bahadur, que estaban anclados en la isla Manora. Estos marineros realizaban desfiles por las calles de Karachi en las que participaba un gran número de personas. El comandante militar británico de Karachi envió dos pelotones de soldados baluchis para aplastarlos, pero se negaron a disparar contra sus hermanos. Luego, los comandantes británicos enviaron al Regimiento Gurkha más temido, que se consideraba el más leal, feroz y vicioso. Los comandantes británicos quedaron estupefactos cuando los gurkhas también se negaron a obedecer sus órdenes. Luego se llamó a los soldados británicos a que abrieran fuego, y los huelguistas también tomaron represalias. Las escaramuzas armadas continuaron durante cuatro horas. Seis marineros murieron y más de 30 resultaron heridos. Los sindicatos convocaron una huelga general y toda la ciudad se paralizó. Más de 35.000 personas de todas las religiones, incluidos musulmanes y sijs, marcharon hacia Eidgah y, a pesar de toda la represión y las cargas con porras, lograron reunir una gran manifestación. Más de 120.000 personas salieron a las calles de Calcuta. Protestas similares se llevaron a cabo en otras ciudades y pueblos. Estas huelgas fueron un desafío directo al Raj británico. El Congreso y la Liga Musulmana, de la mano de los imperialistas británicos, condenaron a los marineros amotinados y trataron de diluir la situación revolucionaria de todas las formas posibles. Durante estos eventos, el Partido Comunista se mostró reacio y no planteó un programa concreto. Por un lado, los cuadros y bases del partido luchaban junto a los trabajadores y marineros en huelga. Por otro lado, la dirección del partido estaba tratando de mantener el llamado “frente único” con la burguesía local, que estaba explícitamente en contra del movimiento. En tales circunstancias, los marineros tuvieron que rendirse. En esta ocasión lanzaron un mensaje que tiene un significado histórico: “Nuestro levantamiento fue un acontecimiento histórico importante en la vida de nuestro pueblo. Por primera vez, la sangre de trabajadores uniformados y no uniformados fluyó en una sola corriente por una misma causa colectiva. Nosotros, los trabajadores uniformados, nunca lo olvidaremos. También sabemos que ustedes, nuestros hermanos y hermanas proletarios, tampoco lo olvidarán nunca. Las generaciones venideras, aprendiendo sus lecciones, lograrán lo que nosotros no hemos podido lograr. Vivan las masas trabajadoras. Viva la revolución”.

Esta rebelión que atravesó todo el país, sus posibilidades, las causas de su fracaso y la confusión del Partido Comunista, se desarrollan extensamente en el libro. Sin embargo, el verdadero significado, la profundidad y el calor del movimiento revolucionario de 1946 pueden juzgarse a partir de los extractos de una carta escrita por P. V. Chuckraborty, ex presidente del Tribunal Supremo de Calcuta, el 30 de marzo de 1976: “Cuando ejercía como gobernador de Bengala Occidental en 1956, Lord Clement Attlee, quien, como primer ministro británico en los años de la posguerra, fue responsable de la libertad de la India, visitó la India y se quedó en Raj Bhavan, Calcuta, durante dos días. Se lo expliqué directamente así: ‘El Movimiento Quit India de Gandhi se había extinguido prácticamente mucho antes de 1947 y no había nada en la situación india en ese momento que hiciera necesario que los británicos abandonaran la India a toda prisa. Entonces, ¿por qué lo hicieron?’ En respuesta, Attlee citó varias razones, las más importantes de las cuales fueron el INA y las actividades de Netaji Subhas Chandra Bose, que debilitaron los cimientos mismos del Imperio Británico en la India, y el motín de la RIN, que hizo que los británicos se dieran cuenta de que ya no podían confiar en que las fuerzas armadas indias los apoyaran. Cuando se le preguntó en qué medida la decisión británica de abandonar la India estuvo influenciada por el movimiento de Mahatma Gandhi de 1942, los labios de Attlee se abrieron en una sonrisa de desdén y pronunció, lentamente, ‘Mínima’”.

Después de estos acontecimientos, los imperialistas británicos habían tomado la decisión de abandonar la India, pero decidieron no dejar atrás una India unida, sino dividida. Decidieron terminar su gobierno con la misma política con la que lo fundaron: ¡divide y reina! Las facciones progresistas del Partido Laborista Británico, que estaba en el poder en ese momento, no querían la partición y temían el baño de sangre inminente. Sin embargo, las facciones más conservadoras del imperialismo británico lideradas por Winston Churchill hicieron realidad la partición a través de Nehru que eligieron a dedo. Esto desató un estallido de pogromos, violaciones y genocidio sin precedentes en la historia de la región, que culminó con la disección religiosa de una de las civilizaciones más antiguas del mundo. El trauma social, cultural y psicológico de esta partición ha perseguido a estas sociedades hasta el día de hoy. Fue una tragedia histórica. Las heridas supurantes de la partición han atormentado a las masas durante las últimas siete décadas. Las clases dominantes de Pakistán e India han hurgado en estas heridas desde entonces, promoviendo la intolerancia religiosa, el extremismo, el chovinismo y el belicismo. El liberalismo impotente de la época y particularmente de esta región es incapaz de combatir esta amenaza del fundamentalismo religioso y la histeria de guerra. Las facciones liberales de las clases dominantes, incluso ellas mismas, confían en tales consignas chovinistas para ganar puntos políticos. Sobre una base capitalista, estos países no pueden mantener la paz, la amistad ni la armonía. Es un espejismo reformista reaccionario. Tampoco pueden optar por una guerra total (tales posibilidades son mínimas por varias razones, incluida la posibilidad de una destrucción nuclear a gran escala que ni siquiera el imperialismo desea). Sin embargo, el fundamentalismo religioso y el belicismo se han convertido en los baluartes del capitalismo podrido en esta parte del mundo.

Oficialmente, esta partición se describe como “independencia”. Sin embargo, fue simplemente una transferencia de poder de los gobernantes blancos a los morenos. Estas clases dominantes injertadas han sido sumisas, económica y políticamente, a sus amos blancos hasta el día de hoy. La soberanía nacional es y seguirá siendo una farsa en estos Estados en crisis. El sistema explotador instalado por los imperialistas británicos sigue intacto. La historia es testigo del hecho de que el destino de los oprimidos y el carácter de su opresión no cambian con el cambio de color o religión de los opresores. Después de esta farsa de independencia, la explotación de clase y la opresión nacional sólo se han intensificado. La desnutrición, el analfabetismo y la falta de vivienda están a la orden del día en el subcontinente del sur de Asia. Las inundaciones y otras calamidades naturales cobran miles de vidas cada año. La corrupción se ha convertido en una norma de la vida social. El extremismo religioso está desenfrenado. Los comportamientos humanos se han vuelto duros y amargos. Las violaciones, los abusos sexuales y los asesinatos de mujeres y niños continúan traumatizando a las masas. Estos países se pueden señalar correctamente como las sociedades más turbulentas del mundo, donde la incertidumbre y la inestabilidad se han convertido en norma. Tal es la suma total de siete décadas de independencia. Para modernizar estas sociedades, los países de la región necesitan inmensos recursos que no pueden acumularse bajo un capitalismo en crisis. En otras palabras, ninguna salida de la pobreza, el hambre, las enfermedades y el desempleo es posible bajo el capitalismo. Mientras persista la escasez y las necesidades permanezcan insatisfechas, seguirá existiendo la necesidad cada vez mayor de la opresión y el terror políticos directos e indirectos. En tales circunstancias, no se puede establecer una democracia parlamentaria saludable.

La historia ha demostrado una y otra vez que el capitalismo ha fracasado por completo en la construcción de sociedades modernas y civilizadas en el sur de Asia. En tales circunstancias, incluso las tareas históricas del capitalismo sólo pueden cumplirse mediante una revolución socialista. Bajo la dirección de un partido revolucionario, el gigantesco proletariado de esta región es totalmente capaz de llevar a cabo tal revolución. Las revoluciones no solo cambian los cursos de la historia, sino también la geografía del mundo. Entre muchas otras tareas, la revolución socialista en esta región debe cumplir la tarea de borrar las fronteras sangrientas trazadas por el imperialismo y unir a los trabajadores del sur de Asia sobre líneas de clase. No solo las revoluciones en India, Bangladesh y Pakistán, sino también las revoluciones en Irán y Afganistán están íntimamente vinculadas entre sí. Solo el marxismo puede proporcionar los cimientos ideológicos y políticos sobre los cuales se puede, no sólo trazar la estrategia de la revolución socialista, sino también sentar las bases de la Federación Socialista del Sur de Asia, venciendo todas las adversidades y eliminando todas las religiones nacionales y divisiones linguales. Esta es la única forma de materializar el sueño de una sociedad próspera, pacífica y humana, la única forma que conduce a la emancipación de los dos mil millones de almas de la región. Esperamos que la traducción al español del libro de Lal Khan, cuyo crédito es para los camaradas de la Liga Internacional Socialista (LIS) y el MST argentino, ilumine a la población de habla hispana del mundo sobre la historia y el análisis y perspectivas marxista del sur de Asia. Este es un logro inmenso del internacionalismo marxista. Solo sobre esta base podemos llevar adelante la lucha revolucionaria internacional por el derrocamiento del capitalismo en todo el mundo.

Imran Kamyana


[1] Los términos subcontinente del sur de Asia, subcontinente indio y subcontinente se han usado indistintamente. Antes de la partición de 1947, toda la región solía llamarse India (o India británica bajo el dominio colonial británico). Después de la partición, se dividió en India y Pakistán. Más tarde, en 1971, la parte oriental de Pakistán se separó en una sangrienta guerra civil y se convirtió en Bangladesh. El subcontinente del sur de Asia incluye principalmente a India, Pakistán y Bangladesh, junto con algunos Estados más pequeños como Bután, Nepal, Sri Lanka y Maldivas. Los términos subcontinente indio/sur de Asia y Asia del Sur también se usan indistintamente para denotar la región, aunque el término geopolítico de Asia del Sur también incluye con frecuencia a Afganistán.

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