De la literatura antisistema a la narrativa global: la nueva narrativa argentina
La literatura argentina del nuevo milenio experimentó un notable dinamismo, reflejando las tensiones y transformaciones del país en un contexto de globalización, crisis políticas, cambios sociales y revoluciones tecnológicas. Las nuevas voces literarias no solo han heredado una rica tradición nacional -que deviene sin duda del siglo XX con Borges y Cortázar-, sino que han sabido reinventarla, explorando temáticas diversas como la identidad, la memoria, la violencia, la perspectiva de género y el cambio climático; pero también las crisis políticas. Esta literatura es hija del 2001 y hoy enfrenta nuevamente al poder representado por Milei, enemigo número uno de la cultura y el arte popular. En esta tercera y última nota exploraremos algunas de las corrientes literarias más importantes que han surgido en Argentina en las últimas dos décadas, así como sus exponentes y obras claves.
Autoficción y exploración del yo
Una de las tendencias más fuertes en la literatura argentina del siglo XXI es el auge de la autoficción, un género que fusiona la biografía con la ficción, donde los autores exploran sus propias vidas, experiencias y contextos históricos para crear narrativas que trascienden lo personal. En este sentido, la autoficción ha servido como una herramienta para abordar temas como la memoria, el trauma y la identidad. En este género en particular Mariana Enríquez, que ingresa a varias clasificaciones, se destaca tanto en la autoficción como en el género del horror contemporáneo. Si bien su obra más conocida, Las cosas que perdimos en el fuego (2016) pertenece al género del terror, también se puede observar en sus relatos una introspección hacia los miedos personales y colectivos. Enríquez explora el trauma social derivado de la dictadura militar (Nuestra parte de la noche) y la violencia cotidiana en la Argentina contemporánea y la marginalidad social (Chico sucio). Otra representante de este tipo es Ariana Harwicz, con Matate, amor (2012), que aporta una exploración cruda y visceral de la maternidad y las expectativas impuestas sobre el cuerpo femenino. Harwicz utiliza elementos autobiográficos para construir una narrativa perturbadora y fragmentada sobre la alienación y la libertad.
Realismo sucio y retrato de la marginalidad
El realismo sucio ha ganado terreno en Argentina, especialmente a través de autores que retratan la vida en los márgenes de la sociedad, desde barrios empobrecidos hasta espacios rurales, mostrando la violencia, el desempleo y la desesperanza como parte del tejido social. Este género está representado por Selva Almada, autora de El viento que arrasa (2012), que con sus obras explora las vidas de personajes comunes en el interior rural argentino, ofreciendo una mirada íntima y profunda sobre la violencia de género, la pobreza y las relaciones familiares disfuncionales. Almada se destaca por su prosa contenida y atmosférica, que convierte los paisajes en un personaje más; Gabriela Cabezón Cámara, autora de La virgen cabeza (2009) y Las aventuras de la China Iron (2017), fusiona el realismo sucio con elementos de la sátira y la ciencia ficción. Sus narrativas abordan temas como la marginalidad, la violencia institucional y la identidad de género, mientras reconstruye mitos nacionales como el del gaucho desde una perspectiva feminista y queer.
Literatura feminista y queer
El auge del feminismo y los movimientos LGBTQ+ en Argentina, especialmente en la segunda década del siglo y con el ascenso feminista mundial de la cuarta ola -cuyo cenit fueron las movilizaciones por la ley de aborto en 2018- dieron lugar a una literatura cada vez más comprometida con las luchas por la igualdad de género y los derechos de las minorías sexuales. Autoras y autores han utilizado la ficción como espacio de resistencia y de visibilidad para estos temas. Camila Sosa Villada, autora de Las malas (2019), ha revolucionado la literatura argentina con su relato autobiográfico sobre su vida como travesti en Córdoba. La novela no solo aborda la vida marginalizada de las travestis, sino que también celebra la resistencia y la comunidad de este grupo. La mezcla de realismo mágico con crudeza documental crea un retrato complejo y poético de las vidas trans en Argentina.
Cecilia Szperling, con su libro La máquina de proyectar sueños (2016) usa la autoficción para hablar sobre el cuerpo femenino, el deseo y la memoria, y su literatura se inserta dentro de la tradición feminista al abordar las tensiones entre el deseo y las normas sociales.
Narrativa del trauma y la memoria histórica
La dictadura militar (1976-1982/83) y sus consecuencias continúan siendo un tema central en la literatura argentina contemporánea. Autores nacidos durante este período o poco después han encontrado nuevas maneras de narrar el trauma y la violencia, utilizando tanto la ficción histórica como la reflexión personal. Patricio Pron, con El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (2011) explora la memoria de la dictadura desde la perspectiva de un hijo que trata de entender el pasado político de su padre. La obra se mueve entre la crónica y la ficción, mostrando cómo el trauma histórico sigue afectando a las generaciones posteriores. María Teresa Andruetto, ganadora del Premio Hans Christian Andersen, ha abordado también la cuestión del legado de la dictadura en obras como Lengua madre (2010), donde examina la relación entre una madre desaparecida y su hija, explorando la herencia del trauma y la búsqueda de la identidad.
Ciencia ficción y distopías contemporáneas
Aunque la ciencia ficción ha sido históricamente un género menos prominente en Argentina, el siglo XXI ha visto un renovado interés por este tipo de narrativa, especialmente en relación con las crisis ambientales y sociales. Estas distopías y ficciones especulativas reflejan las preocupaciones contemporáneas sobre el cambio climático, la tecnología y las desigualdades económicas. Samanta Schweblin se destaca internacionalmente con su novela Distancia de rescate (2015), donde mezcla el thriller psicológico con la ciencia ficción para abordar las consecuencias devastadoras de la contaminación ambiental en las zonas rurales de Argentina. A través de una narrativa inquietante y fragmentada, Schweblin pone de relieve los efectos destructivos de las empresas agrícolas sobre el entorno y las personas. Pola Oloixarac, con Las constelaciones oscuras (2015) explora el impacto de la biotecnología y la vigilancia digital en la humanidad, desarrollando una narrativa que cruza tiempos y espacios para reflexionar sobre la relación entre el conocimiento, el poder y el cuerpo humano. Otro representante aunque más vinculado al horror urbano o al terror moderno es Luciano Lamberti, argentino destacado por su obra en el género de la narrativa breve y la literatura fantástica. Sus obras más reconocidas son La casa de Adela (2016), novela corta que mezcla lo gótico y lo fantástico con el horror psicológico, ambientada en un pueblo rural y La maestra rural (2016), una novela en varias partes en la que Lamberti explora temas como lo siniestro y lo fantástico en entornos rurales, con personajes marginales y situaciones perturbadoras que revelan el lado oscuro de la vida cotidiana. Recientemente (2024) se publicó Para hechizar a un cazador (Anagrama) que recibió el premio Clarín en 2023.
Literatura de la diáspora y el exilio
El exilio, tanto interno como externo, ha sido un tema recurrente en la literatura argentina, y en el siglo XXI ha continuado siendo una fuente de reflexión para muchos autores. La migración forzada y las tensiones entre pertenencia y desarraigo son temas que atraviesan la obra de muchos escritores argentinos contemporáneos. En este género transitan Leila Guerriero, autora de Plano americano, es una de las cronistas más importantes de Latinoamérica. Aborda la vida de personajes marginados y la tensión entre el campo y la ciudad, explorando la violencia sutil que opera en la vida cotidiana de aquellos que son desplazados social o geográficamente. Ariana Harwicz, ya mencionada por su obra en el terreno de la autoficción, también explora en sus obras la idea del exilio emocional y físico, en el contexto de la migración forzada y la alienación en países extranjeros.
Narrativa digital y nuevas formas de contar historias
El avance de las tecnologías digitales ha impactado también la manera en que los autores argentinos escriben y distribuyen sus obras. La aparición de plataformas de autoedición, blogs y redes sociales ha permitido una mayor democratización de la literatura, abriendo el espacio para nuevas voces y formatos. Hernán Casciari, autor y fundador de la revista Orsai, ha sido pionero en la narrativa digital en Argentina. Casciari utiliza Internet como un medio de publicación, eliminando los intermediarios tradicionales de la industria editorial. Su obra más conocida, Más respeto, que soy tu madre (2006), nació como un blog antes de convertirse en un éxito editorial y ser adaptada al teatro. Sus declaraciones sobre la publicación en medios digitales y la edición clásica han sido sumamente polémicas. Otra escritora muy exitosa es Agustina Bazterrica, autora de Cadáver exquisito (2017), ha sabido utilizar las redes sociales para acercar su narrativa distópica a un público más amplio. La novela, que aborda temas como el consumo de carne y la ética en tiempos de crisis, se ha convertido en una obra fundamental de la ciencia ficción distópica argentina contemporánea.
Una narrativa en constante transformación
La literatura argentina del siglo XXI se caracteriza por una diversidad de voces, géneros y temáticas que reflejan las complejidades de un país que, no obstante ser un país latinoamericano y sufrir todos los males del capitalismo, la globalización y las crisis económicas brutales que emergen tanto de las políticas sociales y económicas siniestras como el menemismo, el macrismo o ahora Milei, como también de los falsos populismos, progresismos y posibilismos, tiene una profunda y arraigada tradición cultural siendo en literatura un país líder y transformador. Cuando comentamos en Las tres vanguardias (PDI xx/2024) el liderazgo de la literatura moderna en Argentina, sin duda este movimiento tiene su continuidad y futuro en estos excelentes autores del tercer milenio. Desde la autoficción y el realismo sucio hasta la ciencia ficción y la narrativa queer, los escritores argentinos han sabido captar las tensiones y contradicciones de su tiempo, aportando nuevas perspectivas sobre temas universales como la memoria, la identidad y la violencia. La confluencia de géneros y la hibridación de estilos literarios no solo refuerza la vitalidad de la literatura argentina contemporánea, sino que también muestra su capacidad de adaptarse y evolucionar en respuesta a los desafíos del presente. Y siempre las letras argentinas han sido contestatarias, populares y antisistémicas, mal que le pese a muchos periodistas culturales y mal que le pese al hambreador libertario que odia más a los libros que el personaje de Fahrenheit 451.
Sigamos leyendo y apostando a esta generación de la nueva narrativa argentina.
Orlando Restivo