domingo, 22 diciembre 2024 - 23:33

Nahuel Moreno. La inquebrantable confianza en la clase obrera

En Periodismo de Izquierda, en un artículo de Guillermo Pacagnini, se resumen los principales aportes de Moreno. En estas líneas, con algunas citas del que fuera nuestro maestro, queremos destacar uno en especial: su inquebrantable confianza en la clase obrera como motor fundamental de la revolución socialista.

Contra quienes han revisado el postulado marxista que la clase trabajadora es la clase social dirigente de la lucha por derribar el monstruoso sistema capitalista que lleva a la humanidad a la barbarie, Moreno, desde su juventud a mediados de los años cuarenta, predicó con el ejemplo la necesidad de insertar al naciente trotskismo en las fábricas de Villa Pobladora en Avellaneda, enfrentando al “trotskismo de café” de aquella época. Polemizando con otros militantes troskos, planteaba: “lo urgente, lo inmediato, hoy como ayer es: aproximarnos a la vanguardia proletaria y rechazar como oportunista todo intento de desviarnos de esta línea, así se presente como una tarea posible” [1].

Cuatro décadas después, no sin cierta autocrítica, Moreno reivindica así aquellos comienzos: “aparecimos en el año 1944 como un pequeñísimo grupo, esencialmente obrero, en el panorama del trotskismo argentino. Lo que caracterizó inicialmente a nuestro grupo, tanto desde el punto de vista programático como en cuanto a la práctica, fue un obrerismo rabioso, llamémoslo así. Durante muchos años no se aceptó el ingreso de estudiantes, ni se permitió militar en el movimiento estudiantil. Los estudiantes que por casualidad se captaban tenían que ir a militar al movimiento obrero… esta tendencia obrerista, sectaria, ultra, enfrentaba y trataba de superar el carácter bohemio e intelectual, déclassé [2], del movimiento trotskista argentino en su conjunto” [3].

Así se inicia el derrotero del trotskismo obrero en nuestro país. En ese camino “fuimos los que dijimos que el lugar preferente del trabajo de los trotskistas debían ser los sindicatos peronistas. Supimos entender ese fenómeno decisivo. Y lo hicimos sin capitularle, porque denunciábamos el carácter totalitario y reaccionario de la burocracia sindical y el control estatal que ejercía sobre los sindicatos. Este acierto, opino, es la página fundamental que escribió nuestro grupo y la razón última de que subsista hasta la fecha: el haberse ligado al movimiento obrero” [4].

Revolución y clase obrera

La traición del estalinismo a la revolución europea al finalizar la Segunda Guerra Mundial permitió el boom capitalista de posguerra y desplazó el eje de la revolución desde las metrópolis hacia los países dependientes. La revolución dio nuevas oportunidades, pero la débil dirección de la Cuarta Internacional, en manos de Pablo y Mandel, erró y las desaprovechó. Con argumentos equivocados, orientaron a los grupos trotskistas a disolverse de hecho en los PC y otros movimientos durante años;  luego le hicieron seguidismo a cuanta dirección pequeñoburguesa o burocrática surgió, abandonando así la construcción de partidos trotskistas del seno del movimiento obrero.

Un ejemplo de estos costosos errores fue el de Bolivia en 1952: una revolución obrera clásica con la COB al frente, que armas en mano derrotó a la policía y al ejército. Pero por consejo de la conducción de la Cuarta de entonces, los trotskistas bolivianos, que dirigían sectores importantes de la clase trabajadora -incluso entre los mineros-, en vez de levantar una política de independencia de clase le capitularon al burócrata sindical Lechín, quien a su vez le capituló al burgués Paz Estenssoro y fue su vicepresidente.

Moreno cuestionó duramente la estrategia de Mandel y Pablo que duró décadas: “No prepararon a la Cuarta para explotar los amplios márgenes que se abrieron a fines de la década del sesenta, cuando comienza la irresistible caída del estalinismo en el movimiento obrero”.

Reflexionando a partir de Bolivia y otros procesos posteriores de lucha, Moreno señalaba que “cuando hay movilización el trotskismo es parte de la vida obrera. Cuando no la hay, los mismos obreros nos miran con cara rara… el trotskismo empalma con el proletariado y solo con él. No podría conducir directamente al campesinado, porque su programa es esencialmente obrero. El programa que la clase obrera debe aplicar para conducir a todos los explotados del mundo. Por eso el trotskismo acompaña al proletariado como la sombra al cuerpo… El futuro de la humanidad depende del proletariado, y ahí el trotskismo tiene un rol decisivo que cumplir” [5].

Construyendo el partido

Con esta concepción, luchando contra la corriente, Moreno logró insertar al partido argentino en el corazón de la clase obrera peronista. Sin ceder a la línea de otros grupos trotskistas de mimetizarse en las corrientes nacionalistas burguesas, supo mantener la independencia político-organizativa del partido y a su vez participar audazmente en ese gran proceso de reorganización y lucha de nuestra clase trabajadora, que dio origen a las 62 Organizaciones, a través de la experiencia de Palabra Obrera.

Años después enfrentó las presiones vanguardistas pro guerrilleras y orientó al PRT La Verdad a trabajar sobre la vanguardia obrera y juvenil surgida desde el Cordobazo, con la que construyó ese orgullo de nuestra trayectoria que fue el PST, el Partido Socialista de los Trabajadores. Esa tradición obrera se expresó también en los partidos y grupos morenistas en otros países. Por ejemplo en Brasil, nuestra corriente fue parte fundadora del PT y de la CUT.

Pasada la dictadura genocida, la influencia del viejo MAS entre los delegados de base y comisiones internas fue una importante preocupación para la burocracia sindical peronista de aquel entonces. Como parte de fortalecer esa inserción, Moreno proponía: “Ir nosotros donde están los trabajadores… Se trata de organizar a los obreros fundamentalmente donde ellos luchan y donde surge la nueva dirección en las empresas, tenemos que adecuar nuestra organización a nuestra clase: donde trabajan, donde viven, donde les resulte cómodo a ellos[6].

A modo de síntesis

La corriente que fundó Moreno, que desde sus inicios buscó insertarse en la clase obrera, apoyó importantes procesos de lucha protagonizados por otros sectores de clase e intervino audazmente en varios de ellos. Podemos destacar la participación en la gran rebelión campesina en Cuzco dirigida por Hugo Blanco en 1962 o la intervención en la revolución nicaragüense en 1979 a través de la brigada internacionalista Simón Bolívar, la cual  fue expulsada por el FSLN cuando comenzó a fundar sindicatos. Es decir, actuar siempre desde una perspectiva de clase; buscando postular a la clase obrera como caudillo del resto de las clases explotadas.

Moreno sostenía: No hay forma de engañar al proceso histórico y de clase… nosotros tratamos de dirigir al proletariado, jamás nos alejamos de él. Esto no es declamación, es una política internacional de clase que se desprende de un análisis teórico profundo… De nada sirve mentir, decirle al campesinado que somos campesinos con el objetivo de hacer una revolución obrera. Si la clase obrera no nos sigue, no llegamos a ninguna parte. Nos burocratizamos, capitulamos al campesinado. Es inconcebible hacer la revolución proletaria sin el proletariado.

A lo largo de mi vida política, después, por ejemplo, de mirar con simpatía al régimen que surgió de la Revolución Cubana, he llegado a la conclusión de que es necesario continuar con la política revolucionaria de clase, aunque postergue la llegada al poder para nosotros en veinte o treinta años, o lo que sea. Nosotros aspiramos a que sea la clase obrera la que verdaderamente llegue al poder, por eso queremos dirigirla” [7].


[1] Prólogo del folleto El Partido, 1944.

[2] Desclasado, en francés.

[3] Prólogo de su libro El Partido y la Revolución, edición de 1985.

[4]Esbozo biográfico de Nahuel Moreno, por Carmen Carrasco y Hernán Cuello, 1988.

[5] Conversaciones con Nahuel Moreno, Cap. 2 El partido revolucionario, 1986.

[6] Problemas de Organización, 1984.

[7] Conversaciones, op. cit.

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