viernes, 9 mayo 2025 - 11:47

Mayo Francés. Un debate presente

Nota extraída del sitio web de la Liga Internacional Socialista.

Hace más de medio siglo, una revuelta estudiantil apoyada por una prolongada huelga general desafió al poder en Francia en busca de una transformación de la sociedad, un estallido que hizo tambalear al poder y marcó un hito no sólo en la historia moderna de la potencia europea sino que se propagó a buena parte del mundo.

Una vez más, entendemos que repasar causas y consecuencias de un proceso social en un país central es de indudable actualidad porque nos obliga a pensar y tratar de responder a los nuevos desafíos que se nos presentan a los revolucionarios en todo el mundo.

En 1968 en Francia, varias generaciones confluyeron en su búsqueda por subvertir las viejas estructuras, el orden moral y cultural, un estallido que puso en duda las jerarquías, las costumbres y que se propagó por todo el país e hizo temblar el reacomodamiento económico de Francia tras la Segunda Guerra Mundial.

Mientras el desempleo estiraba la brecha de desigualdad social y dejaba en la miseria a una gran parte de la población; la juventud, que había nacido después de la Segunda Guerra Mundial, pretendía ser escuchada e impulsar colectivamente cambios sociales para modernizar una sociedad regida por el autoritarismo patriarcal del presidente-general Charles de Gaulle, quien llevaba una década en el poder.

Sin embargo, el Mayo francés no fue el único estallido que se vivió en el mundo en 1968, un año donde la juventud copó las calles también en Alemania, Brasil, México, Polonia, Checoslovaquia y Japón, entre otros.

La diferencia fue que en Francia la respuesta popular fue multisectorial y terminó paralizando al país con una prolongada huelga, que se extendió entre tres semanas y un mes.

Aunque las manifestaciones y las huelgas se bautizaron con el nombre de Mayo Francés comenzaron en marzo y se extendieron hasta final de junio, cuando el oficialismo conservador de De Gaulle logró acomodarse mejor de lo esperado ante un escenario tan inédito como sorprendente.

El ‘68 arrancó con toda una camada juvenil politizada y formada en las movilizaciones anti-imperialistas, enardecida por el llamado a llevar adelante “uno, dos, muchos Vietnam”. Se había formado, tanto en Francia como en muchos otros países, una vanguardia muy activa y combativa que levantaba las banderas del Che Guevara, de Mao, de Trotsky, del anarquismo. Fue esta vanguardia política juvenil el factor más dinámico tanto en desencadenar como en llevar lo más lejos posible el Mayo Francés.

El choque de esa vanguardia juvenil, y del movimiento estudiantil en general, con el régimen globalmente represivo, autoritario, bonapartista, paternalista de De Gaulle, que además de la asfixia cotidiana en todos los niveles de la vida -incluido el verticalismo en la educación y el puritanismo en la moralidad sexual- respondía a todo conflicto mandando a la policía, sancionando y expulsando a los estudiantes de las facultades,  además de dejar correr las agresiones por parte de grupos de ultraderecha.

El 22 de marzo un grupo de estudiantes que reclamaban cambios ocupó la universidad de Nanterre bajo el liderazgo entre otros de Daniel Cohn-Bendit (Dany El Rojo) y del joven dirigente trotskysta Alain Krivin. En la universidad de las afueras de París dio comienzo una revuelta y el autodenominado “Movimiento 22 de marzo” se rebelaría como uno de los grupos más activos durante las manifestaciones.

Cientos de estudiantes universitarios se plegaron a la rebelión a la que se sumaron intelectuales y figuras de la cultura, como Jean-Paul Sartre y Michel Foucault, disconformes también con las guerras de Argelia y Vietnam, en festivas manifestaciones que enarbolaban eslóganes, como «Prohibido prohibir»«La imaginación al poder» o «Seamos realistas, pidamos lo imposible».

A comienzo de mayo, la universidad de Nanterre fue cerrada para evitar la ocupación estudiantil pero los estudiantes se trasladaron a la emblemática Sorbona.

La represión dentro de La Sorbona, un lugar considerado intocable en el inconsciente colectivo francés, propagó la rebelión al resto del país y fue crucial para permitir que converjan, algunos días después, las luchas sociales que marcarían el Mayo francés.

La situación obligó a De Gaulle a alentar a sus variopintos aliados más extremos a romper la masiva huelga con militantes voluntarios y grupúsculos de ultraderecha a amedrentar a los estudiantes.

La represión caldeó los ánimos y desembocó en lo que se conoce como ‘La noche de las barricadas’, ocurrida el 10 de mayo, fecha de bisagra en la revuelta. Los jóvenes integrantes de la Juventud Comunista Revolucionaria, con la dirección de Krivine, jugaron un rol muy importante en el desarrollo de la unidad obrero estudiantil y enfrentaron radicalmente la política claudicante del Partido Comunista y de la CGT.

Los sindicatos obreros a pesar del Partido Comunista Francés (PCF) se sumaron a las protestas y convocaron a una huelga indefinida desde el 13 de mayo, iniciando un ciclo político de una radicalización inédita.

El movimiento obrero francés se sumó masivamente al conflicto iniciado por los estudiantes, a través de la huelga general y las ocupaciones de empresas, con sus propias reivindicaciones de clase. Estas se formulaban en términos de demandas gremiales -bastante más radicales que las que el PC francés y la CGT admitían-, pero inclusive más allá de ellas existía un descontento más general con la explotación y con la alienación, un rechazo genérico al sistema capitalista y su lógica mercantil. Esto, sin embargo no llegó a madurar en una formulación político-global alternativa, en un programa claro.

Globalmente, la dirección político-sindical del movimiento obrero la mantuvo el PC y la CGT, cuya orientación estalinista las hacía profundamente opuestas a cualquier posible desarrollo revolucionario.  Hubo desbordes locales y parciales pero no una tendencia al desarrollo de nuevas direcciones más a la izquierda. Sin embargo, el trotskysmo fué una corriente importante en el Mayo Frances, contribuyendo a la radicalización de la protesta y a la construcción de una incipiente alternativa revolucionaria.

La clase trabajadora se ubicaba empíricamente a la izquierda del PC tanto desde el punto de vista de que no le alcanzaban para nada los “acuerdos de Grenelle” (concesiones relativamente pequeñas que el gobierno impulsó para desactivar el conflicto) como desde el planteo bastante extendido de que debía caer el gobierno De Gaulle, cuestión que el propio PC tuvo que sostener discursivamente sin querer llevar nunca hasta el final.

Pero no llegó a existir un programa propio por la positiva, una articulación de una salida propia de los trabajadores, ni menos aún de las herramientas político-organizativas para llevarla adelante. Ante esa ausencia, se terminó imponiendo la estrategia política del PC-CGT, consistente en dejar sobrevivir al gobierno, levantar la huelga y encaminar todo hacia las elecciones.

 Por esa razón, el proceso del ‘68 llegó a un límite objetivo que fue imposible superar. Todo lo que no avanza retrocede. Si no se puede resolver el problema de la dirección revolucionaria, las cosas vuelven tarde o temprano a la normalidad. Sin avanzar hacia el doble poder o la insurrección, la huelga general necesariamente va a terminar, ya sea con más o menos triunfos parciales, con más o menos conquistas políticas.

El Mayo Francés nos deja innumerables enseñanzas, no sólo la intervención en las huelgas y los conflictos, también una política de construcción electoral, de intervención en los medios de comunicación, de maduración de cuadros políticos y político-organizativos. Nos interpela acerca de la necesaria elaboración de un bagaje teórico, político, discursivo, la formación y educación política de toda una camada de militantes y simpatizantes, la conquista de influencia sobre amplias masas a través del avance de posiciones en las organizaciones sindicales, y su entrenamiento a partir de la experiencia en los pequeños y grandes hechos de la vida política y gremial cotidiana.

El Mayo Francés demuestra que la construcción de esa herramienta política en la que estamos comprometidos desde la LIS, es ineludible si se quiere transformar profundamente la realidad, y que sin ella ninguna cantidad de esfuerzo espontáneo del movimiento obrero y la juventud, ninguna cantidad de radicalización en los métodos puede ser suficiente por sí sola.

Por Alberto Giovanelli

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