Durante estos días, luego de la salida del decreto 662/24, el gobierno y sus medios amigos profundizan la campaña de demonización del cine nacional. Primero fueron notas de medios como La Nación usando datos incompletos para expresar que hay películas que no fueron vistas por nadie y recibieron subvenciones. Y luego, Sturzenegger con expresiones en medios y Adorni, en la conferencia de prensa, reforzaron estos discursos .
Las frases del gobierno
Manuel Adorni dijo “A través del registro del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) se dejará de subsidiar películas que sean fracasos comerciales”.
Por otro lado, el ministro de desregulación Federico Sturzenegger comento “Casi la mitad de las películas financiadas en 2023 tuvieron menos de 1000 espectadores. 12 películas tuvieron menos de 100 espectadores. Una tuvo 4 y otra 5″.
Información contra las mentiras
Los datos que se transmiten brevemente en estos comunicados de pocos caracteres son parciales, y están utilizados de forma tendenciosa para justificar la destrucción de una actividad virtuosa que daba empleo genuino y desarrollo.
En Argentina tenemos distintas escalas de producción y la gran mayoría de las películas no se hacen con los parámetros industriales de otros rubros de producción, sino para generar patrimonio cultural, acceso al conocimiento y desarrollo del lenguaje artístico. El cine ha sido el escape al sistema con más continuidad en nuestro país. Sin embargo, la destrucción que hoy estamos viviendo estaba sentenciada hace rato.
En Argentina, fundamentalmente en la Ciudad de Buenos Aires, existía un arco de diversos modelos de producción: películas producidas por televisoras (las “no independientes”), estas suelen contar con empresas distribuidoras enormes e inversiones descomunales para alcanzar al público general. Luego películas independientes de las televisoras con interés artístico, que compiten en el mercado de festivales principalmente europeo. Esas películas recorren el mundo y en general hoy también son adquiridas por las plataformas de mainstream. Además tenemos documentales de muy bajo presupuesto, estas últimas proponen una distribución muy distinta porque además de poder aspirar a la red de salas de cines suelen impulsar mesas de debates en distintos espacios educativos o recreativos, políticos, etc.
Cada modelo tiene un presupuesto de producción y distribución muy distinto. Pero ninguna de ellas se hace con el presupuesto de una película producida en Estados Unidos o en Europa. Sin embargo, se espera que compitan con ellas de igual a igual.
La diversidad en la escala de producción de la que hablaba arriba permite que más profesionales puedan tener experiencia en el campo cinematográfico (actividad que merece muchos años de formación, inversión económica y práctica técnica). Que más personas puedan hacerlo mejora la realización de todas las producciones audiovisuales y la lectura crítica de la profesionalización. No tiene razón para verse como un problema.
200 películas por año para más de 46 millones de habitantes es en realidad muy poco. La gran injusticia siempre radicó en que esas películas no están al alcance de la vista de la población. Por lo tanto tampoco han podido forjar espectadores fieles.
El mayor problema de la actividad cinematográfica de Argentina han sido las impotentes propuestas políticas para diseñar una red de distribución que haga llegar las películas al público atendiendo su diversidad productiva.
En concreto:la red de espacios INCAA no alcanza, las grillas horarias no fueron modificadas en función de nuestros usos y costumbres locales bajo normas concretas del género cinematográfico de cada película.
Las medidas de cuota de pantalla para cine y tv (establecidas por ley) nunca se cumplieron. No se ha establecido que las plataformas integren el fondo de fomento, tengan cuota de programación y presencia de oferta en pantalla. No se han creado filmotecas universitarias, ni programas continuos de cine en escuelas. No se ha apoyado la creación de salas en centros culturales alternativos. No se ha establecido un valor de entrada menor en salas de cadena para películas argentinas. Y tantas, tantas cosas que podrían haberse hecho y no se hicieron o se hicieron de forma parcial sin la rigurosidad o la inversión merecida.
Es así como cientos y cientos de obras hoy están condenadas al rótulo de película no identificada. Ni siquiera podemos decir que están condenadas al olvido. Es así como cualquiera puede babear desprecio.
Está falta de políticas respecto de la distribución no es casual. Hacemos buen cine con pocos recursos. Podríamos tener una industria poderosa, pero eso significa que otros pierdan el monopolio del negocio.
Mayra Botero, directora y productora de cine