martes, 19 noviembre 2024 - 02:28

Libertango, 50 años. La libertad creativa como bandera

Mucho se habla de creatividad. Es un tema inagotable, pero poco se menciona que uno de los más grandes saltos en la creación artística, en el género del tango, fue el disco Libertango. Acá lo abordamos como insignia de una transformación radical, revolucionaria, del tango argentino y también como insignia de una proyección mundial que dejaría atrás toda la historia anterior del género, considerado patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco en 2009. Aquí se exponen algunos de los conceptos vertidos en el libro “Astor Piazzolla, La revolución del tango”1 respecto de esta gesta cuasi épica de Piazzolla en 1974.

Todos los Piazzolla conducen a Roma En 1960 Piazzolla formó su célebre Quinteto Nuevo Tango. Y el nombre no era un capricho sino una verdadera definición de una estrategia y una meta de transformación consciente de la música de tango que emprendía en aquella época. La nave insignia de esa epopeya fue indudablemente Adiós Nonino. Para lograr esa transformación Piazzolla se subvierte a sí mismo en varias ocasiones. En los 60 convierte el tango tradicional en nuevo tango mediante la aplicación de dos mecanismos brillantes: la imposición del compás 3-3-2 (usado frecuentemente por J. de Caro en los años 20) y la conformación de un sonido metropolitano tan moderno como habitual: sonido de colectivos, trenes, subtes, vendedores ambulantes, cafeterías con un ruido infernal, talleres mecánicos, autos, bocinazos y tantas otras expresiones de la cultura de una metrópoli reciente.

Todos esos condensados en sus temas de aquella época así como Tango para una ciudad I y II, Buenos Aires Hora Cero, Revirado, Fracanapa. Pero su música naciente no se priva de todos los componentes de la buena música: ritmo, melodía y armonía y todo esto sin dejar de reflejar, aunque desde una cierta lejanía, el arrabal, la historia de la aldea porteña, los años de esplendor del tango y sus protagonistas antes del entrar al ocaso en el que durante casi treinta años estuvo inmerso (1955-1983). A tal efecto llegó el disco El Tango en asociación con Jorge Luis Borges autor de todas las letras de ese álbum. De esta vertiente nacieron la Suite del Ángel (Introducción, Milonga, Muerte y Resurrección) y la del Diablo (Romance Del Diablo, Tango Diablo y Vayamos al Diablo), Éxtasis, Simple, Nuestro Tiempo, etc. Vieron estos años nacer una figura artística de proyección internacional como pocos en el tango de aquellos días (la proyección internacional abundó en las décadas de 1910 y 1920 pero fue escasa después). Primero con Brasil en 1965 y después con Nueva York con el concierto en el ex-Philharmonic-Hall donde aparecen temas de una estirpe diferente: más potentes, más cosmopolitas, de una cadencia distinta aunque sobre la misma base rítmica como Mar del Plata 70, Canto de octubre, Retrato de mi mismo (luego rebautizado Retrato de Milton en 1972) Mufa 72 (luego rebautizado Baires 72 en 1972).

Y finalmente aparece un aspecto muy destacado de la música de Astor: la emulación de los grandes clásicos sinfónicos. Así da origen a la primera de sus cuatro estaciones porteñas (remedando a Vivaldi): Verano Porteño en 1965, las otras –Primavera, Otoño e Invierno Porteño– verían la luz en 1970. La metamorfosis sigue, no se detiene. Adiós Nonino fue un Big Bang y la expansión del mundo piazzolliano llevaba la música del tango a límites insospechados, a un límite tal que ya era inevitable su trascendencia a otros géneros, a otros países, a otro lenguaje musical. Y en ese devenir expansivo y antes de entrar al mundo sinfónico y luego a la fusión, Piazzolla experimenta con las fugas a lo Bach y surge el maravilloso tema Fuga y Misterio. Y con este y la Operita María de Buenos Aires (en el que Fuga… estaba incluido) cierra la etapa experimental y abre dos caudalosas vertientes musicales inéditas e incomparables: El tango-canción piazzolliano (diferente del tango-canción gardeliano que rigió a todxs lxs cantantes de tango desde 1917 hasta 1969) y el tango sinfónico.

Para el primero “inventa” una cantante que sin duda es talentosa, Amelita Baltar (que a sus 80 y pico sigue en el ruedo) y encarama a un poeta, Horacio Ferrer, que fue uno de la más icónicos de los años 70 en el tango (luego de la notoria poesía de los Manzi, los Expósitos, Castillo y Discépolo que brillaron entre 1930 y 1950) y posteriormente presidente de la Academia Nacional del Tango. Con este trío vuelan en la alfombra mágica de un nuevo estilo de canción porteña que siguieron luego Eladia Blazquez, la Tana Rinaldi, Ruben Juarez, entre otrxs. Para inaugurar el tango sinfónico construye una formación musical de nueve integrantes conocida como conjunto 9 también como el Noneto de Astor Piazzolla. Y con músicos de primer nivel le da vida a composiciones que tienen un tono melancólico, melódico y un compás -aunque siempre en el ritmo 3-3-2- pero más parecido al de las sinfonías y sonatas de música clásica, tal es el caso de los temas: Vardarito, Tristezas de un doble A, Homenaje a Córdoba, Onda 9, Oda para un hippie, etc. La configuración de estos dos aspectos de su revolución artística ya en 1972 cerró la etapa de gran transformación o revolución nacional del tango. Se denomina así porque este periodo que va de 1960 a 1974 tiene como objetivo cambiar el tango en Argentina, basado en la esencia del tango de 1900. En 1973 Piazzolla sufre su primer infarto y eso lo motiva a emigrar a Italia. Ya había pasado por Roma en 1972 y grabado un álbum con Mina como intérprete de sus célebres tango-canciones y había sido un anticipo de su etapa romana entre 1973-1975. Roma estaba esperando un nuevo nacimiento.

La liberación del tango

El tango del 900 había colapsado. 1955-60 produjeron el quiebre de ese edificio monolítico y la invasión musical anglo-sajona -el beat, el pop y el rocanrol- le robaron el público juvenil a la música ciudadana. Los tradicionalistas, los conservadores, las discográficas se empeñaron en sostener la iconografía y la leyenda arrabalera: el patio con malvones, el empedrado, el farolito, el buzón de la esquina y los balcones floridos de los edificios, la mina -prototipo machista y misógino del tango arrabalero-, el lupanar y el cabarute (lunfardo de cabaret) eran los símbolos que enarbolaban las viejas orquestas típicas y los cantores y cantoras de tango clásico y con esos símbolos y una cultura superada por la modernidad y aplastada por la metrópoli el tango moría irremediablemente.

En su rescate llegaron notables figuras de un talento extraordinario pero que no tuvieron el eco y la repercusión necesarias ni en el mercado ni en la prensa ni tampoco el capital para sostener tal empresa. Músicos y compositores de la talla de Julián Plaza, Ernesto Baffa, Osvaldo Berlingieri, Luis Stazo y Horacio Libertella, Leopoldo Federico, Atilio Stampone, Osvaldo Piro, Rubén Juárez entre tantos otros, trajeron a Buenos Aires una bocanada de aire fresco, una música renovada y con la esperanza de futuro allá por la década de 1960 a 1970, pero eso no alcanzó para resucitar un mundo tanguero que estaba osificado, cristalizado, decadente.

Durante esos años dos popes del tango clásico y a la vez cultores de una renovación muy notoria en los años 40 y 50, Troilo y Pugliese y en cierta medida también Horacio Salgán mantuvieron heroicamente la llama del tango gracias a su enorme calidad musical.

Para liberar toda la potencia del tango ya no bastaban los buenos intentos: hacía falta un cambio más profundo aún incluso que el del propio Piazzolla y aquí nuevamente el bandoneonista mostraría su increíble capacidad, versatilidad y visión de futuro al revolucionarse a sí mismo y emprender un viaje de épica musical y cultural como pocas veces se vio.

Alejarse de los bodegones porteños, tomar un perspectiva distinta era la única posibilidad de sacar del viejo tango lo nuevo, de parir esa criatura que aguardaba dentro impaciente y así, atravesando una crisis terminal en su relación con Amelita Baltar, Astor creó la nueva criatura. Para que el tango fuera definitivamente una música superior había que romper la loza del arrabal: y así surgió en mayo de 1974 Libertango. Una suite de 8 temas, 7 de los cuales terminan con el sufijo tango: Libertango, Meditango, Undertango, Violentango, Novitango, Amelitango y Tristango. El sufijo es la reafirmación de la pertenencia al género y a la vez la declaración de lo nuevo. El disco logra un tango electrónico sin ser artificial, una fusión de jazz y música clásica como nunca antes, y una calidad compositiva e interpretativa que hoy todavía asombra 50 años después. El único que no lleva el sufijo es Adiós Nonino en una versión pop-rock que sorprende y a la vez emociona. Proyectar el arrabal de 1900 al futuro, al siglo XXI era una cosa impensada y Piazzolla logró ponerla en sintonía fina.

El disco se grabó en mayo de 1974 en los estudios de Mondial Sound Records en Milán para el sello Carosello con el que Astor grabará todos sus discos hasta 1980. Para su grabación apeló a un conjunto de excelentes músicos italianos, destacando la figura de Tulio di Piscopo y Pino Presti (Prestipino). Se usaron bandoneón (Astor) guitarra eléctrica, bajo eléctrico, batería, piano eléctrico, sintetizador, moog, flauta y timbales. Un lujo de época.

La fuerza de Libertango, de este disco de antología, radica en su carácter cosmopolita. No por la nacionalidad de los músicos ni porque fuera grabado en Italia sino por su contenido con un sonido global que sorprendió en aquella época cuando ni se soñaba con la globalización económica y cultural y también porque llega a colocar el tango en un plano internacional, lo presenta de cara al mundo con la misma audacia -o aún más- con la que Vicente Greco, Francisco Canaro, Samuel Castriota, De Caro, Arolas y Gardel lo mostraron a París en los años de 1910 a 1925. Allí fue un producto exótico, una moda. Aquí fue una revelación, un producto argentino listo para ser asimilado en el mundo como el Jazz y el Rock que ya eran internacionales.

Desde Libertango el tango ya no sería igual. Ahora el tango penetraba en Europa con una fuerza notable y se extendería por todo el mundo a través de Piazzolla y luego a través del espectáculo itinerante Tango Argentino en 19832, época que da comienzo al renacimiento del tango que hoy tiene un vigor inusitado en Buenos Aires y que se multiplica en una diversidad de países con formas propias de cada país (España, Finlandia, República Checa, Alemania, Holanda, Japón, etc.)

La deuda del tango y la cultura argentina con Piazzolla es eterna.

Orlando Restivo

1- Astor Piazzolla, la revolución del tango; Orlando Restivo. Bs. As. 2017.

2- Tango Argentino fue un espectáculo coreográfico-musical de tango, creado y dirigido por Claudio Segovia y Héctor Orezzoli, con asesoramiento de Juan Carlos Copes, y coreografía diseñada por los propios bailarines que integraron los elencos. Fue estrenado en 1983 en París y en 1985 en Broadway (Nueva York), alcanzando un enorme éxito de alcance mundial, manteniéndose en cartel por más de una década. Se le atribuye una influencia decisiva en el renacimiento mundial del tango, como danza y como género musical.

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