Compartimos a continuación la nota que se publicó en Página 12 de Caro Dome, compañera del MST y parte del equipo de redacción de PdI.
La autora propone lecturas y experiencias con niños, niñas y adolescentes en transición de género o en el proceso de “salir del closet” para problematizar las prácticas “psi”.
Se comparten reflexiones surgidas de algunas lecturas y experiencias de trabajo “psi” con niñes y adolescentes en transición de género o en el proceso de “salir del closet”. No se apunta aquí a la exposición de casos, sino a problematizar las prácticas “psi” realizando algunos cruces con elaboraciones que demostraron una gran potencia a la hora de construir nuevos marcos de análisis, contrarios a la estigmatización y patologización de las identidades disidentes.
El problema central es que la “transexualidad” sigue catalogada desde 1980 como un trastorno mental. Actualmente el manual de enfermedades mentales DSM-V la recoge bajo el nombre de “disforia de género” y el CIE-10 como “desordenes de la identidad de género”. En ese marco, la despatologización cobró una gran importancia en el seno del activismo trans, gay y lésbico, interpelando a diversos profesionales de la salud, en tanto clave contra la exclusión social, el abandono familiar, la discriminación y la vulneración de derechos; pero también para abrir procesos analíticos que no clausuren sentidos y singularidades.
Si bien el cuerpo, la sexualidad, el deseo y la identidad son temas con los que el psicoanálisis ha tratado históricamente, éste nunca ha sido un campo homogéneo y persiste una amplia gama de debates. No obstante, las prácticas en salud mental deben estar necesariamente atravesadas por la perspectiva de derechos planteada en el marco normativo. Y no sólo deben ser respetuosas de quienes habitan estas experiencias, sino incluir el justo reconocimiento de las condiciones de enunciabilidad que sus actos prefiguran. Es en la dinámica del reconocimiento donde se inscriben las prácticas subjetivantes, lo que también implica la asunción de la distancia y de las invisibilidades posibles bajo la condición CIS, en una interrogación que, antes que nada, debe dirigirse a nuestros marcos interpretativos.
Los cambios en materia normativa y en las representaciones sociales habilitaron nuevos imaginarios que hicieron posible que se comenzaran a alojar y a legitimar vivencias tempranas infantiles situadas por fuera de la cis-heteronorma (Tajer, 2017). Si bien existen enormes desigualdades que ameritan una lectura interseccional, muchas veces recibimos infancias y adolescencias trans que ya no son expulsadas de sus lazos primarios. Ahora son enviadas a terapia, lo que puede significar un nuevo riesgo: la expectativa de que esta sea un dispositivo de corrección. Desde ya, dicha aspiración es no sólo es irrealizable sino que se sitúa por fuera la ética profesional. Intentar desarticular esas expectativas comúnmente situadas en las familias muchas veces constituye una de las primeras intervenciones.
En el caso del trabajo con los responsables de crianza, me interesa destacar que no son necesariamente los aspectos ideológicos los que determinan sus decisiones. A modo de ejemplo, recuerdo a una madre contarme acerca de su odio hacia el lenguaje inclusivo y definirse como “chapada a la antigua” sin que ello le imposibilitara llegar por sí misma a la conclusión de acompañar la transición de su hija y defender sus derechos. En un caso diferente, recuerdo la consulta de una pareja acerca de su hijo, en la que enunciaron acordar con que “decida cambiar de género”; pero en su opinión dicha elección no era legítima sino “una copia de su amigo gay”. Esta operatoria de pensar a la identidad como algo que se elige en el libre albedrio y no en la determinación de la constitución identitaria es mucho más común de lo que se piensa. En el caso comentado, se terminaba traduciendo en un mensaje de “doble vínculo”: de ordenarle a su hijo, que decida por sí mismo. Se sostiene entonces que no pasa por la ideología, sino por un posicionamiento que posee fuertes implicancias inconscientes, siempre singulares.
El paradigma cis-heteronormativo como fuente de padecimiento
Un debate en el campo de la salud mental es si se considera que los sufrimientos que muchas veces enuncian las personas trans son inherentes a su identidad o son producto del rechazo social. En el discurso psi hegemónico encontramos una posición ambigua respecto al tema. Aun así, es común escuchar experiencias profesionales –incluso la propia– en las que se enuncia que la identidad autopercibida no es motivo de conflicto. En todo caso, lo que sí se padece son los avatares impuestos por la cis-heteronorma, que generan una serie de sufrimientos en distintas esferas y momentos de la vida.
En palaras de la psicoanalista Débora Tajer (2017), el “closet” aparece como metáfora: el paradigma cis-heteronormativo dificulta pensar como existenciario posible en la infancia un modo que no se corresponda con la heteronorma y que no se ubique necesariamente en el campo de lo psicopatológico, produciendo padecimientos específicos. Tanto las denuncias de los colectivos LGTBQ+ como algunas experiencias clínicas demuestran que la “salida del closet” nunca es total, es un proceso permanente, gradual, fragmentario, cotidiano y muy agotador, dado a través de un sinfín de acciones que van a contramano de los innumerables actos performativos de la cultura.
Al respecto, recuerdo una situación en una escuela porteña que, cuando las directivas se anoticiaron del cambio de DNI de uno de sus estudiantes, dispararon una serie de acciones reactivas en pos de la “aceptación”: reuniones de emergencia, citas a madre y padre, tratamiento en el consejo de convivencia. Aún bajo intenciones inclusivas la vivencia de lo a-normal no tardó en aparecer, ya que la escuela no había pensado en que estas situaciones ocurran ni generaron previamente condiciones para alojarlas. Las tareas de la ESI siguen a la orden del día y tienen implicancias en la subjetividad.
Algunas miradas teóricas despatologizantes
Los ejercicios de la sexualidad y los posicionamientos identitarios no definen por sí mismos la estructuración psíquica ni su eventual predominancia psicopatológica. En palabras del psicoanalista Facundo Blestcher (2017), la transexualidad no debe considerarse un proceso patológico en sí mismo, ni determina por sí sola la totalidad de la estructuración del psiquismo: “es preciso un análisis minucioso del valor que toma cada elemento en la estructuración psíquica y en sus modos de estabilización para determinar si existen aspectos fallidos o corrientes de la vida anímica que no han encontrado una forma de organización lograda”.
Desde estas lecturas, la identidad de género hace a la representación que cada sujeto posee de su propio yo y es producto de las identificaciones primarias; o sea, de un proceso temprano dado a partir de la relación con otras personas significativas, donde también existe trabajo activo infantil en los procesos de ligazón afectiva. Ello permite entender que existan algunas vivencias infantiles de asunción de un género aun “antes” de atravesar la conflictiva edípica y el descubrimiento de la diferencia sexual anatómica.
Bajo estas ideas, las infancias que poseen una estructuración psíquica lograda presentan una identificación que operó metabólicamente, configurando el tejido representacional que sostiene al sujeto, dando unidad al yo (Blestcher, 2017). Asimismo, las identificaciones secundarias operan incorporando rasgos de otras personas que enriquecen la representación yoica y eso es propio de las experiencias intersubjetivas. Al respecto, existen varios relatos que, al igual que una de las experiencias de trabajo que tuve, en las que se pudo observar una gran estabilización emocional respecto de muchos padecimientos que cualquier psicoanalista encontraría en niños/as cis-género (miedos nocturnos, baja autoestima, tristeza) cuando se logró conseguir el cambio de nombre en el DNI y el reconocimiento social.
En ese marco, desde una mirada clínica interesa volver a resituar una lógica del “caso por caso”, dado que las experiencias y los modos de aparición de la transición son siempre singulares. Y en la necesidad de realizar un diagnóstico diferencial, poder advertir modalidades restitutivas de aspectos fallidos en la organización del yo (Tajer 2017), donde el carácter defensivo opera ante estados de desmembramientoo desmantelamiento pasivo (Metlzer, 1979). En esos casos faltarían los rasgos de base que sostienen la organización identitaria del sujeto (CIS o trans), por lo que la identificación es adhesiva o mimética, en base a aspectos formales o superficiales del objeto.
Por eso, más que la identidad de género en sí misma, importa indagar los fenómenos de angustia infantil, principalmente los vinculados a la separación del otre (que se juegan también en el tipo de vínculo que establecen con el analista), como así también los enunciados que le niñe formula respecto del yo, para analizar sus formas de apropiación e integración. Asimismo, importa ponderar el conjunto de la vida psíquica y su organización vital, puesto que una falta de estructuración yoica lograda tendría impacto en el desarrollo del conjunto de los aspectos psicológicos y vitales: relación con pares, vida anímica, actividad escolar, etc.
Tales ideas invitan a ampliar los marcos interpretativos, ya que no son escasos los discursos psicopatologizantes. Quizás, les agentes “psi”, seamos los que deban transicionar buena parte delas lecturas, expandirteorías y ejercer el intercambio entre colegas a sabiendas de los efectos que tienen nuestras palabras.
Carolina Dome es docente e investigadora UBA. Integrante de Red de Psicologxs Feministas.