viernes, 22 noviembre 2024 - 23:01

II Internacional, nuevo aniversario de su nacimiento. Reseña histórica, debates y enseñanzas

1889 puede ser recordado por el año en que, en Francia, conmemorando el centenario de la Revolución Francesa, se inauguró la famosa torre Eiffel. Pero los recuerdos de aquel momento histórico también guardan el nacimiento de una de las organizaciones más importantes para la clase trabajadora a nivel mundial. El 14 de julio de aquel año, se realizó el primer Congreso de la II Internacional, la internacional de la “organización” como la describió Lenin. A continuación, recuperamos parte del legado que dejó aquella herramienta política al servicio de los debates políticos que se expresan en la actualidad.

Un parto doloroso

La derrota de la Comuna de Paris (1871) fue el hito clave que impactó y llevó a la disolución de la Asociación Internacional de Trabajadores, que tuvo a Karl Marx como uno de sus fundadores y principales dirigentes. Aquella derrota de la clase en el primer ensayo para “tomar el cielo por asalto”, fue la última experiencia revolucionaria durante largo tiempo hasta la primera Revolución Rusa de 1905. Un impasse que tuvo como marca el último momento donde el capitalismo siguió desarrollándose, a costa de la invasión y el saqueo de colonias y semicolonias, previo a ingresar a su época imperialista de guerras y revoluciones.

Como expresa una vieja ley histórica, mientras más estable sea el poder material del sistema social imperante, más se acrecienta su dominio político y conservador. Sin embargo, la dialéctica también es ley. Mientras la potencia del capital se hacía ver en el nacimiento de grandes fábricas e industrias, un poderoso movimiento obrero moderno empezaba a cobrar mayor vida. Es en esta etapa histórica que, surfeando la ola de reacción política en Europa, se desarrollan grandes partidos socialistas, que cobran mucha fuerza sindical y arrancan grandes conquistas obreras. Las 8 horas de trabajo, los días de descanso durante los fines de semana, entre otros, fueron los logros que se obtuvieron y se mantienen hasta el presente.

A lo largo de los años de su maduración estos paridos dejaron una huella importante en los trabajadores. Ser socialista era una marca registrada para los obreros europeos, aunque la corriente también tuvo sus secciones en Asia, Estados Unidos y América Latina. Se podía nacer en el seno de una familia socialista, criarse en un club socialista, hasta ir a una taberna (bar) socialista donde, en gran medida, se ganaban a grandes franjas de los trabajadores en favor de la idea de un mundo de y para los de su clase. La influencia de los partidos que constituyeron esta internacional fue tan grande que, en el caso de su partido local más importante, el SPD alemán, el propio canciller Bismarck trató de detener el crecimiento del movimiento socialdemócrata[i] sancionando la Ley Antisocialista.

Este movimiento político, un poco más apuntalado, 17 años después de la Comuna, da vida a nueva herramienta política de carácter internacional. Engels, junto con Paul Lafargue, yerno de Marx, toman la posta del inicio de esta nueva experiencia. El 14 de julio de 1889, en el centenario de la toma de la Bastilla, se da el primer Congreso. Un camino espinoso, repleto de polémicas, se expresó al interior de esta experiencia desde el día de su nacimiento para los que siempre se mantuvieron en el bando de los revolucionarios. En simultáneo a todos los eventos que se realizaban en París en el marco de la fecha mencionada, dos Congresos, realizados por diferentes organizadores y en diferentes lugares, confluían para el nacimiento de la II Internacional. George Novack en su texto Las tres primeras Internacionales, subraya: “(…) hubo dos congresos obreros y socialistas diferentes; uno de ellos fue citado por los socialistas alemanes y organizado por los guedistas, y el otro fue organizado por los sindicalistas británicos y los reformistas francés, o posibilistas, como se los llamaba”. Como la historia lo indica, fue el grupo de los primeros el que se impone ante los posibilistas.

Posteriormente, para los revolucionarios, el debate será contra las corrientes anarquistas que aún anidaban en el movimiento y habían sido influenciadas por el bakuninismo. El debate concreto, era que los anarquistas se negaban a hacer un uso táctico y revolucionario de las bancas dentro de los parlamentos. Así, su acción, sólo quedaba reducida a actos de terrorismo y una agitación permanente de la huelga general. La dirección del SPD, el partido alemán, es el que logra vencer políticamente a este sector y en 1896 consigue que la mayoría de la II Internacional excluya definitivamente a los antiparlamentarios.

Es en el seno de este SPD que anidaba la mayor polémica de esta experiencia política de los trabajadores del mundo, aquella que terminó recobrando mayor importancia con la llegada de la Primera Guerra mundial, momento que también es el fin de la internacional.

Reforma o Revolución

El constante desarrollo y la expansión del capitalismo que aún se sostenía en aquel entonces, fue de algún modo el terreno que admitió la concesión, sin dejar de mencionar que también mediaron luchas, de las reformas que se enumeraron anteriormente. Este elemento, fue la piedra angular para que se desarrollase al interior de la II Internacional una estrategia política basada en la reforma permanente. Un sector sostuvo, conscientemente que, con reformas por la vía del parlamente y la lucha sindical, sin aunarla con la lucha política, los trabajadores podían alcanzar el socialismo y así reemplazar al capitalismo.

Sin embargo, los últimos años de desarrollo del capitalismo, en su interior, como lo definió Marx, sólo estaban incubando el estallido de la próxima crisis del sistema que iba a tener su peor cara, representada en la guerra de trincheras que significó la Gran Guerra.

Esta concepción mencionada, fue el motivo de grandes debates al interior de toda la internacional en donde se delimitaron dos grandes sectores. Uno, obviamente, el reformista. El máximo exponente era Eduard Bernstein. Como sus rivales políticos, en un primer momento, se ubicaban Luxemburgo, Bebel y Kautsky. Durante el debate político que se desarrolló por largo tiempo, Bernstein, representante del oportunismo, que buscaba que la lucha por las reformas sean la esencia y la estrategia del movimiento socialista, llegó a esgrimir: “El objetivo final, sea cual fuere, es nada; el del movimiento es todo”.

La derrota de los oportunistas finalmente se terminó dando, dando la victoria al bando revolucionario que integraba Luxemburgo, quien, en respuesta al debate planteado por Bernstein, planteaba lo siguiente postura: “¿Debemos oponer la revolución social, la transformación del orden existente, última meta a la que aspiramos, a las reformas sociales? Por supuesto que no. La lucha diaria por las reformas, por el mejoramiento de la condición de los trabajadores dentro del sistema social y por las instituciones democráticas, ofrece a la socialdemocracia el único medio de tomar parte activa en la lucha de clases al lado del proletariado y de trabajar en dirección a su objetivo final: la conquista del poder político y la supresión del trabajo asalariado. Entre las reformas sociales y la revolución, existe para la socialdemocracia un lazo indisoluble: la lucha por las reformas es su medio; la revolución social, su fin”.

1905 y la Primera Guerra Mundial

El inicio de la Guerra Ruso-Japonesa que empezó a vislumbrar el fin del zarismo, en gran medida, también preanunció el mapa de conflictos bélicos que luego invadirían al tablero mundial. El reparto del mundo, de la economía mundial, empezaba a generar fricciones en un capitalismo que ya tenía la torta repartida y más nada por dar a los países que se comenzaban a desarrollar modernamente de forma tardía. Como consecuencia de la Guerra Ruso-Japonesa, centralmente, es que se desarrolla la primera Revolución Rusa de 1905 en uno de esos episodios que tiene la dialéctica de las guerras y las revoluciones.

Este hito fue una nueva discusión que sacudió a la II Internacional. Fue un nuevo parteaguas que ubicó de forma distinta a revolucionarios y reformistas. El ala del centro, que en una primera etapa había actuado de forma conjunta con los revolucionarios, ahora recobra su papel oportunista. Kautsky, Bebel en Alemania y Plejanov en Rusia. Mientras que, a la par, Luxemburgo, Liebknecht, Lenin y Trotsky se ubicaban como sus rivales revolucionarios. Este último se refería del siguiente modo sobre el ensayo general del ´17: “La Revolución Rusa fue el primer gran evento que trajo un soplo de aire fresco a la rancia atmósfera europea en los treinta y cinco años transcurridos desde la Comuna de París. El rápido desarrollo de la clase obrera rusa y la inesperada fuerza de su actividad revolucionaria impresionaron enormemente al mundo civilizado y dieron ímpetu en todos partes a la agudización de las diferencias políticas. En Inglaterra, la Revolución Rusa aceleró la formación de un partido laborista independiente. En Austria, gracias a circunstancias especiales, condujo al sufragio universal. En Francia, el eco de la Revolución Rusa tomó forma en el sindicalismo, que dio expresión inadecuada a nivel práctico y teórico al despertar de las tendencias revolucionarias del proletariado francés. Y en Alemania la influencia de la Revolución Rusa se evidenció en el fortalecimiento del ala izquierda del partido, en la aproximación a ella del centro dirigente y en el aislamiento del revisionismo”.

Más allá de lo generado por este fenómeno revolucionario el ala oportunista, reformista, se ciñó a las premisas que divulgaban. Kautsky, ahora en su nuevo rol, sin sostener lo mismo que Berstein, mantenía de igual manera el análisis que daba mayor vida al desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo. De ahí que deducía la posibilidad de mejorar las condiciones materiales de vida de los trabajadores en el marco de este sistema social. Partiendo de esto los reformistas dividieron el programa político en dos. Establecieron un programa mínimo y un programa máximo que, como dirían los revolucionarios sólo quedaría para los días de fiesta.

Esta concepción, que en el plano internacional significaba la práctica de un socialchauvinismo o socialismonacionalista, encontró su carácter más reaccionario con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial. Es este sector de la socialdemocracia, presionado en parte por los privilegios de lo que se conoció como “aristocracia obrera”, quien termina defendiendo los intereses imperialistas de sus burguesías locales, votando los créditos de guerra. En síntesis, escogieron renunciar a la estrategia de la lucha de clases en “defensa de la patria atacada”, forma en la que terminan de quebrantar la solidaridad internacional de los trabajadores y, por ende, estalla la Segunda Internacional.

El debate se vuelve a presentar: ¿reforma o revolución?

Hoy se cumplen 135 años del nacimiento de la Internacional que sirvió para expandir las ideas socialistas a grandes franjas del movimiento obrero y que tuvo grandes conquistas. Pero, lo más importante, en un mundo formateado por la polarización social e inestable política y económicamente, es volver al debate de reforma o revolución.

La forma en la que se ubicaron los revolucionarios en ese momento, son una escuela política para quienes hoy seguimos la lucha por un mundo que ponga fin la barbarie capitalista. Esta enseñanza, en un mundo donde las guerras no son cosas del pasado y cada vez se conjugan más contradicciones que puedan llegar a librar una futura guerra interimperialista, no es menor para tener una guía para practicar la defensa de los intereses de los trabajadores.

Pero, sobre todo, la defensa de la revolución como estrategia política, sin ser esta una trabazón de las reformas que se puedan obtener como conquistas temporarias. En los marcos de un sistema capitalista en descomposición, sin margen para mejorar un ápice la calidad de vida de las mayorías sociales es un insulto político defender a este sistema social como el único para nuestras vidas. Las guerras, las hambrunas, las catástrofes ecológicas y sanitarias son las únicas cosechas que puede tener la humanidad de este sistema en la actual etapa. Revalidar la revolución socialista como camino a un mundo sin explotación, es la única forma de ponerle freno al constante ataque del capital sobre la clase trabajadora y la mejor forma de recordar a los revolucionarios de la II Internacional.


[i] Socialdemócrata, por ese entonces, fue el sello político de las organizaciones en las que militaron los revolucionarios más importantes del Siglo XX.

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