domingo, 28 abril 2024 - 04:10

García Márquez. Mucho más que realismo mágico

El 6 de marzo se conmemoró un nuevo aniversario del nacimiento en 1927 de Gabriel García Márquez. Aprovechando la fecha compartimos estas notas de Orlando Restivo.

En 1982 el escritor colombiano Gabriel García Márquez, autor de una de las novelas más célebres del siglo XX —cien años de soledad—, integrante del llamado boom latinoamericano, recibió el premio nobel de literatura. El furor que causó esta premiación se extendió por toda América Latina y Europa quedando sus obras entre las más vendidas de las de la lengua castellana del último cuarto del siglo XX. Más allá de esta moda desencadenada por este acontecimiento singular, la obra de Gabo es de las más profundas y de mayor contenido poético de la literatura contemporánea. El genio del realismo mágico como se llama al género de sus cuentos y novelas, impactó a toda una generación de escritores y aún sigue impactando.

Identificado por la prensa mundial y las editoriales en este segmento literario, Gabo huyó de los encasillamientos como de la peste. Y demostró que el mejor escritor no es el que adorna con frases poéticas o académicas sus textos, sino el que labra un verdadero oficio. Y él era eso: un escritor de oficio. Iniciado periodista y devenido en escritor, GGM contó la historia sangrienta de Colombia (pasada y actual). Gabo trastoca la historia real, la subvierte literariamente y nos lleva a través de un camino sin fin de simbolismos magistrales, a un paroxismo de lectura en donde la ficción, el misterio, la sexualidad, la muerte, el costumbrismo y muchos más temas de la realidad se plasman en relatos fantásticos y construye en estos un mundo paralelo a través del cual esa historia se desenvuelve.

Pero entender a Gabo allende las modas y los clichés es esencial para quienes comienzan a escribir en este siglo que —ahora signado por la pandemia y la profundización de la crisis económica mundial— denosta las letras y obra en detrimento de ellas mediante la banalización de la cultura y un paradigma de señales e imágenes breves —a veces impactantes— en el que impera lo audiovisual por sobre lo escrito.

Recuperar la escuela de Gabo no es solo otorgarle al realismo mágico un estatus de género literario sino volver al paradigma de la belleza, la estética y la poesía de las palabras que tan maravillosamente el escritor colombiano plasmó en decenas de obras. Tan fenomenal es la belleza de lo escrito por él, que en Cien años de soledad (1967) puede verse tanto la historia latinoamericana como las absurdas conductas sociales y muchas conductas humanas a veces incomprensibles. La indiferencia social y la paradoja de lo inevitable en una sociedad atrasada y endogámica es fuente de poesía en Crónica de una muerte anunciada (1981) una novela breve, que no por breve deja de ser eficaz y donde el escritor juega con el tiempo. Todo lo humano y sus contradicciones expresadas en El amor en los tiempos del cólera (1985) muestran que Gabo no se enfrascaba en un tipo de novela y podía con multifacética habilidad abordar diversos temas de modo literario. La crónica periodística y relato desnudo de adornos lo plasmó en dos obras alegóricas: Relato de un náufrago (1970) y La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile (1986). La tragedia y el sometimiento son temas de La increíble y triste historia de la cándida Erendira y su abuela desalmada (1972). La crítica mordaz y despiadada a las tiranías latinoamericanas es retratada en El otoño del patriarca (1975). La obra de Gabo se completa con Ojos de perro azul, El general en su laberinto, El coronel no tiene quien le escriba, Del amor y otros demonios y una cantidad indeterminada de ensayos y artículos periodísticos cuando ya era un escritor consagrado. Su primera novela, La hojarasca, data de 1961.

Gabo marcó a fuego una generación compartiendo con sus colegas del boom de los 60 este valor. Tanto él como Julio Cortazar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa (lamentablemente derechizado no solo políticamente sino culturalmente), Juan Carlos Onetti, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Pablo Neruda, etc., dejaron una impronta imborrable de las que no escapan ningunx de lxs escritorxs latinoamericanos de los siguientes 40 años. Esta generación —emparentada con los cambios mundiales de posguerra y sobre todo con la Revolución Cubana— le otorgó un sentido social a lo literario que no fue ni panfletario ni esquemático como pretendía el realismo socialista en la ex-URSS gobernada por el estalinismo, que enchalecó a lxs escritorxs, los encorsetó y le dio formas a una literatura maniqueista que algunos intentaron evadir como Vasili Grossman, autor de Stalingrado y el exiliado y convertido en ciudadano yanqui Vladimir Nabokov. 

La crítica social de Gabo no está dada por las palabras expresadas en forma directa sino por el absurdo, la ironía y un cierto tono naif que es dudoso cuánto tiene de naif y cuanto, de mordaz y ácida burla a lo instituido, a las convenciones y a las costumbres y tradiciones. La filiación comunista de García Márquez y su notable y publicitada amistad con Fidel Castro, no lo convirtió en un epígono del estalinismo e incluso sus permanentes menciones a santos e iglesias hacen dudar si fuera ateo, agnóstico o en realidad un cristiano sin iglesia que empalmó con los cambios sociales de su época que van hacia la izquierda, lo anticlerical y anticapitalista. Su combate a la dictadura de Pinochet mostró que a Gabo la realidad no le pasaba por un costado, pero él la estrujaba y amasaba, dándole forma de narración y de novela y por eso su realismo además de mágico es estéticamente maravilloso. Pese a las acusaciones de financiar al M-19, Gabo denunciaba los asesinatos políticos de su país y esto se reflejó en Noticias de un secuestro (1996). Fue combatido en EEUU y prohibida su visa hasta 1997 restituida por Clinton. Falleció en 2014 a los 87 años en México.

Gabriel García Márquez es mucho más que un novelista o un cuentista, y mucho más incluso que el impulsor del realismo mágico en las letras iberoamericanas. Trascendió el “boom” de los 60. Es un escritor completo que hace de cada palabra una fiesta de poesía, estética e intensidad ficcional como pocos escritores de habla hispana.

En estos tiempos de post verdades es hora de reivindicar y homenajear al maestro de Macondo —su ciudad inventada— reconociendo que la literatura del siglo XX tiene mucho de su marca particular. Retomar su método y su consecuencia artística y cultural es fundamental en tiempos en que nuevos desafíos literarios se imponen en un mundo en donde crece la polarización social y las luchas y rebeliones preanuncian revoluciones en muchas partes del mundo. Y si esta es la perspectiva es recomendable leer El otoño del patriarca para ver cuánto de absurdo, de inaudito y de paradójico hay en la actualidad del mundo. 

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