jueves, 14 noviembre 2024 - 02:18

Finanzas y naturaleza. Los bancos hacen negocios con nuestras condiciones de vida

El viernes 8 de abril la Comisión Nacional de Valores informó que está avanzando en la redacción de un nuevo régimen de financiarización de la naturaleza. Como resultado de una revisión periodística y de algunos sitios de internet, por ahora parcial, vemos que desde el 2020 hay en Argentina un avance de estos negocios aun más acelerados que durante el gobierno de Macri. Es un negocio global que en nombre de la conservación de la naturaleza nos lleva cada vez más a la catástrofe. No somos catastrofistas pero si queremos llegar a tiempo con el freno de emergencia de este tren[1], es necesario revisar algunas tendencias en el sistema financiero, que usa a la naturaleza como uno de sus principales combustibles. El principal objetivo de esta nota es aportar algunos apuntes al respecto.

La correlación entre las finanzas y la naturaleza no es algo nuevo, viene desde épocas de las exploraciones europeas y las caravanas del comercio de larga distancia de fines de la edad media y el renacimiento, con el surgimiento de los seguros que los empresarios de ese entonces pagaban a prestamistas, en caso que por tormentas, ataques de piratas o alguna plaga afectara el negocio. En caso de sufrir alguna de esas posibles catástrofes, el seguro permitía compensar en algo el daño, y si no pasaba nada, mejor seguir pagando para la próxima. Este negocio se intensificó con la trata de esclavos y los galeones del tesoro que desde el siglo XVI atravesaban el Océano Atlántico y los incendios, inundaciones y otras catástrofes naturales desde el siglo XIX. Las tendencias más recientes surgen en la década de 1990, con todo un complejo de seguros, reaseguros, bonos-catástrofe emitidos incluso por países como México o Chile frente a terremotos, o Estados afectados por huracanes como fue el Katrina, que afectó el sur de los Estados Unidos y los riesgos tecnológicos como el de Chernobyl en 1986. Operan sobre la naturaleza al punto que incluso existen seguros por riesgos de default de países afectados por catástrofes y en los cuales los Estados no cuentan con condiciones para hacerse cargo de las reconstrucciones e incluso aun cuando cuenten con ellas, como sucedió en Chile con los swaps chinos para enfrentar las consecuencias del tsunami que golpeó sus costas en 2010.

Pero hay otra serie de riesgos asociados a la crisis ecológica. Entre esta serie aparecen riesgos frente a pandemias, riesgos por desaparición de especies, de ecosistemas, de bosques, de afectación de fuentes de agua. Asociados a estos, operan también desde 1990 los conocidos “bonos de carbono”, verdaderos permisos de contaminar, que buscan compensar la emisión de gases de efecto invernadero – en particular el dióxido de carbono (CO2) – por empresas, promoviendo la forestación en otros espacios y que, entre otras consecuencias, fomenta la especialización de lugares en esta actividad poco generadora de empleo, que implica en algunos casos brutales desalojos de pueblos campesinos e indígenas y, como en la Patagonia, en el sur de Chile y otros espacios lleva a la expansión rápida de la “megapinería”, al acaparamiento de tierras, agua y ecosistemas y a la emisión de bonos por los riesgos que presuntamente o realmente sufren estas tierras, aguas y ecosistemas. Con los dólares que cosechan con estos seguros las financieras invierten en otras tierras, avanzan aún más estas forestaciones y acaparamientos, en un círculo que solo tiene tope si sobreviene una crisis financiera global. Ahora hasta conservar es negocio, porque todo este conjunto de mecanismos, además, permite rebajas impositivas de los que compran estos bonos, en los sistemas de impuestos en sus países de origen y/o residencia.

Desde 2005, con la entrada en vigencia del Protocolo de Kioto (PK), el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización de las Naciones Unidas por medio de sus agencias para la alimentación (FAO) y el ambiente (PNUMA) también fomentan esta economía “verde dólar”, que apuesta a las ganancias más que al cuidado de la naturaleza; pero en este caso, donde al menos en los papeles los principales participantes son Estados y no corporaciones, la finalidad es de financiar la adaptación al cambio climático y el cumplimiento de compromisos que se negocian en las cumbres por el clima, como las de emisiones cero o más en general, los objetivos de desarrollo sustentable, que ponen plazos para estas adaptaciones. Para estos organismos dominados por las grandes corporaciones, hasta la transición energética es un negocio, pero es desigual, como sucede por ejemplo con la electrificación de los automóviles en los países más desarrollados, que lleva al avance del extractivismo de litio en nuestros países.

Razmig Keucheyan, sociólogo francés, publicó en 2014 su libro La nature est un champ de bataille. Essai d´écologie politique (traducido como La naturaleza es un campo de batalla. Finanzas, crisis ecológica y nuevas guerras verdes en la edición argentina por Capital Intelectual en 2016). Siguiendo a este autor, en la primera mitad de la década pasada teníamos los bonos catástrofe (Cat Bonds);bonos catástrofe con fondos soberanos (Multi-Catbonds), cuando los países no pueden hacerse cargo de la reconstrucción; bonos carbono de mercados de derechos de emisión y compensación de emisiones, actualmente uno de los bonos más rentables; títulos de apoyo a programas alimentarios en contexto de catástrofes, sequías o inundaciones con formato de micro-seguros y los derivados climáticos, que sin relación directa con situaciones de catástrofe, intervienen sobre seguros en agricultura, en casos que inundaciones o cambios de temperatura, por ejemplo las que se generan cuando se dan fenómenos del Niño o la Niña, afecten las cosechas pero también sobre riesgos de desaparición de especies o ecosistemas y las hipotecas ambientales, en particular sobre bosques y humedales[2].

La nueva Argentina verde

La Argentina no está afuera de esto. Podemos encontrar ejemplos recientes de casi todas las situaciones listadas arriba. Grandes bancos y corporaciones financieras, fondos de inversión, varios de ese 1% más rico del planeta tienen grandes extensiones de tierras y controlan directa o indirectamente el acceso y la provisión de agua, entre otros. Desde sus inicios fue un negocio oscuro ya que es muy difícil rastrear cuál estrategia orienta a  cada uno de sus negocios y en gran parte se realizan en mercados y bolsas globales, sin que nos enteremos a no ser que dediquemos muchas horas de “minería de datos”. Desde el 2018 el Estado argentino busca reglamentar lo que podemos llamar como “mercado nacional de naturaleza”, con el perfeccionamiento de mecanismos, en particular los llamados “Bonos Verdes, Sociales y Sustentables”. Algunos de sus principales avances fueron en la segunda mitad de 2019, al final del gobierno “neoliberal” de Macri, como las emisiones realizadas por las provincias de Jujuy y La Rioja y CABA, o bancos como el Galicia o el Santander Río, pero la gran aceleración de este nuevo negocio se produce en el 2020, con el gobierno “nacional y popular” de Alberto y Cristina [3].

Consultoras, financieras y el Estado nacional contribuyeron a la regulación desde la Comisión Nacional de Valores, la encargada de la regulación, supervisión, promoción y el desarrollo del mercado de capitales. Desde 2020 se vienen realizando las llamadas roadshows, sesiones virtuales de oferta de bonos, esta vez en la bolsa de Buenos Aires pero también del exterior, promoviendo en particular los orientados a la construcción de granjas eólicas y con participación de capitales nacionales, bancos extranjeros como el Santander Río o el ICBC de China, entre otros. Uno de los primeros de estos bonos locales fue emitido por la empresa AES Argentina Generación para financiar el parque eólico Vientos Neuquinos, en la provincia de Neuquén, de 100 megavatios[4].

Pero el último grito es de inicios de 2021 con los Green Bonds Meters (GBM coins), lanzada el 21 de febrero, por parte de una empresa argentina. Son bonos de preservación de superficies de bosques, a 1,09 dólares el metro cuadrado, diseñados para financiar la protección de hasta un millón de hectáreas verdes en 10 países. En Argentina el proyecto apunta a “resguardar, con la compra de la cripto, un metro cuadrado de biosfera, primero en Misiones, luego en la yunga salteña, los bosques patagónicos y la turba fueguina, hasta completar el plan de 100 mil hectáreas, o más, que le tocan a la Argentina en la propuesta global“. Es un token, una cripto moneda mediante el sistema benchmark, un sistema de monedas virtuales, como el bitcoin[5]. Además de Argentina, en esta empresa participan consultores uruguayos y el sistema de criptomoneda es desarrollado por una empresa de Estonia.

Según el sitio de la empresa, el objetivo de “conservación” se sostiene en inversores que compran o alquilan tierras a productores en áreas donde avanza la deforestación y paga para que dejen de producir y de este modo se recupere el bosque. Promueven el “empleo local”, con prioridad de contratación a las comunidades indígenas y campesinas cercanas. Al cabo de un año esos bonos se convierten en bonos verdes, que pueden ser comprados y vendidos y a los cien años esos bosques serían incorporados al Sistema Nacional de Áreas Protegidas.

El 8 de abril la Comisión Nacional de Valores, informó que está avanzando en la redacción de un nuevo Régimen de Inversión Colectiva Sustentable, es decir, el perfeccionamiento  de nuevos negocios con la naturaleza[6].

No hay salida en el capitalismo

La financiarización de la naturaleza es una de las manifestaciones más recientes y extremas de la crisis del capitalismo, desatada en la década de 1980 y de su expresión más reciente con la crisis del 2007 y 2008. Evidencia también que la salida de esta crisis no está cerca y que ante la baja de la tasa de ganancia, el capitalismo busca avanzar cada vez más sobre espacios que antes no eran parte de circuitos globales de acumulación, en este caso, la naturaleza. Ya no es el consenso de los commodities de las décadas de 1990 y el 2000 ni el de Beijing de la década de 2010. Es una combinación de ambos. Grandes capitales e incluso Estados nacionales invierten en compra de tierras su acaparamiento como medio para ampliar la producción de alimentos, el abastecimiento de materias primas, energía o agua. Invierten también para la conservación de la naturaleza, que les permita adoptar medidas compensatorias para seguir emitiendo gases de efecto invernadero, expandir el extractivismo, seguir contaminando y explotando a los trabajadores y la naturaleza, incluso para financiar su transición energética. Se trata de un proceso doblemente contradictorio que opone por un lado capitalistas y trabajadores y por otro al capitalismo y la naturaleza. Los objetivos de sustentabilidad que persiguen los adalides de la financiarización de la naturaleza son imposibles de cumplir en el capitalismo. Es más, la coexistencia de lógicas de commodities y la competencia entre las grandes potencias por el control de los recursos no siempre serán compatibles con esta ola de financiarización. También son negocio las reconstrucciones consecuencia de sus guerras, al igual que lo será la reconstrucción de áreas afectadas la suba del nivel del mar.

Retomando el tema de la crisis, el sociólogo francés Bruno Latour decía en un libro de 2019[7] que estamos transitando más bien una “mutación” ecológica, porque a diferencia de una crisis, de la que se puede volver, con la ecológica no hay vuelta atrás. Para este autor, el peligro surge de una combinación de negacionismo por parte de los gobernantes de las principales potencias, de debilitamiento de la capacidad de los Estados para enfrentarse a estos desafíos y de incremento y aceleración de las desigualdades sociales. Este triángulo es el combustible de la locomotora sin frenos del capitalismo y avanza quemando lo que dicen querer conservar las finanzas verdes, pero en la medida que se encadenen las catástrofes como inundaciones, huracanes, seguías, incendios, avances del mar y otras emergencias climáticas.

Es posible también que estallen nuevas burbujas de las finanzas verdes, como empiezan a anunciar algunos artículos de la prensa especializada[8], donde uno de los mayores “riesgos” no es la ausencia de fondos sino la baja velocidad con que se gestionan los permisos de emisión, es decir, una crisis por el lado de la oferta[9]. Los capitalistas, con sus bancos y sus finanzas juegan con la vida en el planeta, por más que se tiñan de verde.

Por todo lo anterior, insistimos que la preservación de la naturaleza y las condiciones de vida de todas las especies del planeta, incluida la de los seres humanos, no son posibles bajo el capitalismo. Hace falta desmantelar estos dispositivos de acaparamiento, apropiación y explotación de territorios, agua, nutrientes, de tierras productivas para alimentos y necesitamos frenar la construcción de los megaproyectos que les proveen la infraestructura de transporte y energía. La lucha contra la financiarización de la naturaleza va desde las resistencias al acaparamiento de tierras y agua y contra el desalojo de poblaciones en los territorios hasta las peleas por la nacionalización de la banca y el comercio exterior. Este es apenas uno de los múltiples frentes de batalla que debemos afrontar si queremos parar este tren aplicando el freno de emergencia ya que sin financiarización el capitalismo no podrá seguir avanzando en la explotación de la naturaleza y los trabajadores. Si el capitalismo no avanza y no acumula, se cae.Y como no se va a caer solo, es cada vez más necesaria una revolución, que sea verde y roja y avance en nuevas relaciones, más armoniosas y sustentables, entre la naturaleza y los trabajadores.

Alejandro Schweitzer

Dr. en Geografía, Ordenamiento territorial y Urbanismo

CONICET – Centro de Investigación y Transferencia Santa Cruz (CIT-Santa Cruz)

Instituto de Trabajo, Economía y Territorio,  UNPA – UARG


[1] Ver nota del 6 de febrero de 2019. https://mst.org.ar/2019/02/06/clima-capitalismo-freno-de-emergencia/

[2] El artículo del mismo autor, de 2014, aporta un buen resumen y está accesible en https://nuso.org/articulo/estado-capitalismo-y-naturaleza-la-expansion-del-mercado-de-las-catastrofes/)

[3] Para más detalles ver https://www.byma.com.ar/bonos-svs-esp/  y https://www.lanacion.com.ar/economia/bonos-verdes-las-finanzas-frente-a-un-deficit-sin-fronteras-el-ambie

ntal-nid2289941/

[4] Ver otros en https://www.ambito.com/negocios/inversiones/banco-santander-participo-la-colocacion-del-primer-bono-verde- n5083512

[5] Ver https://www.telam.com.ar/notas/202102/545147-criptomoneda-medio-ambiente-ecologia.html  y https://gbmcoin.io/

[6] Ver https://www.argentina.gob.ar/noticias/la-cnv-trabaja-en-la-redaccion-final-del-nuevo-regimen-de-inversion-colectiva-sustentable.

[7] ¿Dónde aterrizar? Cómo orientarse en política. Madrid: Ed Taurus

[8] Ver https://mundo.sputniknews.com/20210227/el-mayor-fondo-de-inversion-del-mundo-advierte-de-una-nueva-burbuja—1109325954.html, entre otras

[9] https://www.lainformacion.com/mercados-y-bolsas/burbuja-verde-nemesis-valoraciones-acciones-renovables-bonos/2830512/?autoref=true

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