El 16 de septiembre de 1955, un golpe de Estado derroca a Perón, quien abandona el poder después de más de una década dando inicio a la autodenominada Revolución Libertadora que trascendería luego como “La Fusiladora”. Un verdadero juego a la derecha que salió caro.
Gino Germani y la heteronomía
En 1962 Gino Germani aborda el concepto de heteronomía en su obra “Política y sociedad en una época de transición”. En este trabajo, Germani analiza el proceso de modernización en las sociedades latinoamericanas, haciendo énfasis en las tensiones entre la autonomía y la heteronomía. Para Germani, heteronomía se refiere a una situación en la que los individuos y las instituciones no actúan con independencia o según sus propios principios, sino que están sometidos a influencias externas o al control de factores ajenos a su voluntad. En el contexto de la modernización, el autor utiliza este concepto para explicar cómo ciertos sectores de la sociedad permanecen subordinados a fuerzas tradicionales o externas, lo que impide su plena integración en una sociedad moderna.
En su interesante trabajo, el argumento histórico y sociológico del autor se fundamentaba en el aspecto cultural de una clase obrera nueva que se había formado en la década del ’30 con la nueva inmigración interna. Estos obreros que venían de las provincias del interior ya no portaban las ideas transformadoras de los obreros que venían de Europa y, a diferencia de aquellos, tenían la necesidad de un líder carismático que los dirija, dado su relativo atraso cultural. Eran una masa en disponibilidad de un líder, que empalmó con la emergencia de una figura particular del gobierno militar autoritario y reformista del GOU, el coronel Perón.
Este gorilismo refinado de Germani fue ya profundamente rebatido por los trabajos pioneros de Portantiero y Murmis en la década de los ´60, dónde muestran de manera irrebatible como la clase obrera, en la década del ´30, estaba estructurada y con una gran homogeneidad cultural y de costumbres en común. Muchos de esos inmigrantes internos, además, venían de experiencias de trabajo rural sindicalizado o bien, de regiones urbanas del llamado “interior” del país. El argumento de Germani, en definitiva, atribuía el peronismo a un fenómeno de colusión entre una clase obrera atrasada, poco urbanizada, con un líder carismático que, desde arriba les venía a resolver sus necesidades. A esos argumentos le podemos añadir las anécdotas reaccionarias de los anti peronistas, que sostenían que los “negros levantaban el parquet para hacer el asado”. No podemos negar cierta similitud con la mirada del sociólogo, pero sin usar palabras en griego.
Hoy sabemos que el peronismo, su origen y su persistencia, tiene aspectos mucho más complejos que la explicación “cultural” de Germani, que intentaba reflexionar sobre una sociedad en transición a la modernización capitalista y las características de una clase obrera “nueva” en términos de urbanización. Sin embargo, el concepto de heteronomía, utilizado desde otra perspectiva, puede ser de utilidad para nosotros ¿En qué sentido? Porque el gobierno peronista (1946-1955), fue un constante intento de desarticular la organización del movimiento obrero y transformarlo, de manera literal, en un apéndice del Estado peronista, subordinado a las decisiones del presidente. En definitiva, uno de los ángulos para analizar al gobierno de Perón y su relación con el movimiento obrero es el proceso de subordinación de la central sindical a las decisiones del Estado.
Como un signo de nacimiento, Perón limpió rápidamente a todos aquellos que el 17 de octubre pusieron su cuerpo para reponerlo en el poder. Aquellos que con el Partido Laborista le dieron la absoluta mayoría de votos obreros fueron relegados, raleados y hasta encarcelados, como es el caso de Cipriano Reyes que estuvo preso hasta 1955. Otros fueron rápidamente relegados a la insignificancia, como Luis Gay.
El golpe de 1955: cocción a fuego lento
Podríamos decir, como metáfora, que la caída de Perón se dio en cámara lenta y, en el ralentí de las imágenes, podemos ver y enumerar los tropiezos previos. 1) El fin de las divisas acumuladas durante la guerra y la caída de los precios agrícolas debido al Plan Marshall fue una herida que fue desangrando la economía. Los obreros dejaron de ver el alza de sus salarios y la inflación comenzó la famosa carrera entre precios y salarios. Eso redujo el marco de alianzas pues los industriales, grandes ganadores del modelo, comenzaban a ver con malos ojos las regulaciones impuestas por el peronismo y la falta de divisas que les impedía renovar su maquinaria. 2) La ruptura con el principal aliado, la iglesia, fue un hecho de enorme significación porque, como sostiene Horowicz, fue a través de esa ruptura por donde se filtró. 3) La ruptura dentro del ejército y con el resto de las Fuerzas Armadas. Es decir, el activismo de la dirección de la curia eclesiástica fue el vehículo que generó rupturas dentro del ejército. El intento de golpe de 1951 (casi perdonado con la otra mejilla) había carecido del marco de alianzas suficiente. 4) La UCR, dada su imposibilidad de seducir a un pueblo que no estaba dispuesto a perder las conquistas logradas al calor de la lucha y la movilización, se había transformado en el partido golpista por excelencia. De allí surge la famosa frase: “los radicales golpean la puerta de los cuarteles”, una característica del radicalismo que podemos ver hasta hoy, que ante la inexistencia del “Partido Militar”, hoy apoya las medidas estructurales de un gobierno hambreador, que contiene a referentes que sueñan con los genocidas libres, como fue el voto favorable de la ley bases de Milei. En 1955, el bloque de alianzas que había evitado el golpe ya no existía. Ahora dependía de la determinación de cada bando por luchar: plata o mierda.
La conducción de la CGT en ese momento, si bien sostuvo una línea en general de no luchar, en sintonía con Perón, tampoco podía autoliquidarse como conducción aceptando tamaño retroceso de los derechos de sus afiliados. Eso generaba contradicciones pero primó la pasividad.
El bombardeo es el golpe
EL 16 de junio de 1955 fue el atentado terrorista más salvaje de la historia argentina perpetrado por las FFAA y la iglesia y que dejó un terrible saldo de cerca de un millar de muertos y centenares de heridos. El rugido ensordecedor de los aviones con la inscripción de cristo vence, las bombas sobre los civiles, la muerte y el terror, mostraron la determinación del bloque de clases dominantes por recuperar el aparato del Estado. Del otro lado, estaba Perón con apoyo minoritario en las FFAA y un movimiento obrero que había sido desarmado, domesticado, “heteronomizado” (valga el neologismo). No había capacidad, ni disposición, ni armamento para enfrentar a un enemigo dispuesto a derramar mucha sangre para recolocar a su gobierno de clase. El inestable bonapartismo llegaba a su fin de forma patética. Los últimos meses que transcurrieron hasta septiembre, Perón no cesó de hacer gestos de conciliación y cuando vio que no había disposición al diálogo, sobreactuaba la respuesta vindicativa con espasmódico nerviosismo. Los que no podían ganar elecciones demostraron que estaban dispuestos a todo. La respuesta necesaria requería tomar medidas, tocar intereses, modificar estructuras, que Perón no estaba dispuesto a acometer. Perón no estaba dispuesto a transformar de raíz la sociedad y eso lo eyectaba. Cuando se fue dijo que no estaba dispuesto a provocar un innecesario derramamiento de sangre y por eso prefería no pelear. En realidad, como vimos, las armas y las municiones, se las había ido entregando a su enemigo. Basta recordar la masacre de José León Suarez, para constatar que el derramamiento de sangre se consumó con el pueblo y de manera salvaje y sistemática.
Los años subsiguientes al golpe, los años de la resistencia (1955-1958), dieron origen a nuevas dirigencias obreras y políticas, no sólo del movimiento peronista, sino también en la izquierda, que reemplazaron a la burocracia acomodaticia y cobarde que el régimen peronista había construido para su proyecto unipersonal de gobierno.
Era evidente que las clases dominantes no confiaban en que Perón podría llevar las reformas adelante enfrentándose a su propia base social, porque además esa base social era la que estaba dispuesta a defender esos derechos que tanto habían costado. Perón ante todo era un general del Ejército, no estaba dispuesto a dislocar el orden social burgués, hasta aquí había llegado. Por lo que no haber luchado, no haber ido a fondo, desmantelando aquellos intereses nefastos, le costo su gobierno. Una lección que igual el peronismo nunca aprendió.
Nazareno Mujica