domingo, 17 noviembre 2024 - 22:25

Efemérides. 75 años de keynesianismo sin Keynes

El 21 de abril de 1946 moría John Maynard Keynes, economista inglés de gran influencia a lo largo del siglo XX. Su teoría sobre el rol del Estado y la estimulación de la demanda como forma de salir de crisis capitalistas fueron consideradas durante años como salvadoras del capitalismo después de la gran depresión del ‘30. A él se le atribuye la recuperación de la postguerra hasta los ‘70. Lejos del estereotipo del economista serio, encerrado en fórmulas y alejado de la vida mundana, Keynes supo codearse y transitar cómodamente tanto por lo más granado del mundo artístico y literario como por palacios, embajadas y sedes gubernamentales. En nuestro país, dejó su sello desde Perón hasta Kirchner. Si bien su teoría económica-política hoy es discutida y analizada, es indudable que se trató del economista más importante para el sistema capitalista mundial por más de 100 años.

John Maynard Keynes nació en Cambridge, Inglaterra, en 1883. Hijo de una familia acomodada aunque no rica. Se educó en Eton, uno de los colegios más prestigiosos del Reino Unido y se graduó en Cambridge, donde había ingresado más por sus dotes intelectuales que por el dinero de su familia. Desde joven su figura fue polémica y controversial, rodeado de un selecto grupo de artistas, escritores e intelectuales de la Inglaterra de principios del siglo XX, entre los que se encontraba la propia Virginia Wolf. En la misma línea se cuentan sus amores, que van desde un compañero de Cambridge hasta Lidia Lopokova,  una bailarina rusa que se convertiría en su esposa para siempre. Lejos del estereotipo del economista serio, de lenguaje rebuscado y alejado de los círculos políticos, Keynes transitaba entre altos políticos, jefes de gobiernos y embajadas con absoluta naturalidad y sobre ellos  ejercía gran influencia.

Discípulo de Alfred Marshall, economista que había transformado a Cambridge en la escuela de economía más importante del mundo y que era un estudioso de los economistas clásicos -pero también un fuerte crítico de los mismos- Keynes publica en 1936 en Londres la primera edición de la Teoría general del empleo, el interés y el dinero que se transformó en el libro de economía más famoso del capitalismo mundial de todo el siglo XX. Aunque a decir verdad, ya para ese entonces su autor era un reconocido y prestigioso economista, que había ya publicado varios libros, especialmente el Tratado sobre el dinero, considerado como fundamental para el pensamiento económico actual.

Su importancia como economista y su influencia fue tal, que encabezó la misión inglesa de los acuerdos de Bretton Woods de la posguerra, donde su participación fue decisiva. Es considerado junto al estadounidense White, como el fundador del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Se puede decir sin temor a equivocarnos que la economía keynesiana dominó la política económica  después de la Segunda Guerra Mundial y hasta 1970. Por eso, más que “revolucionario” como lo tildaron sus enemigos, los neoliberales clásicos de la Escuela de Chicago -mentores de nuestro tristemente famoso Martínez de Hoz-, Keynes fue más bien el salvador del capitalismo en crisis de los ‘30. Por esta razón fue también duramente criticado por Trotsky quien lo denominó “el filisteo demócrata” socio del estalinismo mundial.

La teoría keynesiana

Fue en la gran depresión de 1929- 1930 que los conceptos económicos de Keynes empezaron a adquirir volumen. Hasta ese momento la doctrina económica, con variantes y matices, seguía atada a las clásicas definiciones de Smith, Say y Ricardo; cuya teoría, básica y sintéticamente, postulaba que la economía en el sistema capitalista se regula por sí sola y  siguiendo las leyes de la oferta y la demanda tendería al equilibrio y al pleno empleo, mediante la utilización máxima de las fuerzas productivas incluyendo el capital y el trabajo asalariado. Es decir que el mercado se regula a sí mismo sin la intervención del Estado. Esta teoría partía de la base que el principal factor en el binomio producción-consumo era el primero, que los capitalistas tienden a invertir y producir cada vez más para obtener su ganancia y que consecuentemente los consumidores aumentan su demanda de lo producido, ya que a la gente le conviene consumir y no ahorrar ni menos aún atesorar dinero; esto requiere de mayor producción y mayor necesidad de empleo.

Es claro que con estos fundamentos teóricos nadie podía prever ni luego explicar lo que sucedió en la gran depresión, donde lo que ocurrió fue exactamente lo contrario; la demanda se derrumbó al igual que la producción, y en lugar de pleno empleo lo que se observaba eran millones de nuevos despedidos semanalmente mientras  empresas y bancos iban yendo al colapso y la quiebra.

En ese marco, las ideas de Keynes vinieron a dar una explicación y una posible salida a la crisis. En su publicación de 1936 de la Teoría general del empleo, el interés y el dinero explica que los fundamentos de los clásicos como Smith no podían interpretarse como una ley general de la economía, sino como una fotografía estática de un momento de desarrollo y crecimiento del capitalismo y que ya para 1930 no tenían mucho que ver con la realidad. Keynes, tomando para su provecho algunos conceptos de Marx, interpreta que el capitalismo no puede controlarse a sí mismo, que en su modo de producción hay muchos más factores que solo la ley de oferta y la demanda, como son la demanda agregada, la diferencia entre la tasa de interés bancaria y la tasa de ganancia capitalista, el nivel de inversión, etc.; que en realidad tienden en sentido contrario a lo que postulaban los clásicos: a una disminución en la inversión en capital y por lo tanto de la producción de bienes, y consecuentemente caída del empleo, desocupación y depresión económica (Marx diría directamente que el sistema tiende a su propia destrucción). También se percata que ya para esa época no existía la libre competencia postulada por Smith y Ricardo, sino una tendencia creciente a la concentración, monopolización y aumento del capital bancario con tasas de interés que variaban según las necesidades del momento. Fue él quien logra interpretar que la economía es una película que va variando periódicamente  y no una fotografía, de allí su frase de que “no hay medida económica que no deba cambiarse cada dos meses”.

Su teoría invirtió entonces la concepción clásica en dos sentidos primordiales. El primero, al considerar que el centro del problema es el consumo, es decir la demanda; esto es, que los capitalistas producirán tantos bienes como demanda tengan. Según su lógica, si se logra incrementar la demanda, los capitalistas invertirán en mayor producción y consecuentemente aumentará el empleo y así se corregirá la crisis. El segundo pilar es que esto solo pueden conseguirlo los Estados, son los únicos capaces, interviniendo en aumentar los ingresos de la gente, ya sea produciendo dinero, incrementando la obra pública o aumentando la tasa de ganancia de las empresas.

El Estado de bienestar keynesiano

Con estos preceptos básicos se abordó en Europa y Estados Unidos la crisis del ‘30, invirtiendo y volcando a través de los Estados, del FMI y el BM cientos de miles de millones de dólares en la reconstrucción de la Europa de posguerra y en la salida de Estados Unidos. Con esta fabulosa inyección de dinero, según su interpretación y la de los economistas en general, se fue saliendo de la crisis, a la que la sucedió un boom económico que duraría hasta los ‘70, conocido con diferentes nombres: “el boom de posguerra”,  el “Estado de bienestar”, etc. Claro que su teoría no contemplaba otros elementos fundamentales para que el capitalismo se pudiera recuperar, como lo fueron la destrucción masiva de fuerzas productivas durante la Segunda Guerra Mundial, la baja del salario nominal – a través de apropiarse de una hora de trabajo diaria otorgada por los trabajadores europeos para la reconstrucción – gracias a la traición del estalinismo  y a la presencia de un nuevo “ejército de desocupados” que tiraba abajo los salarios, permitiendo el aumento de la tasa de ganancia capitalista; como analizamos más global y seriamente los marxistas. Es decir, las condiciones para el plan keynesiano fueron posibles por  la acumulación de capital a partir del desarrollo de la industria armamentista y la destrucción masiva de fuerzas productivas producidas por la guerra. A esto hay que sumarle un elemento determinante: el ascenso revolucionario europeo, donde las masas obreras – fundamentalmente en Francia, Italia y Grecia-  tenían el control de las armas y la situación. El terror de la burguesía abrió paso al keynesianismo, que a través  de grandes concesiones al movimiento de masas por un lado, y a la colaboración del estalinismo por el otro, pudo evitar la extensión de la revolución socialista.

Tan importante fue la impronta de Keynes que durante más de 30 años sus conceptos dominaron la economía mundial, relegando a los liberales a un segundo y tercer plano. Recién en la década del 70, con una nueva crisis mundial, empezaron los cuestionamientos y dudas a su teoría. En ese momento, con el resurgimiento de  “neoliberales”, con la escuela de Chicago a la cabeza, el mundo daría un giro hacia posiciones contrarias a las de Keynes, sobre todo en la principal potencia mundial, Estados Unidos con Nixon y Reagan, y también en Inglaterra con Thatcher.

Digamos finalmente que, distinto a lo que planteaban sus seguidores, John Keynes era el salvador del capitalismo en crisis y del sistema capitalista en general.  Nosotros podemos decir que fue el salvador del capitalismo de las grandes potencias, ya que la aplicación de su teoría requiere de Estados fuertes, con capacidad de inyectar sumas de dinero cuantiosas y a la vez generar confianza en los capitalistas, bancos y especuladores incluidos. Condiciones que solo se verifican en los países capitalistas centrales. Además hay que subrayar que su objetivo era defensivo frente a los liberales y ortodoxos en crisis  que propiciaban la no participación del Estado en la economía y el peligro del avance y penetración en el occidente, de las ideas económicas de la URSS donde el rol del Estado era predominante, consideradas por él como extremos opuestos. Keynes preconizaba entonces que “hay que salvar al mercado con la participación del Estado”.

A pesar de estas limitaciones y la aparición con fuerza del neoliberalismo y su globalización, sus discípulos y seguidores aún se mantienen en todo el mundo, incluyendo los premios Nobel de economía como Paul Krugman y Joseph Stiglitz.

Keynesianismo en la Argentina

En nuestro país fue el peronismo, con Perón a la cabeza, quien adoptó para sí la teoría y conceptos políticos de Keynes. Por supuesto para usarlo en su propio beneficio y a su manera, dando forma a un “keynesianismo a la criolla” que, como dijimos, comenzó con el propio Perón simpatizando con sus ideas. Impulsadas en lo ‘70 por el ministro Gelbard ante la crisis mundial que penetraba ya en el país, propiciando además un “pacto social”. Más cercano a nuestros días fue Néstor Kirchner, quien se declarara seguidor de sus ideas para salir de la crisis del 2001. También Kicillof, ya como ministro de Economía de Cristina, se declarara neokeynesiano y fue previamente autor del libro Volver a Keynes por el cual era reconocido entre economistas. También lo defiende el peronista Moreno – hoy fuera del gobierno – y también el propio ministro de Economía Martín Guzmán, discípulo de Stiglitz y de Krugman. Como se ve, Keynes sigue estando presente más allá de cuestionamientos y dudas para un importante sector de economistas, políticos y gobernantes, aún en países periféricos como el nuestro.

Sin posibilidades de keynesianismo en Argentina. Tampoco en el mundo

Por más que el peronismo y el kirchnerismo en casi todas sus variantes reivindiquen a Keynes y las posibilidades de un capitalismo con otras bases, como les gusta llamar a una especie de keynesianismo criollo, nosotros somos categóricos: no hay lugar para ello en esta etapa de capitalismo decadente y en crisis, menos aún en un país pobre y periférico como el nuestro. Por eso no se han cumplido ninguna de las promesas de campaña de Alberto en cuanto a “poner plata en el bolsillo de la gente”, ni lo de la “heladera llena”. Hoy con la profundización de la crisis económica por la pandemia lo que debemos esperar es más ajustes para los trabajadores y el pueblo y si hay algún salvataje económico en general, irá destinado a las empresas y bancos. Incluso esto es lo que está sucediendo a nivel mundial donde en un principio de la pandemia se planteó una salida keynesiana a la crisis, para dar lugar rápidamente a una política de salvataje de bancos y despidos en masa, con mayor recesión que abarcó a prácticamente todos los países del mundo, con la única excepción de China, que apenas alcanzó un crecimiento del 2%-3% de su PBI. Lo que prima en el mundo es el “sálvese quien pueda” del mundo empresarial y de las finanzas, aún a costa de que la recesión y la crisis se lleven puesta miles de empresas del mismísimo capital. Evidenciando que en cuanto a teorías, el mundo se estaría acercando más al marxismo que prevé la inviabilidad inherente del capitalismo como sistema que tiende a su autodestrucción en prospectiva, que a la de Keynes que apostaba a que los Estados mediante reformas distributivas podrían sacarlo de las crisis recurrentes y cada vez más profundas.

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