Con la desfachatez, la inteligencia y la lucidez que la caracteriza, Mariana Enriquez afirma en una entrevista en Internet que “la literatura no sirve para nada” ¿¿Cómo?? ¿Ella, la magistral escritora, quizás la pluma más importante hoy de la Argentina -al menos en lo referido a los géneros de terror, misterio y suspenso-, la que ha dado a las letras argentinas un nuevo vuelo internacional, la que escribe como los dioses, dice que no sirve de nada hacer literatura? Probablemente si tomamos al pie de la letra esta declaración parezca un absurdo. Pero no lo es. Es quizás la declaración más genial que podemos haber escuchado sobre la narrativa y la escritura creativa en los últimos tiempos aunque es cierto también que esa definición no la inventó ella sino que ya la han planteado de distintas maneras muchxs escritorxs.
Es que pensar que hay un “rol social” de lxs escritorxs, que hay un “compromiso” profundo con la sociedad y la cultura de lxs narradores y quienes publican libros de ficción -novelas o cuentos- tienen una “responsabilidad histórica” es cargarle una mochila demasiado pesada a lxs personas de letras (que raro suena eso) y atribuirle un sentido que nadie, salvo contadas excepciones en el ámbito de la literatura, quiere asumir.
Puede resultar muy snob ponerse la camiseta de “vanguardia cultural” como si de un club o un iglesia se tratara y salir a hablar de la “importancia” de la literatura en la sociedad moderna, de cuanto aporta esta al desarrollo social y cultural, de cuanto nutre a la población de un contenido que hace vivir mejor a la gente, que ayuda a la educación, etc., sin embargo nada de esto parece haberle importado o importarle un pito a lxs grandes escritorxs de todos los tiempos. Reitero, salvo contadas excepciones.
Es que si hay algo que lxs geniales o magistrales escritorxs han hecho siempre es olvidarse de modo absoluto de la gente, de la sociedad, de la cultura, del “momento histórico” y de su “función” social toda vez que han emprendido la ciclópea tarea de escribir esas maravillas que nos han dejado, que nos deslumbran y que son motivo de asombro y devoción por generaciones y generaciones y se han hecho clásicos, obras eternas. Ni los formalistas rusos del siglo XIX que reflejaban su época de modo sensible, ni lxs poetas y escritorxs románticos de la época de Balzac, Baudelaire, Flaubert, Becquer, etc., que buscaban la excelencia y la belleza han pensado demasiado en su tiempo presente y en todo caso todo lo que expresan de ese tiempo, todas las ideas dominantes (de las clases dominantes), todas las concepciones de época, todo aquello por lo que de un modo directo o indirecto han tomado partido es justamente porque vivieron insertos, inmersos en esa época. La literatura costumbrista de una época determinada no intenta en general reivindicar esas costumbres, y en algunos casos las repudian, sino que nos las muestran, las exponen. Del modo de mostrar y exponer, de la belleza con que lo hagan, de la profundidad con la que miren o incursionen en un tema, de eso sumado al talento personal dependerá si una obra es buena o mala, si es trascendental o no, si pasará a la posteridad o al olvido. El 95% de los sainetes porteños (un guión teatral ligero de principios del siglo XX) pasaron al olvido salvo “El conventillo de la paloma”[1]. La mayoría de los costumbristas del siglo XIX y XX fueron colocados en un mausoleo y hoy nadie los recuerda pero pocos de los que han estudiado o estudian literatura se olvidan de Florencio Sanchez. Pero es esa majestuosidad con la que escribieron lo que los hizo pasar a la historia. En su época todo el mundo leía costumbrista, gauchesca o romántica. No era una “función” sino un fenómeno de época este tipo de escritura y de obras.
Entonces… ¿Para qué sirve la literatura?
La idea de la literatura como servicio comunitario o como función social ya fue cuestionada de modo relevante nada menos que por Gombrowicz[2] y en “Las tres vanguardias” Piglia se pregunta si este rol social existe. Solo basta con leer una de sus obras cumbre Plata quemada para entender que ahí lo más maravilloso es la manera tan didáctica a la vez que desembozada en la que describe y muestra las peripecias de una banda de lúmpenes y delincuentes y contar como los asesinatos a sangre fría de esta banda son tan siniestros como los de la policía que los persigue y mata pero sin destilar ni un poco de “mensaje cultural”, apelación moral o intentar algún tipo de reflexión trascendental. No es esta una obra de denuncia ni tampoco un alegato ni a favor ni en contra de la policía. Las grandes obras literarias brillan por sí mismas sin necesidad de ninguna moraleja, de ningún interés social particular. García Márquez no escribió Cien años de soledad para lograr ningún efecto particular en la realidad social e histórica de Colombia en los años 50 ni Juan Rulfo[3] escribió Pedro Paramo como un “arma” de la revolución zapatista. Si hay un autor que no se preocupó ni un poco de la relevancia social, política o cultural de su obra fue precisamente Roberto Bolaño[4] que escribió cuentos fabulosos y aclamados en el mundo editorial de habla hispana y cuyas temáticas son profundamente humanas aún cuando rompa cuanto molde literario encontró en su camino. Incluso hasta es difícil pensar que Bolaño fuera chileno porque cómo escribió podría ser perfectamente argentino, uruguayo, colombiano o español. De hecho vivió más tiempo en España y México que en Chile. Lo nacional tanto como lo social pueden ser pretextos para escribir una historia pero no es el tema lo importante sino la historia. En El beso de la mujer araña Manuel Puig coloca dos temas centrales: la homosexualidad (él era un ferreo activista del movimiento gay en Argentina) y la guerrilla ultraizquierdista, pero la historia entre Molina y Valentín es mucho más fuerte que cualquier reflexión acerca de estos temas. Y es tan bella su composición, tan cinematográfica, que uno se la imagina como si fuera una película.
Que la temática de una novela o cuento tenga contenido social no implica que esté destinada a alguna especie de propaganda respecto de temas sociales. Camila Sosa Villada, la primera escritora trans de Argentina escribe sobre la temática de las mujeres trans y la prostitución trans, etc., porque lo que hace es con magistralidad literaria reflejar su propia vida. John Cheever[5] escribió El nadador, ese cuento tan conmovedor, describiendo el ocaso de un alcohólico porque él mismo padecía esta enfermedad. Si hay algo que tiene la literatura es que sana (a veces) a quien la escribe no necesariamente a quien la lee.
¿Poesía para el pobre?
Gabriel Celaya[6] sin duda tuvo las más buenas intenciones al escribir esta estrofa en su poema La poesía es un arma cargada de futuro probablemente imbuido de la épica y el valor de la guerra civil española y la lucha denodada contra el franquismo. Pero él/la persona pobre no necesita poemas necesita alimentación, vestimenta, buenos servicios de salud, medicina preventiva, vacunas, cloacas, acceso a los medicamentos, buenos y baratos servicios de transporte público y sobre todo que lo dejen de explotar y le paguen sueldos dignos. Necesita empoderarse y derrotar en su ascenso a la clase dominante, la burguesía para que además de todo eso pueda tener tiempo libre y tener libre y completo acceso a la cultura, no una cultura devaluada y adaptada a su pobreza sino un cultura con la que él/la persona pobre, lxs trabajadorxs puedan enriquecerse moral y espiritualmente. Para eso hay que poner la cultura -y la literatura como parte de ella- justamente en manos de lxs trabajadorxs de la cultura y no de las empresas multinacionales incluyendo las grandes y poderosas editoriales. Hoy la llegada a la poesía de Bretón o de Borges o de Vallejos o de Pizarnik está habilitada para elites culturales y sociales. Pero el contenido de estas poesías y tantas otras es en sí popular aunque no formen parte del Pan y Circo con el que “alimentan” culturalmente a las masas.
¿Realismo socialista?
Stalin, el gran organizador de derrotas, además de llevar a cabo la liquidación de las conquistas de la Revolución de Octubre y todos los crímenes contra sus dirigentes llevó adelante un siniestro plan de propaganda del régimen estalinista que impuso en buena parte del mundo y durante mucho tiempo un concepto del arte muy particular: el concepto del arte socialista también conocido como realismo socialista. Los intelectuales y filósofos a sueldo del Kremlin delinearon este concepto funcional al dominio burocrático de la ex Unión Soviética para que nadie pudiera a través del arte mostrar la realidad de un Estado totalitario y policíaco por eso para hacer “arte” en la ex URSS había que ajustarse a estos cánones establecidos desde el poder o perecer ajusticiado, ir preso o exiliarse.
Ningún corsé, canon establecido o norma puede limitar la libertad en el arte. Bajo el supuesto de una cierta estética se limitaban los procesos creativos en la pintura, la poesía, el cine, el teatro y la literatura. Pero eso no transitó durante 70 años sin conflictos. Sergei Eisenstein[7] -el gran cineasta ruso- los tuvo con el régimen, también el escritor Vasili Grossman[8] fue censurado y un gran número de extraordinarios bailarines de ballet entre los que se contaron los geniales y multipremiados Rudolf Nuréyev[9] y Mikhail Barýshnikov[10] que debieron huir de su país para poder trabajar en libertad.
Lo que fue un mecanismo abyecto y perverso del régimen de Stalin y los posteriores líderes soviéticos, fue convertido por los intelectuales de los partidos comunistas de todo el mundo en una especie de corriente de pensamiento artístico, en una estética y una ética falsas basada en el precepto de que el arte tal como se lo conoce desde siempre, en todo el mundo, es “burgués” o “capitalista” y en cambio para la revolución y los revolucionarios, para el proletariado mundial había otro “arte” y otra “literatura”: la socialista. Trotsky combatió este precepto uniéndose a la vanguardia del arte de los años 20 donde en todo el mundo “capitalista” brillaban artistas “burgueses” como André Bretón, Marc Chagall, Salvador Dalí, Pablo Picasso, André Malraux, Man Ray, Max Ernst, Luis Buñuel, etc., y declaró que el arte es libre, que ningún partido, gobierno o estado puede coartar y mucho menos perseguir a los artistas so pretexto de defender el “socialismo”; que tanto el imperialismo yanqui y europeo como la burocracia estalinista de la ex URSS y sus países satélites eran igualmente perniciosos para la creación artística y junto con Bretón y Diego Rivera[11] escribieron el Manifiesto para un arte revolucionario que vio la luz en México tiempo antes del asesinato del creador de la IV Internacional justamente por el propio estalinismo. Justo en el momento en que en el mundo el movimiento surrealista era discutido por los dueños del comercio del arte: galerías de arte, editoriales, compañías cinematográficas y teatrales, etc., y por el establishment de la cultura que rechazaba los cambios y transformaciones en las bases del arte apelando a la plena libertad para la creación.
El arte no puede ser “realista” aun cuando aborde temas de la realidad inclusive de la realidad social más cruda y esos temas sean expuestos a la vista siempre tendrán ficción, siempre tendrán poesía o estética poética, o al menos un vuelo imaginativo que jamás se verá constatado en la lisa y llana realidad. Basta leer Operación Masacre[12] de Rodolfo Walsh o A sangre fría[13] de Truman Capote para saber que la crónica más fiel tiene un alto contenido creativo y ficticio.
Realismo y socialista son opuestos porque el Socialismo nunca es la aceptación de la “realidad” ni su interpretación adaptativa sino al contrario su transformación revolucionaria en otra realidad. No se puede “dar vuelta todo” y pretender que el arte y la literatura sigan atados a las convenciones de una sociedad por más justa que sea.
La literatura será libre o no será.
Nuevamente… ¿Para qué sirve la literatura?
Pensar la literatura en líneas generales es pensar en un arte cuyo eje fundamental es la narración, la creación de historias, el relato sea éste directo o indirecto, en forma de ficción o de no-ficción, crónica o ensayo. También en la poesía sea esta en su forma pura como los poemas o imbuida en la prosa. La literatura pueden ser novelas o cuentos, poemas o haikus, microrrelatos o pequeños ensayos, artículos en revistas literarias o incluso parte del periodismo cultural pero en cualquier caso no hay que pensarla como un objetivo o una función social sino como un canal de expresión cuya libertad debe ser absoluta incluso cuando se corra el riesgo de que ideologías perversas o perniciosas se cuelen a través de este canal como el fascismo, la xenofobia, la homo-lesbo-transfobia, la cultura del odio, la violencia de género o la simple y llana reivindicación del statu quo. Para estos “escapes” siniestros la sociedad, el pueblo y la clase trabajadora formará sus anticuerpos, remedios y vacunas necesarias pero así como nadie puede evitar el contagio de la gripe encerrándose todo el invierno en un departamento sin contacto con el mundo, tampoco se puede evitar el “contagio” de estas doctrinas perjudiciales o nefastas “encerrando” la literatura en el convencionalismo y la “pureza” ideológica. Lxs escritorxs son personas, pertenecen a una clase social o medio social, están “contaminados” con las propagandas del sistema capitalista en la radio, TV, Internet, redes sociales, etc., por lo tanto nunca serán artistas “purxs”. Harán su aporte a la humanidad con su creatividad. Será la sociedad y la humanidad los que dirán y juzgarán, en el presente o en el futuro, si sirven o sirvieron para algo mientras tanto los simples mortales amantes de la literatura gozamos de sus obras.
Orlando Restivo
[1] Obra teatral de Alberto Vacarezza de 1929.
[2] Witold Gombrowicz (1904-1969) novelista y dramaturgo polaco radicado en Argentina y fallecido en Francia. Fue perseguido por los nazis antes de la guerra y por el estalinismo en la posguerra.
[3] Juan Rulfo. (1917-1986) Escritor y periodista mexicano. Publicó sólo dos libros: Pedro Páramo, novela breve y un libro de cuentos. No obstante, Pedro Páramo es considerada una de las obras cumbre de la literatura latinoamericana del siglo XX.
[4] Roberto Bolaño (1953-2003) Escritor y poeta chileno fallecido en Valladolid.
[5] John Cheever (1912-1982) Escritor norteamericano, alcohólico, bisexual, genio; considerado el Chejov de los suburbios de EEUU.
[6] Gabriel Celaya. Poeta español de la generación de la posguerra civil que fue perseguido por el franquismo de tendencia izquierdista.
[7] Sergei Eisenstein (1898-1948) cineasta ruso creador de “El acorazado Potemkin” , “Octubre” y “Que viva México” entre otras célebres películas aclamadas por la crítica mundial tanto del Este europeo como de Occidente. Es considerado entre los más importantes directores cinematográficos de la historia.
[8] Vasili Grossman (1905-1964) Vasili Semiónovich Grossman fue un escritor y periodista soviético judeoucraniano. Se formó como ingeniero y trabajó en la cuenca del Donets, pero abandonó tal ocupación en los años 30 para dedicarse en exclusiva a la escritura.
[9] Rudolf Nuréyev (1938-1993) fue un bailarín clásico nacido en la Unión Soviética, considerado por muchos críticos como uno de los mejores bailarines del siglo XX.
[10] Mikhail Barýshnikov (1948-) apodado Misha, es un bailarín, coreógrafo y actor letón de origen ruso, sus padres, su técnica y su lengua materna son rusas. Se le reconoce como el mejor bailarín de ballet vivo del mundo.
[11] Diego Rivera (1886-1957) fue un pintor realista, cubista y muralista mexicano, famoso por plasmar obras de alto contenido político y social en edificios públicos.
[12] Operación Masacre es un libro escrito por Rodolfo Walsh y publicado por primera vez en 1957, y la primera novela de no ficción periodística.
[13] A sangre fría es una novela testimonio del periodista y escritor estadounidense Truman Capote.1 Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966.