Durante el último medio siglo se desarrolla en el país un proceso en el que la pobreza, en términos de números oficiales, se multiplicó por 10. Pasó del 5% a mediados de los 70 del siglo pasado a cerca del 50% de la población, según la medición del INDEC, en abril de 2021. En una curva creciente que solo se recuperó parcialmente luego de dos momentos de crisis profunda en esas casi 5 décadas. Al tiempo que esto sucedía, se produjo también un crecimiento exponencial de las ganancias de los principales grupos económicos nacionales y extranjeros.
Corporaciones y bancos, nuevos y viejos actores, avanzaron en la concentración de la riqueza llevando la desigualdad a niveles históricos. Entre tanto, los sectores más neoliberales y de derecha sostienen que la razón de esta verdadera pandemia para millones hay que buscarla en un Estado que gasta en exceso y en una estructura impositiva que no alienta la inversión. Los llamados progresistas se proponen como objetivo una mejoría gradual del nivel de vida de las masas populares, pero sin tocar los intereses fundamentales de los grupos económicos concentrados; por el contrario, ceden a sus reclamos. ¿Cuál es, en verdad, la causa de este crecimiento sostenido y consolidado de la pobreza? ¿Es un problema estructural, o hace parte de una política? ¿Qué relación hay entre la pobreza y el aumento de la riqueza?
Eliminación de derechos laborales, precarización del trabajo y desocupación creciente
Además de iniciar el ciclo de endeudamiento más fraudulento del que el país no ha podido salir desde hace 50 años, la dictadura militar que tomó el gobierno en 1976 llevó adelante un primer paso de liquidación de derechos laborales. Durante esos años fueron ilegalizados sindicatos, eliminadas conquistas históricas, comenzó el ciclo de reducción del salario en términos reales y el proceso de precarización que se profundizaría, sobre todo, a partir del menemismo. Así, una masa laboral que durante años gozó de pleno empleo y que en las décadas anteriores había mantenido relativamente el poder adquisitivo del salario -lo que le permitía tener una perspectiva de progreso social- sufrió con el golpe un ataque directo y el desmantelamiento de derechos.
Este proceso fue completado por el menemismo que, además de profundizar la precarización y la liquidación de derechos, inauguró una década de desocupación que se ubicó alrededor del 20%, con picos cercanos al 30%. Son millones los que nunca más volvieron a encontrar un trabajo formal. Complementariamente a esta política de contrarrevolución económica, para cumplir con el FMI, la dupla Menem y Cavallo, apoyada por los aparatos de la cúpula peronista y radical, entregaron el manejo de la moneda nacional, pusieron el Banco Central en manos de los acreedores y entregaron al capital privado empresas fundamentales que se mantenían como propiedad estatal. Entre ellas estaban algunas de las principales del mundo en su rama, como por ejemplo YPF, la primera petrolera estatal del mundo y decenas de empresas más.
Desde entonces, no ha cesado de crecer la precarización del trabajo y se ha consolidado un sector de millones de trabajadores informales que entran en estadísticas manipuladas, encubriendo el nivel de desocupación y semi ocupación real y sin contar con ninguno de los derechos laborales básicos.
Este proceso acompañó y facilitó la caída de los salarios reales que, en términos históricos, comparados con el principio de este ciclo, no se han recuperado ni en los mejores momentos a los niveles que tenían en la pasada década del 70. Tales políticas, en más o en menos, han sido llevadas adelante por todos los gobiernos posteriores a la dictadura, llegando al extremo de que hasta para trabajar para el Estado se dan largos periodos de contratación precaria bajo la forma de monotributos, es decir «emprendedores» individuales y no trabajadores asalariados.
Todas estas modalidades significan claramente un aumento de la explotación del trabajo a favor del capital por la vía que sea. Estos mecanismos consolidan la desprotección y la pobreza haciéndola «estructural», es decir sistémica.
Pero al mismo tiempo, la reducción de los presupuestos de educación y salud públicas y la eliminación masiva de los planes de vivienda social cambiándolos por un modelo especulativo de créditos que no tienen ninguna relación con el salario, atentan también contra la movilidad ascendente que tenían los trabajadores hace décadas.
En síntesis, salarios devaluados, trabajo precarizado, desocupación en niveles altísimos y reducción drástica de derechos, son la base del crecimiento de la pobreza y de que esta se haya convertido en «estructural».
La otra cara, concentración de la riqueza
En este mismo periodo se produjo una extraordinaria concentración y aumento de la riqueza en cada vez menos manos. Un ejemplo reciente de esta concentración y crecimiento de la riqueza se conoció en la publicación de la revista Forbes. En el relevamiento anual que esta realiza sobre los más ricos del mundo, se pudo conocer que en pleno año de pandemia el empresario argentino Marcos Galperín de Mercado Libre triplicó su fortuna, pasando de 2.000 millones de dólares a 6.000 millones de dólares. En la lista hay varios otros conocidos como los hermanos Rocca; o Bulgheroni, el titular Pan American Energy; o Gregorio Pérez Companc o Alberto Roemmers, dueño del laboratorio que tiene su apellido.
Pero esta acumulación no se produjo de un día para el otro y tampoco es fruto del trabajo personal de esos empresarios. Esa riqueza fue construida en base al aumento de la explotación del trabajo que provocó la pobreza estructural que analizamos más arriba. Y también de la expoliación del país.
La mayoría de estos multimillonarios se benefician de prebendas del Estado, por ejemplo: durante la dictadura a todos ellos excepto a Galperín les fue estatizada su deuda en dólares, haciéndose responsable el país de la misma. Ya con el menemismo dieron otro salto en su acumulación participando y quedándose, a precio de gallina flaca, con participaciones sustantivas en el desguace y privatización de las empresas públicas. Durante el kirchnerismo recibieron un flujo de subsidios enorme al ritmo del crecimiento de los precios internacionales de las materias primas.
Las ventajas que a este selecto grupo les otorgó el macrismo son recientes. Subsidios, eliminación de impuestos y retenciones, dolarización de las tarifas de servicios y un suministro inagotable de dólares para la fuga, en los que el país quedó comprometido con el préstamo más grande de la historia del FMI. Cuando no, estafaban directamente al país como Vicentin con el Banco Nación.
El actual gobierno continúa este rumbo. Subsidios, incentivos con reducción de retenciones, un «aporte solidario» que no están pagando los megamillonarios del país, y herramientas especulativas que les permiten continuar convirtiendo sus pesos en dólares sin limitaciones para la fuga.
No es pobreza «estructural» es saqueo permanente
Cortar este medio siglo de pauperización creciente del pueblo trabajador y vaciamiento del país solo puede hacerse con políticas contrarias a las aplicadas hasta ahora por todos los gobiernos burgueses que siguieron a la dictadura.
Un salario mínimo igual a la canasta básica. La eliminación de la precarización y la flexibilización laboral. El reparto del trabajo entre todos los que están en condiciones de trabajar y la inversión estatal en planes de viviendas, hospitales, escuelas e infraestructura para atender las necesidades básicas de todos y al mismo tiempo generar empleo genuino.
Al mismo tiempo que tomar medidas de independencia económica como el no pago de la deuda y la re-estatización de las empresas estratégicas con control social. De esta manera se podría iniciar un camino de liquidación de la pobreza en el país. En síntesis, la pobreza no es «estructural», es producto del capitalismo. Lo que venimos sufriendo es un saqueo.