Compartimos estas reflexiones y líneas que nos hizo llegar Alejandra Cuasnicu, Socióloga, Especialista en Demografía y docente de la UBA
No puedo dejar de ver a Diego como un misógino, machista, como la aberración del sistema que hace que personas nazcan en una villa y que personas sean millonarias, aunque sean esas mismas personas y eso sea por un inconmensurable talento deportivo.
Veo lo irreverente, sus posibilidades de estar entre los poderosos pero decir siempre lo que pensaba, peleándose con quien fuera, el orgullo de los orígenes, el nunca olvidarse de donde vino. Pero también veo a un hombre que trató a las mujeres como de su propiedad, que desconoció hijos, que mientras se sacaba fotos con algunos líderes latinoamericanos, le hacia juicio a su ex mujer por dinero. Es cierto que hizo brillar a otros, que en la cancha compartía y era un verdadero líder, pero no creo que no le haya importado su propio brillo, como leí por ahí, también le importaba el poder y el dinero.
No me importan sus consumos problemáticos en cambio, eso lo siento humano.
Lo que sí creo es que Diego fue la última alegría conjunta de les argentines. El último símbolo de una no grieta. Hoy lo despiden unes y otres, en la radio, en la calle, lloran como si la persona que murió hubiera sido su compañero de vida. Y para no repetirme con otres que han analizado muy profundamente como para les de mi generación se interpreta como el final de una época, la pérdida de la juventud, la ida de un ser querido aunque no conocido pero que formaba parte de la vida de todes, yo lo que veo es una gran necesidad de ser un colectivo.
Quisiera poder ponerme triste, porque yo también lo viví, porque yo rompí la cama de mis viejos saltando en el gol contra los ingleses. Porque yo fui al Obelisco con mis amigos a festejar el mundial 86. Pero no estoy triste, aunque me emociona ver juntas a las mayorías.
Yo fui al Obelisco muchas otras veces con Boca campeón, fui a la Plaza de Mayo a protestar contra la Obediencia Debida y el Punto Final, también durante decenas de 24 de marzos, y en muchas otras protestas, pero siempre éramos algunos, muchos, y no todes.
Ese mundial del 86 festejamos todes. Recuerdo haber faltado al colegio cada uno de los partidos de Argentina y eso estaba justificado, y en eso había equidad, y había igualdad y nos abrazábamos. Y eso me hace reflexionar sobre donde encuentra identidad una sociedad desigual, en la que lo último que pudimos compartir es haber ganado un campeonato del mundo hace casi 35 años. El 25 de noviembre de 2020 no solo se murió un hombre y un símbolo, sino que volvimos a tener la esperanza de tener en algo todes los mismos derechos, el derecho a llorar una alegría, una esperanza, un triunfo.