viernes, 22 noviembre 2024 - 00:56

Clarice Lispector. La pluma en permanente búsqueda de lo inasible

A cien años de su natalicio.

Hace algunas décadas en una película de ciencia ficción un médico obsesionado por conocer minuciosamente los  misterios del cuerpo humano, ejerce sobre sí un experimento. A partir de un colirio particular tiene la posibilidad de ver más allá del límite del campo de visión normal. Sin necesidad de estudios, ni radiografías, ni tomografías, ni resonancias, sólo con su visión de rayos x alcanza a ver las patologías y así logra salvar muchas vidas. La exploración de esta maravilla lo hace adicto, de modo que aumenta las dosis del mágico líquido hasta atravesar toda la materia y acceder a los campos energéticos. Las visiones lo torturan. Era mejor cierta ceguera, nadie soporta el todo. Pasa a formar parte de los que rayan la demencia. La soledad de las y los malditos, las y los visionarios.

La escritura de Clarice Lispector tiene algo de esa rareza y arrojo. Incomprendida por su época, la joven nacida en un pueblito de Ucrania un 10 de diciembre de 1920 recorrió junto a sus padres unas cuantas millas para terminar en Maceió, el norte del Brasil donde unos familiares ya habían llegado, escapando de las persecuciones antisemitas del este de Europa.

Luego de modificar sus nombres y al cabo de unos años se mudan a Recife, donde tanto Clarice como sus dos hermanas transcurrirán infancias y adolescencias. Aquí transita su escolaridad y los primeros escritos. Una historia para niños a los siete, una obra de teatro a los nueve. Ideas y sensaciones plasmadas en libretas o cuadernos. Su madre fallece un año más tarde. La niña se refugia en la lectura y la imaginación.

 Al cumplir los catorce años su padre decide que se mudarían a Rio de Janeiro. La capital carioca es el entorno de su juventud. Los estudios medios no le depararon mayores esfuerzos ni problemas, el ingreso a la universidad lo tuvo a su padre como principal impulsor. Era un hombre inteligente al que su trabajo de vendedor apenas alcanzaba para la manutención de las hijas y la casa, pero a ellas les inculcó la formación.  La Universidad Nacional del Brasil en aquellas décadas estaba vedada para mujeres y judíos. Clarice fue una de las pocas estudiantes que reunía ambos atributos. Estudió abogacía y se recibió. Allí se enamoró de quien sería su marido y padre de sus dos hijos. Él, también abogado, seguiría la carrera diplomática, con lo que luego de inaugurar su vida familiar tuvo que acostumbrarse a los viajes y los protocolos sociales.

En el 43 se publica su primer libro “Cerca del corazón salvaje”, escrito cuando tenía diecinueve.  Con este texto obtuvo el Premio Graça Aranha como la mejor publicación de ese año. Además, escribió distintos artículos en la prensa brasileña, como en Jornal do Brasil y Prendas do lar. Su carrera como escritora se había lanzado y no terminaría hasta su muerte.

Mientras atraviesa su vida familiar los mandatos y expectativas se despliegan pesadamente sobre su conducta. Sin embargo escribe. Esas escenas cotidianas, domésticas, de crianza serán el germen del libro que saldrá en 1960, Lazos de familia. El matrimonio que vivió en distintas ciudades por la función política del marido, se terminará en el 59 mientras estaban en Estados Unidos. Clarice regresa al Brasil con sus hijos. A partir de este momento su producción será copiosa, de gran variedad, intensa, generando en su entorno detractores y fanáticos.

La Lispector ejercitaba la pluma como un cirujano toma el bisturí para hacer incisiones y ver el interior del cuerpo. Necesitaba registrar los vericuetos de la experiencia que por más común que pareciesen, traían para ella momentos de revelación. El misterio de la vida misma, las grandes preguntas acerca de lo existente. La naturaleza en sí misma con sus monstruosidades, la comprensión humana.

“…Y vi la mitad del cuerpo de la cucaracha fuera de la puerta. Proyectada hacia delante, erguida en el aire, una cariátide. Pero una cariátide viva.

Yo dudaba en comprender, miraba sorprendida. Poco a poco me di cuenta de lo que  había sucedido: no había empujado la puerta con suficiente fuerza. La había atrapado, sí, la cucaracha ya no podría avanzar más. Pero la había dejado con vida… [ ]…Y reconocía en la cucaracha lo insípido de aquella vez en que había estado embarazada.

—Me acordé de mí misma andando por las calles al saber que abortaría, doctor, yo que del hijo solo conocía y solo conocería el abortar. Pero al menos estaba conociendo el embarazo. Por las calles sentía dentro de mí al hijo que aún no se movía, mientras me detenía para mirar en los escaparates los maniquíes de cera sonrientes. Y cuando entré en el restaurante y comí, los poros de un hijo devoraban como una boca de pez al acecho…Ah, ¿será que nosotros originariamente no éramos humanos? ¿Y que, por necesidad práctica, nos volvimos humanos? Eso me horroriza, como a ti. Pues la cucaracha me miraba con su caparazón de escarabajo, con su cuerpo reventado hecho de tubos y antenas y blando cemento; y aquello era innegablemente una verdad anterior a nuestras palabras, aquello era  innegablemente la vida que hasta entonces yo no había querido…”  

En éste fragmento se puede observar el trabajo con las palabras que hace la autora descomponiendo cada idea o sensación como el prisma descompone la luz en un arco iris. Como la mayoría de sus relatos, la pequeña trama consta solamente del episodio de la ingesta de una cucaracha. Eso es lo de menos, lo que se propaga es un encadenado de ideas. Su palabra es filosofía, tratados de biología, pintura, arquitectura. Psicoanálisis.

Clarice escribió cerca de treinta libros, crónicas, poesías, relatos para niños. También había incursionado en la pintura. Su adicción al cigarrillo hizo que en un accidente se quemase de gravedad la mitad del cuerpo. En este episodio casi pierde la mano, le costó mucho recuperar algo de la movilidad. Sin embargo no dejó ni de fumar ni de escribir.

La hora de la estrella. El libro de los placeres. La lámpara (o La Araña). Agua Viva. Un soplo de vida

Su obra cobró vida en los últimos años, producto de núcleos cada vez más amplios que la consumen, la discuten, la idolatran o la relativizan. Su obra es, en definitiva la voz de una mujer que se atrevió a ser, tal cual era. Contradictoria, perfeccionista, en búsqueda permanente. Laboriosa y anti canónica.

Libre ante todo para expresar su pasión.

Murió un nueve de diciembre de 1977, un día antes de cumplir 57 años.

Diana Thom

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