jueves, 25 abril 2024 - 18:09

Campeones mundiales. Otra vez, la pelota no se mancha

Por estos días Argentina ha sido una muestra de alegría deportiva y popular, que rebasó las calles de las diferentes provincias del país. El recibimiento de la scaloneta, ese seleccionado comandado por Messi y Scaloni, conquistó el martes pasado seguramente su mejor premio: el recibimiento de más de cinco millones de personas que se aprontaron a ver el micro que paseaba la tercera. Una entrega recíproca, histórica, que además, alimentó los ánimos alicaídos de un país que soporta grises noticias de manera cotidiana.

Como en el resto del mundial de Qatar, se puso en práctica la cualidad de todo futbolero. Parafraseando a Alejandro Dolina, podríamos entenderla como la capacidad de suspender la incredulidad y aplicar la fe poética, esa fe que se contenta con ver un gol de Lionel, el mejor de estos tiempos. La sangre y el lodo de los obreros que llevaban los estadios, el patriarcado en su máximo esplendor con el régimen qatarí y la corruptela a viva luz entre parlamentarios europeos, la FIFA y el gobierno del país de Medio Oriente, eran la cachetada de realismo capitalista que opacaba la gloria de un deporte, capaz de entregar en la cancha un equipo que se llevó casi todos los palmarés: el mejor jugador del mundial (Lionel Messi), el mejor jugador joven del torneo (Enzo Fernández), el mejor arquero (Emiliano “Dibu” Martínez) y varios galardones más.

El entusiasmo por otro trofeo mundial, la posibilidad de poder romper el maleficio que existía desde el ’86, era de magnitudes inéditas previo a que los festejos se expulsaran de las casas, bares o donde fuese a las calles. Un anecdótico dato, como el rating televisivo de la final (63,77% de hogares), reafirmó que el fútbol es parte de nuestro ADN cultural.

Como era de esperar, la maldita política, la política burguesa, esa que practican desde el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, hizo todo para empañar una fiesta. Por un lado, desde el gobierno nacional se buscaba “vampirizar” el triunfo para tener alguna foto, algún pedazo de la historia con sello propio. Pero la dinámica del “pato rengo” se hizo presente una vez más. La única foto fue la que no quería Alberto, la imagen de su soledad en Casa Rosada. Su interna con los propios, en este caso La Cámpora – quien detenta parte de la dirigencia de YPF, importante sponsor que financia a la AFA – impidió que pueda llegar a su objetivo mezquino, ajeno a lo que pasaba a metros de donde seguramente se encontraba. “Wado” De Pedro, dirigente del espacio que carancheó la maniobra de su presidente, tampoco tuvo éxito con su retrato personal cuando el seleccionado desembarcó en el país.

Del otro lado, Juntos por el Cambio, con su máxima figura un mes entero fuera del país, paseándose con lo peor de la política mundial, llegó exigiendo que se copie la cultura política de Qatar, un país que ni siquiera tiene derecho a fundar sindicatos. Macri se olvida que acá, en Argentina, hay lucha para que la clase obrera vaya al paraíso, no a los infiernos en los que la quiere hacer descender. De yapa, recriminó la posibilidad de que la gente festeje en un feriado después de no haber trabajado durante un mes. En realidad, vaya a saber uno cuándo trabajó.

Acostumbrados a estos tragos amargos de la política (otra vez, política burguesa), para quien escribe, por los improperios del sindicalista Moyano y, ahora, del presentador televiso Fabián Doman, las multitudes populares lustraron el brillo de una victoria de todos, pero no de ellos. A escalas internacionales, desde el Río de la Plata a Bangladesh, la conquista de la tercera fue una obra colectiva, como una y otra vez dejó en claro el equipo que alzó el trofeo en Lusail. Capaz, esa fuerza, ese empuje, lo dejó reflejado un comentario de Pablo Aimar. El ayudante del DT argentino destacó el privilegio de usar una camiseta que miles de familias compran hasta en 24 cuotas. Al menos uno, no era tan desclasado como cierta intelectualidad peronista quiso hacer notar por no cumplirle el capricho a Alberto.

Lejos de defensas personales a los posicionamientos políticos de los 26 que estuvieron en el campo, esta nota, otra vez recuperando a Dolina, busca rescatar lo mejor de estos artistas deportivos. De una disciplina que, seguramente, se disfrutaría más si nuestros chicos no lo tomaran como una carrera para poder salvar sus vidas de forma individual. Esa posibilidad, la del derecho al disfrute del deporte o el arte, es la que este sistema nos quiere arrebatar. Los discursos de empresarios y medios hegemónicos, el martes, fueron en ese sentido. Como también la decisión del gobierno iraní, ahora vuelta atrás -según se dice por estas horas la sentencia nunca existió-, seguramente por la presión del mundo entero, de querer ejecutar al futbolista Amir Nasr-Azadani, sólo por hablar a favor de los derechos de las mujeres. Otra noticia así de triste, que busca sacarle la alegría a una pasión inexplicable como la del fútbol, fue el asesinato por parte de del ejército sionista de Israel a un jugador palestino de 23 años.

Foto: Guille Castro

Cinco millones lograron autogestionarse un festejo, que el gobierno popular no supo respetar o no quiso. Cinco millones y otros tantos más defendimos la alegría de la pelota, de quienes estos años hemos, seguramente, discutido en defensa de quien, como escribió Casciari: “(..) nos hizo felices de una forma tan serena, y tan natural, y tan nuestra, que cuando empezaron a llegar los insultos desde Argentina no lo podíamos entender”.

Así como se pelea por otra vida, una digna y disfrutable, entre las mayorías populares, como estos días, no hay que dejar que manchen lo nuestro. Romper con los maleficios de este sistema, que se esfuerza por arrebatarnos todo lo que no entra en el cálculo de lo verdaderamente irracional: la ganancia privada, es tarea de quienes amamos la pelota, para también cuidarla a ella.

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